CAPÍTULO XV - Sin caridad no hay salvación
Lo que es menester hacer para salvarse. Parábola del buen samaritano. - El mayor de los
mandamientos. - Necesidad de la caridad según San Pablo. - Fuera de la Iglesia no hay
salvación. - Sin la verdad no hay salvación. - Instrucciones de los espíritus: Sin caridad
no hay salvación.
Lo que es menester hacer para salvarse. Parábola del
buen samaritano
1. Y cuando viniere el hijo del hombre ea su majestad, y todos los ángeles
con él, se sentará entonces sobre el trono de su majestad.-Y serán todas las gentes
ayuntadas ante él, y apartará los unos de los otros, como el pastor aparta las
ovejas de los cabritos. - Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a la
izquierda.
Entonces dirá el Rey a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi
Padre, poseed el reino que os está preparado desde el establecimiento del mundo
porque tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed, y me dísteis de beber: era
huésped, y me hospedásteis. - Desnudo, y me cubrísteis: enfermo, y me visitásteis:
estaba en la cárcel, y me vinísteis a ver.
Entonces le responderán los justos, y dirán: Señor ¿cuándo te vimos
hambriento, y te dimos de comer: o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te
vimos huésped y te hospedamos: o desnudo y te vestimos, o cuándo te vimos
huésped o en la cárcel y te fuimos a ver? - Y respondiendo el Rey, les dirá: En
verdad os digo, que en cuanto lo hicísteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos,
a mí lo hicísteis.
Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartáos de mí,
malditos al fuego eterno, que está aparejado para el diablo y para sus ángeles.
Porque tuve hambre y no me dísteis de comer, tuve sed y no me dísteis de beber. - Era huésped, y no me
hospedásteis; desnudo y no me cubrísteis; enfermo y en la cárcel, y no me
visitásteis.
Entonces ellos también le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel y no te
servimos? - Entonces les responderá diciendo: En verdad os digo: que en cuanto
no lo hicísteis a uno de estos pequeñitos ni a mí lo hicísteis.
E irán éstos al suplicio eterno: y los justos a la vida eterna (San Mateo, cap.
XXV, v. de 31 a 46).
2. Y se levantó un doctor de la ley, y le dijo por tentarle: Maestro, ¿qué
haré para poseer la vida eterna? - Y él le dijo: ¿En la ley, qué has escrito? ¿Cómo
lees? El respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu
alma, y de toda tus fuerzas, y de todo su entendimiento, y a tu prójimo como a tí
mismo. - Y le dijo: Bien has respondido, haz eso y vivirás.
Mas él, queriéndose justificar a si mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi
prójimo?
Y Jesús, tomando la palabra, dijo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó
y dió en manos de unos ladrones; los cuales le despojaron: y después de haberlo
herido le dejaron medio muerto y se fueron. - Aconteció, pues, que pasaba por el
mismo camino un sacerdote, y cuando le vió, pasó de largo. - Y así mismo un
levita, llegando cerca de aquel lugar y viéndole pasó también de largo. - Mas un
samaritano que iba por su camino, se llegó cerca de él, y cuando le vió, se movió a
compasión. - Y acercándose le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino, y
poniéndolo sobre su bestia, lo llevó a una venta, y tuvo cuidado de el. - Y otro día
sacó dos denarios y los dió al mesonero y le dijo: Cuídamele: y cuanto gastares de
más yo te lo daré cuando vuelva.
¿Cuál de estos tres te parece que fué el prójimo de aquel que dió en manos
de los ladrones? - Aquél, respondió el doctor, que usó con él de misericordia. Pues
vé, le dijo entonces, Jesús, y haz tú lo mismo. (San Lucas, cap. X, v. de 25 a 37).
3. Toda la moral de Jesús se resume en la caridad y en la humildad, es decir, en
las dos virtudes contrarias al egoísmo y al orgullo. En todas sus enseñanzas, manifiesta
que estas virtudes son el camino de la eterna felicidad. Bienaventurados, dice, los pobres
de espíritu, es decir, los humildes, porque de ellos es el reino de los cielos; bienaventurados los que tienen el corazón puro; bienaventurados los
que son mansos y pacíficos; bienaventurados los que son misericordiosos; amad a
vuestro prójimo como a vosotros mismos; haced a los otros lo que quisiérais que
hiciesen con vosotros; amad a vuestros enemigos; perdonad las ofensas, si queréis que
os perdonen; haced el bien sin ostentación; juzgaos vosotros mismos antes de juzgar a
los otros. Humildad y caridad, esto es lo que no cesa de recomendar y de lo que El
mismo da el ejemplo: orgullo y egoísmo, esto es lo que no cesa de combatir pero hace
aún más que recomendar la caridad, la plantea con claridad y en términos explícitos
como condición absoluta de la felicidad futura.
En el cuadro que presenta Jesús del juicio final, es menester, como en otras
muchas cosas, atender a la parte figurada y a la alegórica. A los hombres a quienes
hablaba, aun incapaces de comprender las cosas puramente espirituales, debía presentar
imágenes materiales, penetrantes y capaces de impresionar para que fuesen mejor
aceptadas no debía apartarse mucho de las ideas que aceptaban; en cuanto a la forma,
reservando siempre para el porvenir la verdadera interpretación de sus palabras y de los
puntos sobre los cuales no podía explicarse con claridad. Mas al lado de la parte
accesoria y figurada del cuadro, hay una idea dominante, la de la felicidad que espera al
justo y de la desgracia reservada al malo.
En este juicio supremo, ¿cuáles son los considerandos de la sentencia? ¿Sobre
qué se informa? ¿Pide, acaso, el juez, si se ha llenado tal o cual formalidad, observando
más o menos tal o cual práctica exterior? No; sólo se informa de una cosa: de la práctica
de la caridad, y pronuncia diciendo: Vosotros que habéis socorrido a vuestros hermanos,
pasad a la derecha; vosotros que habéis sido duros para ellos, pasad a la izquierda. ¿Se
informa, acaso, de la ortodoxia de la fe? ¿Hace una distinción entre el que cree de un
modo
y el que cree de otro? No, porque Jesús coloca al samaritano, considerado como hereje,
pero que tiene el amor al prójimo, sobre el ortodoxo que falta a la caridad. Jesús no
constituye a la caridad en una de las condiciones para la salvación, sino en condición
única; si se hubiesen de cumplir otras, las hubiera expresado. Si colocó la caridad en
primera línea entre las virtudes, es porque implícitamente encierra todas las otras: la
humildad, la mansedumbre, la benevolencia, la indulgencia, la justicia, etc., y porque es
la negación absoluta del orgullo y del egoísmo.
El mayor de los mandamientos
4. Mas los fariseos, cuando oyeron que había hecho callar a los saduceos, se
juntaron a consejo.-Y le preguntó uno de ellos, que era doctor de la ley,
tentándole: Maestro, ¿cuál es el grande mandamiento en la ley? - Jesús le dijo:
Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma y de todo tu
entendimiento. - Este es el mayor y primer mandamiento. - Y el segundo
semejante es a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. - De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas. (San Mateo, cap. XXII, v. de 34
a 40).
5. Caridad y humildad: tal es, pues, el sólo camino de la salvación; egoísmo y
orgullo, tal es el de la perdíción. Este principio está formulado en términos precisos en
estas palabras: "Amaréis a Dios de toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a
vosotrós mismos"; "toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos
mandamientos". Y para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor de
Dios y del prójimo, añade: "Y el segundo semejante es a éste"; es decir, que no se puede
verdaderamente amar a Dios, sin amar a su prójimo, ni amar a su prójimo sin amar a
Dios; pues todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo
amar a Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre están
resumidos en esta máxima: "Sin caridad no hay salvación".
Necesidad de la caridad, según San Pablo
6. Si yo hablara lenguas de hombres y ángeles y no tuviera caridad, soy
como metal que suena, o campana que retiñe. - Y si tuviese profecía, y supiese
todos los misterios y cuanto se pudiese saber; y si tuviese toda la fe, de manera que
traspasase los montes, y no tuviese caridad, nada soy. Y si distribuyese todos mi
bienes en dar de comer a pobres y si entregare mi cuerpo para ser quemado, y no
tuviese caridad, nada me aprovecha.
La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es envidiosa, no obra
precipitadamente, no se ensoberbece. - No es ambiciosa, no busca sus provechos,
no se mueve a ira, no piensa mal. - No se goza de la iniquidad, mas se goza de la
verdad: Todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Y ahora permanecen estas tres cosas, la fe, la esperanza y la caridad. Mas
de éstas, la mayor es la caridad. (San Pablo: 1ª epístola a los Corintios, capítulo
XIII, v. de 1 a 7 y 13.)
7. San Pablo ha comprendido de tal modo esta gran verdad, que dice: "Si yo
hablara lenguas de hombres y de ángeles y no tuviere caridad, soy como metal que suena
o campana que retiñe. Y si tuviese profecia y supiese todos los misterios y cuanto se
puede saber; y si tuviese toda la fe, de manera que traspasase los montes, y no tuviere
caridad, nada soy. - Y ahora permanecen estas tres cosas, la fe, la esperanza y la
caridad." Coloca de este modo sin equívoco, la caridad sobre la fe; es porque la caridad
está al alcance de todo el mundo, del ignorante y del sabio, del rico y del pobre, y es
independiente de toda creencia particular.
Hace más; define la verdadera caridad, la manifiesta; no sólo en la beneficencia,
sino en el conjunto de todas las cualidades del corazón, en la bondad y en la
benevoleñcia con respecto al prójimo. Fuera de la Iglesia no hay salvación.
Fuera de la Iglesia no hay salvación. Sin la verdad
no hay salvación
8. En tanto que la máxima: "Sin caridad no hay salvación", se apoya en un
principio universal y prepara a todos los hijos de Dios al acceso en la felicidad suprema,
el dogma: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", no se apoya en la fe fundamental en
Dios y en la inmortalidad del alma, fe común a todas las religiones, sino "en la fe
especial en dogmas particulares". Es exclusivo y absoluto; en vez de unir a los hijos de
Dios, los divide; en lugar de excitar el amor de sus hermanos, mantiene y sanciona la
irritación entre los sectarios de los diferentes cultos, que se consideran recíprocamente
como malditos en la eternidad, aun cuando fuesen parientes o amigos en este mundo;
desconociendo la grande ley de igualdad ante la tumba, los separa también en el campo
del reposo. La máxima: "Sin caridad no hay salvación", es la consagración del principio
de la igualdad ante Dios y de la libertad de conciencia; con esta máxima por regla, todos
los hombres son hermanos, y cualquiera que sea el modo de adorar a Dios, se tienden la
mano y ruegan unos por otros. Con el dogma: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", se
lanzan el anatema, se persiguen y viven como enemigos; el padre no ruega por el hijo, ni
el hijo por su padre, ni el amigo por el amigo; sino que se creen recíprocamente
condenados para siempre. Este dogma es, pues, esencialmente contrario a las
enseñanzas de Cristo y a la ley envangélica.
9. "Sin la verdad no hay salvación", sería el equivalente de: "Fuera de la Iglesia
no hay salvación", y enteramente exclusivo, porque no hay una sola secta que no
pretenda tener el privilegio de la verdad. ¿Qué hombre es el que puede vanagloriarse de
poseerla por completo, cuando el círculo de los conocimientos se ensancha sin cesar y
cuando las ideas se rectifican todos los días? La verdad absoluta es sólo patrimonio
de los espíritus del orden más elevado, y la humanidad terrestre no podía pretenderla,
porque no le es dado el saberlo todo; sólo puede aspirar a una verdad relativa y
proporcionar a su adelantamiento. Si Dios hubiese hecho de la posesión de la verdad
absoluta la condición expresa de la felicidad futura, este sería un decreto de proscripción
general; mientras que la caridad aun en su más alta acepción, puede ser practicada por
todos. El Espiritismo, de acuerdo con el Evangelio, admitiendo que puede uno salvarse,
cualquiera que sea su creencia, con tal que observe la ley de Dios, no dice: "Fuera del
Espiritismo no hay salvación"; y como no pretende enseñar aún toda la verdad, tampoco
dice: "Sin la verdad no hay salvación", máxima que dividiría en vez de unir y perpetuaría
el antagonismo.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Sin caridad no hay salvación
10. Hijos míos, en la máxima: "Sin caridad no hay salvación", están contenidos
los destinos de los hombres en la tierra y en el cielo; en la tierra, porque a la sombra de
ese estandarte, vivirán en paz; en el cielo, porque los que la hayan practicado
encontrarán gracia ante el Señor. Esta divisa es la antorcha celeste, la columna luminosa
que guía al hombre en el desierto de la vida para conducirle a la Tierra prometida; brilla
en el cielo como una aureola santa en la frente de los elegidos, y en la tierra está grabada
en el corazón de aquellos a quienes Jesús dirá: Id, a la derecha, vosotros, los bendecidos
por mi Padre. Les reconoceréis por el perfume de caridad que esparcen a su alrededor.
Nada expresa mejor el pensamiento de Jesús, nada resume mejor los deberes del
hombre, que esa máxima de orden divino: el Espiritismo no podía probar mejor su
origen que dándola por regla, porque
es el reflejo del más puro cristianismo; con semejante guía el hombre no se extraviará
nunca. Aplicáos, pues, amigos míos, a comprender su sentido profundo y sus
consecuencias, y a buscar en ellas vosotros mismos todas las aplicaciones. Someted
todas vuestras acciones a la prueba de la caridad, y vuestra conciencia os contestará: no
solamente os evitará el hacer mal, sino que os hará hacer bien, porque no basta una
virtud negativa, sino que es necesario la acción de la voluntad; para no hacer mal, basta
muchas veces la inercia y la indiferencia.
Amigos míos, dad gracias a Dios que ha permitido que pudiéseis gozar de la luz
del Espiritismo, no porque los que la poseen pueden ser los únicos que se salven, sino
porque, ayudándoos a comprender mejor las enseñanzas de Cristo, hace de vosotros
mejores cristianos. Haced, pues, que al veros se pueda decir, que verdadero espiritista y
verdadero cristiano, son una sola cosa y una misma cosa: porque todos los que practican
la caridad, son los discípulos de Jesús, cualquiera que sea el culto a que pertenezcan.
(Pablo, apóstol. París, 1860.)