7. Se dice vulgarmente que "la fe no se impone"; de aquí viene que muchas gentes digan que si no tienen fe, no es por culpa suya. Sin duda que la fe no se obliga, y lo que es más justo aún, "no se impone". No, no se impone, pero se adquiere, y no hay nadie a quien se rehuse el poseerla, aun entre los más refractarios. Hablamos de verdades espirituales fundamentales, y no de tal o cual creencia particular. No es la fe la que debía ir a ellos, sino ellos ir al encuentro de la fe, y si la buscan con sinceridad la encontrarán. Tened, pues, por seguro, que los que dicen: "Quisiéramos creer, pero no podemos", lo dicen de boca y no con el corazón, porque diciendo esto se tapan los oídos; sin embargo, las prueban abundan a su alrededor; ¿por qué rehusan verlas? En los unos es indiferencia; en los otros es miedo de verse obligados a cambiar de costumbres; en la mayor parte es el orgullo que rehusa conocer un poder superior, porque les sería preciso inclinarse ante él.
En algunas personas, la fe parece de algún modo innata; sólo una chispa básta para desarrollarla. Esta facilidad en asimilarse las verdades espirituales es una señal evidente del progreso anterior; en los otros, al contrario, sólo penetra con dificultad, señal muy evidente de una naturaleza muy atrasada. Los primeros han creído ya y comprendido; traen, volviendo a "nacer", la intuición de lo que fueron; su educación está hecha; los segundos tienen que aprenderlo todo; su educación está por hacer; ella se hará, y si no se concluye en esta existencia se concluirá en la otra.
Respecto a la resistencia del incrédulo, es menester convenir que es menos por su culpa que por la manera como se presentan las cosas. A la fe es preciso una base, y esta base es la inteligencia perfecta de lo que se debe creer; para creer no basta "ver", es necesario, sobre todo, "comprendér". La fe ciega no es de este siglo, pues hoy el mayor número de incrédulos, porque quiere imponerse y exige la abdicación de una de las más preciosas prerrogativas del hombre: el razonamiento y el libre albedrío. Contra esta fe se parapeta el incrédulo y tiene razón de decir que no se impone: no admitiendo aquellas pruebas, deja en el Espíritu un vacío, de donde nace la duda. La fe razonada, la que se apoya en los hechos y en la lógica, no deja en pos de sí ninguna obscuridad; se cree porque se está cierto, y no se está cierto hasta que se ha comprendido; esta es la razón porque es inalterable, "porque no hay fe inalterable sino la que puede mirar frente a frente a la razón en todas las edades de la humanidad".
A este resultado conduce el Espiritismo, y por esto triunfa de la incredulidad, siempre que no encuentra oposición sistemática e interesada.