CAPÍTULO XIX - La fe transporta las montañas
Poder de la fe. - La fe religiosa. - Condición de la fe inalterable. - Parábola de la higuera
seca. - Instrucciones de los espíritus. - La fe madre de la esperanza y de la caridad. -
La fe divina y la fe humana.
Poder de la fe
1. Y cuando llegó donde estaba la gente, vino a El un hombre, e hincadas
las rodillas delante de El, le dijo: Señor, apiádate de mi hijo, que es lunático y
padece mucho: pues muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. - Y lo he
presentado a tus discípulos y no le han podido sanar. - Y respondiendo Jesús, dijo:
¡Oh generación incrédula y depravada! ¿hasta cuando estaré con vosotros?
¿Hasta cuándo os sufriré? Traédmelo acá. - Y Jesús lo increpó, y salió de él el
demonio, y desde aquella hora fué sano el mozo. - Entonces se llegaron a Jesús los
discípulos aparte y le dijeron: ¿Por qué nosotros no le pudimos lanzar? - Jesús les
dijo: Por vuestra poca fe. Porque en verdad os digo, que si tuviéreis fe cuanto un
grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá y se pasará; y nada os
será imposible. (San Mateo, cap. XVII, v. de 14 a 19.)
2. En el sentido propio, es cierto que la confianza en nuestras propias fuerzas
nos hace capaces de ejecutar cosas materiales que no se pueden hacer cuando dudamos
de nosotros mismos, pero aquí es menester entender estas palabras sólo en el sentido
moral. Las montañas que levantan la fe, son las dificultades, las resistencias, en una
palabra, la mala voluntad que hay entre los hombres, aun en el momento en que se trata de las cosas mejores; las preocupaciones de la rutina, el interés material, el
egoísmo, el ciego fana tismo y las pasiones orgullosas, son otras tantas montañas que
interceptan el camino de cualquiera que tra baja para el progreso de la humanidad. La fe
robusta de la perseverancia, la energía y los recursos que hacen vencer los obstáculos,
tanto en las cosas pequeñas como en las grandes; la que vacila de la incertidumbre y la
perplejidad, de la cual se aprovechan aquellos a quienes se quiere combatir; no busca los
medios de vencer porque creen no poder vencer.
3. En otra acepción se llama fe a la confianza que se tiene en el cumplimiento de
una cosa, la certeza de alcanzar un objeto; da una especie de lucidez, que hace ver en el
pensamiento el término hacia el cual uno se dirige y los medios de llegar a él por manera
que aquel que la posee marcha, por decirlo así, con seguridad. En ambos casos puede
hacer alcanzar grandes cosas.
La fe sincera y verdadera es siempre serena; da la paciencia que sabe esperar,
porque teniendo su punto de apoyo en la inteligencia y en la comprensión de las cosas,
está cierta de llegar al fin; la fe dudosa siente su propia debilidad; cuando está
estimulada por el interés, se vuelve furibunda, y cree suplir la fuerza por la violencia. La
calma en la lucha es siempre una señal de fuerza y de confianza; la violencia, por el
contrario, es una prueba de debilidad y duda de sí mismo.
4. Guardaos de confundir la fe con la presunción. La verdadera fe se aviene con
la humildad; el que la posee pone su confianza en Dios más que en sí mismo, porque
sabe que, simple instrumento de la voluntad de Dios, nada puede sin El, y por esto los
buenos Espíritus vienen en su ayuda. La presunción más bien es orgullo que fe, y el
orgullo es siempre castigado, más o menos tarde, por los desengaños y las desgracias
que sufre.
5. El poder de la fe recibe una aplicación directa y especial en la acción
magnética; por ella el hombre obra sobre el flúido, agente universal; modifica sus
cualidades y le da una impulsión, por decirlo así, irresistible. Por esto el que tiene una
gran fuerza fluídica normal, unida a una fe ardiente, puede, por la sola voluntad dirigida
al bien, operat esos fenómenos extraños de curaciones y otros que en otro tiempo
pasaban por prodigios y, sin embargo, sólo son consecuencia de una ley natural. Tal es
el motivo porque Jesús dijo a sus apóstoles: si no habéis curado, es porque no teníais fe.
La fe religiosa.
Condición de la fe inalterable
6. Desde el punto de vista religioso, la fe es la creencia en los dogmas
particulares que constituyen las diferentes religiones; todas las religiones tíenen sus
artículos de fe. Bajo este aspecto, la fe puede ser "razonada y ciega". La fe ciega, no
examinando nada, acepta sin comprobación lo mismo lo falso que lo verdadero, y choca
a cada paso contra la evidencia y la razón; empujada hasta el exceso, produce el
"fanatismo". Cuando la fe se apoya en el error, se pierde tarde o temprano; la que tiene
por base la verdad, está asegurada para el porvenir, porque nada tiene que temer del
progreso de las luces, toda vez que "lo que es verdad en la obscuridad, lo es también en
pleno día". Todas las religiones pretenden estar en la exclusiva posesión de la verdad;
"preconizar la fe ciega sobre un punto de creencia, es confesar su impotencia en demostrar
que se tiene razón".
7. Se dice vulgarmente que "la fe no se impone"; de aquí viene que muchas
gentes digan que si no tienen fe, no es por culpa suya. Sin duda que la fe no se obliga, y
lo que es más justo aún, "no se impone". No, no se impone, pero se adquiere, y no hay
nadie a quien se rehuse el poseerla, aun entre los más refractarios. Hablamos de verdades espirituales fundamentales, y no de tal o cual creencia
particular. No es la fe la que debía ir a ellos, sino ellos ir al encuentro de la fe, y si la
buscan con sinceridad la encontrarán. Tened, pues, por seguro, que los que dicen:
"Quisiéramos creer, pero no podemos", lo dicen de boca y no con el corazón, porque
diciendo esto se tapan los oídos; sin embargo, las prueban abundan a su alrededor; ¿por
qué rehusan verlas? En los unos es indiferencia; en los otros es miedo de verse obligados
a cambiar de costumbres; en la mayor parte es el orgullo que rehusa conocer un poder
superior, porque les sería preciso inclinarse ante él.
En algunas personas, la fe parece de algún modo innata; sólo una chispa básta
para desarrollarla. Esta facilidad en asimilarse las verdades espirituales es una señal
evidente del progreso anterior; en los otros, al contrario, sólo penetra con dificultad,
señal muy evidente de una naturaleza muy atrasada. Los primeros han creído ya y
comprendido; traen, volviendo a "nacer", la intuición de lo que fueron; su educación
está hecha; los segundos tienen que aprenderlo todo; su educación está por hacer; ella se
hará, y si no se concluye en esta existencia se concluirá en la otra.
Respecto a la resistencia del incrédulo, es menester convenir que es menos por
su culpa que por la manera como se presentan las cosas. A la fe es preciso una base, y
esta base es la inteligencia perfecta de lo que se debe creer; para creer no basta "ver", es
necesario, sobre todo, "comprendér". La fe ciega no es de este siglo, pues hoy el mayor
número de incrédulos, porque quiere imponerse y exige la abdicación de una de las más
preciosas prerrogativas del hombre: el razonamiento y el libre albedrío. Contra esta fe se
parapeta el incrédulo y tiene razón de decir que no se impone: no admitiendo aquellas
pruebas, deja en el Espíritu un vacío, de donde nace la duda. La fe razonada, la que se apoya en los hechos y en la lógica, no deja en pos de sí ninguna obscuridad; se
cree porque se está cierto, y no se está cierto hasta que se ha comprendido; esta es la
razón porque es inalterable, "porque no hay fe inalterable sino la que puede mirar frente
a frente a la razón en todas las edades de la humanidad".
A este resultado conduce el Espiritismo, y por esto triunfa de la incredulidad,
siempre que no encuentra oposición sistemática e interesada.
Parábola de la higuera seca
8. Y otro día, como salieron de Betania, tuvo hambre. - Y viendo a lo lejos
una higuera que tenía hojas, fué allá por si hallaría alguna cosa en ella; y cuando
llegó a ella, nada halló sino hojas, porque no era tiempo de higos. - Y
respondiendo le dijo: Nunca más coma nadie de ti para siempre. Y lo oyeron sus
discípulos. Y al pasar por la mañana, vieron que la higuera se había secado de
raíz. - Y se acordó Pedro y le dijo: Maestro, cata ahí la higuera que maldijiste
cómo se ha secado. - Y respondiendo Jesús les dijo: "Tened fe en Dios. - En
verdad os digo, que cualquiera que dijera a este monte: Levántate y échate en el
mar; y no dudare en su corazón, mas creyere que se hará cuanto dijere, todo le
será hecho. (San Marcos, cap. XI, v. 12, 13, 14 y 20 a 23.)
9. La higuera seca es el símbolo de las gentes que sólo son buenas en la
apariencia, pero que en realidad no producen nada bueno; oradores que tienen más brillo
que solidez, sus palabras tienen el barniz de la superficie, agradan al oído, pero cuando
se les analiza nada sustancial se encuentra para el corazón; después de haberlos
escuchado se pregunta uno qué partido se ha sacado de sus oraciones.
Es también el emblema de todos los que tienen los medios de ser útiles y no lo
son; de todas las utopías, de todos los sistemas vacíos, de todas las doctrinas sin bases
sólidas. Lo que falta la mayor parte de las veces es la fe, la fe fecunda, la fe que remueve
las fibras del corazón; en una palabra, la fe que transporta las montañas. Son árboles que
tienen hojas, pero no dan frutos; por esto Jesús les condena a la esterilidad, porque vendrá un día que se secarán de
raíz; es decir, que todos los sistemas, todas las doctrinas que no hayan producido ningún
bien para la humanidad, caerán en la nada, y todos los hombres voluntariamente inútiles
por falta de haber puesto en práctica todos los recursos que tenían, serán tratados como
la higuera que Jesús secó.
10. Los médiums son los intérpretes de los espíritus, supliendo los órganos
materiales que a éstos faltan para transmitirnos sus instrucciones; por esto están dotados
de facultades a este efecto. En estos tiempos de renovación social, tienen una misión
particular; son arboles que deben dar el pasto espiritual a sus hermanos, multiplicándose
para que el pasto sea abundante; los hay en todas partes, en todas las comarcas, en todas
las clases de la sociedad, entre los ricos y los pobres, entre los grandes y entre los
pequeños, a fin de que no haya desheredados, y para probar a los hombres que "todos
son llamados". Mas si desvían de su objeto providencial la facultad preciosa que se les
ha conferido, si la hacen servir para cosas fútiles y perniciosas, si la ponen al servicio de
intereses mundanos, si en vez de frutos saludables los dan malsanos, si rehusan el ser
provechosos para los otros, sí ellos mismos no se aprovechan mejorándose, son como la
higuera estéril; Dios les retirará un don que es inútil en sus manos, la semilla que ellos
no saben hacer fructificar, y les dejará que sean presa de los malos espíritus.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La fe, madre de la esperanza y de la caridad
11. La fe, para ser provechosa, debe ser activa, no ha de embotarse. Madre de
todas las virtudes que conducen a Dios, debe velar con atención el desarrollo de las hijas
que da a luz.
La esperanza y la caridad son una consecuencia de la fe; estas tres virtudes son
una trinidad inseparable. ¿No es, acaso, la fe, la que da la esperanza de que se verán
cumplidas las promesas del Señor? Porque si no tenéis fe, ¿qué esperaréis? ¿No es la fe
la que da el amor? Porque si no tenéis fe, ¿qué reconocimiento tendréis y, por
consiguiente, qué amor?
La fe, divina aspiración de Dios, despierta todos los nobles instintos que
conducen el hombre al bien; es la base de la regeneración. Es menester que esta base sea
fuerte y duradera, porque si la menor duda la hace vacilar, ¿qué será del edificio que
construyáis encima? Levantad, pues, este edificio sobre cimientos sólidos; que vuestra fe
sea más fuerte que los sofismas y las burlas de los incrédulos, porque la fe que no
desafía al ridículo de los hombres, no es la verdadera fe.
La fe sincera es atractiva y contagiosa; se comunica a los que la tenían o que no
querían tenerla; encuentra palabras persuasivas que se dirigen al alma, mientras que la fe
aparente sólo tiene palabras sonoras que dejan frío e indiferente; predicad con el ejemplo
para dar de ella fe a los hombres; predicad con el ejemplo de vuestras obras para
hacerles ver el mérito de la fe; predicad con vuestra esperanza indestructible para hacerles
ver la confianza que fortifica y que pone en situación de desafiar todas las
vicisitudes de la vida.
Tened, pues, fe en todo lo que ella tiene de bueno y hermoso, en su pureza y en
su razonamiento. No admitáis la fe sin comprobación, hija ciega de la obscuridad. Amad
a Dios, pero sabed por qué le amáis; creed en sus promesas, pero sabed por qué creéis
en ellas seguid nuestros consejos, pero hacéos cargo del fin que os señalamos y de los
medios que os manifestamos para conseguirlo. Creed y esperad sin desfallecer nunca; los
milagros son obra de la fe. (José, espíritu protector. Bordeaux, 1862).
La fe divina y la fe humana
12. La fe en el hombre es el sentimiento innato de sus destinos futuros; es la
conciencia que tiene de sus facultades inmensas, cuyo germen ha sido depositado en él,
primero en estado latente y que debe hacer desarrollar y aumentar, después por su
voluntad de acción.
Hasta el presente la fe no ha sido comprendida sino por el lado religioso, porque
Cristo la preconizó como palanca poderosa y porque en El se ha visto el jefe de una
religión. Pero Cristo, que hizo milagros materiales, ha enseñado por estos mismos
milagros lo que el hombre puede cuando tiene fe, es decir, la "voluntad de querer" y la
certeza de que esta voluntad puede cumplirse. Los apóstoles, a su ejemplo, ¿no hicieron
también milagros? Pues ¿qué eran estos milagros sino efectos naturales cuya causa era
desconocida a los hombres de entonces, pero que en gran parte se explican hoy y se
comprenderán completamente por el estudio del Espiritismo y del magnetismo?
La fe es humana o divina, según como el hombre aplica sus facultades a las
necesidades terrestres o a sus aspiraciones celestes y futuras. El hombre de genio que
persigue la realización de alguna grande empresa, consigue su objeto si tiene fe, porque
siente en él que debe y puede realizarló, y esta certeza le da una fuerza inmensa. El
hombre de bien que creyendo en su porvenir celeste quiere llenar su vida de nobles y
bellas acciones, saca de la fe, con la certeza de la felicidad que le espera, la fuerza
necesaria, y también con esto se realizan los milagros de la caridad, de afecto y de
abnegación. En fin, con la fe no hay malas inclinaciones que no lleguen a vencerse.
El magnetismo es una de las más grandes pruebas del poder de la fe puesta en
acción: por la fe cura y produce esos fenómenos extraños que en otro tiempo se
calificaban de milagros.
Lo repito, la fe es "humana y divina"; si todos los encarnados estuviesen bien
persuadidos de la fuerza que tienen en sí y quisieran poner su voluntad al servicio de
esta fuerza, serían capaces de llevar a cabo lo que hasta el presente se han llamado
prodigios, y que sencillamente sólo son desarrollo de las facultades humanas. (Un
espíritu protector. París, 1863).