EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Yo no he venido a traer la paz, sino la división

9. No penséis que vine a meter paz sobre la tierra; no vine a meter paz sino espada; - porque vine a separar al hombre contra su padre, y a la hija contra su madre, y la nuera contra su suegra. - Y los enemigos del hombre, los de su casa. (San Mateo, cap. X, v. 34, 35 y 36).


10. Fuego vine a poner en la tierra; ¿y qué quiero sino que arda? - Con bautismo es menester que yo sea bautizado; ¡y cómo me angustio basta que se cumpla! - ¿Pensáis que soy venido a poner paz en la tierra? Os digo que no, sino división; - porque de aquí en adelante habrán cinco en una casa divididos, los tres estarán contra los dos, y los dos contra los tres. - Estarán divididos: el padre contra el hijo, y el hijo contra su padre, la madre contra la hija, y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra. (San Lucas, cap. XII, v. de 49 a 53).


11. ¿Es el mismo Jesús y la personificación de la benignidad y de la bondad, y que no cesó de predicar el amor al prójimo, el que pudo decir: Yo no he venido a meter paz, sino espada; he venido a separar al hijo de su padre, al esposo de su esposa; he venido a poner fuego sobre la tierra y lo que quiero es que arda? ¿Acaso estas palabras no están en contradicción manifiesta con su enseñanza? ¿No es blasfemia atribuirle el lenguaje de un conquistador sanguinario y devastador? No, no hay blasfemia ni contradicción en estas palabras, porque El es quien las pronunció y ellas atestiguan su alta sabiduría; sólo que su forma, un poco equívoca, no expresa exactamente su pensamiento, y esta es la causa por la que se ha entendido mal su sentido verdadero. Tomadas literalmente tendrían por objeto transformar su misión, enteramente pacífica, en misión de turbulencias y discordias, consecuencias absurdas que el buen sentido rechaza, porque Jesús no podía desmentirse. (Capítulo XIV, número 6).


12. Toda idea nueva necesariamente encuentra oposición, y no hay una sola que se haya establecido sin luchas, puesto que en semejante caso la resistencia está siempre en relación a la importancia de los resultados "previstos", porque cuanto más grande es, mayores intereses lastima. Si es notoriamente falsa, y si se juzga, sin consecuencia, nadie hace caso y se la deja pasar sabiendo que no tiene vida. Pero si es verdadera, si descansa sobre una base sólida, si se entrevé su porvenir, un secreto presentimiento advierte a sus antagonistas que es una desgracia para ellos y para el orden de las cosas en cuyo sostenimiento están interesados; por este motivo la persiguen lo mismo que a sus partidarios.


13. Jesús vino a proclamar la doctrina que minaba por su base el abuso en que vivían los fariseos, los escribas y los sacerdotes de su tiempo; por esto también le hicieron morir, creyendo matar la idea matando al hombre; pero la idea sobrevivió porque era verdadera; se engrandeció porque estaba en los designios de Dios, y salida de un pueblo obscuro de la Judea fué a plantar su estandarte en la misma capital del mundo pagano, en presencia de sus enemigos más encarnizados, de los que tenían más interés en combatirla porque echaba por el suelo creencias seculares que muchos sostenían más bien por interés que por convicción. Allí esperaban a sus apóstoles las luchas más terribles; las víctimas fueron innumerables, pero la idea se engrandeció siempre y salió triunfante, porque sobrepujaba en verdad a las anteriores.


14. Es preciso notar que el cristianismo llegó cuando el paganismo estaba en decadencia, y se debatía contra las luces de la razón. Se practicaba aún por fórmula, pero la creencia había desaparecido; sólo el interés personal la sostenía. Pero el interés es tenaz; nunca cede a la evidencia irritándose tanto más cuanto más perentorios son los razonamientos que se le oponen y le demuestran mejor su error; sabe bien que está en él, mas esto no le conmueve, porque la verdadera fe no está en su alma; lo que más teme es la luz que abre los ojos de los ciegos; este error lo aprovecha, y por esto se aferra a él y lo defiende.


¿Sócrates no había, también, emitido una doctrina análoga, hasta cierto punto, a la de Cristo? ¿Por qué, pues, no prevaleció en aquella época en uno de los pueblos más inteligentes de la tierra? Es que el tiempo no había llegado aún; Sócrates sembró en una tierra que no estaba trabajada; el paganismo aun no se había "gastado". Cristo recibió su misión providencial en tiempo propicio. Todos los hombres de su época no estaban, ni mucho menos, a la altura de las ideas cristianas; pero había una aptitud más general en asimilárselas porque se empezaba a sentir el vacío que las creencias vulgares dejaban en el alma. Sócrates y Platón abrieron el camino y predispusieron los espíritus. (Véase en la Introdución, párrafo IV, "Sócrates y Platón, precursores de la idea cristiana y del Espiritismo").


15. Desgraciadamente los adeptos de la nueva doctrina no se entendieron sobre la interpretación de las palabras del maestro, la mayor parte cubiertas con el velo de las alegorías y de la figura; de aquí nacieron, desde el principio, las sectas numerosas que todas pretendían tener la verdad exclusiva, y que diez y ocho siglos no han podido poner de acuerdo. Olvidando el más importante de los divinos preceptos, aquel del que Jesús había hecho la piedra angular de su edificio y la condición expresa de salvación, la caridad, la fraternidad y el amor al prójimo, esas sectas se anatematizaron mutuamente y se arrojaron unas contra otras, destruyendo las más fuertes a las más débiles, ahogándolas en la sangre, en los tormentos y en las llamas de las hogueras. Los cristianos vencedores del paganismo, de perseguidos se hicieron perseguidores, y a sangre y fuego plantaron en ambos mundos la cruz del cordero sin mancha. Es un hecho constante que las guerras de religión han sido las más crueles y han hecho más víctimas que las guerras políticas, y que en ninguna de éstas se han cometido más actos de atrocidad y barbarie que en aquéllas.


¿Acaso está la falta en la doctrina de Cristo? No, ciertamente, porque condena formalmente toda violencia. ¿Dijo nunca a sus discípulos, id y matad, destrozad, quemad a los que no crean lo que vosotros? No, sino que les dijo todo lo contrario: Todos los hombres son hermanos y Dios es soberanamente misericordioso; amad a vuestro prójimo, amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os persiguen. Les dijo más: El que mata por la espada, perecerá por la espada. La responsabilidad no está, pues, en la doctrina de Jesús, sino en los que la han interpretado falsamente y han hecho de ella un instrumento para servir a sus pasiones; está en los que han desconocido estas palabras: "Mi reino no es de este mundo".


Jesús, en su profunda sabiduría, preveía lo que iba a suceder; estas cosas eran inevitables, por ser inherentes a la inferioridad de la naturaleza humana, que no podía transformarse repentinamente. Era preciso que el cristianismo pasase por esta larga y cruel prueba de diez y ocho siglos para manifestar todo su poder, porque a pesar de todo el mal cometido en su nombre ha salido puro; jamás se le ha puesto en tela de juicio; la culpa ha recaído siempre sobre los que han abusado de él; a cada acto de intolerancia se ha dicho siempre: Si el cristianismo fuese mejor comprendido y mejor practicado, no hubiera sucedido esto.


16. Cuando Jesús dijo: No creáis que haya venido a poner paz, sino división, su pensamiento fué este: "No creáis que mi doctrina se establezca pacíficamente; traerá luchas sangrientas, a las que mi nombre servira de pretexto, porque los hombres no me habrán comprendido o no me habrán querido comprender; los hermanos separados por su creencia sacarán la espada uno contra otro, y la división reinará entre los miembros de una misma familia que no tendrá la misma fe. Yo he venido a poner el fuego en la tierra para limpiarla de los errores y de las preocupaciones, del mismo modo que se pone fuego en un campo para destruir las malas hierbas, y por mi parte quiero que arda para que la purificación sea más pronta, porque de este conflicto saldrá triunfante la verdad; a la guerra sucederá la paz, al encono de los partidos la fraternidad universal, a las tinieblas del fanatismo la luz de la fe razonada. Entonces, cuando el campo esté preparado, "os enviaré el Consolador, el Espíritu de Verdad que vendrá a restablecer todas las cosas"; es decir, que haciendo conocer el verdadero sentido de mis palabras, que los hombres, ya más ilustrados, podrán por fin comprender, pondrán término a la lucha fratricida que divide a los hijos de un mismo Dios. Cansados, por último, de un combate sin consecuencias, que arrastra tras sí la desolación y lleva la turbación hasta el seno de las familias, los hombres reconocerán en dónde están sus verdaderos intereses para este mundo y para el otro; verán de qué lado están los amigos y enemigos de su reposo. Entonces todos se agruparán bajo una misma bandera: la de la caridad, y las cosas se restablecerán en la tierra según la verdad y los principios que os he enseñado".



17. El Espiritismo viene a realizar, en el tiempo predicho, las promesas de Cristo; sin embargo, esto no puede hacerse sin destruir los abusos; como Jesús, encuentra a su paso el orgullo, el egoísmo, la ambición, la avaricia y el ciego fanatismo, que, acosados en sus últimos atrincheramientos, intentan cortarle el camino y le suscitan trabas y persecuciones; por esto le es necesario también combatir; pero el tiempo de las luchas y de las persecuciones sangrientas ha pasado; las que se tendrán que sufrir serán enteramente morales, y el término se acerca; las primeras han durado siglos; éstas durarán apenas algunos años, porque la luz, en lugar de salir de un solo foco, sale de todos los puntos del globo y abrirá más pronto los ojos a los ciegos.


18. Aquellas palabras de Jesús deben, pues, entenderse en el sentido de que manifestaban la cólera que él preveía que su doctrina iba a levantar los conflictos momentáneos que iban a ser su consecuencia, las luchas que tendrían que sostenerse antes de establecerse, como sucedió con los Hebreos antes de entrar en la Tierra prometida, y no como un designio premeditado por su parte de sembrar el desorden y la confusión. El mal debía venir de los hombres y no de El. Es como el médico que va a curar, pero cuyos remedios provocan una crisis saludable removiendo los humores malsanos del enfermo.