5. "Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, que harán grandes prodigios y cosas sorprendentes para seducir a los mismos elegidos". Estas palabras dan el verdadero sentido de la palabra prodigio. En la acepción telógica, los prodigios y los milagros son fenómenos excepcionales, fuera de la ley de la naturaleza. Siendo obras de Dios sólo las leyes de la naturaleza, puede derogarlas sin duda si le place, pero el simple buen sentido dice que no puede haber dado a los seres inferiores y perversos un poder igual al suyo, y aun menos el derecho de deshacer lo que ha hecho. Jesús no puede haber consagrado tal principio. Si, pues, según el sentido que se da a estas palabras, el espíritu del mal tiene el poder de hacer prodigios tales que los mismos elegidos sean engañados, resultaría que, pudiendo hacer lo que Dios hace, los prodigios y los milagros no son privilegio exclusivo de los enviados de Dios, y nada prueban puesto que nada distingue los milagros de los santos, de los milagros del demonio. Es, pues, preciso buscar un sentido más racional a estas palabras.
A los ojos del vulgo ignorante, todo fenómeno cuya causa no se conoce pasa por sobrenatural, maravilloso y milagroso; una vez conocida la causa, se reconoce que el fenómeno, por extraordinario que parezca, no es otra cosa que la aplicación de una ley de la naturaleza. Así es que el círculo de los hechos sobrenaturales se estrecha a medida que se ensancha el de la ciencia. En todos los tiempos los hombres han explotado, en provecho de su ambición, de su interés y de su dominación, ciertos conocimientos que poseían, a fin de adquirir el prestigio de un poder digamos sobrehumano, o de una pretendida misión divina. Estos son falsos Cristos y falsos profetas; la difusión de las luces mata su crédito, y por esto su número disminuye a medida que los hombres se ilustran. El hecho de obrar aquello que a los ojos de ciertas gentes pasa por prodigio, no es, pues, señal de una misión divina, puesto que puede ser resultado de los conocimientos que cada uno puede adquirir, o de las facultades orgánicas especiales que el más indigno puede poseer, lo mismo que el más digno. El verdadero profeta se reconoce por caracteres más formales y exclusivamente morales.