EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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CAPÍTULO XIII - No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha

Hacer bien sin ostentación. - Los infortunios ocultos. - Dinero la viuda. - Convidar a los pobres y estropeados. - Obligar sin esperanza de recompensa. - Instrucciones de los espíritus: La caridad material y la caridad moral. - La beneficencia. - La piedad. - Los huérfanos. - Favores pagados con ingratitudes. - Beneficencia exclusiva.

Hacer bien sin ostentación

1. Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos: de otra manera, no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos. - Y así, cuando haces limosna, no hagas tocar la trompeta delante de ti, como los hipócritas hacen en las sinagogas, y en las calles para ser honrados de los hombres. En verdad os digo, recibieron su galardón. - "Mas tú cuando haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha"; - para que tu limosna sea en oculto, y tu Padre, que ve en lo oculto; te premiará. (San Mateo, cap. VI, v. de 1 a 4.)

2. Y como descendió del monte, le siguieron muchas gentes. - Y vino un leproso, y le adoraba diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. - Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero. Sé limpio. Y luego su lepra fué limpiada. - Y le dijo Jesús: "Mira que no lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, en testimonio a ellos". (San Mateo, cap. VIII, v. 1 a 4.)

3. Hacer bien sin ostentación es un gran mérito; ocultar la mano que da es aún más meritorio; es señal incontestable de una gran superioridad moral, porque es menester ver las cosas de más alto que lo que se ven vulgarmente, es preciso hacer abstracción de la vida presente e identificarse con la vida futura; en una palabra, es menester colocarse sobre la Humanidad para renunciar a la satisfacción que procura el testimonio de los hombres y esperar la aprobación de Dios. El que aprecia más el sufragio de los hombres que el de Dios, prueba que tiene más fe en los hombres que en Dios, y que la vida presente es más apreciable para él que la vida futura; o lo que es lo mismo, que no cree en la vida futura; si dice lo contrario, obra como si no creyese en lo que dice.

¡Cuántos hay que sólo se obligan con la esperanza de que el obligado publicará por todas partes el bien que se le ha hecho; que a la luz del día darán una gran cantidad y en la obscuridad no darán ni un ochavo! Por esto dijo Jesús: "Los que hacen bien con ostentación han recibido ya la recompensa"; en efecto, el que busca su glorificación en la tierra por el bien que ha hecho, él mismo se ha pagado; Dios ya no le debe nada; sólo le falta recibir el castigo de su orgullo.

"Que la mano izquierda no sepa lo que da la derecha", es una figura que caracteriza admirablemente la beneficencia modesta; pero si hay modestia real, hay también modestia aparente, el simulacro de la modestia: hay personas que ocultan la mano que da, teniendo cuidado de hacer que se vea un poco, mirando si alguno les ve ocultarla. ¡Indigna parodia de las máximas de Cristo! Si los bienhechores orgullosos son despreciados entre los hombres, ¡qué no será ante Dios! Estos también han recibido su recompensa en la Tierra. Se les ha visto; están satisfechos de haber sido vistos; esto es todo lo que tendrán.

¿Cuál será, pues, la recompensa de aquel que hace pagar caros sus beneficios a la persona obligada, que le impone de cierto modo muestras de reconocimiento y que le hace sentir su posición encomiando el precio de los sacrificios que se impone por él? ¡Oh! para éste, ni siquiera hay la recompensa terrestre, porque está privado de la dulce satisfacción de oir bendecir su nombre, y este es el primer castigo de su orgullo. Las lágrimas que enjugan en provecho de su vanidad, en vez de subir al Cielo, vuelven a caer sobre el corazón del afligido, y lo ulceran. El bien que hace es sin provecho para él, puesto que lo echa en cara; porque todo beneficio reprochado, es una moneda falsa y sin valor.

El beneficio sin ostentacíón tiene doble mérito, porque además de ser una caridad material, es una caridad moral; modera la susceptibilidad del obligado; le hace aceptar el bien sin que sufra su amor propio y salvando su dignidad de hombre, porque habrá quien acepte un servicio y no reciba una limosna; así, pues, convertir el servicio en limosna por el modo como se hace, es humillar a aquel que lo recibe, y hay siempre orgullo y maldad cuando se humílla cualquiera La verdadera caridad, por el contrarío, es delicada e ingeniosa para disimular el beneficio, a fin de evitar hasta las menores apariencias que hieren porque todo agravio moral aumenta el sufrimiento que nace de la necesidad; sabe encontrar palabras dulces y afables que ponen al obligado en buena condición en presencia de su bienhechor; mientras que la caridad orgullosa, le confunde: Lo suprime de la verdadera generosidad, es cuando el bienhechor cambiando de papel encuentra el medio de parecer él mismo obligado en presencia de aquel a quien hace el servicio. Esto es lo que quieren decir estas palabras. No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha.


Los infortunios ocultos

4. En las grandes calamidades, la caridad se conmueve y se ven generosos rasgos para reparar los desastres; pero al lado de esos desastres generales, millares de desastres particulares hay que pasan desapercibidos, como personas que yacen sobre inmundicias sin quejarse. Estos son aquellos infortunios prudentes y ocultos que la verdadera generosidad sabe descubrir sin esperar que vengan a pedir asistencia.

¿Quién es esa mujer de maneras distinguidas, que va con sencillez aunque cuidada, seguida de una joven vestida también modestamente? Entra en una casa de sórdida apariencia, en la que es conocida sin duda, porque en la puerta la saludan con respeto. ¿Dónde va? Sube hasta la bohardilla, y allí yace una madre de familia en una cama, rodeada de sus hijos; a su llegada, la alegría brilla en aquellas caras demacradas; es que va a calmar todos sus dolores; lleva consigo lo necesario, sazonado con dulces y consoladoras palabras, que hacen aceptar el bien sin vergüenza, porque estos desgraciados no son pordioseros de profesión; el padre está en el hospital, y durante este tiempo, la madre no puede acallar a todas las necesidades. Gracias a ella, esos pobres niños no sufrirán frío ni hambre, irán a la escuela bien abrigaditos, y el seno de la madre no se agotará para los más pequeños. Si hay uno de ellos enfermo, ningún cuidado material le repugnará. De allí se va al hospital a llevar al padre algunos consuelos y tranquilizarle sobre la suerte de su familia. Al extremo de la calle espera un carruaje, verdadero almacén de todo lo que ella lleva a sus protegidos, que visita sucesivamente; no les pregunta por su creencia ni por su opinión, porque para ella todos los hombres son hermanos e hijos de Dios. Concluído su paseo, se dice: He empezado bien mi jornada. ¿Cuál es su nombre? ¿dónde vive? Nadie lo sabe; para los desgraciados es un nombre que nada descubre, pero es el ángel de consuelo, y por la noche un concierto de bendición se eleva por ella hacia el Criador; católicos, judíos, protestantes, todos la bendicen.

¿Por qué ese porte tan sencillo? Es porque no quiere insultar a la miseria con su lujo. ¿Por qué se hace acompañar por su joven hija? Para enseñarle cómo se debe practicar la beneficencia. Su hija hace también caridad, pero su madre la dice: "¿Qué puedes dar tú, hija mía, si no tienes nada tuyo? Si yo te entrego alguna cosa para pasar a la mano de los otros, ¿qué mérito tendrás? En realidad seré yo la que haré la caridad, y tú la que tendrás el mérito; esto no es justo. Cuando vamos a visitar a los enfermos, tú me ayudas a asistirlos; pues el procurarles cuidados, ya es dar alguna cosa. ¿No te parece esto suficiente? Nada hay más sencillo; aprende a hacer obras útiles confeccionando vestidos para estos niños, de este modo tú darás alguna cosa que te pertenezca". Este es el modo como esa madre, verdaderamente cristiana, forma a su hija según la práctica de las virtudes enseñadas por Cristo. ¿Es espiritista? ¡Qué importa que no lo sea!

Para la sociedad, es la mujer del mundo, porque su posición lo exige; pero se ignora lo que hace, porque no quiere otra aprobación que la de Dios y su conveniencia. Sin embargo, una circunstancia imprevista conduce un día a su casa a uno de sus protegidos que le devolvía la labor; éste la reconoció y quiso bendecir a su protectora. "¡Chitón!, le dijo; no lo digas a nadie". Así hablaba Jesús.


El dinero de la viuda

5. Y estando Jesús sentado frente al arca de las ofrendas, estaba mirando como echaban las gentes el dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. - Y vino una pobre viuda y echó dos pequeñas piezas del valor de un cuadrante. - Y llamando a sus discípulos les dijo: En verdad os digo, que más echó esta pobre viuda que todos los otros que echaron en el arca; - porque todos han echado de aquello que les sobraba, mas ésta de su pobreza, echó lo que tenía, todo su sustento. (San Marcos, cap. XII, v. de 41 a 44. - San Lucas, cap. XXI, v. de 1 a 4.)

6. Muchas personas sienten no poder hacer tanto bien como desearían por falta de recursos y si desean la fortuna, es, según dicen, para hacer de ella un buen uso; la intención es laudable sin duda, y quizás muy sincera en algunas; ¿pero puede asegurarse que sea en todos completamente desinteresada? ¿No los hay que deseando hacer bien a los otros, estarían muy satisfechos empezando por hacérselo a sí mismos, darse algunos goces más, procurarse un poco lo superfluo que les falta, y dar el resto a los pobres? Esta segunda intención, que puede muy bien que ellos no manifiesten, pero que se encontraría en el fondo de su corazón si se buscase, anula el mérito de la intención porque la verdadera caridad se acuerda de los otros antes que de sí mismo. Lo sublime de la caridad, en este caso, es buscar por su propio trabajo, por el empleo de sus fuerzas, de su inteligencia y de su talento, los recursos que le faltan para realizar sus intenciones generosas; éste sería el sacrificio más agrádable al Señor. Pero, desgraciadamente, la mayor parte más bien sueñan medios fáciles para enriquecerse de una vez y sin pena corriendo en pos de quimeras, como los descubrimientos de tesoros, una suerte aleatona y fávorable, el recobro de herencias inesperadas, etc. ¿Qué diremos de aquellos que esperan encontrar entre los espíritus auxiliares para que les ayuden en las pesquisas de esa naturaleza? Seguramente que estos no conocen ni comprenden el objeto sagrado del Espiritismo y mucho menos la misión de los espíritus a quienes Dios permite comunicarse con los hombres; pero también son castigados con los desengaños. (Libro de los Mediuns, números 294 y 295.)

Aquellos cuya intención es pura de toda idea personal, deben consolarse de no poder hacer tanto bien como quisieran, con el pensamiento de que el óbolo del pobre que da lo que tiene privándose, pesa más en la balanza de Dios que el oro del rico, que da sin privarse de nada. Sin duda la satisfacción sería grande en poder socorrer largamente la indigencia; pero si no se tiene para dar, es preciso someterse y hacer aquello que se pueda. Adcmás, ¿sólo con oro pueden enjugarse las lágrimas y será preciso que nos estemos inactivos porque no poseemos? El que quiere sinceramente hacerse útil a sus hermanos, encuentra mil ocasiones; que las busque y las encontrará sino de un modo de otro, porque no hay uno solo que teniendo el libre goce de sus facultades, no pueda hacer algún servicio, dar un consuelo, aliviar un sufrimiento físico o moral, o hacer una diligencia útil; a falta de dinero ¿acaso no tiene cada uno su trabajo, su tiempo, su reposo del que puede dar una parte? También es este el óbolo del pobre, el dinero de la viuda.


Convidar a los pobres y estropeados

7. Y decía también al que le había convidado: Cuando das una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos: no sea que te vuelvan ellos a convidar y te lo paguen. - Mas cuando haces convite, llama a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. - Y serás bienaventurado, porque no tienen con que corresponderte: mas se te galardonará en la resurrección de los justos.

Cuando uno de los que comían a la mesa oyó esto, dijo: Bienaventurado el que comerá pan en el reino de Dios! (San Lucas, cap. XIX, v. de 12 a 15).

8. "Cuando deis un festín, dijo Jesús, no convidéis a vuestros amigos, sino a los pobres y estropeados". Estas palabras absurdas si se toman literalmente, son sublimes, si se busca en ellas la idea. Jesús no pudo haber querido decir, que en lugar de los amigos era menester reunir a la mesa los pobres de la calle; su lenguaje era casi siempre figurado, y a hombres incapaces de comprender los delicados matices del pensamiento, les eran necesarias imágenes fuertes que produjesen el efecto de los colores muy vivos. El fondo de su pensamiento se revela en estas palabras: "Y serás bienaventurado, porque no tienen con que corresponderte"; es decir, que no debe hacerse el bien para que se devuelva, sino por el sólo placer de ha cerlo. Para poner una comparación más comprensible, dijo: Convidad a vuestros festines a los pobres, porque sabéis que aquellos con nada podrán pagároslo; y por "festines" es menester entender, no la comida propia mente dicha, sino la participación en la abundancia de que gozáis.

Sin embargo, estas palabras pueden también tener su aplicación en un sentido más literal. ¿Cuántas gentes hay que sólo convidan a su mesa a los que pueden, como ellos dicen, hacerles honor, o que pueden convidarles a su vez? Otros, por el contrario, encuentran satisfacción en recibir a aquellos parientes o amigos que son menos felices, ¿pues quién es el que no los tiene entre los suyos? Algunas veces es prestarles un graúde servicio sin demostrarlo. Aquellos, sin ir a reclutar a los ciegos ni a los estropeados, practican la máxima de Jesús, si lo hacen por benevolencia, sin ostentación, y si saben disimular la buena obra con una sincera cordialidad.


INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

La caridad material y la caridad moral


9. "Amémonos unos a otros y hagamos a los demás lo que quisiéramos que se hiciera por nosotros." Toda la religión, toda la moral, se encuentran encerradas en estos dos preceptos; si se siguieran en la Tierra, seríais perfectos; ya no habría odios ni disensiones; diré más; ya no habría pobreza, porque de lo superfluo de las mesas de los ricos se alimentarían muchos pobres y no veríais ya en los sombríos barrios que yo habitaba, durante mi última encarnación, a esas pobres mujeres llevando consigo a sus desfallecidos hijitos, faltos de todo.

¡Ricos! Pensad un poco en esto; ayudad en cuanto podáis al desgraciado; dad para que Dios os vuelva un día el bien que habréis hecho, para que encontréis al salir de vuestra envoltura terrestre, un acompañamiento de espíritus reconocidos que os recibirán en el umbral de un mundo más feliz. ¡Si pudieseis saber la alegría que tuve volviendo a encontrar allí a los que yo pude favorecer en mi última vida...

! Amad, pues, a vuestro prójimo, amadle como a vosotros mismos, porque ahora ya lo sabéis; ese desgraciado que rechazáis, quizá es un hermano, un padre, un amigo que rechazáis lejos de vosotros, y entonces, ¡cuál será vuestra desesperación al reconocerle en el mundo de los espíritus!

Deseo que comprendáis bien lo que puede ser la "caridad moral", la que todos pueden practicar, la que no "cuesta nada" material, y sin embargo, la que es más difícil de poner en práctica.

La caridad moral consiste en sobrellevarnos unos a otros, y es lo qúe menos hacéis en este mundo en donde estáis encarnados por el momento. Creedme, hay un gran mérito en saberse callar para dejar hablar a otro más ignorante, y esto es también una especie de caridad. Saber ser sordo cuando una palabra burlona se escapa de una boca acostumbrada a ridiculizar; no ver la sonrisa desdeñosa con que os reciben ciertas gentes, que muchas veces, sin razón, se creen superiores a vosotros mientras que en la vida espiritista, "la sola verdadera", les falta quizá mucho para alcanzaros; aqui tenéis un mérito no de humildad sino de caridad, porque el dejar de notar las faltas de otro, es la caridad moral.

Sin embargo, esta caridad no debe impedir la otra, pero sobre todo, pensad en no despreciar a vuestro semejante, acordáos de lo que ya os he dicho; preciso es tener presente que, en el pobre desechado, quizás rechazáis a un espíritu que os ha sido querido y que se encuentra momentáneamente en una posición inferior a la vuestra. He vuelto a ver a uno de los pobres de nuestra tierra a quien había podido, por mi dicha, favorecer algunas veces, y al que a mi vez "imploro ahora".

Acordáos que Jesús dijo que somos hermanos, y pensad siempre en ello antes de rechazar al leproso o al mendigo. Adiós, pensad en los que sufren y rogad. (Sor Rosalía. París, 1860.)


10. Amigos míos: he oído decir a muchos de vosotros: ¿Cómo puedo hacer yo caridad? muchas veces aun no tengo lo necesario.

La caridad, amigos míos, se hace de muchos modos; podéis hacer la caridad en pensamientos, en palabras, y en acciones. En pensamientos, rogando por los pobres desamparados que murieron sin que pudieran ver la luz; una oración de corazón les alivia. En palabras, dirigiendo a vuestros compañeros de todos los días algunos consejos buenos; decir a los hombres irritados por la desesperación, por las privaciones y que blasfeman del nombre del Todopoderoso: "Yo era como vosotros; yo sufría, era desgraciado; pero he creído en el Espiritismo, y mirad que feliz soy ahora". A los ancianos que os dirán: "Es inútil, estoy al fin de mi carrera y moriré como he vivido", decidles a estos: "Dios hace a todos igual justicia; acordáos de los trabajadores de la última hora". A los niños que viciados ya por las compañías que les rodean: vagan por las calles muy expuestos a caer en las malas tentaciones, decidles: "Dios nos ve, hijos míos", y no temáis en repetirles a menudo esas dulces palabras; ellas concluirán por germinar en su joven inteligencia, y en lugar de pilluelos, habréis hechó hombres honrados. También esto es una caridad.

Muchos de vosotros decís también: "¡Bah! somos tan numerosos en la tierra, que Dios no puede vernos a todos". Escuchad bien esto, amigos míos: ¿Cuando estáis en la cumbre de una montaña, acaso vuestra mirada no abraza los millares de granos de arena que la cubren? ¡Pues bien! Dios os ve del mismo modo; os deja vuestro libre albedrío, así como vosotros dejáis esos granos de arena ir a la voluntad del viento que los dispersa; sólo que Dios, en su misericordia infinita, ha puesto en el fondo de vuestro corazón un centinela y un vigilante que se llama "conciencia". Escuchadla; os dará buenos consejos. Algunas veces la embotáis oponiéndola al espíritu del mal; entonces se calla, pero creed que la pobre, abandonada, se hará oir tan pronto como la habréis dejado apercibir una sombra de remordimiento. Escuchadla, interrogadla, y muchas veces encontraréis consuelos en los consejos que os dé.

Amigos míos, a cada regimiento nuevo, el general entrega una bandera, y os doy esta máxima de Cristo: "Amáos unos a otros". Practicad esta máxima, agrupáos alrededor de este estandarte y recibiréis de El la felicidad y el consuelo. (Un espíritu protector. Lyon. 1810.)


La beneficencia

11. La beneficencia, amigos míos, os dará en este mundo los más puros y más dulces goces; los goces del corazón que no son turbados por el remordimiento, ni por la indiferencia. ¡Oh! si pudiéseis comprender todo lo que encierra de grande y suave la generosidad de las almas bellas, sentimiento que hace que se mire a otro como a sí mismo, y que uno se despoja con gusto para vestir a su hermano. ¡Que Dios os permita, mis queridos amigos, poderos ocupar en la dulce misión de hacer felices a los otros! No hay fiestas en el mundo que puedan comparar a esas fiestas alegres, cuando, representantes de la divinidad, volvéis la calma a las pobres familias que sólo conocen la vida de las vicisitudes y amarguras, cuando súbitamente véis a esos rostros ajados brillar de esperanza, porque no tenían pan; a esos desgraciados, y sus tiernos hijos, que ignorando que vivir es sufrir, gritaban, lloraban y repetían esas palabras que penetraban como un cuchillo agudo en el corazón maternal. ¡Tengo hambre....! ¡Oh! comprended cuán deliciosas son las impresiones de aquel que ve renacer la alegría allí en donde un momento antes no veía otra cosa que desesperación. ¡Comprended cuáles son vuestras obligaciones hacia vuestros hermanos! Marchad, marchad al encuentro del infortunio; marchad a socorrer sobre todo las miserias ocultas, porque éstas son las más dolorosas. Marchad, queridos míos, y acordáos de estas palabras del Salvador: "Cuando vistáis a uno de estos pequeños, pensar que a mí es a quien lo hacéis!"

¡Caridad!, palabra sublime que resume todas las virtudes, tú eres la que debe conducir los pueblos a la felicidad; practicándote se crearán goces infinitos para el porvenir, y durante su destierro en la tierra, tú serás su consuelo, el principio de los goces que disfrutarán más tarde cuando se abracen todos juntos en el seno del Dios de amor. Tú eres, virtud divina, la que me has procurado los solos momentos de felicidad que he tenido en la Tierra. Que mis hermanos encarnados puedan creer la voz del amigo que les habla y les dice: En la caridad debéis buscar la paz del corazón, el contentamiento del alma, el remedio contra las aflicciones de la vida.¡ Oh! cuando estéis a punto de acusar a Dios, echad una mirada por debajo de vosotros, y veréis cuántas miserias hay que consolar; ¡cuántos pobres niños sin familia; cuántos ancianos sin tener una mano amiga para socorrerles y cerrarles los ojos cuando la muerte los llama! ¡Cuánto bien puede hacerse! Oh, no os quejéis; por el contrario, dad gracias a Dios, y prodigad a manos llenas vuestra simpatía, Vuestro amor, vuestro dinero a todos aquellos que desheredados de los bienes de este mundo, languidecen en el sufrimiento y en el aislamiento. Aquí en la tierra recogeréis goces muy dulces, y más tarde...¡Dios sólo lo sabe! (Adolfo, obispo de Argel. Bordeaux, 1861).


12. Sed buenos y caritativos, esta es la llave de los cielos que tenéis en vuestras manos, toda la felicidad eterna está encerrada en esta máxima; Amáos unos a otros. El alma no puede elevarse en las regiones espirituales sino por abnegación y amor al prójimo; sólo encuentra felicidad y consuelo en los impulsos de la caridad; sed buenos, sostened a vuestros hermanos, dejad a un lado la horrible plaga del egoísmo; llenando este deber, se os abrirá el camino de la felicidad eterna. Por lo demás, ¿quién de entre vosotros no ha sentido latir su corazón, dilatarse su alegría interior al oir contar un bello sacrificio o una obra verdaderamente caritativa? Si sólo buscaseis el deleite que proporciona una buena acción, estaríais siempre en el camino del progreso espiritual. Los ejemplos no faltan; sólo las buenas voluntades son raras. Mirad la multitud de hombres de bien cuya piadosa memoria os recuerda la Historia.

¿No os ha dicho Cristo todo lo que concierne a estas virtudes de caridad y de amor? ¿por qué dejáis a un lado esas divinas enseñanzas? ¿por qué se cierran los oídos a sus divinas palabras y el corazón a todas sus dulces máximas? Yo quisiera que se fijase más la atención y hubiese más fe en las lecturas evangélicas, pues se abandona ese libro y se ha hecho de él una palabra vacía, una carta cerrada: se echa al olvido ese código admirable, y vuestros males provienen del abandono voluntario que hacéis de ese resumen de leyes divinas. Leed, pues, esas páginas ardientes del afecto de Jesús, y meditadlas.

Hombres fuertes, ceñios; hombres débiles, haced armas de vuestra dulzura, de vuestra fe y tened más persuasión, más constancia en la propagación de vuestra nueva doctrina; sólo hemos venido a daros ánimo para estimular vuestro celo y vuestras virtudes, sólo para esto nos permite Dios que nos manifestemos a vosotros; pero si se quisiera, no habría necesidad de otra cosa que de la ayuda de Dios y de su propia voluntad; las manifestaciones espiritistas sólo se han hecho para los ojos cerrados y corazones indóciles.

La caridad es la virtud fundamental que debe sostener todo el edificio de las virtudes terrestres; sin ellas, las otras no existen. Sin la caridad no hay esperanza en una vida mejor, no hay interés moral que nos guíe; sin caridad no hay fe, porque la fe sólo es un rayo puro que hace brillar a un alma caritativa.

La caridad es el áncora eterna de salvación en todos los globos; es la más pura emanación del mismo Criador: es su propia virtud que El da a la criatura. ¿Cómo fuera posible desconocer a esta suprema bondad? Con este pensamiento, ¿cuál seria el corazón con suficiente perversidad para rehusar y rechazar ese sentimiento enteramente divino? ¿Cuál sería el hijo bastante malo para sublevarse contra esta dulce caricia: la caridad?

Yo no me atrevo a hablar de lo que he hecho, porque los espíritus tienen también el pudor de sus obras; pero creo que la que he empezado, es una de las que deben contribuir más al alivio de vuestros semejantes. Veo que los espíritus muchas veces piden por misión continuar mi tarea; veo a mis buenas y queridas hermanas en su piadoso y divino misterio; las veo practicar la virtud que os recomiendo, con toda la alegría que procura esa existencia de abnegación y sacrificios: para mí es una felicidad grande el ver tan honrado su carácter, estimada su misión y dulcemente protegida. Hombres de bien, de buena y grande voluntad, uníos para continuar la grande obra de propagación de la caridad: vosotros hallaréis la recompensa de esta virtud en su mismo ejercicio: proporciona todos los goces espirituales desde la vida presente. Uníos, amáos unos a otros según los preceptos de Cristo. Amén. (San Vicente de Paul. París, 1858.)


13. Yo me llamo la caridad, soy el camino principal que conduce a Dios; seguidme, porque soy el objeto al que debéis todos aspirar.

Esta mañana he hecho mi paseo habitual, y con el corazón lastimado vengo a deciros: ¡Oh! amigos míos, qué miserias, qué lágrimas y cuánto tenéis que hacer para sacarlas todas! He procurado vanamente consolar a las pobres madres; las he dicho al oído: ¡Animo! ¡hay buenos corazones que velan por vosotras, no os abandonarán, paciencia! Dios está aquí, sois sus amadas, sois sus elegidas. Parece que me oyen y vuelven a mí sus grandes ojos extraviados, pues leía en su pobre rostro que su cuerpo, ese tirano del espíritu, tenía hambre, y que si mis palabras serenaban un poco su corazón, no llenaban su estómago. Repetía otra vez, ¡ánimo, ánimo!, y entonces una pobre madre, joven aun, que amamantaba a su hijito, lo ha tomado en sus brazos y lo ha levantado como rogándome que protegiese a aquel pobre pequeño ser que sólo sacaba de su seno estéril un alimento insuficiente.

En otra parte, amigos míos, he visto a pobres ancianos sin trabajo y en breve sin asilo, presa de todos los sufrimientos de la necesidad, y avergonzados de su miseria, no atreverse, no habiendo mendigado nunca, a implorar la piedad de los viandantes. Con el corazón conmovido de compasión, yo que nada tengo, me he puesto a mendigar para ellos, y voy por todas partes estimulando la beneficencia e inspirando buenos sentimientos a los corazones generosos y compasivos. Por esto vengo hoy, amigos míos, y os digo: allá hay desgraciados cuya artesa está sin pan, su hogar sin fuego y su cama sin abrigo. No os digo lo que debéis hacer, dejo la iniciativa a vuestros corazones; si yo os trazara vuestra línea de conducta, no tendríais el mérito de vuestra buena acción, sólo os digo: Soy la caridad, y os tiendo la mano para vuestros hermanos que sufren.

Mas si pido, también doy, y doy mucho; ¡os convido al gran banquete, y os facilito el árbol en que os saciaréis todos! ¡Mirad qué hermoso es y cuán cargado está de flores y de frutos! Id, id; coged todos los frutos de ese hermoso árbol, que es la beneficencia. En el lugar que ocupaban las ramas que habréis cogido, pondré todas las buenas acciones que haréis y llevaré este árbol a Dios para que lo cargue de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, a fin de que os cuente en el número de los que se alisten a mi bandera; no tengáis miedo; yo os conduciré al camino de la salvación; porque soy la Caridad. (Caritá, martirizada en Roma. Lyon, 1861).


14. Hay varias clases de caridad, y que muchos de vosotros confundís con la limosna, y sin embargo, hay una gran diferencia. La limosna, amigos míos, algunas veces es útil porque alivia a los pobres, pero siempre es humillante para el que la hace y para el que la recibe. La caridad, por el contrario, ata al bienhechor y al obligado, y además, ¡se disfraza de tantos modos! Se puede ser caritativo aun con sus allegados, con sus amigos, siendo indulgentes los unos con los otros, perdonándose sus debilidades, teniendo cuidado de no ajar el amor propio de nadie; vosotros, espiritistas, podéis serlo en vuestro modo de obrar con aquellos que no piensan como vosotros, iniciando en la doctrina a los que ven menos, sin chocar, sin contradecir sus convicciones, conduciéndoles suavernente a vuestras reuniones en donde podrán escucharnos y en las que sabremos encontrar fácilmente la parte sensible del corazón por donde deberemos penetrar. Este es uno de los módos de hacer caridad.

Escuchad ahora la caridad con los pobres, con esos desheredados de la tierra, pero recompensados por Dios, si saben aceptar sus miserias sin murmurar, y esto depende de vosotros. Voy a hacerme comprender por medio de un ejemplo.

Yo veo muchas veces a la semana una reunión de mujeres: las hay de todas edades: ya sabéis que para nosotros todas son hermanas. ¿Qué es lo que hacen? Trabajan aprisa, aprisa; sus dedos son ágiles; ved cómo sus rostros están radiantes y cómo sus corazones laten unidos! Pero, ¿cuál es su objeto? Ven que se acerca el invierno, que será rudo para las familias pobres; las hormigas no han podido reunir durante el verano el grano necesario para su provisión, y la mayor parte de los efectos están empeñados; las pobres madres se inquietan y lloran pensando en sus hijitos que este invierno tendrán frío y hambre. ¡Pero paciencia, pobres mujeres! Dios ha inspirado a otras más afortunadas que vosotras; se han reunido, y os confeccionan vestidos; después uno de estos días, cuando la nieve haya cubierto la tierra y cuando murmuréis diciendo: "Dios no es justo", porque esta es la palabra ordinaria de los que sufren, veréis aparecer uno de los hijos de esas buenas trabajadoras que se han constituído en las obreras de los pobres: sí, para vosotras trabajan de este modo, y vuestra murmuración se cambiará en bendición, porque en el corazón de los desgraciados el amor sigue de muy cerca al odio.

Como todas esas trabajadoras necesitan ánimo, veo que las comunicaciones de los espíritus les llegan de todos lados; los hombres que forman parte de esa sociedad, ayudan con su concurso, haciendo una de esas lecturas que tanto gustan; y nosotros, para recompensar el celo de todos y de cada uno en particular, prometemos a esas obreras laboriosas buena clientela que les pagará al contado en bendiciones, única moneda aceptada en el cielo, asegurándoles, además, y sin miedo de adelantarnos demasiado, que no les faltará. (Caritá. Lyon, 1861).


15. Queridos amigos; todos los días oigo decir entre vosotros: "Soy pobre, no puedo hacer caridad"; y veo también que os falta la indulgencia para vuestros semejantes; nada les perdonais, y os constituís en jueces, a menudo severos, sin preguntaros si estaríais satisfechos de que hicieran otro tanto con vosotros. ¿Acaso la indulgencía no es también caridad? Los que sólo podéis hacer la caridad indulgente, hacedla al menos, pero hacedla con grandeza. Por lo que hace a la caridad material, voy a contaros una historia del otro mundo.

Dos hombres acaban de morir: Dios había dicho: "Durante la vida de esos hombres, se pondrá en un saco cada una de sus buenas acciones, y a su muerte, se pesarán los sacos". Cuando estos hombres llegaron a su última hora, Dios se hizo llevar los dos sacos; el uno era grande, ancho, bien lleno, resonaba el metal que lo llenaba; el otro era pequeño, y tan delgado, que se veían los escasos cuartos que contenía; cada uno de estos hombres reconoció el suyo. Este es el mio, dijo el primero, lo reconozco, he sido rico y he dado mucho. Este es el mío, dijo el otro, yo siempre he sido pobre, ¡ay de mí!; casi no tenía nada para distribuir. Pero, ¡oh sorpresa!, puestos los dos sacos en la balanza, el más grande se volvió ligero y el más pequeño pesó tanto, que hizo caer mucho la balanza de su parte. Entonces Dios dijo al rico: Tú has dado mucho, verdad es, pero has dado por ostentación y para ver figurar tu nombre en todos los templos del orgullo, y dando, no te has privado de nada; ve a la izquierda y puedes estar contento si tu limosna se toma en cuenta por alguna cosa. Después dijo al pobre: Tú has dado muy poco, amigo mío; peró cada uno de los cuartos que están en la balanza, representa una privación para ti; si no has hecho limosna, has hecho caridad, y lo mejor es que la has hecho naturalmente, sin pensar que se tomaria en cuenta; tú has sido indulgente, no has juzgado a tu semejante, y aun le has disimulado todas sus acciones; pasa a la derecha y ve a recibir tu recompensa". (Un espíritu protector. Lyon, 1861).


16. La mujer rica y feliz que no tiene necesidad de emplear su tiempo en los trabajos de su casa, ¿no podría consagrar algunas horas a los trabajos útiles para sus semejantes? Que con lo superfluo de sus goces compre con qué cubrir a los desgraciados que tiritan de frío; que haga con sus delicadas manos groseros pero calientes vestidos; que ayude a la madre a cubrir al niño que va a nacer; si su hijo tiene algunos encajes menos, el del pobre estará más caliente. Trabajar para los pobres es trabajar en la vida del Señor.

Y tú, pobre trabajadora que no tienes lo superfluo, pero que en tu amor a tus hermanos quieres dar un poco de lo que posees, da algunas horas de tu jornal, de tu tiempo que es tu solo tesoro; confecciona esas cosas elegantes que tientan a los ricos, vende el trabajo de tu velada, y podrás de este modo procurar a tus hermanos tu parte de alivio: quizás tendrás algunos adornos menos, pero darás zapatos a los que van descalzos.

Y vosotras, mujeres entregadas a Dios, trabajad también en su obra, pero que vuestros trabajos delicados y costosos no se hagan sólo para adornar vuestras capillas, para llamar la atención sobre vuestra destreza y paciencia; trabajad, hijas mías, y que el precio de vuestras obras se consagre al alivio de vuestros hermanos en Dios; los pobres son sus hijos muy queridos, y trabajar para ellos, es glorificarle. Sed para ellos la Providencia que dice: A las aves del Cielo, Dios da el pasto. Que el oro y la plata que tejen vuestros dedos, se cambien en vestidos y alimentos para los necesitados. Haced esto, y vuestro trabajo será bendecido.

Y todos vosotros que podéis producir, dad, dad vuestro genio, dada vuestras inspiraciones, dad vuestro corazón, que Dios os bendecirá. Poetas, literatos que sólo sois leídos por las gentes del mundo, satisfaced sus ocios, pero que el producto de algunas de vuestras obras se consagre al consuelo de los desgraciados; pintores, escultores, artistas de todas clases, que vuestra inteligencia venga también en ayuda de vuestros hermanos, porque vosotros gozaréis del mismo modo y ellos tendrán algunos sufrimientos menos.

Todos vosotros podéis dar; a cualquiera clase que pertenezcáis, tenéis alguna cosa que podéis distribuir; de cualquiera cosa que Dios os haya dado, debéis una parte al que le falte lo necesario; porque en su puesto, estaríais muy contentos de que otro repartiese lo suyo con vosotros. Vuestros tesoros de la tierra serán un poco menores, pero vuestros tesoros en el cielo serán mas abundantes; allí recogeréis un céntuplo de lo que habréis sembrado en buenas obras en la tierra. (Juan. Bordeaux, 1861).


La piedad

17. La piedad es la virtud que más se aproxima a los ángeles, es la hermana de la caridad que os conduce hacia Dios. ¡Ah! dejad que vuestro corazón se enternezca al aspecto de las miserias y de los sufrimientos de vuestros semejantes; vuestras lágrimas son bálsamo que derramáis sobre sus heridas, y cuando por una dulce simpatía, conseguís volverles la esperanza y la resignación, ¡qué satisfacción no experimentáis! Es verdad que este encanto tiene cierta amargura, porque nace al lado de la desgracia; pero si no tiene la acritud de los goces mundanos, ni las punzantes decepciones del vacío que éstas dejan en pos de sí, tiene una suavidad penetrante que alegra el alma. La piedad, la piedad bien sentida, es amor; el amor es afecto; el afecto es el olvido de sí mismo, y este olvido es la abnegación en favor del desgraciado, es la virtud por excelencia, es la que practicó toda su vida el divino Mesías, y que enseñó en su doctrina tan sublime y tan santa; cuando esta doctrina llegue a su pureza primitiva, cuando sea admitida por todos los pueblos, dará la felicidad a la Tierra, haciendo, al fin, reinar en ella la concordia, la paz y el amor.

El sentimiento más propio para haceros progresar dominando vuestro egoísmo y vuestro orgullo, el que dispone vuestra alma a la humildad, a la beneficencia, y al amor a vuestro prójimo, ¡es la piedad!, esa piedad que conmueve hasta vuestras entrañas ante los sufrimientos de vuestros hermanos, y que os hace tenderLes una mano caritativa y os arranca simpáticas lágrimas. No sofoquéis nunca en vuestros corazones, pues, esa pasión celeste; no hagáis como esos egoístas endurecidos que se alejan de los afligidos, porque la vista de su miseria turbaría un instante su alegre existencia; temed el quedar indiferentes cuando podáis ser útiles. La tranquilidad comprada a precio de una indiferencia culpable, es la tranquilidad del mar Muerto, que oculta en el fondo de sus aguas el fango fétido y la corrupción.

¡La piedad, sin embargo, está lejos de causar la turbación y el fastidio de que se espanta el egoísta! Sin duda el alma experimenta, al contacto de la desgracia de otro y concentrándose en, si misma, un estremecimiento natural y profundo, que hace vibrar todo vuestro ser y os afecta penosamente; pero la compensación es grande cuando conseguís volver el valor y la esperanza a un hermano desgraciado a quien enternece la presión de una mano amiga, y cuya mirada, húmeda a la vez de emoción y de reconocimiento, se vuelve dulcemente hacia vosotros antes de fijarse en el cielo para darle graciás por haberle mandado un consolador en su apoyo. La piedad es la melancólica, pero celeste precursora de la caridad, la primera entre las virtudes, cuya hermana es y cuyos beneficios prepara y ennoblece. (Miguel. Bordeaux, 1862).


Los huérfanos

18. Hermanos míos, amad a los huérfanos; si supiérais cuán triste es el estar solo y abandonado, sobre todo en edad temprana! Dios permite que haya huérfanos para inducirnos a servirles de padre. ¡Qué divina caridad la de ayudar a una pobre criatura abandonada, la de impedir que sufra hambre y frío, la de dirigir su alma con el fin de que no se pierda en el vicio! El que tiende la mano al niño abandonado, es agradable a Dios porque comprende y practica su ley. Pensad también que el hijo que socorréis, os ha sido con frecuencia muy amado en otra encarnación, y si pudiéseis acordaros, no sería caridad, sino un deber. Así, pues, amigos míos, todo ser que sufre es vuestro hermano y tiene derecho a vuestra caridad, no a esa caridad que hiere el corazón, no a esa limosna que quema la mano del que la recibe, porque vuestros óbolos rehusarían, si la enfermedad y la desnudez no les esperasen en la bohardilla que habitan! Dad con delicadeza; añadir al beneficio el más precioso de todos: una buena palabra, una caricia, una sonrisa de amigo; evitad ese tono de protección que atormenta el corazón, y pensad que haciendo bien, trabajáis para vosotros y los vuestros. (Un espíritu familiar. París, 1860).


Beneficencia exclusiva.

19. "¿Qué debemos pensar de las personas que habiéndoseles pagado sus beneficios con ingratitudes, ya no hacen bien por miedo de encontrar ingratos?".

Estas personas tienen más egoísmo que caridad, por que hacer el bien sólo para recibir muestras de reconocimiento es no hacerlo con desinterés, y el bien desinteresado es el bien agradable a Dios. También hay orgullo, porque se complacen en la humildad del obligado que viene a poner el reconocimiento a sus pies. El que busca en la Tierra la recompensa del bien que hace, no la recibirá en el cielo; pero Dios tendrá buena cuenta del que no la busca en la tierra.

Es necesario ayudar a los débiles siempre, aunque antes se sepa que aquellos a quienes se hace bien, no quedarán agradecidos. Sabed que si aquellos a quienes se hace el servicio olvidan el favor, Dios os lo tomará más en cuenta que si fuéseis recompensados por el reconocimiento de vuestro obligado. "Dios permite que algunas veces os paguen con ingratitudes para probar vuestra perseverancia en hacer el bien".

Por otra parte, ¿qué sabéis vosotros si este favor olvidado por el momento, reportará más tarde buenos frutos? Por el contrario, estad seguros de que es una semilla que germinará con el tiempo. Desgraciadamente vosotros sólo véis el presente, y trabajáis para vosotros y no para los demás. Las buenas obras acaban por ablandar los corazones más endurecidos; puede que sean desconocidas en la tierra; pero cuando el espíritu esté desembarazado de su velo carnal, se acordará, y este recuerdo será su castigo; entonces le pesará su ingratitud, querrá reparar su falta y pagar su deuda en otra existencia, aceptando a menudo una vida de abnegación hacia su bienhechor. Este es el modo cómo, sin vosotros saberlo; habréis contribuído a su adelantamiento moral y reconoceréis más tarde toda la verdad de esta máxima. Una buena obra nunca se pierde. Pero habréis trabajado también para vosotros, porque tendréis el mérito de haber hecho el bien con desinterés, sin dejaros desanimar por los desengaños.

¡Ah! amigos míos, si conociéseis todos los lazos que en la vida presente os unen a vuestras existencias anteriores, si pudiéseis abrazar la multitud de relaciones que unen los seres unos a otros para su progreso mutuo, admiraríais mucho más aun la sabiduría y la bondad del Criador, que os permite volver a vivir para llegar hasta El. (Guía protector. Sens, 1862).


20. "La beneficencia, ¿es bien entendida cuando es exclusiva entre las personas de una misma opinión, de una misma creencia, o de un mismo partido?".

No; es menester, sobre todo, abolir el espíritu de secta y de partido; porque todos los hombres son hermanos. El verdadero cristiano sólo ve hermanos en sus semejantes, y antes de socorrer al que está necesitado, no consulta ni la creencia ni su opinión, cualquiera que ella sea. ¿Seguiría acaso el precepto de Jesucristo, que dice que también debemos amar a nuestros enemigos, si rechazase a ún desgraciado, porque éste tuviese otra fe que la suya? Que lo socorra, pues, sin pedirle cuenta de su conciencia, porque si es un enemigo de la religión, es el medio de hacérsela amar; rechazándole se la haría aborrecer. (San Luis. París, 1860).