4. Nos maravillamos cuando oímos decir a Jesús que es menester no dejar la luz
debajo del celemín, mientras que él mismo oculta sin cesar el sentido de sus palabras
bajo el velo de la alegoría que no puede ser comprendida de todos. El lo explica
diciendo a sus apóstoles: Les hablo por parábola, porque no están en estado de
comprender ciertas cosas; ven, miran, oyen y no comprenden; decírselo todo sería inútil
en este momento; pero a vosotros os lo digo, porque os es dado comprender estos
misterios. Obraba, pues, con el pueblo, como se hace con los niños cuyas ideas no están
aún desarrolladas. De este modo indica el verdadero sentido de la máxima: "Nadie
enciende una antorcha y la cubre con una vasija, o la pone debajo de la camá, mas la
pone sobre el candelero, para que vean la luz los que entran". No significa que sea necesario
revelar todas las cosas inconsiderablemente: toda enseñanza debe ser
proporcionada a la inteligencia de aquel a quien se dirige, porque hay gentes a quienes
una luz demasiado viva las deslumbra sin darles claridad.
Lo mismo sucede con los hombres en general que con los individuos; las
generaciones tienen su infancia, su juventud y su vejez; cada cosa debe venir a su
tiempo, pues el grano sembrado fuera de la estación no fructifica. Mas lo que la
prudencia aconseja callar momentáneamente, debe descubrirse más o menos tarde,
porque llegados a cierto grado de desarrollo, los hombres buscan ellos mismos la luz
viva; la obscuridad les pesa. Habiéndoles dado Dios la inteligencia para comprender y
guiarse en las cosas de la tierra y del cielo, quieren razonar su fe; entonces es cuando no
se debe poner la antorcha debajo del celemín, porque "sin la luz de la razón, la fe se
debilita" (Capítulo XIX, número 7).