EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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CAPÍTULO XVIII - Muchos son los llamados y pocos los escogidos

Parábola del festín de las bodas. - La puerta estrecha. - Los que dicen: ¡Señor! ¡Señor! no entrarán todos en el reino de los cielos. - Se pedirá mucho al que haya recibido mucho. - Instrucciones de los espíritus: Se dará al que ya tiene. - Se conoce al cristiano por sus obras.

Parábola del festin de las bodas

1. Y respondiendo Jesús, les volvió a hablar otra vez en parábolas, diciendo: semejante es el reino de los cielos a cierto rey, que hizo bodas a su hijo. - Y envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas no quisieron ir. - Envió de nuevo otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí preparado mi banquete; mis toros y los animales cebados están ya muertos, todo está pronto: venid a las bodas. - Mas ellos le despreciaron, y se fueron unos a su granja, y otros a su tráfíco. - Y los otros echaron mano de los siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron. - Y el rey cuando los oyó, se irritó; y enviando a sus ejércitos acabó con aquellos homicidas y puso fuego a su ciudad.

Entonces dijo a sus siervos: Las bodas ciertamente están aparejadas, mas los que habían sido convidados no fueron dignos. - Pues id a la salida de los caminos y a cuantos halláreis, llamadlos a las bodas; y habiendo salido sus siervos a los caminos, congregaron a cuantos hallaron, malos y buenos; y se llenaron las bodas de convidados.

Y entró el rey para ver a los que estaban a la mesa, y vió allí an hombre que no estaba vestido con vestidura de boda. - Y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí no teniendo vestidura de boda. Mas él enmudeció. - Entonces el rey dijo a sus ministros: Atado de pies y manos arrojarle en las tinieblas exteriores: allí será el llorar y el crugir de dientes. - Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos. (San Mateo, cap. XXII, v. de 1 a 14).

2. El incrédulo se burla de esta parábola que le parece de una sencillez pueril, porque no comprende que se pusiesen tantas dificultades para asistir a un festín, y aun menos que los convidados llevasen la resistencia hasta el extremo de matar atrozmente a los enviados del Señor de la casa. "Las parábolas, dice, son sin duda figuras, pero es preciso que no traspasen los límites de lo verosímil".

Lo mismo puede decirse de todas las alegorías y de las fábulas más ingeniosas, si no se las despoja de su envoltura para buscar en ellas el sentido oculto. Jesús sacaba las suyas de los usos más vulgares de la vida, y las adaptaba a las costumbres y al carácter del pueblo al cual hablaba; la mayor parte tienen por objeto hacer penetrar en las masas la idea de la vida espiritual; muchas veces el sentido sólo parece ininteligible porque no se aparta de este punto de vista.

En esta parábola, Jesús compara el reino de los cielos en donde todo es alegría y felicidad, a un festín. Por los primeros convidados hace alusión a los Hebreos que Dios había llainado los primeros al conocimiento de su ley. Los enviados del maestro, son los profetas que venían a exhortarles para que siguieran el camino de una verdadera felicidad; pero sus palabras eran poco escuchadas, sus, advertencias eran despreciadas y aun muchos fueron muertos alevosamente como los servidores de la parábola. Los convidados que se excusan diciendo que tienen que cuidar sus campos y sus negocios, son el emblema de las gentes de mundo, que absortos por las cosas terrestres, son indiferentes para las celestes.

Era una creencia entre los judíos de entonces, que su nación debía adquirir la supremacía sobre todas las otras. En efecto, Dios, ¿no había prometido a Abraham que su posteridad cubriría toda la tierra? Pero siempre tomando la forma por el fondo, creían en una dominación efectiva y material. Antes de la venida de Cristo, a excepción de los hebreos, todos los pueblos eran idólatras y politeístas. si; algunos hombres superiores al vulgo concibieron la idea de la unidad divina, esta idea quedó en el estado de sistema personal pero en ninguna parte fué aceptada como verdad fundamental, sino por los pueblos iniciados que ocultaban sus conocimientos bajo un velo misterioso e impenetrable para las masas. Los hebreos fueron los primeros que practicaron públicamente el monoteísmo, y a ellos transmitió Dios su ley, primero por Moisés, y después por Jesús; de este pequeño foco salió la luz que debía esparcirse por todo el mundo, triunfar del paganismo y dar a Abraham una posteridad espiritual "tan numerosa como las estrellas del firmamento". Pero los judíos, rechazando la idolatría, habían rechazado la ley moral, para dedicarse a la práctíca más fácil de las formas exteriores. El mal llegó a su colmo; la nación esclavizada estaba destrozada por las fracciones y dividida por las sectas; la misma incredulidad había penetrado hasta el santuario. Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos a la observancia de la ley y abrirles los tiuevos horizontes de la vida futura; convidados los primeros al gran banquete de la fe universal, rechazaron la palabra del celeste Mesías, y le hicieron perecer; así perdieron el fruto que hubieran podido recoger de su primera iniciativa.

Sería injusto, sin embargo, acusar al pueblo entero de este estado de cosas; la responsabilidad incumbe principalmente a los fariseos y a los saduceos, que perdieron la nación por el orgullo y fanatismo de unos y por la incredulidad de los otros. A éstos sobre todo, compara Jesús con los convidados que rehusaron la comida de las bodas. Después añade: "El Señor, viendo esto, hizo convidar a todos áquellos que se encontraron en las encrucijadas de las calles, buenos y malos".

Entendía decir con esto que la palabra iba a ser predicada a todos los otros pueblos, paganos e idólatras, y que aceptándola éstos, serían admitidos al festín en el puesto de los primeros convidados.

Pero no basta ser convidado; no hasta llevar el nombre de cristiano ni sentarse a la mesa para tomar parte en el celeste banquete: es menester, ante todo y con expresa condición, estar revestido con la ropa nupcial, es decir, tener la pureza de corazón y practicar la ley según el espíritu; y esta ley está completa en estas palabras: "Sin caridad no hay salvación". Pero entre todos aquellos que oyen la palabra divina, ¡cuán pocos hay que la guarden y se aprovechen de ella! ¡Cuán pocos se hacen dignos de entrar en el reino de los cielos! Por esto dijo Jesús: "Serán muchos los llamados, y pocos los escogidos".

La puerta estrecha

3. Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos los que entran por él. - ¡Qué angosta es la puerta, y qué estrecho el camino que lleva a la vida: y pocos son los que atinan con él. (San Mateo, cap. VII, v. 13 y 14).

4. Y le dijo un hombre: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él le dijo: Porfiad a entrar por la puerta angosta: porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Y cuando el padre de familia hubiera entrado, y cerrado la puerta, vosotros estaréis fuera y comenzaréis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos: y él os responderá diciendo: no sé de donde sois vosotros. - Entonces comenzaréis a decir: Delante de tí comimos y bebimos, y en nuestras plazas enseñaste. - Y os dirá: No sé de donde sois vosotros: apartáos de mí todos los obradores de la iniquidad.

Allí será d llorar, y el crugir de dientes: y cuando veréis a Abraham y a Isaac y a Jacob, a todos los profetas en el reino de Dios, y que vosotros sois arrojados fuera. - Y vendrá de Oriente y de Occidente, y de Aquilón y Austro y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. -- Y he aquí que son postreros los que serán primeros, y que son primeros los que serán postreros. (San Lucas, cap. XIII, v. de 23 a 30).

5. La puerta de la perdición es ancha, porque las malas pasiones son numerosas y el camino del mal es frecuentado por el mayor número. La de la salvación es estrecha, porque el hombre que quiere penetrar por ella debe hacer grandes esfuerzos sobre sí mismo para vencer sus malas tendencias, y pocos se resignan a ello; éste es el complemento de la máxima: Muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Tal es el estado actual de la humanidad terrestre, porque siendo la tierra un mundo de expiación, el mal domina; cuando sea transformada, el camino del bien será más frecuentado. Estas palabras, deben, pues, entenderse en sentido relativo y no en sentido absoluto. Si tal debiese ser el estado normal de la humanidad, Dios hubiera condenado voluntariamente a la perdición la inmensa mayoría de sus criaturas; suposición inadmisible desde el momento que se reconoce que Dios es la justicia y la bondad por excelencia.

Pero, ¿de qué maldades se hubiera hecho culpable esta humanidad para merecer una suerte tan triste en su presente y en su porvenir, si toda estuviese relegada en la tierra y si el alma no hubiera tenido otras existencias? ¿Por qué tantos inconvenientes sembrados en su camino? ¿Por qué esta puerta tan estrecha en la que sólo puede penetrar el más pequeño número, si la suerte del alma está fijada para siempre después de la muerte? Así es que con la unidad de existencia, se está incesantemente en contradicción consigo mismo y con la justicia de Dios. Con la anterioridad del alma y la pluralidad de mundos, el horizonte se ensancha; se esclarecen los puntos más obscuros de la fe; el presente y el porvenir son solidarios del pasado, y sólo entonces es cuando puede comprenderse todo el fondo, toda la verdad y toda la sabiduría de las máximas de Cristo.

Los que dicen: ¡Señor! ¡Señor!

6. No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor! entrará en el reino de los cielos; si no el que hace la voluntad de mi padre, que está en los cielos, ese entrará en el reino de los cielos. -Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor! ¡Señor! ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? - Y entonces yo les dire claramente: Nunca os conocí: Apartáos de mí los que obráis la iniquidad. (San Mateo, cap. VII, v. 21, 22 y 23).

7. Pues todo aquel que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un barón sabio, que edificó su casa sobre la peña. Que descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron impetuosamente en aquella casa, y no cayó: Porque estaba cimentada sobre peña. - Y todo el que oye es tas mis palabras y no las cumple, semejante será a un hombre loco, que edificó su casa sobre arena. - Que descendió lluvía, vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó y fué su ruina grande. (San Mateo, cap. VII, v. de 24 a 27. San Lucas, cap. VI, v. de 46 a 49).

8. Por lo cual, quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños, y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos. Mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos. (San Mateo, cap. V, v. 19).

9. Todos los que confiesan la misión de Jesús, dicen: ¡Señor! ¡Señor! ¿Pero de qué sirve llamarle Maestro o Señor, si no se siguen sus preceptos? ¿Son acaso, cristianos los que le honran por actos exteriores de devoción, y veneran al propio tiempo al orgullo, al egoísmo, a la ambición y a todas sus pasiones? ¿Son, acaso, sus discípulos aquellos que pasan días rogando, y, sin embargo, no son ni mejores, ni más caritativos, ni más indulgentes para sus semejantes? No, porque, como los fariseos, tienen la oración en los labios y no en el corazón. Con la forma pueden imponer a los hombres, pero no a Dios. En vano dirán a Jesús: "Señor, hemos profetizado, es decir, enseñado en vuestro nombre, - hemos comido y bebido con vos"; él responderá: "No sé quiénes sois; apartaos de mí los que obráis la iniquidad, vosotros que desmentís vuestras palabras con vuestras acciones, que calumniáis a vuestro prójimo, que despojáis a las viudas y cometéis adulterio; apartaos de mí, vosotros cuyo corazón destila la ira y la hiel, vosotros que derramáis la sangre de vuestros hermanos en mi nombre, que hacéis correr las lágrimas en vez de enjugarlas. Para vosotros habrá lágrimas y crujir de dientes, porque el reino de Dios es para aquellos que son dulces, humildes y caritativos. No esperéis doblar la justicia del Señor con la multiplicidad de vuestras palabras y de vuestras genuflexiones; el sólo camino que tenéis abierto para encontrar gracia ante El es la práctica sincera de la ley de amor y de caridad".

Las palabras de Jesús son eternas, porque son la verdad. No sólo son la salvaguardia de la vida celeste, si que también la prenda de la paz, de la tranquilidad y de la estabilidad en las cosas de la vida terrestre; por esto todas las instituciones humanas, políticas, sociales, religiosas, que se apoyen en esas palabras, serán estables como la casa que se construye sobre la peña; los hombres las conservarán porque encontrarán en ellas su felicidad; pero aquellas que fueren su violación, serán como la casa construída en la arena; el viento de las revoluciones y el torrente del progreso las arrastrarán.

Se pedirá mucho al que ha recibido mucho

10. Porque aquel siervo que supo la voluntad de su Señor y no se apercibió, y no hizo conforme a su voluntad, será muy bien azotado. - Mas el que no supo e hizo cosas dignas de castigo, poco será azotado. Porque a todo aquél a quien mucho fué dado, mucho le será demandado; y al que mucho encomendaron, más le pedirán, (San Lucas, cap. XII, v. 47 y 48).

11. Y Jesús dijo: Yo vine a este mundo para juicio: para que vean los que no ven, y los que ven sean hechos ciegos. - Y lo oyeron algunos de los fariseos, que estaban con El. Y le dijeron: ¿pues qué, nosotros somos también ciegos? - Jesús les dijo: Si fuéseis ciegos no tendríais pecado: mas ahora porque decís vemos, por eso permanece vuestro pecado. (San Juan, capítulo IX, v. 39, 40 y 41.)

12. Estas máximas, sobre todo, encuentran su explicación en la enseñanza de los espíritus. Cualquiera que conozca los preceptos de Cristo, seguramente es culpable si no los practica; pero como que el Evangelio que los contiene no está esparcido sino en las sectas cristianas, entre éstas, ¡cuántas personas hay que no le comprenden! Resulta de esto que las mismas palabras de Jesús son perdidas para el mayor número.

La enseñanza de los espiritus que reproduce estas maximas bajo diferentes formas, que las desarrolla y comenta para ponerlas al alcance de todos, tiene de particular que no está circunscripta, y que todos los letrados e iletrados, creyentes e incrédulos, cristianos o no, puedan recibirla, puesto que los Espíritus se comunican por todas partes; ninguno de los que la reciben directa o indirectamente pueden pretextar ignorancia; no pueden excusarse ni con su falta de instrucción ni con la obscuridad de su sentido alegórico. Aquel, pues, que no saca provecho de ella para su mejoramiento, que la admira como cosa interesante y curiosa, sin que su corazón se conmueva, que no es ni menos vano ni menos orgulloso, ni menos egoísta ni menos apasionado por los bienes materiales, ni mejor para su prójimo, es tanto más culpable cuantos más medios tiene de conocer la verdad.

Los médiums que obtienen comunicaciones buenas son aún más reprensibles si persisten en el mal; por-que muchas veces escriben su propia condenación y porque, si no les cegara el orgullo, reconocerían que los espíritus se dirigen a ellos mismos. Pero en lugar de tomar para ellos las lecciones que escriben, o que ven escribir, su sólo pensamiento es aplicarlas a los otros, realizando de este modo estas palabras de Jesús: "Veis una paja en el ojo de vuestro vecino y no veis una viga en el vuestro". (Capítulo X, nº 9).

Por estas otras palabras: "Si fuéseis ciegos no tendríais pecado", Jesús entiende que la culpabilidad está en razón de las luces que uno posee; así, pues, los fariseos que tenían la pretensión de ser y que en efecto eran la parte más ilustrada de la nación, eran, por lo mismo, más reprensibles a los ojos de Dios que el pueblo ignorante. Lo mismo sucede hoy.

A los espiritistas, pues, se les pedirá mucho, porque han recibido mucho; pero también se dará mucho a los que se habrán aprovechado.

El primer pensamiento de todo espiritista sincero debe ser el de buscar en los consejos dados por los espíritus, si hay alguna cosa que le concierne.

El Espiritismo viene a aumentar el número de los "llamados"; por la fe que da, también multiplicará el número de los "escogidos".

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS

Se dará al que ya tiene

13. Y llegándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? - El respondió y dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos: mas a ellos no les es dado. - Porque al que tiene se le dará y tendrá más: mas al que no tiene, aún lo que tiene, se le quitará. - Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo, ni oyen ni entienden. (San Mateo, cap. XIII, v. de 10 a 14.)

14. Y les decía: Atended a lo que vais a oir. Con la medida con que midiéreis os medirán a vosotros y se os añadirá: - Porque al que tiene se dará. Y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará. (San Marcos, cap. IV, v. 24 y 25.)

15. "Porque al que tiene se le dará y tendrá más; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará". Meditad estas grandes lecciones, que muchas veces os han parecido paradojas. El que ha recibido es aquel que posee el sentido de la palabra divina; ha recibido porque ha procurado hacerse digno, y porque el Señor, en su amor misericordioso, anima los esfuerzos que se dirigen al bien. Estos esfuerzos, sostenidos y perseverantes, atraen las gracias del Señor; es un imán que atrae a El las mejoras progresivas y las gracias abundantes que os hacen fuertes para subir al monte santo, en cuya cúspide está el descanso después del trabajo.

"Se quitará al que nada tiene, o que tiene poco". Tomad esto como una oposición figurada. Dios no retira a sus criaturas el bien que se ha dignado hacerlas. ¡Hombres ciegos y sordos!, abrid vuestras inteligencias, y vuestros corazones, mirad por vuestro espíritu, oíd por vuestra alma y no interpretéís de una manera tan groseramente injusta las palabras de aquel que ha hecho resplandecer a vuestros ojos la justicia del Señor. No es Dios el que quita al que ha recibido poco, sino el mismo espíritu que, pródigo e indolente, no sabe conservar lo que tiene y aumentar, fecundándolo, el óbolo caído en su corazón.

El que no cultiva el campo que el trabajo de su padre le ha ganado y él hereda, ve cubrir este campo de hierbas parásitas. ¿Es, acaso, su padre el que le vuelve a tomar las cosechas que no ha querido preparar? Si ha dejado perder el grano destinado al campo para fructificar por falta de cuidado, ¿debe acusar a su padre si no produce nada? No, no; en vez de acusar al que todo lo había preparado para él, de volverle a quitar lo que le dió, que acuse al verdadero autor de sus miserias, y entonces, arrepentido y activo, se ponga a la obra con ánimo; que rompa la tierra ingrata por el esfuerzo de su voluntad, que la trabaje hasta el corazón con la ayuda del arrepentimiento y de la esperanza, que eche con confianza el grano que tendrá elegido, bueno entre los malos, que lo rocíe con su amor y con su caridad, y Dios, el Dios de amor, dará al que ya ha recibido. Entonces verá sus esfuerzos coronados de éxito, y un grano producirá ciento y otro mil. Animo, obreros; tomad vuestro rastrillo y vuestros arados, trabajad vuestros corazones y arrancad de ellos la cizaña; sembrad el grano que el Señor os ha confiado, y el rocío de amor le hará producir frutos de caridad. (Un espíritu amigo. Bordeaux, 1862).

Se conoce al cristiano por sus obras

16. "Los que me dicen: Señor, Señor, no entrarán todos en el reino de los cielos, mas sólo aquel que hace la voluntad de mi padre, que está en los cielos".

Escuchad estas palabras del maestro todos los que rechazáis la doctrina espiritista como una obra del demonio. Abrid vuestros oídos; el momento de escuchar ha llegado.

¿Basta llevar la librea del Señor para ser un fiel servidor? ¿Basta decir: "Soy cristiano", para seguir a Cristo? Buscad a los buenos cristianos y los encontraréis en sus obras. "Un buen árbol no puede dar mal fruto, ni un mal árbol puede dar buen fruto. Todo árbol que no da buenos frutos es cortado y echado al fuego". Estas son las palabras del Maestro; discípulos de Cristo, comprendedlas bien. ¿Cuáles son los frutos que debe dar el árbol del cristianismo, árbol poderoso cuyo ramaje copudo cubre con su sombra una parte del mundo, pero que no ha abrigado aún a todos los que deben agruparse a su alrededor? Los frutos del árbol de la vida son frutos de vida, de esperanza y de fe. El cristianismo, tal como lo ha hecho desde muchos siglos, predica siempre esas divinas virtudes, procura esparcir sus frutos, pero ¡cuán pocos lo cogen! El árbol es siempre bueno, pero los jardineros son malos. Han querido cultivarlo a su modo, han querido modelarlo según sus necesidades, y lo han achicado y mutilado; sus ramas estériles no darán malos frutos, pero no dan ninguno. El viajero que tiene sed y se para bajo su sombra para coger el fruto de la esperanza que debe darle la fuerza y el valor, sólo ve ramas áridas que hacen presentir la tempestad. En vano pide el fruto de vida al árbol de la vida; las hojas caen secas, ¡el hombre las ha manoseado tanto, que las ha quemado!

¡Abrid, pues, vuestros oídos y vuestros corazones, queridos míos! Cultivad este árbol de vida cuyos frutos dan la vida eterna. El que lo ha plantado os invita a cuidarlo con amor, y vosotros le veréis aún dar con abundancia sus frutos divinos. Dejadlo tal como Cristo os lo dió; no lo mutiléis; su sombra inmensa quiere extenderse por todo el universo; no recortéis sus ramas; sus frutos bienhechores caen en abundancia para sostener al viajero sediento que quiere llegar al fin; no recojáis estos frutos para encerrarles y dejarles podrir y que no sirvan para nadie. "Muchos son los llamados y pocos los escogidos"; es que hay acaparadores para el pan de la vida, como los hay muchas veces para el pan material. No seáis de este número; el árbol que da buenos frutos debe esparcirse por todas partes. Marchad, pues, a buscar a aquellos que están sedientos; conducidles bajo las ramas del árbol y com partid con ellos el abrigo que os ofrece. "No se cogen uvas", hermanos míos; alejaos, pues, de aquellos que os llaman para presentaros los abrojos del camino, y seguid a aquellos que os conducen a la sombra del árbol de la vida.

El divino Salvador, el justo por excelencia, lo ha dicho y sus palabras no faltarán. "Aquellos que me dicen: ¡ Señor, Señor!, no entrarán todos en el reino de los cielos, sino sólo aquellos que hacen la voluntad de mi padre, que está en los cielos".

Que el Señor de bendición os bendiga; que el Dios de luz os ilumine; que el árbol de la vida derrame sobre vosotros sus frutos con abundancia. Creed y rogad. (Simeón. Bordeaux, 1863).