CAPÍTULO II - Mi reino no es de este mundo
La vida futura. - El reinado de Jesús. - El punto de vista. - Instrucciones de los
espíritus: Un reinado terrestre.
1. Volvió, pues, a entrar Pilato en el pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres
tú el rey de los judíos? - Respondió Jesús: "Mi reino no es de este mundo". Si de
este mundo fuese mi reino, mis ministros sin duda pelearían, para que no fuera yo
entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí. - Entonces Pilato le dijo:
¿Luego Rey eres tú? - Respondíó Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto
nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio a la verdad; todo aquel que
es de la verdad, escucha mi voz. (San Juan, cap. XVIII, versículos 33, 36 y 37).
La vida futura
2. Con estas palabras Jesús designa claramente la vida futura, que presenta en
todas las circunstancias como el término a donde iba a parar la humanidad, el cual debe
ser objeto de las principales ocupaciones del hombre en la tierra; todas sus máximas se
refieren a este gran principio. En efecto, sin la vida futura, la mayor parte de sus
preceptos de moral no tendrían ninguna razón de ser; por esto aquellos que no creen en
la vida futura y se figuran que sólo habla de la vida presente, no los comprenden o los
encuentran pueriles.
Este dogma puede ser considerado como el eje de la enseñanza de Cristo; por
esto está colocado entre los primeros, al principio de esta obra porque debe ser el punto
de mira de todos los hombres, El solo puede justificar las anomalías de la vida terrestre y
concordar con la justicia de Dios.
3. Los judíos tenían ideas muy inciertas de la vida futura; creían en los ángeles, a
quienes miraban como seres privilegiados de la creación, pero no sabían que los
hombres pudieran ser un día ángeles y participar de su felicidad. Según ellos, la
observancia de las leyes de Dios era recompensada con los bienes de la tierra, con la
supremacía de su nación y las victorias alcanzadas sobre sus enemigos; las calamidades
públicas y las derrotas, eran el castigo de su desobediencia. Moisés no podía decir otra
cosa a un pueblo pastor e ignorante que debía conmoverse, ante todo, por las cosas de
este mundo. Más tarde vino Jesús a revelarles que hay otro mundo en el que la justicia
de Dios sigue su curso; este es el mundo que promete a los que observan los
mandamientos de Dios, y en donde los buenos encontrarán su recompensa; este es su
reino; allí es donde está en toda su gloria, y a donde regresará al dejar la tierra.
Sin embargo, Jesús, acomodando su enseñanza al estado de los hombres de su
época, no creyó deber darles una luz completa que les hubiera deslumbrado sin
iluminarles, porque no la hubieran comprendido; de cierto modo se límitó a anunciar en
principio la vida futura como una ley de la naturaleza, la cual nadie puede evitar. Todo
cristiano cree, pues, en la vida futura forzosamente; pero la idea que muchos se forman
de ella es vaga, incompleta, y por lo mismo, falsa en muchos puntos; para un gran
número, ésta sólo es una creencia sin certidumbre absoluta: de aquí se siguen las dudas,
la incredulidad.
El espiritismo ha venido a completar en este punto, como en muchos otros, la
enseñanza de Cristo, cuando
los hombres han estado en disposición de comprender la verdad. Con el Espiritismo la
vida futura ya no es un simple artículo de fe, una hipótesis; es una realidad material
demostrada por los hechos, porque son testigos oculares los que vienen a describirla en
todas sus fases y con todas sus peripecias, de tal modo que no sólo no es posible la
duda, sino que la inteligencia más vulgar puede representársela bajo su verdadero
aspecto, como nos representamos al país del que se lee una descripción detallada; así,
pues, esta descripción de la vida futura es de tal modo circunstanciada, y las condiciones
de existencia feliz o desgraciada de los que se encuentran en ella son tan racionales, que
es forzoso decir que no puede ser de otro modo, y que esta es la verdadera justicia de
Dios.
El reinado de Jesús
4. El reinado de Jesús no es de este mundo esto es lo que comprenden todos;
pero ¿no tiene también su reinado en la tierra? El título de Rey no implica siempre el
ejercicio del poder temporal; se da de común consentimiento a aquel a quien su genio le
coloca en el primer rango en un orden de ideas cualquiera que domina su siglo e influye
en el progreso de la humanidad. En este sentido se dice: El rey o príncipe de los
filósofos, de los artistas, de los poetas, de los escritores, etc. Este reino, nacido del
mérito personal, consagrado por la posteridad, ¿no tiene muchas veces una
preponderancia mucho mayor que el que supone la corona? El uno es imperecedero,
mientras que el otro es juguete de las vicisitudes; el primero siempre es bendecido por
las regeneraciones futuras, mientras que el otro es algunas veces maldecido. El reinado
terrestre acaba con la vida, el reinado moral gobierna aún, y sobre todo después de la
muerte. Bajo este concepto, ¿no es Jesús mucho más poderoso que los
potentados? Con razón decía, pues, a Pilato: Soy Rey, pero mi reino no es de este
mundo.
El punto de vista
5. La idea clara y precisa que nos formamos de la vida futura, da una fe
indestructible para el porvenir; y esta fe tiene inmensas consecuencias sobre la moralización
de los hombres, porque cambia completamente "el punto de vista desde el cual
se contempla la vida terrestre". Para el que se coloca, con el pensamiento, en la vida
espiritual, que es indefinida, la vida corporal sólo es un pasaje, una estancia corta en un
país ingrato. Las vicisitudes y las tribulaciones de la vida sólo son incidentes que sufre
con paciencia, porque sabe que son de poca duración y deben ser seguidas de un estado
más feliz; la muerte nada tiene de horrible; ya no es la puerta de la nada, sino la de la
libertad que abre al desterrado la entrada de una morada de felicidad y de paz. Sabiendo
que mora en un paraje temporal y no definitivo, toma los pesares de la vida con más
indiferencia, y de esto le resulta una calma de espíritu que dulcifica su amargura.
Con la simple duda sobre la vida futura, el hombre dirige todos sus pensamientos
a la vida terrestre; incierto del porvenir, todo lo dedica al presente; no entreviendo otros
bienes más preciosos que los de la tierra, es como el niño que nada ve más allá de sus
juguetes, y para procurárselos, lo hace todo; la pérdida del menor de sus bienes es una
tristeza penetrante; un desengaño, una esperanza perdida, una ambición no satisfecha,
una injusticia, cuya víctima es el orgullo o la vanidad herida, son otros tantos tormentos
que hacen de su vida una agonía perpetua "dándose de este modo voluntariamente un
verdadero y continuado tormento". Tomando su punto de vista de la vida terrestre, en
cuyo centro está colocado, todo a su alrededor toma vastas proporciones; el mal que le
alcanza, así como el bien que incumbe a los otros,
todo adquiere a sus ojos una grande importancia. De la misma manera que aquel que
está en el interior de una ciudad todo le parece grande, tanto los hombres que están
elevados, como los monumentos, pero que transportándose a una montaña, todo lo
encuentra pequeño, los hombres y las casas; así sucede con el que mira la vida terrestre
bajo el punto de vista de la vida futura; la humanidad, así como las estrellas del
firmamento, se pierden en la inmensidad; entonces se apercibe que grandes y pequeños
están confundidos como las hormigas sobre un terrón de tierra; que proletarios y
potentados son de una misma talla, y compadece esos efímeros que se toman tantas
molestias para conquistar una plaza que les eleva tan poco y que tan poco tiempo
conservarán. Por esto la importancia que se da a los bienes terrestres está siempre en
razón inversa de la fe en la vida futura.
6. Se dirá que si todo el mundo pensase del mismo modo, nadie se ocuparía de
las cosas de la tierra y todo se paralizaría. No; el hombre busca instintivamente su
bienestar, y aun con la certeza de permanecer poco tiempo en el puesto, quiere estar lo
mejor posible; no hay nadie que encontrando una zarza a su paso no la quite para no
pincharse. Así, pues, los deseos de buscar el bienestar, fuerzan al hombre a mejorar
todas las cosas, impulsado por el instinto del progreso y de conservación que está en las
leyes de la naturaleza. Trabaja, pues, por necesidad, por gusto y por deber, y en esto
cumple las miras de la Providencia, que con este fin le ha colocado en la tierrL El que
considere sólo el porvenir, no da al presente sino una importancia relativa, y se consuela
con gusto de las contrariedades del presente pensando en el destino que le espera. Dios
no condena los goces terrestres, sino el abuso de estos goces en perjuicio de las cosas
del alma; contra este abuso se precaven los que se aplican estas palabras de Jesús: "Mi
reino no es de este mundo".
El que se identifica con la vida futura, se parece a un hombre rico que pierde una
pequeña cantidad sin ninguna emoción; el que concentre sus pensamientos en la vida
terrestre, es como un hombre pobre que pierde todo lo que posee y se desespera.
7. El Espiritismo ensancha el pensamiento y abre nuevos horizontes; en vez de
esa vista estrecha y mezquina que le concentra en la vida presente, que hace del instante
que se pasa en la tierra el único y frágil eje del porvenir eterno, enseña que esta vida sólo
es un anillo en el conjunto armonioso y grandioso de la obra del Creador; enseña la
solidaridad que reune todas las existencias de un mismo ser, todos los seres de un mismo
mundo y los seres de todos los mundos; da también una base y una razón de ser a la
fraternidad universal, mientras que la doctrina de la creación del alma en el momento del
nacimiento de cada cuerpo, hace que todos los seres sean extraños unos a otros. Esta
solidaridad de las partes de un mismo todo, explica lo que es inexplicable, si se
considera un solo punto. Este es el conjunto que en tiempo de Cristo no hubieran
podido comprender los hombres, y por esto reservó su conocimiento para otros
tiempos.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Un reino terrestre
8. ¿Quién mejor que yo puede comprender la verdad de estas palabras de
Nuestro Señor? Mi reino no es de este mundo. El orgullo me perdió en la tierra. ¿Quién
comprendería la nada de los reinos de ese mundo si yo no lo comprendiese? ¿Qué me he
traído de mi reinado terrestre? Nada, absolutamente nada; y para que la lección fuese
más terrible, ni siquiera lo conservé hasta la tumba. Reina fuí entre los hombres, reina
creí entrar en el reino de los cielos; ¡engañosa ilusión! ¡Qué humillación cuando en vez de ser recibida allí como soberana, vi sobre mí,
y mucho más altos, hombres a quienes creía muy pequeños y que yo despreciaba porque
no eran de sangre noble! ¡Oh! ¡Entonces comprendí la esterilidad de los honores y de las
grandezas que con tanta avidez se buscan en la tierra! Para prepararse un lugar en este
reino, es necesario la abnegación, la humildad, la caridad en toda su celeste práctica, y la
benevolencia para todos; nadie os pregunta lo qué habéis sido, qué rango habéis ocupado,
sino el bien que habéis hecho, las lágrimas que habéis enjugado. ¡Ah! Jesús, tú lo
has dicho, tu reino no es de la tierra porque es preciso sufrir para llegar al cielo, y las
gradas del trono no aproximan a él: los senderos más penosos de la vida son los que
conducen allí; buscad, pues, el camino a través de los abrojos y de las espinas y no entre
flores. Los hombres corren tras los bienes terrestres como si debieran conservarlos
siempre; pero aquí ya no hay ilusión, ven muy pronto que solo se asieron a una sombra y
despreciaron los únicos bienes sólidos y duraderos, los únicos que les sirven en la celeste
morada, los solos que pueden franquearles la entrada. Tened piedad de aquellos que no
ganaron el reino de los cielos; ayudadles con vuestras oraciones, pqrque la oración
aproxima al hombre al Todopoderoso; es el eslabón que une el cielo a la tierra; no lo
olvidéis. (Una reina de Francia. Havre, 1863.)