2. Desde el punto de vista terrestre, la máxima: "Buscad y hallaréis", es análoga
a esta otra: "Ayúdate que el cielo te ayudará". Es el principio de la "ley del trabajo" y,
por consecuencia, de la "ley del progreso", porque el progreso es hijo del trabajo y el
trabajo pone en acción las fuerzas de la inteligencia.
En la infancia de la humanidad, el hombre sólo aplica su inteligencia a buscar el
alimento y los medios de preservarse de la intemperie y defenderse de sus enemigos;
pero Dios le ha dado más que al animal: le ha dado "el deseo incesante de mejorar". Este
deseo es el que le impulsa a buscar los medios para mejorar su posición y le conduce a
los descubrimientos, a las invenciones y al perfeccionamiento de la ciencia, porque la ciencia es la que le procura
lo que le falta. Por medio de estas investigaciones su inteligencia aumenta y su moral se
purifica; a las necesidades del cuerpo suceden las necesidades del espíritu; después del
alimento material es necesario el alimento espiritual; este es el modo como el hombre
pasa del estado salvaje al de civilización.
Pero como el progreso que el hombre cumple individualmente, durante la vida,
es muy poco, y aun imperceptible en un gran número, ¿cómo podría, pues, progresar la
humanidad, sin la preexistencia y la persistencia del alma? Si las almas se fuesen todos
los días para no volver jamás, la humanidad se renovaría sin cesar con elementos
primitivos, teniendo que hacerlo todo y aprenderlo todo; no habría pues, razón para que
el hombre estuviese más adelantado hoy que en las primeras edades del mundo, puesto
que al nacer, el trabajo intelectual estaría para empezar. El alma, por el contrario,
volviendo con su progreso hecho, y adquiriendo cada vez alguna cosa más, pasa de este
modo gradualmente de la barbarie a la "civilización material" y de ésta a la "civilización
moral". (Véase el cap. IV, número 17.)