EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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9. La autoridad, lo mismo que la fortuna, es una delegación de la que se pedirá cuenta al que está revestido de ella; no creáis que se la haya dado para procurarle el vano placer de mandar, ni como lo creen falsamente la mayor parte de los poderosos de la tierra, como un derecho, una propiedad. Dios, sin embargo, les prueba muy bien que no es ni lo uno ni lo otro, puesto que se la retira cuando le place. Si fuese un privilegio unido a la persona, sería inalienable. Nadie puede, pues, decir que una cosa le pertenece, cuando se le puede quitar sin su consentimiento. Dios la da a titulo de misión o de prueba, cuando así le conviene, y la retira del mismo modo.


Cualquiera que sea depositario de la autoridad, sea cual fuere su extensión, desde el señor sobre su servidor, hasta el soberano sobre su pueblo, no puede negar que tiene el encargo de almas; él responderá de la buena o mala dirección que habrá dado a sus subordinados, y las faltas que éstos podrán cometer, los vicios a los cuales serán arrastrados a consecuencia de esta dirección o de los malos ejemplos, recaerán sobre él, mientras que recogerá los frutos de su solicitud para conducirles al bien. Todo hombre tiene en la tierra una posición grande o pequeña; cualquiera que sea, siempre se la ha dado para el bien; es, pues, faltar si la falsea en su principio.


Si Dios pregunta al rico: ¿Qué has hecho de la fortuna que debía ser entre tus manos un manantial que esparciese la fecundidad a tu alrededor?, preguntará también al que posee una autoridad cualquiera: ¿Qué uso has hecho de esa autoridad? ¿Qué males has evitado? ¿Qué progresos has becho hacer? Si te he dado subordinados, no ha sido para que de ellos hicieras esclavos de tu voluntad, ni instrumentos dóciles de tus caprichos o de tu avaricia; te hice fuerte y te confié a los débiles para sostenerles y ayudarles a subir hacia mí.


El Superior que está penetrado de las palabras de Cristo, no desprecia a ninguno de aquellos que están a sus órdenes, porque sabe que las distinciones sociales no existen delante de Dios. El Espiritismo le enseña que si hoy le obedecen, le han podido mandar o le mandarán más tarde, y entonces será tratado como él haya tratado a los otros.


Si el superior tiene deberes que cumplir, el inferior los tiene también por su parte, que no son menos sagrados. Si este último es espiritista, su conciencia le dirá aún mejor que no está dispensado de ellos, aun cuando su jefe no cumpla los suyos; porque sabe que no debe devolver mal por mal, y que las faltas de los unos no autorizan las de los otros. Si sufre por su posición, dice que seguramente lo ha merecido, porque él mismo ha podido abusar en otro tiempo de su autoridad, y porque debe resistir a la vez los inconvenientes de lo que ha hecho sufrir a los otros. Si se ve forzado a sufrir esta posición por no encontrar otra mejor, el Espiritismo le enseña a resignarse como una prueba de su humildad necesaria a su adelantamiento. Su creencia le guía en su conducta; obra como quisiera que sus subordinados obrasen con él, si fuera el jefe. Por esto mismo es más escrupuloso en el cumplimiento de sus obligaciones, porque comprende que todo descuido en el trabajo que se le ha confiado, es un perjuicio para el que le remunera y a quien debe su tiempo y sus cuidados; en una palabra, está solícito, por el cumplimiento del deber que le da su fe, y la certeza de que toda desviación del camino derecho, es una deuda que será preciso purgar tarde o temprano. (FranciscoNicolás-Madaleine, cardenal Morlot. París, 1863).