21. "El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no hay una
sola
infracción a la ley de Dios que no tenga su castigo.
"La seyeridad del castigo es proporcionada a la gravedad de la falta.
"La duración del castigo por cualquier falta que sea, es indeterminada;
está
subordinada al arrepentimiento del culpable y a su vuelta al bien"; la
pena dura tanto
como la obstinación en el mal; sería perpetua si la obstinación fuera
perpetua; es de
corta duración si el arrepentimiento es pronto.
"Desde el momento en que el culpable pide miserícordia, Dios lo oye y le
envía
la esperanza. Pero el simple remordimiento de haber hecho mal no basta;
falta la
reparación; por esto el culpable está sometido a nuevas pruebas, en las
cuales puede, siempre por su voluntad, hacer el bien y reparar el mal
que ha hecho.
"El hombre, de este modo, es constantemente árbitro de su propia suerte;
puede
abreviar su suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su
desgracia dependen
de su voluntad en hacer bien".
Tal es la ley; ley "inmutable" y conforme a la bondad y a la justicia de
Dios.
El espíritu culpable y desgraciado puede, de este modo, salvarse a sí
mismo; la
ley de Dios le dice con qué condición puede hacerlo. Lo que más a menudo
le falta es
voluntad, fuerza y valor; si con nuestras oraciones le inspiramos, si le
sostenemos y le
animamos, y si con nuestros consejos le damos las luces que le faltan,
"en lugar de
solicitar a Dios que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para
la ejecución de
su ley de amor y de caridad", de la cual participamos nosotros mismos,
dando una
prueba de caridad. (Véase Cielo e Infierno, lª parte, Cap. IV, VII y
VIII).