EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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6. Hay gentes que niegan la eficacia de la oración fundándose en el princípio de que, conociendo Dios nuestras necesidades, es superfluo exponérselas. Aun añaden, que encadenándose todo el universo por leyes eternas, nuestros votos no pueden cambiar los decretos de Dios.

Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede anular a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, es grande la distancia. Si así fuese, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. En esta hipótesis no habria más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin evitarlos, y por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo. No ha dado Dios al hombre el juicio y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer, ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos tienen para sí y para los otros consecuencias subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruyan la armonia de las leyes universales, como si se adelanta o retrasa la saeta de un reloj, tampoco se destruye la ley del movimiento sobre la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a cieflas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su voluntad.