CAPÍTULO XI - Amar al prójimo como a sí mismo
El mayor mandamiento. - Hacer por los otros lo que quisiéramos que los otros hicieran
por nosotros. - Parábola de los acreedores y deadores. - Dad al César lo que es del
César.
Instrucciones de los espíritus: La ley de amor. - El egoísmo - La fe y la caridad. -
Caridad para con los criminales. - ¿Debe exponerse la vida por un malhechor?
El mayor mandamiento
1. Mas los fariseos cuando oyeron que había hecho callar a los Saduceos, se
juntaron en consejo. - Y le preguntó uno de ellos que era doctor de la ley,
tentándole:
Maestro: ¿Cuál es el grande mandamiento en la ley? - Y Jesús le dijo:
Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, y de toda tu alma y de todo tu
entendimiento. - Este es el mayor y el primer mandamiento.-Y el segundo,
semejante es a éste. "Amarás a tu prójimo como a tí mismo".
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (San Mateo,
cap. XXIII, v. 34 a 40).
2. "Y así todo lo que queréis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo
también vosotros con ellos". Porque ésta es la ley y los profetas. (Id., cap. VII, v.
12). -
Y lo que queréis que hagan a vosotros los hombres, eso mismo haced
vosotros a ellos. (San Lucas, cap. VI, v. 31).
3. Por esto el reino de los cielos es comparado a un hombre rey, que quiso
entrar en cuentas con sus siervos.-Y habiendo comenzado a tomar las cuentas, le
fué presentado uno que le debía diez mil talentos.-Y como no tenía con qué pagarlos,
mandó su señor que fuese vendido él y su mujer, y sus hijos y cuanto tenía
y que se le pagase. - Entonces el siervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Señor, espérame, que todo te lo pagaré.
- Y compadecido el Señor de aquel siervo, le dejó libre y le perdonó la deuda. -
Mas luego que salió aquel siervo, halló uno de sus consiervos, que le debía cien
denarios, y trabando de él, le quería ahogar diciendo: Paga lo que me debes. - Y
arrojándose a sus pies su compañero, le rogaba diciendo: Ten un poco de
paciencia, y todo te lo pagaré. - Mas él no quiso; sino que fué y le hizo poner en la
cárcel, hasta que pagase todo lo que debía.
Y viendo los otros siervos sus compañeros lo que pasaba, se entristecieron
mucho: y fueron a contar a su Señor todo lo que había pasado. - Entonces le llamó
su Señor y le dijo: Siervo mato, toda la deuda te perdoné, porque me lo rogaste. -
¿Pues no debías tu también tener compasión de tu compañero, así como yo la tuve
de tí? Y enojado su Señor, lo hizo entregar a los atormentadores hasta que pagase
todo lo que debía.
Del mismo modo hará también con vosotros mi Padre celestial, si no
perdonáreis de vuestros corazones cada uno a su hermano. (San Mateo, cap.
XVIII, v. de 23 a 25).
4. "Amar a tu prójimo como a tí mismo, hacer por los otros lo que quisiéramos
que los otros hiciesen por nosotros", es la expresión más completa de la caridad, porque
resume todos los deberes para con el prójimo. No se puede tener guía más segura sobre
este particular que el tomar por medida de lo que debe hacerse con los otros lo que
deseamos que a nosotros se nos haga. ¿Con qué derecho se exigiría a nuestros
semejantes mejores procederes de indulgencía, de benevolencia, y de afecto, que los que
se tiene con ellos? La práctica de estas máximas se dirige a la destrucción del egoísmo;
cuando los hombres las tomen por regla de su conducta y por base de sus instituciones,
comprenderán la verdadera fraternidad y harán reinar entre ellos la paz y la justicia; no
habrá ya ni odios ni disensiones, sino unión, concordia y benevolencia mutua.
Dad al César lo que es del César
5. Entonces los Fariseos se fueron, y consideraron entre sí cómo le
sorprenderían en lo que hablase. - Y le envían sus discípulos juntamente con los Herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres
veraz y que enseñas el camino de Dios en verdad, y que no te cuidas de cosa
alguna; porque no miras a la persona de los hombres. - Dinos, pues, ¿qué te
parece; es lícito dar tributo al César, o no?
Mas Jesús, conociendo la malicia de ellos, dijo: ¿Por qué me tentáis,
hipócritas? -Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario -
Y Jesús les dijo: ¿cúya es esta figura e inscripción? - Dícenle: del César. Entonces
les dijo: "Pues pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Y cuando esto oyeron, se maravillaron, y dejándole, se retiraron. (San
Mateo, cap. XXII, v. de 15 a 22. - San Marcos, cap. XII, v. de 13 a 17).
6. La cuestión propuesta a Jesús fué motivada por la circunstancia de que
teniendo los judíos horror al tributo impuesto por los romanos, lo habían hecho cuestión
religiosa, formándose un partido numeroso para negárselo: el pago del tributo era, para
ellos, pues, una cuestión irritante de actualidad, sin lo cual la pregunta hecha a Jesús:
"¿No es libre el pagar o dejar de pagar el tributo al César?" no hubiera tenido ningún
sentido. Esta pregunta era un lazo; porque según su respuesta, esperaban excitar contra
él, ya sea a la autoridad romana, ya a los judíos disidentes. Pero ,"Jesús, conociendo su
malicía", elude la dificultad dándoles una lección de justicia, diciendo que a cada uno
debe dársele lo que le corresponde. (Véase la introducción, art. Publicanos).
7. Esta máxima: "Dad al César lo que es del César" no debe entenderse de una
manera restrictiva y absoluta. Como todas las enseñanzas de Jesús, es un principio
general resumido bajo una forma práctica y usual, y deducido de una circunstancia
particular: Ese principio es consecuencia del que dice que debemos obrar respecto a los
otros como quisiéramos que éstos obrasen con respecto a nosotros; condena todo
perjuicio material y moral causado a otro, toda violación de sus intereses, y prescribe el
respeto a los derechos de cada uno, como cada uno desea que se le respeten los suyos; se extiende al
cumplimiento de los deberes contraídos con la familia, la sociedad, la autoridad, lo
mismo que con los individuos.
INSTRUCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La ley de amor
8. El amor resume toda la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por
excelencia, y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso
realizado. El hombre en su origen sólo tiene instintos; más adelantado y corrompido,
sólo tiene sensaciones; pero instruído y purificado, tiene sentimientos, y el punto
exquisito del sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar de la palabra, sino
ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas
las revelaciones sobrehumanas. La ley de amor reemplaza a la personalidad por la fusión
de los seres, y aniquila las miserias sociales. ¡Feliz aquel que, elevándose sobre su
humanidad, quiere con grande amor a sus hermanos doloridos! ¡Feliz aquel que ama,
porque no conoce ni la carestía del alma ni la del cuerpo; sus pies son ligeros y vive
como transportado fuera de sí mismo! Luego que Jesús hubo pronunciado esta divina
palabra: amor, hizo con ella estremecer a los pueblos, y los mártires, embriagados de
esperanza, descendían al circo.
El Espiritismo, a su vez viene a pronunciar la segunda palabra del alfabeto
divino; estad atentos, porque esa palabra levanta la piedra de las tumbas vacías, y la
"reencarnación", triunfando de la muerte revela al hombre ofuscado su patrimonio
intelectual; ya no le conduce a los suplicios, sino a la conquista de su ser elevado y
transfigurado. La sangre ha rescatado al espíritu y el espíritu debe rescatar hoy al
hombre de la materia.
He dicho que el hombre en su principio sólo tiene instintos; aquel, pues, en quien
dominan los instintos está más próximo al punto de partida que al fin. Para adelantar
hacia éste, es preciso vencer los instintos en provecho de los sentimientos, es decir,
perfeccionar éstos sofocando los gérmenes latentes de la materia. Los instintos son la
germinación y los embriones del sentimiento; llevan consigo el progreso, como la bellota
encierra la encina; y los seres menos avanzados son los que permanecen avasallados por
sus instintos. El espíritu debe ser cultivado como un campo: toda la riqueza futura
depende del trabajo presente, y más que bienes terrestres os traerá la gloriosa elevación;
entonces será cuando, comprendiendo la ley de amor que une a todos los seres,
buscaréis en ella los suaves goces del alma, que son los preludios de los goces celestes.
(Lázaro. París, 1862).
9. El amor es de esencia divina, y desde el primero hasta el último poseéis en el
fondo del corazón la chispa de ese fuego sagrado. He aquí un hecho que podéis haber
observado muchas veces: el hombre más abyecto, más vil y más criminal, siente por un
ser o por un objeto cualquiera un afecto vivo y ardiente a prueba de todo lo que tendiera
a disminuirlo, que toma a menudo proporciones sublimes.
He dicho por un ser o por un objeto cualquiera porque hay entre vosotros
individuos que prodigan los tesoros de amor de que su corazón rebosa, a los animales, a
las plantas y aun a los objetos materiales; especie de misántropos, que se quejan de la
humanidad en general, que se resisten a la inclinación natural de su alma y que buscan a
su alrededor afecto y simpatía. Esos rebajan la ley de amor al estado de instinto. Pero
por más que hagan, no podrán sofocar el gérmen vivo que Dios, al crearlos, deposító en
su corazón: este germen se desarrolla y engrandece con la moralidad y la inteligencia,
aunque muchas veces comprimido por el egoísmo, es origen de santas y dulces virtudes que constituyen los afectos sinceros y duraderos, y os ayudan a subir el
camino, escarpado y árido de la existencia humana.
Hay algunas personas a quienes repugna la prueba de la reencarnación, en el
sentido de que otras participen de las simpatías afectuosas a que están celosas. ¡Pobres
hermanos! vuestro afecto os hace egoístas; vuestro amor está limitado a un círculo
íntimo de parientes o amigos, y todos los otros os son indiferentes. Pues bien, para
practicar la ley de amor tal como Dios la entiende, es preciso que lleguéis por grados a
amar a todos vuestros hermanos indistintamente. La tarea será larga y difícil, pero se
cumplirá: Dios lo quiere, y la ley de amor es el primero y más importante precepto de
vuestra nueva doctrina, porque aquella es la que debe un día matar al egoísmo, bajo
cualquier forma que se presente; porque además del egoísmo personal, hay también el
egoísmo de familia, de casta, de nacionalidad. Jesús dijo: "Ama a tu prójimo como a tí
mismo", ¿pero, cuál es el límite de tu prójimo? ¿Es, acaso, la familia, la secta, la nación?
No, es la humanidad entera. En los mundos superiores, el amor mutuo armoniza y dirige
a los espíritus avanzados que los habitan; y vuestro planeta, destinado a un progreso
próximo para su transformación social, verá practicar por sus habitantes esta sublime
ley, reflejo de la Divinidad.
Los afectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la
felicidad durante la vida terrestre. Los más rebeldes y más viciosos deberán reformarse
cuando vean los beneficios producidos por esta práctica: No hagáis a los otros lo que no
quisiéreis que os hicieran a vosotros, pero hacedles, por el contrario, todo el bien que
podáis.
No creáis en la esterilidad y endurecimiento del corazón humano; a pesar suyo,
cede al amor verdadero; es un imán al que no se puede resistir, y el contacto de ese
amor vívifíca y fecunda los gérmenes de esa virtud que está en vuestro corazón en estado latente. La tierra, morada de prueba y de
destierro, será entonces purificada por ese fuego sagrado, y verá practicar la caridad; la
humildad, la paciencia, la adhesión, la abnegación, la resignación, el sacrificio, todas las
virtudes hijas del amor. No os canséis, pues, de escuchar las palabras de Juan
Evangelista; ya lo sabéis: cuando las dolencias y la vejez suspendieron el curso de sus
predicaciones, sólo repetía estas dulces palabras: "Hijitos míos, amáos unos a otros".
Queridos y estimados hermanos, aprovecháos de las lecciones; su práctica es
difícil, pero el alma saca de ellas un bien inmenso. Creedme, haced el esfuerzo sublime
que os pido: "Amáos" muy pronto veréis la tierra transformada en Elíseo, donde las
almas de los justos vendrán a gozar del reposo. (Fenelón. Bordeaux, 1861).
10. Mis queridos condiscípulos: los espíritus que están aquí presentes os dicen
por mi voz: Amad bien, con el fin de ser amados. Este pensamiento es tan justo, que
encontraréis en él todo lo que consuela y calma las penas de cada día; o más bien,
practicando esta sabia máxima, os elevaréis de tal modo sobre la materia, que os
espiritualizaréis antes de separaros de vuestro cuerpo terrestre. Habiendo los estudios
espirituales desarrollado en vosotros la comprensión del porvenir, tenéis una seguridad:
el adelantamiento hacia Dios con todas las promesas que corresponden a las
aspiraciones de vuestra alma; también debéis elevaros lo bastante para juzgar sin los
lazos de la materia, y no condenar a vuestro prójimo antes de haber dirigido vuestro
pensamiento a Dios.
Amar, en el sentido profundo de la palabra, es ser real, probo, concienzudo, para
hacer a los otros lo que quisiéramos para nosotros mismos; es buscar alrededor de sí el
sentido íntimo de todos los dolores que abruman a nuestros hermanos, para llevarles un
alivio; es mirar la gran familia humana como la suya, porque esta familia la volveréis a encontrar en cierto período en los mundos más avanzados, y los
espíritus que la componen son, como vosotros, hijos de Dios designados para elevarse
hasta el infinito. Por esto no podéis rehusar a vuestros hermanos lo que Dios os ha dado
liberalmente, porque por vuestra parte estaríais muy contentos de que vuestros
hermanos os diesen lo que os hiciera falta. En tódo sufrimiento dadles, pues, una palabra
de esperanza y de apoyo, a fin de que seáis todo amor, todo justicia.
Creed que estas sabías palabras: "Amad bien para ser amados", seguirán su
curso; son revolucionarias y siguen una senda segura, invariable. Mas vosotros que me
escucháis, habéis triunfado; sois infinitamente mejores que hace cíen años: habéis
cambiado de tal modo, con ventaja vuestra, que aceptáis sin réplica una multitud de
ideas nuevas sobre la libertad y fraternidad, que en otro tiempo hubiérais rechazado,
pues de aquí a cien años aceptaréis con la misma facilidad las que aun no han podido
entrar en vuestro cerebro. Hoy que el movimiento espiritista ha dado un gran paso, veis
con que rapidez las ideas de justicia y de renovación, contenidas en los dictados de los
espíritus, son aceptadas por la mitad del mundo inteligente; es porque esas ideas
responden a todo lo que hay de divino en vosotros; es porque estáis preparados por una
semilla fecunda: la del siglo último, que ha plantado en la sociedad las grandes ideas del
progreso; y como todo se encadena bajo el dedo del Todopoderoso, todas las lecciones
recibidas y aceptadas se encerrarán en este cambio universal del amor al prójimo. Por él
los espíritus encarnados, juzgando mejor y sintiendo mejor, se tenderán la mano desde
los confines de vuestro planeta, y se reunirán para entenderse y amarse y para destruir
todas las injusticias y todas las causas de mala inteligencia entre los pueblos.
¡Gran pensamiento de renovación por el Espiritismo, también descrito en el
"Libro de los Espíritus!" tú producirás el gran milagro del siglo venidero, el de la reunión de todos los intereses
materiales y espirituales de los hombres por la aplicación de esta máxima bien
comprendida: "Amad bien con el fin de ser amados". (Sansón, antiguo miembro de la
Sociedad Espiritista de París, 1863).
El egoísmo
11. El egoísmo, esa plaga de la humanidad, debe desaparecer de la tierra cuyo
progreso moral detiene; al Espiritismo le está reservada la tarea de hacerla subir en la
jerarquía de los mundos. El egoísmo es, pues, el objeto hacia el cual todos los
verdaderos creyentes deben dirigir sus armas, sus fuerzas, su valor; digo su valor,
porque éste es más necesario para vencerse a sí mismo que para vencer a los otros. Que
cada uno ponga todo su cuidado en combatir su egoísmo, porque este monstruo
devorador de todas las inteligencias, ese hijo del orgullo, es el origen de todas las
miserias de la tierra. El es la negación de la caridad, y por consiguiente, el más grande
obstáculo para la felicidad de los hombres.
Jesús os ha dado el ejemplo de la caridad y Poncio Pilatos el del egoísmo,
porque cuando el Justo va a recorrer las santas estaciones de su martirio, Pilatos se lava
las manos diciendo: ¡Qué me importa! Dijo a los judíos: Este hombre es justo, ¿por qué
queréis crucificicarle? Y sin embargo, lo deja conducir al suplicio.
A ese antagonismo de la caridad y del egoísmo, a la invasión de esa lepra del
corazón humano, debe el cristiano el que no haya cumplido toda su misión. A vosotros,
nuevos apóstoles de la fe a quienes los espíritus superiores iluminan, incumbe la tarea y
el deber de extirpar ese mal para dar al cristianismo toda su fuerza y limpiar el camino
de los abrojos que impiden su marcha. Echad fuera de la tierra el egoísmo para que
pueda ascender en la escala de los mundos, porque ya es tiempo de que la humanidad
vista la toga viril; y para esto es menester primero arrojar a aquél de vuestro corazón. (Emanuel. París, 1861).
12. Si los hombres se amasen con un mutuo amor, la caridad se practicaría
mejor; pero para esto sería preciso que os esforzáseis en desembarazaros de esa coraza
que cubre vuestros corazones, a fin de ser más sensibles para los que sufren. El rigor
mata los buenos sentimientos. Cristo no se negaba a nadie; el que a El se dirigía,
cualquiera que fuese, no era rechazado: la mujer adúltera y el criminal eran socorridos
por El; no temía nunca rebajar su propia consideración. ¿Cuándo, pues, lo tomaréis por
modelo de todas vuestras acclones? "Sí la caridad reinase sobre la tierra, el malo no
tendría imperio; huiría avergonzado, se ocultaría, porque por doquiera se encontraría el
mal; estad bien penetrados de esto.
Empezad por dar el ejemplo vosotros mismos, sed caritativos para todos
indistintamente, esforzáos en no tildar a los que os miran con desdén y dejad a Dios el
cuidado de toda justicia, porque todos los días en su reino separa el buen grano de la
cizaña.
El egoísmo es la negación de la caridad, y sin la caridad no puede haber sosiego
en la sociedad; digo más, ninguna seguridad. Con el egoísmo y el orgullo que se dan la
mano, el mundo sería siempre un juego favorable al más astuto, una lucha de intereses
en la que son pisoteados los más santos afectos, en que ni aun son respetados los lazos
sagrados de la familia. (Pascal. Sens, 1862).
La fe y la caridad
13. Os dije últimamente, mis queridos hijos, que la caridad sin la fe, no bastaría
para mantener entre los hombres un orden social capaz de hacerles felices. Debería
haber dicho que la caridad es imposible sin la fe. Podréis muy bien encontrar, en verdad,
rasgos generosos aun en la persona que no tiene religión, pero esa caridad austera que sólo se ejerce por abnegación, por el sacrificio constante de todo
interés egoísta, sólo la fe puede inspirarla, porque sólo ella puede hacernos llevar con
ánimo y perseverancia la cruz de esta vida.
Sí, hijos mios; en vano el hombre, ávido de goces, quisiera engañarse sobre su
destino en la tierra, sosteniendo que le es permitido el ocuparse sólo de su felicidad.
Ciertamente Dios nos creó para ser felices en la eternidad; sin embargo, la vida terrestre
debe únicamente servir para nuestro perfeccionamiento moral, el cual se adquiere más
fácilmente con la ayuda de los órganos y del mundo material. Sin contar las vicisitudes
ordinarias de la vida, la diversidad de vuestros gustos, de vuestras inclinaciones y de
vuestras necesidades, son también un medio de perfeccionaros, ejercitándose en la
caridad. Porque sólo a costa de concesiones y de sacrificios mutuos podréis mantener la
armonía entre elementos tan diversos.
Sin embargo, tendríais razón afirmando que la felicidad está destinada al hombre
en la tierra, si la buscáseis, no en goces materiales, sino en el bien. La historia de la
cristiandad habla de los mártires que iban al suplicio con alegría; hoy, en vuestra
sociedad, no hay necesidad, para ser cristiano, ni del holocausto, ni del martirio, ni del
sacrificio de la vida, sino única y sencillamente del sacrificio de vuestro egoísmo, de
vuestro orgullo y de vuestra vanidad. Triunfaréis si la caridad os inspira y si la fe os
sostiene. (Espíritu protector, Cracovia, 1861).
Caridad para con los criminales
14. La verdadera caridad es una de las más sublimes enseñanzas que Dios haya
dado al mundo. Entre los verdaderos discípulos de su doctrina, debe existir una
fraternidad completa. Debeis amar a los desgraciados y a los criminales, como a
criaturas de Dios a las cuales se concederá el perdón y la misericordia, si se arrepienten como a vosotros mismos, por las faltas que cometéis contra su
ley. Pensad que vosotros sois más reprensibles, más culpables que aquellos a quienes
rehusáis el perdón y la conmiseración, porque muchas veces ellos no conocen a Dios
como vosotros lo conocéis, y se les harán menos cargos que a vosotros.
No juzguéis, ¡oh!, no juzguéis queridos amigos miós, porque el juicio que
vosotros forméis os será aplicado aún con más severidad, y tenéis necesidad de
indulgencia por los pecados que cometéis sin cesár. ¿No sabéis que hay muchas acciones
que son crímenes a los ojos de Dios, a los ojos del Dios de pureza, y que el mundo sólo
considera como faltas ligeras?
La verdadera caridad no consiste solamente en la limosna que hacéis, ni tampoco
en las palabras de consuelo con que podéis acompañarla, no; no es esto sólo lo que Dios
exige de vosotros. La caridad sublime enseñada por Jesús consiste también en la benevolencia
concedida siempre y en todas las cosas a vuestro prójimo. Podéis también
ejercitar esa sublime virtud con muchos seres que no tienen necesidad de limosnas y a
quienes las palabras de amor, de consuelo y de valor conducirán al Señor.
Se acercan los tiempos, os repito, en que la gran fraternidad reinará en este
globo; la ley de Cristo es la que regirá los hombres; ella sola será el freno y la esperanza,
y conducirá a las almas a la morada de los bienaventurados. Amáos, pues, como hijos de
un mismo padre; no hagáis diferencia entre los otros desgraciados, porque Dios es quien
quiere que todos sean iguales; no desprecíéis a nadie; Dios permite que estén entre
vosotros grandes criminales con el fin de que os sirvan de enseñanza. Muy pronto,
cuando los hombres sean conducidos a la práctica de las verdaderas leyes de Dios, ya no
habrá necesidad dé esas enseñanzas, "y todos los espíritus impuros y rebeldes serán dispersados en mundos inferiores en armonia con sus inclinaciones"
Debéis a éstos de quienes hablo el socorro de vuestras oraciones: es la verdadera
caridad. No es necesario que digáis de un criminal: "Es un miserable; es menester purgar
la Tierra; la muerte que se le impone es demasiado benigna para un ser de su especie".
No, no es así como debéis hablar. Contemplad a Jesús, vuestro modelo; ¿qué diría si
viese junto a El a ese desgraciado? Le compadecería; le consideraría como a un enfermo
muy desdichado, y le tendería la mano. Vosotros no podéis hacerlo en realidad, pero al
menos podéis rogar por él y asistir a su espíritu durante los pocos instantes que debe
pasar en la Tierra. El arrepentimiento puede conmover su corazón, si rogáis con fe. Es
vuestro prójimo, como el mejor de entre los hombres; su alma descarriada y rebelde, es
creada como la vuestra, para perfeccionarse; ayudadle, pues, a salir del cenegal, y rogad
por él. (Elisabeth de Francia. Havre, 1862).
15. "Un hombre está en peligro de muerte; para salvarle es menester exponer la
propia vida; pero se sabe que ese hombre es un malhechor, y que si se escapa, podrá
cometer nuevos crímenes. Sin embargo de esto, ¿debe uno exponerse para salvarle?"
Esta es una cuestión muy grave y que naturalmente se presenta a la inteligencia.
Contestaré según mi adelantamiento moral, puesto que estamos en el punto de saber si
uno debe exponer su vida aunque sea por un malvado. La abnegación es ciega: se
socorre a un enemigo: debe, pues, socorrerse a un enemigo de la sociedad, a un
malhechor, en una palabra. ¿Creéis que sólo se arrebata a la muerte a este desgraciado?
Quizá le arrancaréis a toda su vida pasada. Porque, acordáos de que en esos rápidos
instantes que le roban los últimos minutos de la vida, el hombre perdido vuelve sobre su vida pasada, o más bien, esa vida se le presenta delante. Quizá la muerte
llegue demasiado pronto para él; la reencarnacíon podrá ser terrible; ¡lanzáos, pues,
hómbres! vosotros a quienes la ciencia espiritista ha iluminado, lanzáos, arrancadle a su
condenación, y acaso entonces ese hombre que hubiera muerto blasfemando, se echará
en vuestros brazos. Con todo, no hay necesidad de pensar si lo hará o no; pero marchad
a su socorro, porque salvándole, obedecéis a la voz del corazón, que os dice: "¡Puedes
salvarle, sálvale!" (Lamennais. París, 1862).