EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Samaritanos. Después del cisma de las diez tribus, Samaria vino a ser la capital del reino disidente de Israel. Destruida y vuelta a edificar muchas veces, fué, bajo el dominio de los romanos, la capital de la Samaria, una de las cuatro divisiones de la Palestina; Herodes, llamado el Grande, la embelleció con suntuosos monumentos, y para lisonjear a Augusto, la dió el nombre de Augusta en griego Sebaste.

Los samaritanos casi siempre estuvieron en guerra con los reyes de Judá; una aversión profunda, que databa de la separación, se perpetuó constantemente entre los dos pueblos, que evitaban todas las relaciones recíprocas. Los samaritanos, para hacer la separación más profunda y no tener que ir a Jerusalén para la celebración de las fiestas religiosas, se construyeron un templo particular y adoptaron ciertas reformas: sólo admitían el Pentateuco, que contenía la ley de Moisés, y rechazaban todos los libros que se unieron después. Los libros sagrados estaban escritos en caracteres hebreos de la mayor antigüedad. Para los judíos ortodoxos, eran herejes y por lo mismo, anatematizados, despreciados y perseguidos. El antagonismo de las dos naciones tenía, pues, por único principio la divergencia de opiniones religiosas, aunque sus creencias tuviesen el mismo origen; eran los protestantes de aquel tiempo.

Aun se encuentran hoy samaritanos en algunas comarcas de Levante, particularmente en Naplousa y en Jaffa. Observan la ley de Moisés con más rigor que los otros judíos, y sólo entre si contraen alianza.