15. Desgraciadamente los adeptos de la nueva doctrina no se entendieron sobre la interpretación de las palabras del maestro, la mayor parte cubiertas con el velo de las alegorías y de la figura; de aquí nacieron, desde el principio, las sectas numerosas que todas pretendían tener la verdad exclusiva, y que diez y ocho siglos no han podido poner de acuerdo. Olvidando el más importante de los divinos preceptos, aquel del que Jesús había hecho la piedra angular de su edificio y la condición expresa de salvación, la caridad, la fraternidad y el amor al prójimo, esas sectas se anatematizaron mutuamente y se arrojaron unas contra otras, destruyendo las más fuertes a las más débiles, ahogándolas en la sangre, en los tormentos y en las llamas de las hogueras. Los cristianos vencedores del paganismo, de perseguidos se hicieron perseguidores, y a sangre y fuego plantaron en ambos mundos la cruz del cordero sin mancha. Es un hecho constante que las guerras de religión han sido las más crueles y han hecho más víctimas que las guerras políticas, y que en ninguna de éstas se han cometido más actos de atrocidad y barbarie que en aquéllas.
¿Acaso está la falta en la doctrina de Cristo? No, ciertamente, porque condena formalmente toda violencia. ¿Dijo nunca a sus discípulos, id y matad, destrozad, quemad a los que no crean lo que vosotros? No, sino que les dijo todo lo contrario: Todos los hombres son hermanos y Dios es soberanamente misericordioso; amad a vuestro prójimo, amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os persiguen. Les dijo más: El que mata por la espada, perecerá por la espada. La responsabilidad no está, pues, en la doctrina de Jesús, sino en los que la han interpretado falsamente y han hecho de ella un instrumento para servir a sus pasiones; está en los que han desconocido estas palabras: "Mi reino no es de este mundo".
Jesús, en su profunda sabiduría, preveía lo que iba a suceder; estas cosas eran inevitables, por ser inherentes a la inferioridad de la naturaleza humana, que no podía transformarse repentinamente. Era preciso que el cristianismo pasase por esta larga y cruel prueba de diez y ocho siglos para manifestar todo su poder, porque a pesar de todo el mal cometido en su nombre ha salido puro; jamás se le ha puesto en tela de juicio; la culpa ha recaído siempre sobre los que han abusado de él; a cada acto de intolerancia se ha dicho siempre: Si el cristianismo fuese mejor comprendido y mejor practicado, no hubiera sucedido esto.