Contemplad las aves del cielo
6. No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra: donde orín y
polilla los consume; y en donde ladrones los desentierran y roban. - Mas atesorad
para vosotros tesoros en el cielo; en donde ni los consume orín ni polilla; y en
donde ladrones no los desentierran ni roban. - Porque en donde. está tu tesoro, allí
está también tu corazón.
Por tanto os digo, no andéis afanados por vuestra alma, que comeréis, ni
para vuestro cuerpo, que vestiréis. ¿No es más el alma que la comida, y el cuerpo
más que el vestido?
Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni allegan entrojes; y
vuestro padre celestial las alimenta: ¿Pues no
sois vosotros mucho más que ellas? - ¿Y quién de vosotros, discurriendo, puede
añadir un codo a su estatura?
¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad como crecen los
lirios del campo; no trabajan ni hilan. - Yo os digo que ni Salomón en toda su
gloria fué cubierto como uno de éstos. - Pues si al heno del campo, que hoy es, y
mañana es echado en el horno, Dios viste así: ¿Cuánto más a vosotros, hombres de
poca fe?
No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con
qué nos cubriremos? - Porque los gentiles se afanan por estas cosas. Y vuestro
Padre sabe que tenéis necesidad de todas ellas.
Buscad, pues, primeramente, el reino de Dios y su justicia: y todas estas
cosas os serán añadidas. - Y así no andéis cuidadosos por el día de mañana.
Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado. "Le basta al día su
propio afán". (San Mateo, cap. VI, v. de 19 a 21, y de 25 a 34).
7. Estas palabras, tomadas literalmente, serían la negación de
toda previsión, de
todo trabajo y de consiguiente de todo progreso. Con tal principio, el
hombre se
reduciría a un estado pasivo espectante; sus fuerzas físicas e
intelectuales, no tendrían
actividad; si tal debiese ser su condición normal en la tierra, nunca
hubiera salido de su
estado primitivo, y si de ello hiciera su ley actual, no tendría otra
cosa que hacer sino
vivir sin hacer nada. No pudo ser tal el pensamiento de Jesús, porque
estaría en
contradicción con lo que dijo en otra parte y con las mismas leyes de la
naturaleza. Dios
ha creado al hombre sin vestido y sin abrigo, pero le ha dado la
inteligencia para que se
lo fabrique. (Cap. XIV, núm. 6; cap. XXV, número 2.)
Es preciso, pues, no ver en estas palabras sino una poética alegoría de
la
Providencia, que nunca abandona a los que ponen en ella su confianza,
pero quiere que
trabajen por su parte. Si no viene siempre en ayuda para un socorro
material, inspira las
ideas con las cuales se encuentran los medios de salir del paso. (Cap.
XXVII, núm. 8.)
Dios conoce nuestras necesidades y provee según lo que
se necesita; pero el
hombre, insaciable en sus deseos, no siempre sabe contentarse con lo que
tiene; no le
basta lo necesario, sino que le es indispensable lo superfluo, y
entonces la Providencia le
abandona a sí mismo. Muchas veces es desgraciado por su causa y por
haber
desconocido la voz que le avisaba por medio de su conciencia, dejándole
Dios que sufra
las consecuencias con el fin de que le sirva de lección para el
porvenir. (Cap. V, núm. 4.)
8. La tierra produce lo suficiente para alimentar a todos sus habitantes; cuando
los hombres sabrán administrar los bienes que da según las leyes de justicia, de caridad y
de amor al prójimo, cuando la fraternidad reinará entre los diversos pueblos, como entre
las provincias de un mismo imperio, lo superfluo momentáneo del uno servirá para el
otro, y cada uno tendrá lo necesario. El rico se considerará entonces como teniendo una
grande cantidad de semillas, que si las siembra, producirán el céntuplo para él y para los
otros; pero si él solo se come las semillas, si malgasta y deja perder lo sobrante de lo que
coma nada producirán, y no habrá para todos, y si las encierra en su granero, los
gusanos las comerán: por esto ha dicho Jesús: No acumuléis tesoros en la tierra, que son
perecederos, pero sí en el cielo, porque son eternos, o en otros términos: no déis más
importancia a los bienes materiales que a los bienes espirituales y saber sacrificar los
primeros en provecho de los segundos. (Cap. XVI, núm. 7 y siguientes.)
La caridad y la fraternidad no se decretan con leyes; si no están en el corazón, el
egoísmo las ahogará siempre; hacérselas penetrar, es obra del Espiritismo.