2. La incredulidad se ha ensañado en esta máxima, "Bienaventurados los pobres de espíritu", como en muchas otras cosas, sin comprenderla. Por pobres de espíritu Jesús no entiende los hombres desprovistos de inteligencia, sino los humildes: dice que el reino de los cielos es para ellos, y no para los orgullosos.
Los hombres de ciencia y de genio, según el mundo, generalmente tienen tan alta opinión formada de sí mismos y de su superioridad, que miran las cosas divinas como indignas de su atención; sus miradas, concentradas en su persona, no pueden elevarse hasta Dios. Esta tendencia a creerse superiores a todo, les conduce muchas veces a negar lo que, no estando a sus alcances, podria rebajarles, y a negar hasta la Divinidad; o si consienten en admitirla, le disputan uno de sus más hermosos atributos: su acción providencial sobre las cosas de este mundo, persuadidos de que ellos solos bastan para gobernarlo bien. Tomando su inteligencia por la inteligencia universal, y juzgándose aptos para comprenderlo todo, no creen posible nada de lo que no comprenden; cuando han pronunciado su sentencia, para ellos no tiene apelación. Si se niegan a admitir el mundo invisible y un poder extrahumano, no es porque no esté a sus alcances, sino porque su orgullo se subleva a la idea de una cosa que no pueden dominar, y les haría bajar de su pedestal. Este es el motivo porque sólo tienen sonrisas de desdén para todo lo que no es del mundo visible y tangible; se atribuyen sobrado genio y ciencia para creer en cosas buenas para los "cándidos", según ellos, teniendo por "pobres de espíritu", a todos los que las toman por lo serio.
Sin embargo, por más que digan, será preciso que entren como los otros en ese mundo invisible de que se ríen; entonces será cuando abrirán los ojos y conocerán su error. Dios, que es justo, no puede recibir con el mismo título al que ha desconocido su poder y al que se ha sometido humildemente a sus leyes, ni hacerles una parte igual. Diciendo que el reino de los cielos es para los humildes, Jesús entiende que no se admite a nadie "sin la sencillez de corazón y la humildad del espíritu; que el ignorante que poseerá estas cualidades, será preferido al sabio que cree más en sí que en Dios. En todas las circunstancias coloca la humildad en la categoría de las virtudes que aproximan a Dios y el orgullo entre los vicios que alejan de El, por una razón muy natural, porque la humildad equivale a un acto de sumisión a Dios mientras que el orgullo es rebelarse contra El. Vale, pues, más, para la futura felicidad del hombre, ser pobre de espíritu en el sentido del mundo, y rico en cualidades morales.