11. El egoísmo, esa plaga de la humanidad, debe desaparecer de la tierra cuyo progreso moral detiene; al Espiritismo le está reservada la tarea de hacerla subir en la jerarquía de los mundos. El egoísmo es, pues, el objeto hacia el cual todos los verdaderos creyentes deben dirigir sus armas, sus fuerzas, su valor; digo su valor, porque éste es más necesario para vencerse a sí mismo que para vencer a los otros. Que cada uno ponga todo su cuidado en combatir su egoísmo, porque este monstruo devorador de todas las inteligencias, ese hijo del orgullo, es el origen de todas las miserias de la tierra. El es la negación de la caridad, y por consiguiente, el más grande obstáculo para la felicidad de los hombres.
Jesús os ha dado el ejemplo de la caridad y Poncio Pilatos el del egoísmo, porque cuando el Justo va a recorrer las santas estaciones de su martirio, Pilatos se lava las manos diciendo: ¡Qué me importa! Dijo a los judíos: Este hombre es justo, ¿por qué queréis crucificicarle? Y sin embargo, lo deja conducir al suplicio.
A ese antagonismo de la caridad y del egoísmo, a la invasión de esa lepra del corazón humano, debe el cristiano el que no haya cumplido toda su misión. A vosotros, nuevos apóstoles de la fe a quienes los espíritus superiores iluminan, incumbe la tarea y el deber de extirpar ese mal para dar al cristianismo toda su fuerza y limpiar el camino de los abrojos que impiden su marcha. Echad fuera de la tierra el egoísmo para que pueda ascender en la escala de los mundos, porque ya es tiempo de que la humanidad vista la toga viril; y para esto es menester primero arrojar a aquél de vuestro corazón. (Emanuel. París, 1861).