Justicia de las aflicciones
3. La compensación que Jesús promete a los afligidos de la tierra, no puede tener lugar sino en la vida futura; sin la seguridad del porvenir, esas máximas no tendrían sentido, o serían, mejor dicho, un enganño. Aun con esta certeza difícilmente se comprende la utilidad de sufrir para ser feliz. Se dice que se hace para tener más mérito; pero entonces se pregunta uno: ¿por qué los unos sufren más que los otros?, ¿por qué los unos nacen en la miseria y los otros en la opulencia, sin haber hecho nada para justificar esta posesión?, ¿por qué a los unos nada les sabe bien, mientras a los otros todo parece sonreirles? Pero lo que aún se comprende menos es el ver los bienes y los males tan desigualmente distribuídos entre el vicio y la virtud, y ver a los hombres virtuosos sufrir al lado de los malos que prosperan. La fe en el porvenir puede consolar y hacer que se tenga paciencia; pero no explica esas anomalías que parecen desmentir la justicia de Dios.
Sin embargo, desde que se admite a Dios no se le pue de concebir sin que sea infinito en perfecciones; debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad, sin lo cual no seria Dios. Si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede obrar por capricho ni con parcialidad. "Las vicisitudes de la vida tienen, pues, una causa, y puesto que Dios es justo, esta causa debe ser justa". Todos deben penetrarse de esto. Dios ha puesto a los hombres en el camino que conduce a esta causa por medio de la enseñanza de Jesús, y juzgándoles hoy en buena disposición para comprenderla, se la revela completa por medio del Espiritismo, es decir, por la "voz de los espíritus".