10. Una de las extravagancias de la humanidad es el ver el mal del otro
antes de
ver el propio. Para juzgarse uno mismo, sería preciso poderse mirar en
un espejo,
transportarse de algún modo fuera de sí y considerarse como otra
persona, preguntándose: ¿Qué pensarías si vieses hacer a otro lo
que tú haces? Incontestablemente el orgullo es el que hace al hombre
disimular sus
propias faltas, tanto en lo moral como en lo físico. Esta extravagancia
es esencialmente
contraria a la caridad, porque la verdadera caridad es modesta, sencilla
e indulgente; la
caridad, orgullosa es un contrasentido, puesto que esos dos sentimientos
se neutralizan
uno a otro. En efecto, ¿cómo un hombre, bastante vano para creer en la
importancia de
su personalidad y en la supremacía de sus cualidades, puede tener al
mismo tiempo
bastante abnegación para hacer resaltar en otro el bien que podía
eclipsarle, en lugar del
mal que podría realzarle? Si el orgullo es el origen de muchos de
nuestros vicios, es
también la negación de muchas virtudes; se la encuentra en el fondo y
como móvil de
casi todas las acciones. Por esto Jesús se empeñó en combatirlo como el
principal
obstáculo del progreso.