6. Hay gentes que niegan la eficacia de la oración fundándose en el
princípio de
que, conociendo Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas.
Aun añaden, que
encadenándose todo el universo por leyes eternas, nuestros votos no
pueden cambiar los
decretos de Dios.
Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede
anular a
capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias
de la vida están
sometidas a la fatalidad, es grande la distancia. Si así fuese, el
hombre sólo sería un
instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. En esta
hipótesis no habria más que doblar la cabeza al golpe de los
acontecimientos, sin
evitarlos, y por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo. No
ha dado Dios al
hombre el juicio y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la
voluntad para no querer,
ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para
obrar en un sentido
o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros consecuencias
subordinadas a lo que
hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan
forzosamente a
la fatalidad sin que por esto se destruyan la armonia de las leyes
universales, como si se
adelanta o retrasa la saeta de un reloj, tampoco se destruye la ley del
movimiento sobre
la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a cieflas
súplicas sin derogar
la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su
acción
subordinada a su voluntad.