CAPÍTULO XXIII
Moral extraña
El que no aborrece a su padre y a su madre. - Dejar a su padre, a su madre y a sus hijos.
-Dejar a los muertos el cuidado de enterrar a los muertos. - Yo no he venido a traer la
paz, sino la división.
El que no aborrece a su padre y a su madre
1. Y muchas gentes iban con él: y volviéndose, les dijo: - Si alguno viene a
mí, y no aborrece a su padre y madre y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y
aun también su vida, no puede ser mi discípulo. - Y el que no lleva su cruz a
cuestas y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. - Pues así cualquiera de
vosotros que no renuncie a todo lo que po- see, no puede ser mi discípulo. (San
Lucas, cap. XIV, v. 25, 26, 27 y 33).
2. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí, y el que
ama a hijo o a hija más que a mí no es digno de mí. (San Mateo, cap. X, v. 37).
3. Algunas palabras, muy extrañas, por cierto contrastan de un modo tan raro en
boca de Cristo, que instintivamente se rechaza su sentido literal, y la sublimidad de su
doctrina no sufre ningún menoscabo. Escritas después de su muerte, puesto que ningún
Evangelio se escribió cuando vivía, es permitido creer, en este caso, que el fondo de su
pensamiento no se ha transmitido bien o, lo que no es menos probable, que el sentido
primitivo ha sufrido alguna alteración pasando de uno a otro idioma. Basta que la
primera vez se cometiera un error, para que se haya reproducido por los que lo han repetido, como
se ve muy a menudo en los hechos históricos.
La palabra "aborrece", en la frase de San Lucas: "Si alguno viene a mí y no
aborrece a su padre y a su madre", viene comprendida en este caso; pues no hay nadie
que haya tenido la idea de atribuirla a Jesús, y por lo tanto sería superfluo discutirla, y
aún más procurar justificarla. Primero sería preciso saber si la pronunció, y en la
afirmativa, saber si en el idioma en que se expresaba tenía esta palabra el mismo valor
que en el nuestro. En este pasaje de San Juan: "El que "aborrece" su vida en este mundo
la conserva para la vida eterna", es cierto que no expresa la idea que nosotros le
atribuímos.
El idioma hebreo no era rico y muchas palabras tenían diferentes significaciones.
Tal es, por ejemplo, la que en el Génesis designó las fases de la creación, y que servía
para expresar un período de algún tiempo y la revolución diurna; de aquí vino más tarde
la palabra "dia", y la creencia de que el mundo ha sido obra de seis veces veinticuatro
horas. Tal es, también, la palabra, que significa "camello" y "cable", porque los cables se
hacían de pelos de camello, y fué traducida por "camello", en la alegoría de pasar por el
agujero de una aguja. (Cap. XVI, Nº 2) (1).
Además, es necesario tomar en cuenta las costumbres y el carácter de los
pueblos, que tanto influyen en el genio particular de sus idiomas; sin este conocimiento,
el sentido verdadero sobre ciertas palabras pasa desapercibido; de un idioma al otro, la
misma palabra tiene más o menos energía; puede ser una injuria o una blasfemia en uno,
e insignificante en el otro, según la idea que le acompaña; en un mismo idioma ciertas
palabras pierden su valor después de algunos siglos; por esto una traducción
rigurosamente literal no siempre expresa perfectamente el pensamiento, y, para ser
exacto, es menester algunas veces emplear, no las palabras correspondientes, sino sus
equivalentes o perífrasis.
Estas observaciones encuentran una aplicación especial en la interpretación de
las Santas Escrituras; y en particular de los Evangelios. Si no se toma en cuenta el
centro en que vivía Jesús, se expone uno a engañarse sobre el valor de ciertas
expresiones y de ciertas hechos, a consecuencia de comparar los otros a sí mismos. Bajo
este supuesto es menester separar de la palabra "aborrecer" la acepción moderna como
contraria al espíritu de la enseñanza de Jesús. (Véase también el capítulo XIV, números
5 y siguientes).
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(1) "Non odit", en latín, "kai o misei" en griego, no quiere decir "aborrecer" sí no "amar
menos". Lo que expresa el verbo griego "misein", el verbo hebreo, del cual debió servirse Jesús, lo dice
mejor aun; no sólo no significa "aborrecer" sino "amar menos o no amar tanto como al igual de otro".
En el dialecto siriaco, del cual se dice que Jesús hacía uso a menudo, esta significación es aún más
clara. En este sentido se dice en el Génesis (cap. XXIX, v. 30 y 31) "Y Jacob amó también a Rachel
más que a Lia, y Jehová, viendo que Lia era "aborrecida..." Es evidente que el verdadero sentido es
"menos amada", y así es como debe traducirse. En muchos otros pasajes hebreos, y sobre todo siriacos,
el mismo verbo se emplea en el sentido de "no amar tanto como a otro", y sería un contrasentido
traductrín por "aborrecer", que tiene otra acepción bien determinada. El texto de San Mateo, borra
además, esta dificultad.
(Nota de M. Pezzani).
Dejar a su padre, a su madre y a sua hijos
4. Y cualquiera que dejare, casa o hermanos, o hermanas, o padre, o
madre, o mujer, o hijos, o tierra por mi nombre, recibirá ciento por uno y poseerá
la vida eterna. (San Mateo, cap. XIX, v. 29).
5. Y dijo Pedro: Bien ves que nosotros hemos dejado todas las cosas y te
hemos seguido. - El les dijo: En verdad os digo, que ninguno hay que haya dejado
casa, o padres, o hermanos, o mujeres, o hijos por el reino de Dios, - que no haya
de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna. (San
Lucas, cap. XVIII, v. 28, 29 y 30).
6. Y otro le dijo: Te seguiré, Señor, mas primeramente déjame ir a dar
disposición de lo que tengo en mi casa. - Jesús le dijo: Ninguno que pone su mano en el arado y mira atrás, es apto para el de
Dios. (San Lucas, cap. XI, v. 61 y 62.)
Sin discutir las palabras, es preciso buscar aquí el pensamiento, que
evidentemente era éste: "Los intereses de la vida futura sobrepujan a todos los intereses
y a todas las consideraciones humanas, porque está conforme con el fondo de la
doctrina de Jesús, mientras que la idea de renunciar a la familia seria la negación.
¿Acaso no tenemos a la vista la aplicación de estas máximas, en el sacrificio de
los intereses y de los efectos de familia por la patria? ¿Se vitupera a un hijo porque deja
a sus padres, a sus hermanos, a su mujer y a sus hijos, para marchar en defensa de su
país? ¿No se le atribuye, por el contrario, un mérito por abandonar las comodidades del
hogar doméstico, los lazos de la amistad, para cumplir con un deber? Hay, pues, deberes
mayores unos que otros. ¿No impone la ley la obligación a la hija de dejar a sus padres
para seguir a su esposo? El mundo está lleno de casos en que las más penosas
separaciones son necesarias, pero no por eso se rompen los afectos; el alejamiento no
disminuye ni el respeto ni la solicitud que se debe a los padres, ni la ternura por los hijos.
Se ve, pues, que aun tomadas literalmente, a excepción de la palabra "aborrecer",
aquellas no son negación del mandamiento que prescribe honrar padre y madre, ni el
sentimiento de ternura paternal, mayormente si en ellas se busca el sentido propio. Estas
palabras tenían por objeto enseñar, por medios de un hipérbole, cuán imperioso era el
deber de ocuparse de la vida futura. Por otra parte, poco podían ofender a un pueblo y
en una época en que, a consecuencia de las costumbres, los lazos de la familia tenían
menos fuerza que una civilización moral más avanzada; más débiles estos lazos en los
pueblos primitivos, se fortifican con el desarrollo de la sensibilidad y del sentido moral.
La separación es, asimismo, necesaria para el progreso; sucede en las familias como en
las razas, que se bastardean si no hay cruzamiento y si no se injertan las unas con las otras; es una ley de la naturaleza, tanto en interés del
progreso moral como físico.
Aquí las cosas se miran desde el punto de vista terrestre; el Espiritismo nos las
hace ver de más alto enseñándonos que los verdaderos lazos de afecto son los del
Espíritu y no los del cuerpo; que estos lazos no se rompen ni por la separación, ni aun
por la muerte del cuerpo, y que se fortifican en la vida espiritual por la purificación del
espíritu; verdad consoladora que da gran fuerza para sobrellevar las vicisitudes de la
vida. (Cap. IX, número 18; cap. XIV, Nº 8).
Dejad a los muertos el cuidado de enterrar a sus muertos
7. Y a otro dijo: Sígueme. Y él respondió: Señor, déjame ir antes a enterrar
a mi padre. - Y Jesús le dijo: deja que los muertos entierren a sus muertos; mas tú
ve y anuncia el reino de Dios. (San Lucas, cap. IX, v. 50 y 60).
8. ¿Qué pueden significar estas palabras: "Deja que los muertos entierren a sus
muertos"? Las consideraciones que proceden manifiestan, en primer lugar, que en las
circunstancias en que fueron pronunciadas no podían expresar una reprobación contra el
que miraba como un deber de piedad filial el ir a enterrar a su padre; pero encierran un
sentido profundo que sólo un conocimiento más completo de la vida espiritual podía
hacer comprender.
En efecto: la vida espiritual es la vida verdadera, es la vida normal del espíritu;
su existencia terrestre sólo es transitoria y pasajera; es una especie de muerte si se la
compara con el esplendor y la actividad de la vida espiritual. El cuerpo no es otra cosa
que un hábito grosero que reviste momentáneamente el espíritu, verdadera causa que le
une al terrón de tierra, y es feliz cuando queda libre de ella. El respeto que se tiene por los muertos no es por la materia, sino por el recuerdo del espíritu ausente; es
análogo al que se tiene por los objetos que le pertenecieron, que él tocó y que los que le
han amado guardan como reliquias. Esto es lo que aquel hombre no podía comprender
por sí mismo; Jesús se lo enseñó diciéndole: "No os inquietéis por el cuerpo; antes bien,
cuidad al espíritu id a enseñar el reino de Dios; id a decir a los hombres que su patria no
está en la Tierra, sino en el Cielo, en donde se encuentra la verdadera vida".
Yo no he venido a traer la paz, sino la división
9. No penséis que vine a meter paz sobre la tierra; no vine a meter paz sino
espada; - porque vine a separar al hombre contra su padre, y a la hija contra su
madre, y la nuera contra su suegra. - Y los enemigos del hombre, los de su casa.
(San Mateo, cap. X, v. 34, 35 y 36).
10. Fuego vine a poner en la tierra; ¿y qué quiero sino que arda? - Con
bautismo es menester que yo sea bautizado; ¡y cómo me angustio basta que se
cumpla! - ¿Pensáis que soy venido a poner paz en la tierra? Os digo que no, sino
división; - porque de aquí en adelante habrán cinco en una casa divididos, los tres
estarán contra los dos, y los dos contra los tres. - Estarán divididos: el padre
contra el hijo, y el hijo contra su padre, la madre contra la hija, y la hija contra la
madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra. (San Lucas, cap.
XII, v. de 49 a 53).
11. ¿Es el mismo Jesús y la personificación de la benignidad y de la bondad, y
que no cesó de predicar el amor al prójimo, el que pudo decir: Yo no he venido a meter
paz, sino espada; he venido a separar al hijo de su padre, al esposo de su esposa; he
venido a poner fuego sobre la tierra y lo que quiero es que arda? ¿Acaso estas palabras
no están en contradicción manifiesta con su enseñanza? ¿No es blasfemia atribuirle el
lenguaje de un conquistador sanguinario y devastador? No, no hay blasfemia ni
contradicción en estas palabras, porque El es quien las pronunció y ellas atestiguan su
alta sabiduría; sólo que su forma, un poco equívoca, no expresa exactamente su
pensamiento, y esta es la causa por la que se ha entendido mal su sentido verdadero.
Tomadas literalmente tendrían por objeto transformar su misión, enteramente pacífica,
en misión de turbulencias y discordias, consecuencias absurdas que el buen sentido
rechaza, porque Jesús no podía desmentirse. (Capítulo XIV, número 6).
12. Toda idea nueva necesariamente encuentra oposición, y no hay una sola que
se haya establecido sin luchas, puesto que en semejante caso la resistencia está siempre
en relación a la importancia de los resultados "previstos", porque cuanto más grande es,
mayores intereses lastima. Si es notoriamente falsa, y si se juzga, sin consecuencia, nadie
hace caso y se la deja pasar sabiendo que no tiene vida. Pero si es verdadera, si descansa
sobre una base sólida, si se entrevé su porvenir, un secreto presentimiento advierte a sus
antagonistas que es una desgracia para ellos y para el orden de las cosas en cuyo
sostenimiento están interesados; por este motivo la persiguen lo mismo que a sus
partidarios.
13. Jesús vino a proclamar la doctrina que minaba por su base el abuso en que
vivían los fariseos, los escribas y los sacerdotes de su tiempo; por esto también le
hicieron morir, creyendo matar la idea matando al hombre; pero la idea sobrevivió
porque era verdadera; se engrandeció porque estaba en los designios de Dios, y salida
de un pueblo obscuro de la Judea fué a plantar su estandarte en la misma capital del
mundo pagano, en presencia de sus enemigos más encarnizados, de los que tenían más
interés en combatirla porque echaba por el suelo creencias seculares que muchos
sostenían más bien por interés que por convicción. Allí esperaban a sus apóstoles las
luchas más terribles; las víctimas fueron innumerables, pero la idea se engrandeció siempre y salió triunfante, porque sobrepujaba en verdad a las
anteriores.
14. Es preciso notar que el cristianismo llegó cuando el paganismo estaba en
decadencia, y se debatía contra las luces de la razón. Se practicaba aún por fórmula,
pero la creencia había desaparecido; sólo el interés personal la sostenía. Pero el interés
es tenaz; nunca cede a la evidencia irritándose tanto más cuanto más perentorios son los
razonamientos que se le oponen y le demuestran mejor su error; sabe bien que está en él,
mas esto no le conmueve, porque la verdadera fe no está en su alma; lo que más teme es
la luz que abre los ojos de los ciegos; este error lo aprovecha, y por esto se aferra a él y
lo defiende.
¿Sócrates no había, también, emitido una doctrina análoga, hasta cierto punto, a
la de Cristo? ¿Por qué, pues, no prevaleció en aquella época en uno de los pueblos más
inteligentes de la tierra? Es que el tiempo no había llegado aún; Sócrates sembró en una
tierra que no estaba trabajada; el paganismo aun no se había "gastado". Cristo recibió su
misión providencial en tiempo propicio. Todos los hombres de su época no estaban, ni
mucho menos, a la altura de las ideas cristianas; pero había una aptitud más general en
asimilárselas porque se empezaba a sentir el vacío que las creencias vulgares dejaban en
el alma. Sócrates y Platón abrieron el camino y predispusieron los espíritus. (Véase en la
Introdución, párrafo IV, "Sócrates y Platón, precursores de la idea cristiana y del
Espiritismo").
15. Desgraciadamente los adeptos de la nueva doctrina no se entendieron sobre
la interpretación de las palabras del maestro, la mayor parte cubiertas con el velo de las
alegorías y de la figura; de aquí nacieron, desde el principio, las sectas numerosas que
todas pretendían tener la verdad exclusiva, y que diez y ocho siglos no han podido poner de acuerdo. Olvidando el más importante de los divinos
preceptos, aquel del que Jesús había hecho la piedra angular de su edificio y la condición
expresa de salvación, la caridad, la fraternidad y el amor al prójimo, esas sectas se
anatematizaron mutuamente y se arrojaron unas contra otras, destruyendo las más
fuertes a las más débiles, ahogándolas en la sangre, en los tormentos y en las llamas de
las hogueras. Los cristianos vencedores del paganismo, de perseguidos se hicieron
perseguidores, y a sangre y fuego plantaron en ambos mundos la cruz del cordero sin
mancha. Es un hecho constante que las guerras de religión han sido las más crueles y
han hecho más víctimas que las guerras políticas, y que en ninguna de éstas se han
cometido más actos de atrocidad y barbarie que en aquéllas.
¿Acaso está la falta en la doctrina de Cristo? No, ciertamente, porque condena
formalmente toda violencia. ¿Dijo nunca a sus discípulos, id y matad, destrozad, quemad
a los que no crean lo que vosotros? No, sino que les dijo todo lo contrario: Todos los
hombres son hermanos y Dios es soberanamente misericordioso; amad a vuestro
prójimo, amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os persiguen. Les dijo más: El
que mata por la espada, perecerá por la espada. La responsabilidad no está, pues, en la
doctrina de Jesús, sino en los que la han interpretado falsamente y han hecho de ella un
instrumento para servir a sus pasiones; está en los que han desconocido estas palabras:
"Mi reino no es de este mundo".
Jesús, en su profunda sabiduría, preveía lo que iba a suceder; estas cosas eran
inevitables, por ser inherentes a la inferioridad de la naturaleza humana, que no podía
transformarse repentinamente. Era preciso que el cristianismo pasase por esta larga y
cruel prueba de diez y ocho siglos para manifestar todo su poder, porque a pesar de
todo el mal cometido en su nombre ha salido puro; jamás se le ha puesto en tela de juicio; la culpa ha recaído siempre sobre los que han abusado de él; a cada acto de
intolerancia se ha dicho siempre: Si el cristianismo fuese mejor comprendido y mejor
practicado, no hubiera sucedido esto.
16. Cuando Jesús dijo: No creáis que haya venido a poner paz, sino división, su
pensamiento fué este: "No creáis que mi doctrina se establezca pacíficamente; traerá
luchas sangrientas, a las que mi nombre servira de pretexto, porque los hombres no me
habrán comprendido o no me habrán querido comprender; los hermanos separados por
su creencia sacarán la espada uno contra otro, y la división reinará entre los miembros
de una misma familia que no tendrá la misma fe. Yo he venido a poner el fuego en la
tierra para limpiarla de los errores y de las preocupaciones, del mismo modo que se
pone fuego en un campo para destruir las malas hierbas, y por mi parte quiero que arda
para que la purificación sea más pronta, porque de este conflicto saldrá triunfante la
verdad; a la guerra sucederá la paz, al encono de los partidos la fraternidad universal, a
las tinieblas del fanatismo la luz de la fe razonada. Entonces, cuando el campo esté
preparado, "os enviaré el Consolador, el Espíritu de Verdad que vendrá a restablecer
todas las cosas"; es decir, que haciendo conocer el verdadero sentido de mis palabras,
que los hombres, ya más ilustrados, podrán por fin comprender, pondrán término a la
lucha fratricida que divide a los hijos de un mismo Dios. Cansados, por último, de un
combate sin consecuencias, que arrastra tras sí la desolación y lleva la turbación hasta el
seno de las familias, los hombres reconocerán en dónde están sus verdaderos intereses
para este mundo y para el otro; verán de qué lado están los amigos y enemigos de su
reposo. Entonces todos se agruparán bajo una misma bandera: la de la caridad, y las
cosas se restablecerán en la tierra según la verdad y los principios que os he enseñado".
17. El Espiritismo viene a realizar, en el tiempo predicho, las promesas de
Cristo; sin embargo, esto no puede hacerse sin destruir los abusos; como Jesús,
encuentra a su paso el orgullo, el egoísmo, la ambición, la avaricia y el ciego fanatismo,
que, acosados en sus últimos atrincheramientos, intentan cortarle el camino y le suscitan
trabas y persecuciones; por esto le es necesario también combatir; pero el tiempo de las
luchas y de las persecuciones sangrientas ha pasado; las que se tendrán que sufrir serán
enteramente morales, y el término se acerca; las primeras han durado siglos; éstas
durarán apenas algunos años, porque la luz, en lugar de salir de un solo foco, sale de
todos los puntos del globo y abrirá más pronto los ojos a los ciegos.
18. Aquellas palabras de Jesús deben, pues, entenderse en el sentido de que
manifestaban la cólera que él preveía que su doctrina iba a levantar los conflictos
momentáneos que iban a ser su consecuencia, las luchas que tendrían que sostenerse
antes de establecerse, como sucedió con los Hebreos antes de entrar en la Tierra
prometida, y no como un designio premeditado por su parte de sembrar el desorden y la
confusión. El mal debía venir de los hombres y no de El. Es como el médico que va a
curar, pero cuyos remedios provocan una crisis saludable removiendo los humores
malsanos del enfermo.