EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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11. La perfección moral, ¿consiste en la maceración del cuerpo? Para resolver esta cuestión me apoyo en los principios elementales, y empiezo por demostrar la necesidad de cuidar el cuerpo, que, según las alternativas de salud y de enfermedad, influye de una manera muy importante en el alma, que es preciso considerar como una cautiva de la carne. Para que esta prisionera viva, se recree y conciba aún las ilusiones de la libertad, el cuerpo debe estar sano, dispuesto, animoso. Sigamos la comparación. Los dos están en perfecto estado, ¿qué deben hacer para mantener el equilibrio entre sus aptitudes y sus necesidades tan diferentes?


Tenemos dos sistemas a la vista: el de los ascetas, que quieren echar por el suelo el cuerpo y el de los materialistas, que quieren rebajar el alma; dos violencias, que casi tan insensata es la una como la otra. Al lado de esos grandes partidos hormiguea la numerosa tribu de los indiferentes, que sin convicción y sin pasión, aman con tibieza y gozan con cconomía. ¿En dónde está, pues, la prudencia? ¿En dónde está, pues, la ciencia de vivir?



En ninguna parte; y este gran problema quedaría enteramente por resolver, si el Espiritismo no viniese en ayuda de los que buscan, demostrándoles las relaciones que existen entre el cuerpo y el alma, y diciendo que, puesto que son necesarios el uno a la otra, es preciso cuidarlos a los dos. Amad, pues, vuestra alma, pero cuidad también el cuerpo, instrumento del alma; desconocer las necesidades que están indicadas por la misma naturaleza, es desconocer la ley de Dios. No le castiguéis por las faltas que vuestro libre albedrío le ha hecho cometer y de las que tampoco tiene responsabilidad, como no la tiene el caballo mal dirigido por los daños que causa. ¿Seréis, acaso, más perfectos, si martirizando vuestro cuerpo no sois menos egoístas, orgullosos y poco caritativos con vuestro prójimo? No, la perfección no consiste en esto; está enteramente en las reformas que haréis sufrir a vuestro espíritu; suavizadle, sometejlle, humilladle, mortificadle; éste es el medio de hacerle dócil a la voluntad de Dios y el único que conduce a la perfección. (Georges. Espíritu protector. París, 1863).