12. Sed buenos y caritativos, esta es la llave de los cielos que tenéis en vuestras manos, toda la felicidad eterna está encerrada en esta máxima; Amáos unos a otros. El alma no puede elevarse en las regiones espirituales sino por abnegación y amor al prójimo; sólo encuentra felicidad y consuelo en los impulsos de la caridad; sed buenos, sostened a vuestros hermanos, dejad a un lado la horrible plaga del egoísmo; llenando este deber, se os abrirá el camino de la felicidad eterna. Por lo demás, ¿quién de entre vosotros no ha sentido latir su corazón, dilatarse su alegría interior al oir contar un bello sacrificio o una obra verdaderamente caritativa? Si sólo buscaseis el deleite que proporciona una buena acción, estaríais siempre en el camino del progreso espiritual. Los ejemplos no faltan; sólo las buenas voluntades son raras. Mirad la multitud de hombres de bien cuya piadosa memoria os recuerda la Historia.
¿No os ha dicho Cristo todo lo que concierne a estas virtudes de caridad y de amor? ¿por qué dejáis a un lado esas divinas enseñanzas? ¿por qué se cierran los oídos a sus divinas palabras y el corazón a todas sus dulces máximas? Yo quisiera que se fijase más la atención y hubiese más fe en las lecturas evangélicas, pues se abandona ese libro y se ha hecho de él una palabra vacía, una carta cerrada: se echa al olvido ese código admirable, y vuestros males provienen del abandono voluntario que hacéis de ese resumen de leyes divinas. Leed, pues, esas páginas ardientes del afecto de Jesús, y meditadlas.
Hombres fuertes, ceñios; hombres débiles, haced armas de vuestra dulzura, de vuestra fe y tened más persuasión, más constancia en la propagación de vuestra nueva doctrina; sólo hemos venido a daros ánimo para estimular vuestro celo y vuestras virtudes, sólo para esto nos permite Dios que nos manifestemos a vosotros; pero si se quisiera, no habría necesidad de otra cosa que de la ayuda de Dios y de su propia voluntad; las manifestaciones espiritistas sólo se han hecho para los ojos cerrados y corazones indóciles.
La caridad es la virtud fundamental que debe sostener todo el edificio de las virtudes terrestres; sin ellas, las otras no existen. Sin la caridad no hay esperanza en una vida mejor, no hay interés moral que nos guíe; sin caridad no hay fe, porque la fe sólo es un rayo puro que hace brillar a un alma caritativa.
La caridad es el áncora eterna de salvación en todos los globos; es la más pura emanación del mismo Criador: es su propia virtud que El da a la criatura. ¿Cómo fuera posible desconocer a esta suprema bondad? Con este pensamiento, ¿cuál seria el corazón con suficiente perversidad para rehusar y rechazar ese sentimiento enteramente divino? ¿Cuál sería el hijo bastante malo para sublevarse contra esta dulce caricia: la caridad?
Yo no me atrevo a hablar de lo que he hecho, porque los espíritus tienen también el pudor de sus obras; pero creo que la que he empezado, es una de las que deben contribuir más al alivio de vuestros semejantes. Veo que los espíritus muchas veces piden por misión continuar mi tarea; veo a mis buenas y queridas hermanas en su piadoso y divino misterio; las veo practicar la virtud que os recomiendo, con toda la alegría que procura esa existencia de abnegación y sacrificios: para mí es una felicidad grande el ver tan honrado su carácter, estimada su misión y dulcemente protegida. Hombres de bien, de buena y grande voluntad, uníos para continuar la grande obra de propagación de la caridad: vosotros hallaréis la recompensa de esta virtud en su mismo ejercicio: proporciona todos los goces espirituales desde la vida presente. Uníos, amáos unos a otros según los preceptos de Cristo. Amén. (San Vicente de Paul. París, 1858.)