5. El espiritista tiene aún otros motivos de indulgencia para con sus enemigos.
En primer lugar, sabe que la maldad no es el estado permanente de los hombres; que es
una imperfección momentánea, y de que de la misma manera que el niño se corrige de
sus defectos, el hombre malo reconocerá un día sus malas obras y se volverá bueno.
Sabe también que la muerte sólo le libra de la presencia material de su enemigo, pero
que éste puede perseguirle con su odio aun después de haber dejado la tierra; que de
este modo la venganza no consigue su objeto, sino que, al contrario, tiene por efecto el
producir una irritación más grande y que puede continuarse de una existencia a otra.
Pertenecía al Espiritísmo probar por la experiencia y la ley que rige las relaciones del
mundo visible con el mundo invisible, por la expresión "Ahogar en sangre la ira", es
radicalmente falsa y que la verdad es que la sangre conserva a el odio hasta más allá de
la tumba, dando, por conseguinte, una razón de ser efectiva y una utilidad prática del
perdón y a la sublime máxíma de Cristo: "Amad a vuestros enemigos". No hay corazón,
por perverso que sea, que no se conmueva con los buenos procederes, aun sin darse
cuenta de ello; con los buenos procederes se quita, por lo menos, todo pretexto de represalias; de
un enemigo puede hacerse un amigo antes y después de la muerte. Con los malos
procederes se le irrita, y "entonces es cuando él mismo sirve de instrumento a la justicia
de Dios para castigar al que no ha perdonado".