EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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15. El hombre de mundo, el hombre feliz, que, por una palabra que hiere, por una causa ligera juega la vida que ha recibido de Dios, y juega la vida de su semejante que pertenece a Dios, es más culpable cien veces que el miserable que empujado por la ambición, por la necesidad algunas veces, se introduce en una casa para robar lo que ambiciona y mata a aquellos que se oponen a su designios. Este último es casi siempre un hombre sin educación, que no tiene más que nociones imperfectas del bien y del mal; mientras que el duelista pertenece casi siempre a la clase más ilustrada; el uno mata brutalmente, el otro con método y finura, lo que hace que la sociedad le excuse. Aún añado que el duelista es infinitamente más culpable que el desgraciado que, cediendo a un sentimiento de venganza, mata en un momento de exasperación. El duelista no puede excusarse de que le arrastra la pasión, porque entre el insulto y la reparación háy siempre tiempo para reflexionar; otra, pues, fríamente y con designios premeditado; todo está calculado y estudiado para matar con más seguridad a su adversario. Es verdad que también expone su vida, y esto es lo que rehabilita el duelo a los ojos del mundo, porque se ve en ello un acto de valor y un desprecio de la propia vida, ¿pero hay verdadero valor cuando está seguro de si mismo? El duelo, resto del tiempo de la barbarie, en que el derecho del más fuerte era la ley, desaparecerá cuando se haga más sana apreciación del verdadero punto de honor, a medida que el hombre tenga una fe más viva en la vida futura. (San Agustín. Bordéaux, 1861).