CAPÍTULO XXVII - Pedid y se os dará
Cualidades de la oración. - Eficacia de la oración. - Acción de la oración. - Transmisión
del pensamiento. - Oraciones inteligibles. - De la oración para los muertos y para los espíritus
que sufren. - Instrucciones de los espírítus: Modo de orar. - Felicidad de la
oración.
Cualidades de la oración
1. Y cuando oréis, no seréis como los hipócritas, que aman el orar en pie en
las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres: en
verdad os digo recibieron su galardón. - Mas tú, cuando orares, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto, y tu Padre que ve en lo
secreto, te recompensará. - Y cuando oráreis, no habléis mucho como los gentiles,
pues piensan que por mucho hablar serán oídos. - Pues no queráis asemejaros a
ellos porque vuestro Padre sabe lo que habéis menester, antes que se lo pidais.
(San Mateo, cap. VI, v. de 5 a 8).
2. Y cuando estuviéreis para orar, si tenéis alguna cosa contra alguno,
perdonadle: para que vuestro Padre que está en los cielos, os perdone también
vuestros pecados. - Porque si vosotros no perdonáreis, tampoco vuestro Padre que
está en los cielos os perdonará vuestros pecados. (San Marcos, capítulo XI, v. 25 y
26).
3. Y dijo también esta parábola a unos que fiaban en sí mismos, como si
fuesen justos y despreciaban a los otros. - Dos hombres subieron al templo a orar:
el uno era fariseo y el otro publicano. - El fariseo, estando en pie, oraba en su interior
de esta manera: "Dios, gracias te doy porque no soy como los otros
hombres, robadores, injustos, adúlteros, así como este publicano. - Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que
poseo. -Mas el publicano, estando lejos, no osaba ni aún alzar los ojos al cielo; sino
que hería su pecho, diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí, pecador. - Os digo
que éste, y no aquél, descendió justiucado a su casa: porque todo hombre que se
ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado. (San Lucas, cap.
XVIII, v. de 9 a 14).
4. Jesús definió las cualidades de la oración claramente, diciendo: Cuando
roguéis, no os pongáis en evidencia; rogad en secreto y no afectéis rogar mucho porque
no será por la multitud de las palabras que seréis oídos, sino por la sinceridad con que
sean dichas; antes de orar, si tenéis alguna cosa contra alguien, perdonádsela, porque la
oración no podría ser agradable a Dios si no sale de un corazón purificado de todo
sentimiento contrario a la caridad; en fin, rogad con humildad, como el publicano, y no
con orgullo, como el fariseo: examinad vuestros defectos y no vuestras cualidades, y si
os comparáis con otros, buscad lo que hay de malo en vosotros. (Cap. X, números 7 y
8.)
Eficacia de la oración
5. Por tanto os digo, que todas las cosas que pidiéreis orando, creed que las
recibiréis y os vendrán. (San Marcos, capítulo XI, v. 24).
6. Hay gentes que niegan la eficacia de la oración fundándose en el princípio de
que, conociendo Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas. Aun añaden, que
encadenándose todo el universo por leyes eternas, nuestros votos no pueden cambiar los
decretos de Dios.
Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede anular a
capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están
sometidas a la fatalidad, es grande la distancia. Si así fuese, el hombre sólo sería un
instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. En esta hipótesis no habria más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin
evitarlos, y por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo. No ha dado Dios al
hombre el juicio y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer,
ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido
o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros consecuencias subordinadas a lo que
hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a
la fatalidad sin que por esto se destruyan la armonia de las leyes universales, como si se
adelanta o retrasa la saeta de un reloj, tampoco se destruye la ley del movimiento sobre
la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a cieflas súplicas sin derogar
la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción
subordinada a su voluntad.
7. Seria ilógico deducir de esta máxima: "Todas las cosas que pidiéreis orando,
creed que las recibiréis y os vendrán", que basta pedir para obtener como sería injusto
acusar a la Providencia si no accede a otro lo que se le pide, puesto que sabe mejor que
nosotros lo que nos conviene. Hace lo mismo que un padre prudente que rehusa a su
hijo las cosas contrarias al interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el presente;
mas si el sufrimiento es útil para su futura felicidad, Dios le dejará qqe sufra, como el cirujano
deja sufrir al enfermo en la operación que debe conducirle a la curación.
Lo que Dios le concederá, si se dirige a El con confianza, es valor, paciencia y
resignación. También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con
ayuda de las ideas que le suglere por medio de los buenos espíritus, dejándole de este
modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a si mismos, según esta máxima:
"Ayúdate y el cielo te ayudará", y no a aquellos que todo lo esperan de un socorro extraño, sin hacer uso de sus propias facultades; pero casi siempre se preferiría el ser
socorrido por un milagro sin que nos costase ningún trabajo. (Capítulo XXV, números 1
y siguientes.)
8. Pongamos un ejemplo: Un hombre se ha perdido en el desierto y sufre una sed
horrible; siéntese desfallecer y se deja caer en el suelo; ruega a Dios que le asista, y
espera; pero ningún ángel viene a traerle agua. Sin embargo, un buen espíritu le ha
"sugerido" el pensamiento de levantarse, seguir uno de los senderos que se presentan
ante él, y entonces por un movimiento maquinal, se reviste de ánimo, se levanta y
marcha a la ventura. Llega a una colina, descubre lejos un arroyuelo, y a esta vista,
recobra ánimo. Si tiene fe, exclamará: "Gracias, Dios mío, por el pensamiento que me
habéis inspirado y por la fuerza que me habéis dado". Si no tiene fe, dirá: "¡Qué buen
pensamiento he tenido! ¡Qué suerte haber tomado el camino de la derecha más bien que
el de la izquierda! la casualidad, verdaderamente, nos sirve bien algunas veces. ¡Cuánto
me felicito por mi valor en no dejarme abatir!"
Pero dirán algunos: "¿por qué el buen espíritu no le dijo bien claro, sigue esta
senda, y al extremo encontrarás lo que te hace falta? ¿Por qué no se le ha manifestado,
para guiarle y sostenerdle en su abatimiento? De este modo le hubiera convencido de la
intervención de la Providencia". En primer lugar sucede así para enseñarle que debe
ayudarse a sí mismo y hacer uso de sus propias fuerzas, y luego, por tal incertidumbre,
Dios pone a prueba la confianza que en El se tiene, así como la sumisión a su voluntad.
Ese hombre estaba en la situación de un niño que cae, y si ve a alguno, grita y espera
que le vayan a levantar; si no ve a nadie, hace esfuerzos y se levanta solo.
Si el ángel que acompañó a Tobías le hubiese dicho: "Soy el enviado de Dios
para guiarte en tu viaje y preservarte de todo peligro", Tobias no hubiera tenido ningún mérito; confiando en su
compañero, ni aun hubiera tenido necesidad de pensar; por esto el angel no se dió a
conocer hasta el regreso.
Acción de la oración.
Transmisión del pensamiento
9. La oración es una invocación; por ella nos ponemos con el pensamiento en
relación con el ser a quien nos dirigimos. Puede tener por objeto suplicar, dar gracias o
glorificar. Se puede orar para sí mismo, para otro, para los vivos y para los muertos. Las
oraciones dirigidas a Dios son oídas por los espíritus encargados de la ejecución de su
voluntad, y las que se dirigen a los buenos espíritus son transmitidas a Dios. Cuando se
ruega a otros seres que a Dios, sólo es con el titulo de intermediarios, de intercesores,
porque nada puede hacerse sin la voluntad de Dios.
10. El Espiritismo hace comprender la acción de la oración, explicando el modo
de transmitir el pensamiento, ya sea que el ser a quien se ruega venga a nuestro
llamamiento, o que nuestro pensamiento llegue a el. Para formarse una idea de lo que
sucede en esta circunstancia, es menester representar a todos los seres, encarnados y
desencarnados, sumergidos con un fluido universal que ocupa el espacio, como aquí lo
estamos en la atmósfera. Ese fluído recibe una impulsión de la voluntad; es el vehículo
del pensamiento, como el aire lo es del sonido, con la diferencia de que las vibraciones
del aire están circunscritas, mientras que las del fluído universal se extienden hasta el
infinito. Luego, cuando el pensamiento se dirige hacia un ser cualquiera que está en la
tierra o en el espacio, del encarnado al desencarnado o del desencarnado al encarnado,
se establece una corriente fluídica entre los los, la cual transmite el pensamiento como el
aire transmite el sonido.
La energía de la corriente está en razón con la del pensamiento y de la voluntad.
Así es como la oración es oída por los espíritus en cualquier parte que se encuentren,
como los espíritus se comunican entre sí, como nos transmiten sus inspiraciones y como
se establecen relaciones a distancia entre los encarnados.
Esta explicación, es sobre todo, para aquellos que no comprenden la utilidad de
la oración puramente mística; no es con objeto de materializar la oración, sino con el fin
de hacer comprensible su efecto, manifestando que puede tener una acción directa y
efectiva, sin que por esto deje de estar menos subordinada a la voluntad de Dios, juez
supremo de todas las cosas y el único que puede hacer eficaz su acción.
11. Por la oración el hombre llama el concurso de los buenos espíritus que
vienen a sostenerle en sus buenas resoluciones y a inspirarle buenos pensamientos,
adquiriendo de este modo la fuerza moral necesaria para vencer las dificultades y volver
a entrar en el camino derecho si se ha desviado, así como también puede desviar de sí
los males que se atrae por sus propias faltas. Un hombre, por ejemplo, vé su salud
deteriorada por los excesos que ha cometido, arrastrando hasta el fin de sus días una
vida de sufrimientos; ¿tiene acaso, derecho a quejarse si no consigue la curación? No,
porque en la oración hubiera podido encontrar la fuerza necesaria para resistir las tentaciones.
12. Si los males de la vida se dividen en dos partes, una compuesta de aquellos
que el hombre no puede evitar y la otra de las tribulaciones cuya primera causa es él
mismo por su incuria y sus excesos (capítulo V, número 4), se verá que ésta sobrepuja
de mucho en número a la primera. Es, pues, evidente, que el hombre es el autor de la
mayor parte de sus aflicciones, y que se las ahorraría si obrase siempre con moderación
y prudencia.
No es menos cierto que estas miserias son resultado de nuestras infracciones a
las leyes de Dios, y que si las observásemos puntualmente seríamos felices. Si no
traspasáramos el límite de lo necesario en la satisfacción de nuestras necesidades, no
tendríamos las enfermedades que son consecuencia de los excesos y las vicisitudes que
conducen a ellos; si pusiéramos límite a nuestra ambición, no temeríamos la ruina; si no
quisiéramos subir más alto de lo que podemos, no temeríamos caer; si fuésemos
humildes, no sufriríamos los desengaños del orgullo rebajado; si practicáramos la ley de
caridad, no maldeciríamos ni seríamos envidiosos, ni celosos, y evitaríamos las querellas
y las disensiones; si no hiciéramos mal a nadie, no temeríamos las venganzas, etc., etc.
Admitamos que el hombre no pueda nada sobre los otros males y que todas las
oraciones sean superfluas para preservarse de ellos; ¿no sería ya bastante el que pudiera
evitar todo lo que proviene de sus propios hechos? Pues aquí la acción de la oración se
concibe perfectamente, porque tiene por objeto solicitar la inspiración saludable de los
buenos espíritus, pidiéndoles fuerza para resistir a los malos pensamientos, cuya
ejecución puede sernos funesta. En este caso "no desvían el mal, sino que nos desvían a
nosotros mismos del pensamiento que puede causarlo; en nada embarazan los decretos
de Dios ni suspenden el curso de las leyes de la naturaleza; "sólo nos impiden infringir
estas leyes dirigiendo nuestro libre albedrío"; pero lo hacen sin saberlo nosotros y de una
manera oculta, para no encadenar nuestra voluntad. El hombre se encuentra entonces en
la posición de aquél que solicita buenos consejos y los pone en práctica, pero siempre es
libre de seguirlos o dejarlos de seguir; Dios quiere que así suceda para que tenga la
responsabilidad de sus actos dejándole el mérito de la elección entre el bien y el mal.
Esto es lo que el hombre siempre está seguro de obtener si lo pide con fervor, y a lo que sobre todo pueden aplicarse estas palabras: "Pedid y se os dará".
La eficacia de la oración, aun reducida a esta proporción, ¿no tendría, acaso, un
resultado inmenso? Estaba reservado al Espiritismo el probarnos su acción por la
revelación de las relaciones que existen entre el mundo invisible y el mundo visible. Pero
no se limitan únicamente a éstos sus efectos.
La oración está recomendada por todos los espíritus; renunciar a la oración es
desconocer la bondad de Dios; es renunciar para sí mismo a su asistencia y para los
otros al bien que puede hacérseles.
13. Dios, accediendo a la súplica que se le dirige, tiene la mira de recompensar la
intención, la sinceridad y la fe del que ruega; por este motivo la oración del hombre de
bien tiene más mérito a los újos de Dios y siempre más eficacia que la del hombre
vicioso y malo, porque éste no puede rogar con el fervor y la confianza que sólo se
adquiere por el sentimiento de la verdadera piedad. Del corazón del egoísta, de aquél
que ruega sólo con la articulación de la palabra, no pueden salir los impulsos de caridad
que dan a la oración todo su poder. De tal modo así se comprende, que, por un
movimiento instintivo, nos recomendamos con preferencia a las oraciones de aquellos
cuya conducta se cree ser agradable a Dios, porque son más escuchados.
14. Si la oración ejerce una especie de acción magnética, podría creerse que su
efecto está subordinado al poder fluidico; pero no sucede así: puesto que los espíritus
ejercen esta acción sobre los hombres, suplen cuando es necesario la insuficiencia del
que ora, ya obrando directamente "en su nombre", ya dándole momentáneamente una
fuerza excepcional, cuando se le juzga digno de este favor o cuando la cosa puede ser
útil.
El hombre que no se cree bastante bueno para ejercer una influencia saludable,
no por esto debe abstenerse de rogar por otro, con el pensamiento de que no es digno
de ser escuchado. La conciencia de su inferioridad es una prueba de humildad siempre
agradable a Dios, que toma en cuenta la intención caritativa que le anima su fervor y su
confianza en Dios, son el primer paso de la vuelta al bien, y los buenos espíritus se
felicitan de poderle alentar. La oración que no se escucha es la del "orgulloso que sólo
tiene fe en su poder y en sus méritos, creyendo poder substituirse a la voluntad del
Eterno".
15. El poder de la "oración" está en el pensamiento; no se concreta a las
palabras, ni al lugar, ni al momento que se hace. Se puede, pues, rogar en todas partes y
a todas horas, estando solo o acompañado. La influencia del lugar o del tiempo está en
relación de las circunstancias que pueden favorecer el recogimiento. "La oración en
común tiene una acción más poderosa cuando todos aquellos que oran se asocian de corazón
a un mismo pensamiento y tienen un mismo objeto", porque es como si muchos
levantasen la voz juntos y unísonos; pero ¡qué importaría estar unidos en gran número,
si cada uno obrase aisladamente y por su propia cuenta personal! Cien personas reunidas
pueden orar como egoístas, mientras que dos o tres, unidas en una común aspiración,
rogarán como verdaderos hermanos en Dios, y su oración tendrá más poder que la de
los otros ciento. (Cap. XXVIII, números 4 y 5).
Oraciones inteligibles
16. Pues si yo no entendiere el valor de la voz, seré bárbaro para aquél a
quien hablo: y el que habla, lo será para mí. "Porque si orare en una lengua que
no entienda, mi espíritu ora, mas mi mente queda sin fruto". - Mas si alabares a
Dios con el espíritu, el que ocupa lugar del simple pueblo, ¿cómo dirán "Amén"
sobre tu bendición, "puesto que no entiende lo que tú dices?" - Verdad es que tú das bien las gracias, "mas el otro no
es edificado". (San Pablo, Epístola 1ª a los Corint., capítulo XIV, v. 11, 14, 16 y
17).
17. La oración sólo tiene valor por el pensamiento que se une a ella, y es
imposible unir el pensamiento a lo que no se comprende, por qué lo que no se comprende
no puede conmover al corazón. Para la inmensa mayoría, las oraciones en un lenguaje
incomprensible sólo son un conjunto de palabras que nada dicen al espíritu. Para que la
oración conmueva, es preciso que cada palabra despierte una idea, y si no se comprende
no puede despertar ninguna. Se repite como una simple fórmula, suponiéndole más o
menos virtud según el número de veces que se repite; muchos oran por el deber y otros
por conformarse con los usos; por esto creen haber cumplido su deber cuando han dicho
una oración número de veces determinado, siguiendo tal o cual orden. Dios lee en el
fondo del corazón y ve el pensamiento y la sinceridad; sería rebajarle creerle más
sensible a la forma que al fondo. (Cap. XXVIII, número 2).
De la oración por los muertos y
por los espíritus que sufren
De la oración por los muertos y por los espíritus que sufren
18. La oración es solicitada por los espíritus que sufren; les es útil, porque
viendo que uno se acuerda de ellos, se sienten menos abandonados y son menos
desgraciados. Pero la oración tiene sobre ellos una acción más directa; aumenta su
ánimo, les excita el deseo de elevarse por el arrepentimiento y la reparación y puede
desviarles del pensamiento del mal; en este sentido es como puede aligerarse y aun
abreviarse sus sufrimientos. (Véase Cielo e Infierno, 2da. parte: Ejemplos).
19. Ciertas personas no admiten la oración por los muertos, porque en su
creencia sólo hay para el alma dos alternativas: ser salvada o condenada a las penas eternas, y en uno y otro caso la oración sería inútil. Sin discutir el valor de esta creencia,
admitamos por un instante la realidad de las penas eternas e irremisibles, y que nuestras
oraciones sean impotentes para ponerlas un término. Nosotros preguntamos si, en esta
hipótesis, es lógico, caritativo y cristiano desechar la oración por los réprobos. Estas
oraciones, por impotentes que sean para salvarle, ¿no son para ellos una señal de piedad
que puede aliviar sus sufrimientos?; en la Tierra, cuando un hombre está condenado para
siempre, aun cuando no tenga ninguna esperanza de obtener gracia, ¿se prohibe a una
persona caritativa que vaya a sostener sus cadenas para aligerarle de su peso? Cuando
alguno es atacado por un mal incurable, porque no ofrece ninguna esperanza de
curación, ¿ha de abandonársele sin ningún consuelo? Pensad que entre los réprobos
puede encontrarse una persona a quien habéis amado, un amigo, quizá un padre, una
madre o un hijo, y porque, según vosotros, no podría esperar gracia, ¿rehusaríais darle
un vaso de agua para calmar su sed, un bálsamo para curar sus llagas? ¿No haréis por él
lo que haríais por un presidiario? No; esto no sería cristiano. Una creencia que seca el
corazón no puede aliarse con la de un Dios que coloca en el primer lugar de los deberes
el amor al prójimo.
La no eternidad de las penas no implica la negación de una penalidad temporal,
porque Dios, en su justicia, no puede confundir el bien con el mal; así, pues, negar en
este caso la eficacia de la oración, sería negar la eficacia del consuelo, de la reanimación
y de los buenos consejos; seria negar la fuerza que logramos de la asistencia moral de
los que nos quieren bien.
20. Otros se fundan en una razón más espaciosa, en la inmutabilidad de los
decretos divinos, y dicen: Dios no puede cambiar sus decisiones por la demanda de sus
criaturas pues sin esto nada habría estable en el mundo. El hombre, pues, nada tiene que
pedir a Dios; sólo tiene que someterse y adorarle.
En esta idea hay una falsa aplicación de la inmutabilidad de la ley divina, o más
bien ignorancia de la ley en lo que concierne a la penalidad futura. Esta ley la han
revelado los espíritus del Señor, hoy que el hombre está en disposición de comprender
lo que tocante a la fe es conforme o contrario a los atributos divinos.
Según el dogma de la eternidad absoluta de las penas, no se le toman en cuenta
al culpable ni sus pesares, ni su arrepentimiento; para él todo deseo de mejorarse es
superfluo, puesto que está condenado al mal perpetuamente. Si está condenado por un
tiempo de-terminado, la pena cesará cuando el tiempo haya expirado; pero ¿quién dice
que, a ejemplo de muchos de los condenados de la tierra, a su salida de la cárcel no será
tan malo como antes? En el primer caso, sería tener en el dolor del castigo a un hombre
que se volviera bueno; en el segundo, agraciar al que continuase culpable. La ley de
Dios es más previsora que esto; siempre justa, equitativa y misericordiosa, no fija duración
en la pena, cualquiera que sea; se resume de este modo:
21. "El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no hay una sola
infracción a la ley de Dios que no tenga su castigo.
"La seyeridad del castigo es proporcionada a la gravedad de la falta.
"La duración del castigo por cualquier falta que sea, es indeterminada; está
subordinada al arrepentimiento del culpable y a su vuelta al bien"; la pena dura tanto
como la obstinación en el mal; sería perpetua si la obstinación fuera perpetua; es de
corta duración si el arrepentimiento es pronto.
"Desde el momento en que el culpable pide miserícordia, Dios lo oye y le envía
la esperanza. Pero el simple remordimiento de haber hecho mal no basta; falta la
reparación; por esto el culpable está sometido a nuevas pruebas, en las cuales puede, siempre por su voluntad, hacer el bien y reparar el mal
que ha hecho.
"El hombre, de este modo, es constantemente árbitro de su propia suerte; puede
abreviar su suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su desgracia dependen
de su voluntad en hacer bien".
Tal es la ley; ley "inmutable" y conforme a la bondad y a la justicia de Dios.
El espíritu culpable y desgraciado puede, de este modo, salvarse a sí mismo; la
ley de Dios le dice con qué condición puede hacerlo. Lo que más a menudo le falta es
voluntad, fuerza y valor; si con nuestras oraciones le inspiramos, si le sostenemos y le
animamos, y si con nuestros consejos le damos las luces que le faltan, "en lugar de
solicitar a Dios que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para la ejecución de
su ley de amor y de caridad", de la cual participamos nosotros mismos, dando una
prueba de caridad. (Véase Cielo e Infierno, lª parte, Cap. IV, VII y VIII).
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Modo de orar
22. El primer deber de toda criatura humana, el, primer acto que debe señalar
para ella la vuelta a la vida activa de cada día, es la oración. Casi todos vosotros rezais,
pero ¡cuán pocos saben orar! ¡Qué importan al Señor las frases que juntáis
maquinalmente, porque tenéis esta costumbre, que es un deber que llenais y que, como
todo deber, os molesta!
La oración del cristiano, del espiritista, de cualquier culto que sea, debe ser
hecha desde que el espíritu ha vuelto a tomar el yugo de la carne; debe elevarse a los
pies de la majestad divina, con humildad, con profundidad, alentada por el
reconocimiento de todos los bienes recibidos hasta el día, y por la noche que se ha pasado, durante la cual os ha sido
permitido, aunque sin saberlo vosotros, volver al lado de vuestros amigos, de vuestros
guías, para que con su contacto os den más fuerza y perseverancia. Debe elevarse
humilde a los pies del Señor, para recomendarle vuestra debilidad, pedirle su apoyo, su
indulgencia y su misericordia. Debe ser profunda, porque vuestra alma es la que debe
elevarse hacia el Criador, la que debe transfigurarse como Jesús en el monte Tabor, y
volverse blanca y radiante de esperanza y de amor.
Vuestra oración debe encerrar la súplica de las gracias que os sean necesarias,
pero de una necesidad real. Es, pues, inútil pedir al Señor que abrevie vuestras pruebas y
que os dé los goces y las riquezas; pedirle que os conceda los bienes más preciosos de la
paciencia, de la resignación y de la fe. No digais lo que muchos de entre vosotros: "No
vale la pena de orar, porque Dios no me escucha". La mayor parte del tiempo ¿qué es lo
que pedís a Dios? ¿Habéis pensado muchas veces en pedirle vuestro mejoramiento
moral? ¡Oh! no, muy pocas; más bien pensais en pedirle el buen éxito de vuestras
empresas terrestres, y habéis exclamado: "Dios no se ocupa de nosotros; si se ocupara
no habría tantas injusticias". ¡Insensatos! ¡Ingratos! Si descendiéseis al fondo de vuestra
conciencia, casi siempre encontraríais en vosotros mismos el origen de los males de que
os quejais; pedid, pues, ante todo, vuestro mejoramiento y veréis qué torrente de gracias
y consuelos se esparcirá entre vosotros. (Capítulo V, número 4).
Debéis rogar sin cesar, sin que por esto os retiréis a vuestro oratorio o que os
pongais de rodillas en las plazas públicas. La oración del día es el cumplimiento de
vuestros deberes sin excepción, cualquiera que sea su naturaleza. ¿No es un acto de
amor hacia el Señor el que asistais a vuestros hermanos en cualquier necesidad moral o
física? ¿No es hacer un acto de reconocimiento elevar vuestra alma hacía El cuando sois felices, cuando se evita un percance,
cuando una contrariedad pasa rozando con vosotros, si decís con el pensamiento:
"¡Bendito seais, Padre mío!". ¿No es un acto de contrición el humillaros ante el Juez
Supremo cuando sentís que habéis fallado, aunque sólo sea de pensamiento, al decirle:
"¡Perdonadme, Dios mío, porque he pecado (por orgullo, por egoísmo o por falta de
caridad); dadme fuerza para que no falte más y el valor necesario para reparar la falta!".
Esto es independiente de las oraciones regulares de la mañana y de la noche, y de
los días que a ella consagréis; pero, como veis, la oración puede hacerse siempre sin
interrumpir en lo más mínimo vuestros trabajos; decid, por el contrario, que los santifica.
Y creed bien que uno solo de estos pensamientos, saliendo del corazón, es más
escuchado de vuestro padre celestial que largas oraciones dichas por costumbre, a
menudo sin causa determinada, y "a las cuales conduce maquinalmente la hora
convenida". (V. Monod. Burdeos, 1868).
Felicidal de la oración
23. Venid los que queréis creer: los espíritus celestes corren y vienen a deciros
cosas grandes; Dios, hijos míos, abre su ancho pecho para daros sus bienes. ¡Hombres
incrédulos! ¡Si supiéseis de qué modo la fe hace bien al corazón y conduce el alma al
arrepentimiento, a la oración! La oración, ¡ah! ¡cuán tiernas son las palabras que salen
de la boca en el momento de orar! La oración es el rocío divino que destruye, el
excesivo calor de las pasiones; hija primogénita de la fe, nos lleva al sendero que
conduce a Dios. En el recogimiento y la soledad, estáis con Dios; para vosotros no hay
ya misterio, él se os descubre. Apóstoles del pensamiento, para vosotros es la vida;
vuestra alma se desprende de la materia y recorre esos mundos infinitos y etéreos que
los pobres humanos desconocen.
Marchad, marchad por el sendero de la oración, y oiréis las voces de los ángeles.
¡Qué armonía! Estas no son el murmullo confuso de los acentos chillones de la tierra;
son las liras de los arcángeles; son las voces dulces y suaves de los serafines, más ligeras
que las brisas de la mañana, cuando juguetean en el follaje de vuestros grandes bosques.
¡Entre cuántas delicias no marcharéis! ¡Vuestra lengua no podrá definir esta felicidad;
cuánto más entre por todos los poros, tanto más vivo y refrescante es el manantial de
donde se bebe! ¡Dulces voces, embriagadores perfumes que el alma siente y saborea,
cuando se lanza a esas esferas desconocidas y habitadas por la oración! Sin mezcla de
carnales deseos, todas las inspiraciones son divinas. También vosotros orad, como
Cristo, llevando su cruz desde el Gólgota al Calvario; llevad vuestra cruz, y sentiréis las
dulces emociones que pasaban por su alma, aunque cargada con un leño infamante; iba a
morir, pero para vivir de la vida celeste en la morada de su padre. (S. Agustín. París,
1861)