11. No podéis servir a Dios y a las riquezas; acordáos bien de esto, vosotros a quienes domina el amor del oro, que venderíais el alma para poseer tesoros porque pueden elevaros sobre los demás hombres y daros los goces de las pasiones; no, ¡vosotros no podéis servir a Dios y a las riquezas! Si, pues, sentís vuestra alma dominada por la codicia de la carne, dáos prisa a sacudir el yuyo que os abruma, porque Dios, justo y severo os dirá "¿Qué has hecho ecónomo infiel, de los bienes que te he confiado? Este poderoso móvil de las buenas obras, sólo lo has hecho servir para tu satisfacción personal".
¿Cuál es, pues, el mejor empleo de la fortuna? Buscad en esas palabras: "Amaos los unos a los otros", la solución de este problema; ahí está el secreto para emplear bien las riquezas. El que está animado del amor al prójimo tiene trazada su línea de conducta, pues el empleo agradable a Dios, es la caridad; no esa caridad fría y egoísta que consiste en repartir a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca a la desgracia y la levanta sin humillarla. Rico, dá de tu superfluo; haz más aún: dá un poco de lo que te es necesario, porque esto aun es superfluo, pero dá con prudencia. No rechaces el llanto por temor de ser engañado; busca el origen del mal; consuela primero, infórmate después y mira si el trabajo, los consejos, el mismo afecto, serán más eficaces que la limosna. Difunde a tu alrededor., con la caridad, el amor a Dios, el amor al trabajo, el amor al prójimo. Coloca tus riquezas en un fondo que nunca te faltará y te dará grandes intereses: las buenas obras. La riqueza de la inteligencia debe servirte tanto como la del oro; difunde a tu alrededor los tesoros de la instrucción, y esparce entre tus hermanos los tesoros de tu amor y ellos fructificarán. (Chéverus. Bordeaux, 1861).