EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
Cuando se prevé una muerte próxima

40. Prefacio. La fe en el porvenir, la elevación del pensamiento, durante la vida, hacia los destinos futuros, ayudan al pronto desprendimiento del espíritu debilitando los lazos que le retienen al cuerpo; y muchas veces no se ha concluido aún la vida del cuerpo, cuando el alma impaciente ha remontado el vuelo hacia la inmensidad. Lo contrario sucede al hombre que concentra todos sus pensamientos en las cosas materiales, pues los lazos son tenaces, "la separación es penosa y dolorosa" y el despertar de ultratumba está lleno de turbación y de ansiedad.

41. Oración. Dios mío, yo creo en vos y en vuestra bondad infinita; por esto no puedo creer que diérais la inteligencia al hombre para conoceros y la aspiración al porvenir para sumergirle después en la nada.


Creo que mi cuerpo es sólo la envoltura perecedera de mi alma, y que cuando haya cesado de vivir, me despertaré en el mundo de los espíritus.


Dios todopoderoso, siento romperse los lazos que unen mi alma al cuerpo, y muy pronto voy a dar cuenta del empleo hecho de la vida que dejo.


Voy a sufrir las consecuencias del bien o del mal que hice; allí no hay ilusiones, no hay subterfugio posible; todo mi pasado va a desenvolverse delante de mí, y seré juzgado según mis obras.


Nada me llevaré conmigo de los bienes de la tierra: honores, riquezas, satisfacciones de vanidad y orgullo, todo lo que pertenece al cuerpo, en fin, va a quedar aquí en la tierra; ni el menor átomo me seguirá y nada de todo esto me servirá de socorro en el mundo de los espíritus. Sólo llevaré conmigo lo que pertenece al alma, es decir, las buenas y las malas cualidades, que se pesarán en la balanza de una rigurosa justicia, y seré juzgado con tanta más severidad cuantas más ocasiones habré tenido de hacer el bien y no lo habré hecho. (Cap. VI, número 9.)


¡Dios de misericordia, que mi arrepentimiento llegue hasta vos! Dignáos extender sobre mí vuestra indulgencia.


Si os pluguiese prolongar mi existencia, que sea el resto para reparar, tanto como de mí dependa, el mal que he podido hacer. Si mi hora ha llegado, llevo conmigo la idea consoladora que me será permitido rescatarme por medio de nuevas pruebas a fin de merecer un día la felicidad de los elegidos.


Si no me es permitido gozar inmediatamente de esta felicidad suprema, que sólo pertenece al justo por excelencia, sé que no me está negada eternamente la esperanza, y que con el trabajo, llegaré al fin más tarde o más temprano, según mis esfuerzos.


Sé que buenos espíritus y mi ángel guardián están aquí, cerca de mí, para recibirme, y que dentro de poco les veré como ellos me ven. Sé que volveré a encontrar a los que he amado en la tierra, "si lo he merecido", y los que dejo vendrán a unirse conmigo para que un día estemos juntos para siempre, y que mientras tanto, podré venir a visitarles.


Sé también que voy a encontrar a los que he ofendido; les ruego que me perdonen lo que puedan reprocharme mi orgullo, mi dureza, mis injusticias, y que no me confundan de verguenza con su presencia.


Perdono a todos los que me han hecho o han querido hacerme mal en la tierra, no les conservo mala voluntad y ruego a Dios que les perdone.


Señor, dadme fuerzas para dejar sin pesar los goces groseros de este mundo, que nada son al lado de los goces puros del mundo en que voy a entrar. Allí, para el justo, ya no hay tormentos, sufrimientos, ni miserias; sólo sufre el culpable, pero le queda la esperanza.


Buenos espíritus, y vos, mi ángel de la guarda, haced que no flaquee en este momento supremo; haced que resplandezca a mis ojos la luz divina para que reanime mi fe, si llegase a vacilar.


Nota. - Véase el párrafo V: Oraciones para los enfermos obsesados.