EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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4. También dijo Jesús: No hagáis pagar vuestras oraciones; no hagáis como los escribas, que bajo el pretexto de largas oraciones, "devoran las casas de las viudas"; es decir, acaparan las fortunas. La oración es un acto de caridad, un impulso del corazón, y hacer pagar lo que se dirige a Dios por otro, es constituirse en intercesor asalariado, pues entonces la oración no es más que una fórmula cuya duración está proporcionada a la cantidad que produce. Luego, una de dos: Dios mide o no sus gracias por el número de palabras; si se necesitan muchas, ¿por qué se dicen pocas o ninguna al que no puede pagar? Esto es una falta de caridad; si por el contrario, una sola basta, lo que sobra es inútil y entonces ¿por qué se hace pagar? Esto es una prevaricación.

Si Dios no vende los beneficios que concede ¿por qué aquel, que ni siquiera es el distribuir, ni puede garantizar la obtención de ellos, hace pagar una súplica que no puede tener seguro resultado? Dios no puede subordinar un acto de clemencia, de bondad o de justicia que se solicite de su misericordia, a una cantidad de dinero; de otro modo resultaría que si la cantidad no se pagó o es insuficiente, la justicia, la bondad y la clemencia de Dios estarían en suspenso. La razón, el buen sentido y la lógica, dicen que Dios, la perfeccjón absoluta no puede delegar a criaturas imperfectas el derecho de poner precio a su justicia. La justicia de Dios es como el sol; está por todo el mundo, lo mismo para el pobre que para el rico. Si se considerara como inmortal el tráfico que se hace con las gracias de un soberano de la tierra, ¿es, acaso, más lícito el vender las del Soberano del universo?

Las oraciones pagadas tienen otro inconveniente; el que las compra, se cree muchas veces dispensado de rogar por él mismo, porque se considera en paz cuando ha dado su dinero. Se sabe, además, que los espíritus se conmueven sólo por medio del fervor del pensamiento que se interesa por ellos; y ¿qué fervor puede tener aquel que encarga a un tercero que rece para él, pagando? ¿Cuál es el fervor de este tercero cuando delega su mandato a otro, éste a otro, y así sucesivamente? ¿No es esto rebajar la eficacia de la oración al valor de una moneda corriente?