EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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12. Jesús se dirigía, sobre todo, a los pobres y a los desheredados, porque éstos son los que tienen más necesidad de consuelos; a los ciegos dóciles y de buena fe porque quieren ver, y no a los orgullosos, que creen poseer toda la luz y no faltarles nada. (Véase la Introducción, art. "Publicanos y Peageros".)


Estas palabras, como otras muchas, encuentran su aplicación en el Espiritismo. Algunos se admiran de que la mediumnidad se concede a gentes indignas y capaces de hacer mal uso de ella; parece, dicen, que una facultad tan preciosa debería ser atributo exclusivo de los más meritorios.


Digamos, ante todo, que la mediumnidad consiste en una disposición orgánica de la que puede todo hombre estar dotado, como la de ver, oir y hablar. De todas puede abusar el hombre en virtud de su libre albedrío, y si Dios no hubiese concedido la palabra, por ejemplo, sino a los que son incapaces de decir cosas malas, habría más mudos que parlantes. Dios, que ha dado al hombre facultades, le deja libre para usar de ellas, pero castiga siempre al que abusa.


Sin el poder de comunicar con los espíritus se hubiese dado sólo a los más dignos, ¿quién se atrevería a solicitarlo? Además, ¿en dónde estaría el límite de la dignidad? La mediumnidad se ha dado sin distinción a fin de que los espíritus puedan llevar la luz a todas partes, a todas las clases de la sociedad, así a la casa del pobre como a la del rico, lo mismo entre los prudentes para fortificarles en el bien, que entre los viciosos, para corregirles. ¿Acaso no son éstos últimos los enfermos que necesitan el médico? ¿Por qué Dios, que no quiere la muerte del pecador, le privaría del socorro que puede sacarle del cenagal? Los espíritus buenos vienen, pues, en su ayuda, y los consejos que recibe directamente son de tal naturaleza que le impresionan con más viveza que si los recibiera por caminos indirectos. Dios, en su bondad, para ahorrarle el trabajo de ir a buscar la luz más lejos, se la pone en la mano; ¿no es mucho más culpable si no la mira? ¿Puede excusarse con la ignorancia cuando él mismo haya escrito, visto, oído y pronunciado su propia condenación? Si no se aprovecha entonces es cuando es castigado por haber pervertido sus facultades, apoderándose de ella los malos espíritus para observarle y engañarle, sin perjuicio de las aflicciones reales con que Dios castiga a sus servidores indignos y a los corazones endurecidos por el orgullo y el egoísmo.


La mediumnidad no implica necesariamente relaciones habitales con los espíritus superiores, sino que es sencillamente una "aptitud" para servir de instrumento más o menos flexible a los espíritus en general. El buen medium no es, pues, el que comunica fácilmente, sino el que es simpático a los buenos espíritus y sólo está asistido por ellos. Unicamente en este sentido es poderosa la excelencia de las cualidades morales sobre la mediumnidad.