INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Orgullo y humildad
11. ¡La paz del Señor sea con vosotros, queridos
amigos! Vengo a animaros a
seguir el buen camin.
A los pobres espíritus que en otro tiempo habitaban la tierra, Dios les
da la
misión de iluminaros. Bendito sea, por la gracia que nos concede de
poder favorecer
vuestro mejoramiento. ¡Que el Espíritu Santo me ilumine y me ayude, para
que mi
palabra sea comprensible, y que me haga la gracia de que esté al alcance
de todos!
¡Vosotros, encarnados, que estáis en pena y buscáis la luz, que la
voluntad de Dios
venga en mi ayuda para hacerla brillar a vuestros ojos!
La humildad es una virtud muy olvidada entre vosotros; los grandes
ejemplos
que se os han dado se han seguido muy poco, y, sin embargo, sin
humildad, ¿podéis,
acaso, ser caritativos con vuestro prójimo? ¡Oh! no, porque ese
sentimiento nivela a los
hombres; él les dice que son hermanos, que deben ayudarse entre sí, y
las conduce al
bien. Sin humildad hacéis gala de virtudes que no tenéis, como si
lleváis un vestido para
ocultar las deformidades de vuestro cuerpo. Acordáos de "Aquel" que nos
salvó;
recordad su humildad, que tan grande le hizo y le elevó por encima de
todos los
profetas.
El orgullo es el terrible adversario de la humildad. Si Cristo prometió
el reino de
los cielos a los más pobres, fué porque los grandes de la tierra se
figuran que los títulos
y las riquezas son recompensas dadas a su mérito y que su esencia sea
más pura que la
del pobre; creen que esto se les debe, y por lo mismo cuando Dios se las
quita le acusan
de injusto. ¡Oh irrisión y ceguera! ¿Acaso Dios hace distinción entre
vosotros por el
cuerpo? La envoltura del pobre, ¿no es igual a la del rico? ¿Ha hecho el
Criador dos
especies de hombres? Todo lo que Dios ha hecho es grande y sabio; no le
atribuyáis las ideas que producen vuestros cerebros orgullosos.
¡Oh rico! mientras tú duermes bajo tus artesonados dorados al abrigo del
frío,
¡no sabes cuántos millares de hermanos, que valen tanto como tú, están
echados en la
paja! El desgraciado que sufre hambre, ¿ no es, acaso, tu igual? A esta
palabra tu orgullo
se subleva, lo sé muy bien; tú consentirás en darle limosna, pero darle
la mano y
estrechársela, ¡nunca! "¡Qué dices! yo, de noble estirpe, grande de la
tierra, ser igual a
ese pordiosero andrajoso! ¡Vana utopía de los que se llaman filósofos!
Si fuésemos
iguales, ¿por qué Dios les hubiera colocado tan abajo y a mí tan alto?"
En verdad que
vuestros vestidos no se parecen mucho, pero desnudos los dos, ¿qué
diferencia habrá
entre vosotros? Dirás que la nobleza de la sangre, pero la química no ha
encontrado
diferencia entre la sangre de un gran señor y la de un plebeyo, entre la
del amo y la del
esclavo. ¿Quién te ha dicho que tú mismo no fuiste un miserable y
desgraciado como él?
¿Qué no has pedido limosna? ¿Que no la pedirás un día al mismo que
desprecias hoy?
¿Acaso son eternas las riquezas? No acaban con el cuerpo, envoltura
perecedera de tu
espíritu? ¡Oh!, vuelve a la humildad!, echa una mirada sobre la realidad
de las cosas de
este mundo, sobre lo que constituye tu grandeza y el abatimiento del
otro; piensa que la
muerte no te respetará más que a él, que tus títulos no te preservarán
de ella, que puede
herirte mañana, hoy, dentro de una hora, y si te sepultas con tu
orgullo, ¡oh! entonces te
compadezco, porque serás digno de piedad.
¡Orgullosos! ¿Qué erais vosotros antes de ser nobles y poderosos? Puede
muy
bien que fuéseis más bajos que el último de vuestros criados. Doblad,
pues, vuestras
altivas frentes, que Dios puede humillar en el mismo momento que más las
levantáis.
Todos los hombres son iguales en la balanza Divina. Sólo las virtudes
los distinguen a
los ojos de Dios. Todos los espíritus son de una misma esencia y todos
los cuerpos están amasados de una misma
pasta; vuestros títulos y vuestros nombres en nada la alteran, quedan en
la tumba, y no
son ellos los que dan la felicidad prometida a los elegidos; la caridad y
la humildad son
sus títulos de nobleza.
¡Pobre criatura! tú eres madre, tus hijos sufren, tienen frío, tienen
hambre; vas
abrumada bajo el peso de tu cruz a humillarte para buscarles un pedazo
de pan. ¡Oh-! yo
me inclino ante tí; ¡cuán noble, santa y grande eres a mis ojos! Espera y
ruega; la felicidad
aun no es de este mundo. A los pobres oprimidos y que confían en Dios,
les da el
reino de los cielos.
Y tú, mujer pobre y joven, entregada al trabajo y a las privaciones;
¿por qué
lloras? que tu mirada, piadosa y serena, se eleve hacia Dios; a las
avecillas les da el
pasto; ten confianza en El; no te abandonará. El ruido de las fiestas y
de los placeres del
mundo hacen latir tu corazón; tú quisieras también adornar tu frente con
flores y
reunirte con los felices de la tierra: dices que podrías también ser
rica como esas mujeres
que ves pasar alegres y risueñas. ¡Oh! ¡cállate, hija mía! Si supieses
cuántas lágrimas y
dolores sinnúmero se ocultan bajo esos vestidos bordados, cuántos
suspiros se ahogan
bajo el ruido de esa orquesta alegre, preferirías tu humilde retiro y tu
pobreza. Mantente
pura a los ojos de Dios si no quieres que tu ángel guardián remonte
hacia él, ocultando
su rostro bajo sus blancas alas, y te deje con tus remordimientos, sin
guía, sin sostén, en
ese mundo en que te perderías esperando ser castigada en el otro.
Y todos vosotros, los que sufrís por la injusticia de los hombres, sed
indulgentes
con las faltas de vuestros hermanos, considerando que también las tenéis
vosotros: esta
es la caridad y también es la humildad. Si sufrís por las calumnias,
doblad la frente bajo
esta prueba. ¿Qué os importan las calumnias del mundo? Si vuestra
conducta es pura,
¿acaso Dios no puede recompensaros? Sobrellevar con valor las
humillaciones de los hómbres, es ser humilde y
reconocer que sólo Dios es grande y poderoso.
¡Oh, Dios mio! ¿será preciso que Cristo vuelva otra vez a la tierra para
enseñar a
los hombres tus leyes que olvidan? ¿Deberá, quizás, echar otra vez del
templo a los
mercaderes que manchan tu casá que sólo es lugar de oración? ¿Y quién
sabe? ¡oh
hombres! si Dios os concediese esa gracia, se la negaríais como la otra
vez. Le llamaríais
blasfemo; porque abatiría el orgullo de los fariseos modernos; quizás le
hiciéseis
emprender de nuevo el camino del Gólgota.
Cuando Moisés estuvo sobre el monte Sinaí a recibir los mandamientos de
Dios,
el pueblo de Israel, entregado a sí mismo, abandonó a su verdadero Dios;
hombres y
mujeres dieron su oro y sus alhajas para hacer un ídolo que adoraban.
Hombres
civilizados; vosotros hacéis como ellos. Cristo os dejó su doctrina; os
dió el ejemplo de
todas las virtudes y habéis abandonado ejemplos y preceptos; cada uno de
vosotros,
teniendo sus pasiones os habéis hecho un Dios a vuestro gusto: según los
unos, terrible
y sanguinario; según los otros, indiferente a los intereses del mundo;
el Dios que os
habéis hecho es aún el becerro de oro que cada uno apropia a sus gustos y
a sus ideas.
Meditad, ¡oh hermanos míos y amigos! Que la voz de los espíritus
conmueva
vuestros corazones; sed generosos y caritativos sin ostentación, es
decir, haced el bien
con humildad; que cada uno destruya poco a poco los altares que habéis
levantado al
orgullo; en una palabra, sed verdaderos cristianos y alcanzaréis el
reino de la verdad. No
dudéis más de la bondad de Dios, cuando os envía tantas pruebas. Venimos
a preparar el
camino para el cumplimiento de las profecías. Cuando el señor os dé una
manifestación
más resplandeciente de su clemencia, que el enviado celeste encuentre en
vosotros sólo
una gran familia; que vuestros corazones afables y humildes sean dignos
de oír la palabra divina que os traerá; que el elegido no encuentre en
su camino sino palmas
dispuestas para vuestra vuelta al bien, a la caridad, a la fraternidad, y
entonces vuestro
mundo será el paraíso terrestre. Mas si sois insensibles a la voz de los
espíritus enviados
para purificar y renovar vuestra sociedad civilizada, rica en ciencia, y
con todo, tan
pobre en buenos sentimientos, entonces ¡oh! sólo nos quedará el recurso
de llorar y
gemir por vuestra suerte. Pero no, no sucederá de ese modo; volved a
Dios, vuestro
padre, y entonces todos nosotros, que habremos contribuido al
cumplimiento de su
voluntad entonaremos el cántico de acción de gracia para agradecer al
Señor su inagotable
bondad y para glorificarle por todos los siglos de los siglos. Así sea.
(Lacordaire.
Constantina, 1863.)
12. Hombres, ¿por qué os quejáis de las calamidades que vosotros mismos
habéis amontonado sobre vuestras cabezas? Habéis desconocido la santa y divina moral
de Cristo; no os maravilléis, pues, que la copa de la iniquidad se haya desbordado por
todas partes.
El malestar se hace general, y ¿quién tiene la culpa sino vosotros mismos, que sin
cesar procuráis destruiros unos a otros? No podéis ser felices sin mutua benevolencia.
¿Y puede existir la benevolencia con el orgullo? El orgullo: he aquí el origen de todos
los males; trabajad para destruirlo, si no queréis ver cómo se perpetúan sus funestas
consecuencias. Un sólo medio se os ofrece para estó, pero es infalible; es el tomar por
regla invariable de vuestra conducta la ley de Cristo, ley que habéis rechazado o falseado
en su interpretación.
¿Por qué tenéis en tan gran estima lo que brilla y encanta a la vista, más bien que
lo que toca al corazon? ¿Por qué el vicio de la opulencia es el objeto de vuestras
adulaciones, cuando sólo tenéis una mirada de desdén por el verdadero mérito en la
obscuridad?
Cuando un rico pervertido, perdido de cuerpo y alma, se presenta en alguna parte, se le
abren todas las puertas, todas las consideraciones son para él, mientras que se desdeña
conceder un saludo de protección al hombre de bien que vive de su trabajo. Cuando la
consideración que se concede a las personas se estima por el peso del oro que poseen o
por el nombre que llevan, ¿qué interés puede tenerse en corregirse de sus defectos?
De otro modo sucedería si el vicio dorado fuese castigado por la opinión como
lo es el vicio andrajoso: pero el orgullo es indulgente para todo lo que le adula. Siglo de
codicia y de dinero, decís; sin duda que lo es, pero, ¿por qué habéis dejado que las
necesidades materiales tomasen imperio sobre el buen sentido y la razón? ¿Por qué
quiere cada cual sobreponerse a su hermano? Por eso la sociedad sufre hoy las
consecuencias de todo esto.
No olvídéis que tal estado de cosas es siempre una señal de decadencia moral.
Cuando el orgullo llega a los últimos límites, es indicio de una caída próxima porque
Dios hiere siempre a los soberbios. Si algunas veces les deja suibir, es para darles lugar a
reflexionar y enmendarse bajo los golpes que de tiempo en tiempo se dirigen a su
orgullo para avisarles; pero en vez de humillarse, se rebelan, y entonces, cuando está
llena la medida, les abate en seguida y su caída es tanto más terrible cuanto más alto han
subido. ¡Pobre raza humana, cuyo egoísmo ha corrompido todos los senderos!,
reanímate, sin embargo; Dios, en su misericordia infinita, envía un poderoso remedio a
tus males, un socorro inesperado a tu necesidad. Abre los ojos a la luz; he aquí que las
almas de los que no existen vienen a recordarte tus verdaderos deberes; ellas te dirán,
con la autoridad de la experiencia, cuán poca cosa son las vanidades y las grandezas de
vuestra pasajera existencia con respecto a la eternidad; te dirán que el más grande será el
que fué más humilde entre los pequeños de la tierra; que el que ha amado más a sus hermanos es también el que será más
amado en el cielo; que los poderosos de la tierra si abusaron de su autoridad, serán
obligados a obedecer a sus servidores; que la caridad y la humildad, en fin, esas dos
hermanas que se dan la mano, son los titulos más eficaces para obtener gracia ante el
Eterno. (Adolfo, obispo de Argel. Marmande, 1862).
Misión del hombre inteligente en la tierra
13. No os déis importancia por lo que sabéis, porque ese saber tiene limites muy
reducidos en el mundo que habitáis. Pero aun suponiendo que seáis los personajes
inteligentes de ese globo, no tenéis por esto ningún derecho de envaneceros. Si Dios, en
sus designios, os ha hecho nacer en un centro que hayáis podido desarrollar vuestra
inteligencia, es que quiere que hagáis uso de ella para bien de todos, porque es una
misión que os da, poniendo en vuestras manos el instrumento con cuya ayuda podéis
desarrollar, cuando venga el caso, las inteligencias atrasadas y conducirlas a Dios. La
naturaleza del instrumento ¿no indica, acaso, el uso que debe hacerse de él? La azada
que el jardinero pone en las manos de su operario, ¿no le enseña que debe cavar? ¿Y qué
diríais si este hombre, en lugar de trabajar, levantara la azada para herir a su amo?
Diríais que es monstruo y que merece ser expulsado. ¡Pues bien! ¿No sucede lo mismo
con aquél que se sirve de su inteligencia pará destruir la idea de Dios y de la Providencia
entre sus hermanos? ¿No levanta también la azada contra el amo, que se la dió para laborar
el terreno? ¿Tiene derecho al salario prometido, o por el contrario, no merece ser
despedido del jardín? Despedido, será, no lo dudéis, y arrastrará existencias miserables y
humillantes, hasta que se haya doblado ante "Aquel" a quien lo debe todo.
La inteligencia es rica en méritos para el porvenir, pero con la condición de hacer
de ella buen uso: si todos los hombres que la poseen la empleasen según las miras de Dios, la misión de los
espíritus sería fácil para hacer avanzar a la humanidad; desgraciadamente para muchos
es objeto de orgullo y de perdición para ellos mismos. El hombre abusa de su
inteligencia como de todas sus otras facultades, y, sin embargo, no le faltan lecciones
que le adviertan que una mano poderosa pueda quitarle lo que le ha dado. (Fernando,
espíritu protector. Bordeaux, 1862).