CAPÍTULO XXV - Buscad y encontraréis
Ayúdate y el cielo te ayudará. - Contemplad las aves del cielo. - No os acongojéis
buscando el oro.
Ayádate y el cielo te ayudará
1. Pedid, y se os dará: buscad y hallaréis: llamad y se os abrirá - Porque
todo el que pide recibe; y el que busca, halla; y al que llame, se le abrirá.
¿O quién de vosotros es el hombre, a quien si su hijo le pidiere pan, le dará
una piedra? -¿O si le pidiere un pez, por ventura le dará una serpiente? - Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos: ¿Cuánto más
vuestro Padre que está en los cielos, dará bienes a los que se los pidan? (San
Mateo, cap. VII, y. de 7 a 11).
2. Desde el punto de vista terrestre, la máxima: "Buscad y hallaréis", es análoga
a esta otra: "Ayúdate que el cielo te ayudará". Es el principio de la "ley del trabajo" y,
por consecuencia, de la "ley del progreso", porque el progreso es hijo del trabajo y el
trabajo pone en acción las fuerzas de la inteligencia.
En la infancia de la humanidad, el hombre sólo aplica su inteligencia a buscar el
alimento y los medios de preservarse de la intemperie y defenderse de sus enemigos;
pero Dios le ha dado más que al animal: le ha dado "el deseo incesante de mejorar". Este
deseo es el que le impulsa a buscar los medios para mejorar su posición y le conduce a
los descubrimientos, a las invenciones y al perfeccionamiento de la ciencia, porque la ciencia es la que le procura
lo que le falta. Por medio de estas investigaciones su inteligencia aumenta y su moral se
purifica; a las necesidades del cuerpo suceden las necesidades del espíritu; después del
alimento material es necesario el alimento espiritual; este es el modo como el hombre
pasa del estado salvaje al de civilización.
Pero como el progreso que el hombre cumple individualmente, durante la vida,
es muy poco, y aun imperceptible en un gran número, ¿cómo podría, pues, progresar la
humanidad, sin la preexistencia y la persistencia del alma? Si las almas se fuesen todos
los días para no volver jamás, la humanidad se renovaría sin cesar con elementos
primitivos, teniendo que hacerlo todo y aprenderlo todo; no habría pues, razón para que
el hombre estuviese más adelantado hoy que en las primeras edades del mundo, puesto
que al nacer, el trabajo intelectual estaría para empezar. El alma, por el contrario,
volviendo con su progreso hecho, y adquiriendo cada vez alguna cosa más, pasa de este
modo gradualmente de la barbarie a la "civilización material" y de ésta a la "civilización
moral". (Véase el cap. IV, número 17.)
3. Si Dios hubiese librado al hombre del trabajo del cuerpo, sus miembros
estarían atrofiados; si le hubiese librado del trabajo de la inteligencia, su espíritu hubiera
quedado en la infancia, en el estado de instinto del animal; por esto ha hecho que fuera
una necesidad el trabajo; le ha dicho: "Busca y hallarás, trabaja y producirás"; de este
modo serás hijo de tus obras, tendrás el mérito y serás recompensado según lo que
hábrás hecho.
4. Haciendo aplicación de este principio, los espíritus no vienen a ahorrar al
hombre el trabajo de sus investigaciones, trayéndoles descubrimientos e invenciones
enteramente hechos y prontos a producir, de modo que no tenga que hacer otra cosa que tomar lo que se le pondría en la mano, sin
tener el trabajo de bajar para recoger, ni menos el de pensar. Si así fuese, el más
perezoso podría enriquecerse, y el más ignorante ser sabio a poca costa, y el uno y el
otro atribuirse el mérito de lo que no habrían hecho. No, "los espíritus no vienen a librar
al hombre de la ley del trabajo, sino a enseñarle el objeto que debe conseguir y el camino
que a él conduce, diciéndole": Marcha y llegarás. Encontrarás piedras a tu paso, pero
procura quitarlas por tí mismo, pues te damos la fuerza necesaria si quieres aprovecharte
de ella. ("Libro de los Médiums", cap. XXVI, núm. 291 y siguientes.)
5. Desde el punto de vista moral, las palabras de Jesús significan: Pedid la luz
que debe iluminar vuestro camino, y os será dada; pedid la fuerza para resistir el mal, y
la tendréis; pedid la asistencia de los buenos espíritus, y vendrán a acompañaros, y como
el ángel a Tobías, os servirán de guías; pedid buenos consejos y nunca os serán
rehusados; llamad a nuestra puerta y se os abrirá; pero llamad sinceramente, con fe,
fervor y confianza, presentáos con humildad y no con arrogancia: sin esto quedaréis
abandonados a vuestras propias fuerzas, y los mismos desengaños que tengáis serán el
castigo de vuestro orgullo.
Contemplad las aves del cielo
6. No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra: donde orín y
polilla los consume; y en donde ladrones los desentierran y roban. - Mas atesorad
para vosotros tesoros en el cielo; en donde ni los consume orín ni polilla; y en
donde ladrones no los desentierran ni roban. - Porque en donde. está tu tesoro, allí
está también tu corazón.
Por tanto os digo, no andéis afanados por vuestra alma, que comeréis, ni
para vuestro cuerpo, que vestiréis. ¿No es más el alma que la comida, y el cuerpo
más que el vestido?
Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni allegan entrojes; y
vuestro padre celestial las alimenta: ¿Pues no
sois vosotros mucho más que ellas? - ¿Y quién de vosotros, discurriendo, puede
añadir un codo a su estatura?
¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad como crecen los
lirios del campo; no trabajan ni hilan. - Yo os digo que ni Salomón en toda su
gloria fué cubierto como uno de éstos. - Pues si al heno del campo, que hoy es, y
mañana es echado en el horno, Dios viste así: ¿Cuánto más a vosotros, hombres de
poca fe?
No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con
qué nos cubriremos? - Porque los gentiles se afanan por estas cosas. Y vuestro
Padre sabe que tenéis necesidad de todas ellas.
Buscad, pues, primeramente, el reino de Dios y su justicia: y todas estas
cosas os serán añadidas. - Y así no andéis cuidadosos por el día de mañana.
Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado. "Le basta al día su
propio afán". (San Mateo, cap. VI, v. de 19 a 21, y de 25 a 34).
7. Estas palabras, tomadas literalmente, serían la negación de toda previsión, de
todo trabajo y de consiguiente de todo progreso. Con tal principio, el hombre se
reduciría a un estado pasivo espectante; sus fuerzas físicas e intelectuales, no tendrían
actividad; si tal debiese ser su condición normal en la tierra, nunca hubiera salido de su
estado primitivo, y si de ello hiciera su ley actual, no tendría otra cosa que hacer sino
vivir sin hacer nada. No pudo ser tal el pensamiento de Jesús, porque estaría en
contradicción con lo que dijo en otra parte y con las mismas leyes de la naturaleza. Dios
ha creado al hombre sin vestido y sin abrigo, pero le ha dado la inteligencia para que se
lo fabrique. (Cap. XIV, núm. 6; cap. XXV, número 2.)
Es preciso, pues, no ver en estas palabras sino una poética alegoría de la
Providencia, que nunca abandona a los que ponen en ella su confianza, pero quiere que
trabajen por su parte. Si no viene siempre en ayuda para un socorro material, inspira las
ideas con las cuales se encuentran los medios de salir del paso. (Cap. XXVII, núm. 8.)
Dios conoce nuestras necesidades y provee según lo que se necesita; pero el
hombre, insaciable en sus deseos, no siempre sabe contentarse con lo que tiene; no le
basta lo necesario, sino que le es indispensable lo superfluo, y entonces la Providencia le
abandona a sí mismo. Muchas veces es desgraciado por su causa y por haber
desconocido la voz que le avisaba por medio de su conciencia, dejándole Dios que sufra
las consecuencias con el fin de que le sirva de lección para el porvenir. (Cap. V, núm. 4.)
8. La tierra produce lo suficiente para alimentar a todos sus habitantes; cuando
los hombres sabrán administrar los bienes que da según las leyes de justicia, de caridad y
de amor al prójimo, cuando la fraternidad reinará entre los diversos pueblos, como entre
las provincias de un mismo imperio, lo superfluo momentáneo del uno servirá para el
otro, y cada uno tendrá lo necesario. El rico se considerará entonces como teniendo una
grande cantidad de semillas, que si las siembra, producirán el céntuplo para él y para los
otros; pero si él solo se come las semillas, si malgasta y deja perder lo sobrante de lo que
coma nada producirán, y no habrá para todos, y si las encierra en su granero, los
gusanos las comerán: por esto ha dicho Jesús: No acumuléis tesoros en la tierra, que son
perecederos, pero sí en el cielo, porque son eternos, o en otros términos: no déis más
importancia a los bienes materiales que a los bienes espirituales y saber sacrificar los
primeros en provecho de los segundos. (Cap. XVI, núm. 7 y siguientes.)
La caridad y la fraternidad no se decretan con leyes; si no están en el corazón, el
egoísmo las ahogará siempre; hacérselas penetrar, es obra del Espiritismo.
No poseáis oro
9. No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas. - Ni alforja para el
camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón, porque digno es el trabajador de su
alimento.
10. Y en cualquier ciudad o aldea que entráreis, preguntad quién hay en
ella digno, y estáos allí hasta que salgáis. - Y cuando entréis en la casa, saludadla
diciendo: Paz sea en esta casa. Y si aquella casa fuese digna, vendrá sobre ella
vuestra paz; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.
Y todo el que no os recibiere, ni oyere vuestra palabra, al salir fuera de la
casa o de la ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. - En verdad os digo que será
más tolerable a la tierra de los de Sodoma y de Gomorra en el día del juicio, que a
aquella ciudad. (San Mateo, cap. X, v. de 9 a 15).
11. Estas palabras que Jesús dirigía a sus apóstoles cuando les envió por primera
vez a anunciar la buena nueva, nada tenían de extraño en aquella época: eran conformes
a las costumbres patriarcales de Oriente, en que al viajero se le recibía siempre en la
tienda; pero entonces los viajeros eran raros; en los pueblos modernos, el aumento de la
circulación ha debido crear nuevas costumbres; las de los pueblos antiguos sólo se
encuentran en las comarcas retiradas, en donde no ha penetrado aún el movimiento; y si
Jesús volviese hoy, ya no podría decir a sus apóstoles: Ponéos en marcha sin
provisiones.
Además del sentido propio, estas palabras tienen un sentido moral muy
profundo. Jesús ensenaba de este modo a sus discípulos a confiar en la Providencia,
pues no teniendo nada, no podían tentar la ambición de aquellos que les recibían; este
era el medio de distinguir a los caritativos de los egoístas; por esto les dijo: "Informáos
de quién es digno para que os hospedéis en su casa; es decir, quien es el más humano
para hospedar al viajero que no tiene con qué pagar, porque aquellos son dignos de
vuestras palabras; les reconoceréis por su caridad.
En cuanto a los que no quisieran recibirles ni escucharles, ¿dijo, acaso, a sus
apóstoles que les maldijeran, que se les impusieran, que usaran de violencia y apremio
para convertirlos? No, sino que se fuesen sencillamente a otra parte y buscasen gentes
de mejor voluntad.
Del mismo modo dice hoy el Espiritismo a sus adeptos: No violentéis ninguna
conciencia, no obliguéis a ninguna persona a dejar sus creencias para adoptar la vuestra,
no anatematicéis a los que no piensan como vosotros; acoged a los que os reciben y
dejad en paz a los que os rechazan. Acordáos de las palabras de Cristo: en otro tiempo
el Cielo se tomaba por la violencia, hoy por la dulzura. (Cap. IV, núms. 10 y 11.)