CAPÍTULO V - Bienaventurados los afligidos
Justicia de las aflicciones. - Causas actuales de las aflicciones. - Causas anteriores de las
afliccionies. - Olvido del pasado. Motivos de resignación - El suicidio y la locura. -
Instrucciones de los espíritus: Sufrir bien y sufrir mal. - El alma y el remedio. - La
felicidad no es de este mundo. - Pérdida de las personas queridas. - Muertes prematuras
- Si hubiese sido un hombre de bien, hubiera muerto. - Tormentos voluntarios. -
Desgracia real. - Melancolía. - Pruebas voluntarias. - Verdadero cilicio. - ¿Debe ponerse
término a las pruebas del prójimo? - ¿Es permitido abreviar la vida de un enfermo que
sufre sin esperanza de curación? - Sacrificio de la propia vida. - Provecho de los
sufrimientos por otro.
1. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. -
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
hartos. - Bienaventurados los que padecen persecuciones por la justicia, porque de
ellos es el reino de los cielos. (San Mateo, cap. V, v. 5, 6 y 10).
2. Y El, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios. - Bienaventurados los que ahora tenéis
hambre, porque hartos seréis. - Bienaventurados los que ahora lloráis, porque
reiréis (San Lucas, cap. VI, v. 20 y 21).
Mas ¡ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo! - ¡Ay de
vosotros los que éstáis hartos, porque tendréis hambre! - ¡Ay de vosotros los que
ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! (San Lucas, cap. VI, v. 24 y 25).
Justicia de las aflicciones
3. La compensación que Jesús promete a los afligidos de la tierra, no puede
tener lugar sino en la vida futura; sin la seguridad del porvenir, esas máximas no tendrían
sentido, o serían, mejor dicho, un enganño. Aun con esta certeza difícilmente se
comprende la utilidad de sufrir para ser feliz. Se dice que se hace para tener más mérito;
pero entonces se pregunta uno: ¿por qué los unos sufren más que los otros?, ¿por qué
los unos nacen en la miseria y los otros en la opulencia, sin haber hecho nada para
justificar esta posesión?, ¿por qué a los unos nada les sabe bien, mientras a los otros
todo parece sonreirles? Pero lo que aún se comprende menos es el ver los bienes y los
males tan desigualmente distribuídos entre el vicio y la virtud, y ver a los hombres
virtuosos sufrir al lado de los malos que prosperan. La fe en el porvenir puede consolar
y hacer que se tenga paciencia; pero no explica esas anomalías que parecen desmentir la
justicia de Dios.
Sin embargo, desde que se admite a Dios no se le pue de concebir sin que sea
infinito en perfecciones; debe ser todo poder, todo justicia, todo bondad, sin lo cual no
seria Dios. Si Dios es soberanamente bueno y justo, no puede obrar por capricho ni con
parcialidad. "Las vicisitudes de la vida tienen, pues, una causa, y puesto que Dios es
justo, esta causa debe ser justa". Todos deben penetrarse de esto. Dios ha puesto a los
hombres en el camino que conduce a esta causa por medio de la enseñanza de Jesús, y
juzgándoles hoy en buena disposición para comprenderla, se la revela completa por
medio del Espiritismo, es decir, por la "voz de los espíritus".
Causas actuales de las aflicciones
4. Las vicisitudes de la vida son de dos clases, o si se quiere, tienen dos origenes
muy diferentes que conviene distinguir: las unas tienen la causa en la vida presente, y las
otras fuera de esta vida.
Remontándonos al origen de los males terrestres, se reconocerá que muchos son
consecuencia natural del carácter y de la conducta de aquellos que los sufren. ¡Cuántos
hombres caen por su propia falta! - Cuántos son victimas de su imprevisión, de su
orgullo y de su ambición! - ¡Cuántas personas arruinadas por falta de orden, de
perseverancia, por no tener conducta o por no haber sabido limitar sus deseos! -
¡Cuántas uniones desgraciadas, porque sólo son cálculo del interés o de la vanidad, y en
las que para nada entra el corazón! - ¡Cuántas disenciones y querellas funestas se
hubieran podido evitar con más moderación y menos susceptibilidad! - ¡Cuántas
enfermedades y dolencias son consecuencia de la intemperancia y de los excesos de
todas clases! - ¡Cuántos padres son desgraciados por sus hijos porque no combatieron
las malas tendencias de éstos en su principio! Por debilidad o indiferencia han dejado
desarrollar en ellos los gérmenes del orgullo, del egoísmo y de la torpe vanidad que
secan el corazón, y más tarde, recogiendo lo que sembraron, se admiran y se afligen de
su falta de deferencia y de su ingratitud. Pregunten fríamente a conciencia todos
aquéllos que tienen herido el corazón por las vicisitudes y desengaños de la vida;
remóntense paso a paso al origen de los males que les afligen, y verán si casi siempre
podrán decirse: "Si yo hubiese o no hubiese hecho tal cosa, no me encontraría en tal
posición". ¿A quién debe, pues, culparse de todas estas aflicciones, sino a sí mismo? Así
es como el hombre, en un gran número de casos, es hacedor de sus propios infortunios,
pero en vez de reconocerlo, encuentra más sencillo y menos humillante para su vanidad,
acusar a la suerte, a la Providencia, al mal éxito, a su mala estrella, siendo así que su
mala estrella es su incuria o su ambición.
Los males de esta clase seguramente forman un contingente muy notable en las
vicisitudes de la vida; pero el hombre los evitará cuando trabaje para su mejoramiento moral tanto como para su mejoramiento intelectual.
5. La ley humana alcanza a ciertas faltas y las castiga; el condenado puede,
pues, decir que sufre la consecuencia de lo que ha hecho; pero la ley no alcanza ni puede
alcanzar a todas las faltas; castiga más especialmente aquellas que causan perjuicio a la
sociedad y no aquellas que dañan a los que las cometen. Sin embargo, Dios quiere el
progreso de todas las criaturas; por esto no deja impune ningún desvío del camino recto;
no hay una sola falta, por ligera que sea, una sola infracción a su ley, que no tenga
consecuencias forzosas e inevitables, más o menos desagradables; de donde se sigue
que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, el hombre es siempre castigado
por donde ha pecado. Los sufrimientos, que son su consecuencia, le advierten de que ha
obrado mal, le sirven de experiencia, le hacen sentir la diferencia del bien y del mal y la
necesidad de mejorarse para evitar en lo sucesivo lo que ha sido para él origen de
pesares; sin esto no hubiera tenido ningún motivo de corregirse; confiando en la
impunidad, retardaría su adelanto, y por consiguiente su felicidad futura.
Pero la experiencia viene algunas veces un poco tarde, cuando la vida está
gastada y turbada, cuando las fuerzas están debilitadas y cuando el mal no tiene
remedio. Exclama el hombre: Si al principio de la vida hubiese sabido lo que sé ahora,
¡cuántos pasos falsos hubiera evitado! ¡"Si tuviera que empezar ahora", me conduciría
de muy distinto modo, pero ya no es tiempo! Así como el operario perezoso dice: He
perdido mi jornal, él también dice: He perdido mi vida; pero así como para el jornalero
el sol sale al día siguiente y empieza un nuevo día que le permite reparar el tiempo
perdido, también para él, después de la noche de la tumba, resplandecerá el sol de una
nueva vida en la que podrá valerle la experiencia del pasado y sus buenas resoluciones
para el porvenir.
Causas anteriores de las aflicciones
6. Pero si bien hay males cuya primera causa es el hombre en esta vida, hay otros
a los que es extraño enteramente, al menos en apariencia, y que parecen herirle como
por una fatalidad. Tal es, por ejemplo, la pérdida de los seres queridos y de los que son
el sostén de la familia; tales son también los accidentes que ninguna previsión puede
evitar, los reveses de la fortuna que burlan todas las medidas de la prudencia, las plagas
naturales, las dolencias de nacimiento, particularmente aquellas que quitan al
desgraciado los medios de ganarse la vida con su trabajo, las deformidades, el idiotismo,
la imbecilidad, etc. Los que nacen en semejantes condiciones, seguramente no han hecho
nada en esta vida para merecer una suerte tan triste, sin compensación y que no podían
evitar; que están en a imposibilidad de cambiarla por sí mismos y que les deja a merced
de la conmiseración pública. ¿Por qué, pues, tantos seres desgraciados, mientras que a
su lado, bajo un mismo techo, en la misma familia, hay otros favorecidos en todos
conceptos?
¿Qué diremos, en fin, de esos niños que mueren en edad temprana y no
conocieron, de la vida más que los sufrimientos? Problemas que ninguna filosofía ha
podido aún resolver, anomalías que ninguna religión ha podido justificar y que serían la
negación de la bondad, de la justicia y de la providencia de Dios, en la hipótesis de que
el alma es creada al mismo tiempo que el cuerpo, y que su suerte está irrevocablemente
fijada después de una estancia de algunos instantes en la tierra. ¿Qué han hecho esas
almas que acaban de salir de las manos del Creador para sufrir tantas miserias en este
mundo, y para merecer en el porvenir una recompensa o un castigo cualquiera, cuando
no han podido hacer ni bien ni mal?
Sin embargo, en virtud del axioma de que "todo efecto tiene una causa", esas
miserias son efectós que
deben tener una causa; y desde el momento en que admitimos un Dios justo, esa causa
debe ser justa, luego, precediendo siempre la causa al efecto, y puesto que aquélla no
está en la vida actual, debe ser anterior a esta vida, es decir, pertenecer a una existencia
precedente. Por otra parte, no pudiendo Dios castigar por el bien que se ha hecho ni por
el mal que no se ha hecho, si somos castigados, es que hemos hecho mal si no lo hemos
hecho en esta vida, lo habremos hecho en otra. Esta es una alternativa de la que es
imposible evadirse, y en la que la lógica dice de qué parte está la justicia de Dios.
El hombre, pues, no es castigado siempre o completamente castigado, en su
existencia presente; pero nunca se evade a las consecuencias de sus faltas. La
prosperidad del malo sólo es momentánea, y si no expia hoy, expiará mañana, mientras
que el que sufre, sufre por expiación de su pasado. La desgracia que en un principio
parece inmerecida, tiene su razón de ser, y el que sufre puede decir siempre:
"Perdonadme, Señor, porque he pecado".
7. Los sufrimientos por causas anteriores, son, a menudo, como los de las faltas
actuales; consecuencia natural de la falta cometida; es decir, que por una justicia
distributiva rigurosa, el hombre sufre lo que ha hecho sufrir a los otros; si ha sido duro e
inhumano, podrá a su vez ser tratado con dureza y con inhumanidad; si ha sido
orgulloso, podrá nacer en una condición humillante; si ha sido avaro y egoísta y ha hecho
mal uso de su fortuna, podrá carecer de lo necesario; si ha sido mal hijo, los suyos le
harán sufrir.
Así es como se explican, por la pluralidad de existencias y por el destino de la
tierra como mundo expiatorio, las anomalías que presenta la repartición de la felicidad y
la desgracia entre los buenos y malos en la tierra; esta anomalia sólo existe en
apariencia, porque se toma su punto de vista desde la vida presente; pero si uno se eleva
con el pensamiento de modo que pueda abrazar una serie de existencias, verá que a cada uno se le ha dado la
parte que merece, sin perjuicio de la que se le señala en el mundo de los espíritus, y que
la justicia de Dios jamás se interrumpe.
El hombre nunca debe perder de vista que se halla en un mundo inferior, donde
sólo permanece por sus imperfecciones. A cada vicisitud debe decirse que si
perteneciera a un mundo más adelantado, no le sucederia esto, y que de él depende el no
volver aquí trabajando para su mejoramiento.
8. Las tribulaciones de la vida pueden ser impuestas a espíritus endurecidos o
demasiado ignorantes para hacer una elección con conocimiento de causa; pero son
elegidas libremente y aceptadas por los espíritus arrepentidos que quieren reparar el
mal que han hecho y acostumbrarse a obrar mejor. Lo mismo sucede con el que,
habiendo cumplido mal su tarea, pide que se le deje empezar de nuevo para no perder el
beneficio de su trabajo. Estas tribulaciones son, pues, a la vez, expiaciones por el pasado
que castigan y prueban para el porvenir que preparan. Demos gracias a Dios porque en
su bondad concede al hombre la facultad de la reparación y no le condena
irrevocablemente por una primera falta.
9. Tampoco debe creerse que todo sufrimiento en la tierra sea necesariamente
indicio de una falta determinada; a menudo son simples pruebas elegidas por el espíritu
para acabar su purificación y activar su adelantamiento. Así es que la expiación sirve
siempre de pruebas, pero la prueba no es siempre una expiación; pruebas o expiaciones
son siempre señales de una inferioridad relativa, porque el que es perfecto no tiene
necesidad de ser probado. Un espíritu puede, pues, haber adquirido cierto grado de
elevación, pero queriendo aún adelantar más, solicita una misión, una tarea que cumplir,
por lo que será tanto más recompensado si sale victorioso, cuanto más penosa haya sido
la lucha.
Tales son, especialmente, esas personas de instintos naturalmente buenos, de alma
elevada, de nobles sentimientos innatos, que parece que nada trajeron de malo de su
existencia precedente, y que sufren con una resignación muy cristiana los más grandes
dolores, pidiendo a Dios sobrellevarlos sin murmurar. Por el contrario, se pueden
considerar como expiaciones las aflicciones que excitan la murmuración y conducen al
hombre a rebelarse contra Dios.
El sufrimiento que no excita murmuraciones, sin duda puede ser una expiación;
pero más bien indica que ha sido escogido voluntariamente y no impuesto, y la prueba
de una fuerte resolución es señal de progreso.
10. Los espíritus no pueden aspirar a la perfecta felicidad, sino cuando son
puros; toda mancha les cierra la entrada de los mundos dichosos. Lo mismo sucede a los
pasajeros de una embarcación infestada por la peste, a los que les está prohibido entrar
en la ciudad hasta que se hayan purificado. Los espíritus se despojan poco a poco de sus
imperfecciones en sus diversas existencias corporales. Las pruebas de la vida perfeccionan
cuando se sobrellevan bien; como expiaciones, borran las faltas y purifican; es el
remedio que limpia la llaga y cura al enfermo; cuanto más grave es el mal, más enérgico
debe ser el remedio. El que sufre mucho debe decir que tenía mucho que expiar, y alegrarse
de curar bien pronto; depende de él hacer este sufrimiento provechoso con su
resignación y no perder el fruto con sus murmuraciones, pues no haciéndolo así, tendría
que empezar de nuevo.
Olvido del pasado
11. En vano se objeta el.olvido como un obstáculo para que se pueda aprovechar
de la experiencia de las existencias anteriores. Si Dios ha juzgado conveniente echar un
velo sobre el pasado, es porque debe ser útil.
En efecto, este recuerdo tiene inconvenientes muy graves; podría en ciertos casos
humillarnos excesivamente, o bien exaltar también nuestro orgullo, y por lo mismo,
poner trabas a nuestro libre albedrío; en todos los casos, hubiera ocasionado una
perturbación inevitable en las relaciones sociales.
El espíritu renace a mentido en el mismo centro en donde vivió, y se encuentra
en relaciones con las mismas personas, a fin de reparar el mal que les ha hecho. Si
reconociese en ellas a las que ha odiado, su encono despertaría quizá, y en todos casos,
se vería humillado ante los que hubiera ofendido.
Dios nos ha dado para mejorarnos precisamente lo que nos es necesario y puede
bastarnos: la voz de la conciencia y nuestras tendencias instintivas y nos quita lo que
pudiera dañarnos.
El hombre al nacer trae consigo lo que ha adquirido; nace según ha querido él
mismo; cada existencia es para él un nuevo punto de partida; poco le importa saber lo
que era; es castígado por el mal que ha hecho; sus actuales tendencias malas son indicio
de lo que debe corregir, y sobre esto debe concentrar toda su atención, porque de lo que
se ha corregido completamente, no queda ya rastro. Las buenas resoluciones que ha
tomado son la voz de la conciencia que le advierte de lo que es bueno o malo, y le da
fuerza para resistir a las malas tentaciones. Por lo demás, ese olvido sólo tiene lugar
durante la vida corporal. Cuando entra en la vida espiritual, el espíritu recobra el
recuerdo del pasado; así, pues, sólo es una interrupción momentánea, como sucede en la
vida terrestre durante el sueño, lo que no impide que al día siguiente se acuerde de lo
que hizo la vigilia y los días precedentes.
No es sólo después de la muerte cuando el espíritu recobra el recuerdo de su
pasado; se puede decir que no lo pierde nunca;. porque la experiencia prueba que en la
encarnación, durante el sueño del cuerpo, cuando goza de cierta libertad el espíritu tiene
conciencia de sus actos anteriores; sabe por qué sufre y que sufre justamente; el recuerdo sólo se borra
durante la vida exterior de relaciones. Pero a falta de un recuerdo preciso que podría
serle muy penoso y perjudicarle en sus relaciones sociales, saca nuevas fuerzas en estos
instantes de emancipación del alma, si supo aprovecharlos.
Motivos de resignación
12. Con estas palabras: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán
consolados", Jesús indica al mismo tiempo la compensación que espera a los que sufren,
y la resignación que hace bendecir el sufrimiento como preludio de la curación.
Estas palabras también pueden traducirse de este modo: Vosotros debéis
consideraros felices sufriendo, porque vuestros dolores son deudas de vuestras faltas
pasadas, y esos dolores sufridos con paciencia en la tierra os ahorran siglos de
sufrimientos en la vida futura. Debéis, pues, teneros por felices, viendo que Dios reduce
vuestra deuda, permitiéndoos que la pagués ahora, lo que os asegurará la tranquilidad
para el porvenir.
El hombre que sufre se parece a un deudor que debe una fuerte cantidad y a
quien su acreedor dice: "Si hoy mismo me pagáis la centésima parte, os perdono el
resto; quedaréis libre; si no la hacéis, os perseguiré hasta que hayáis pagado el último
céntimo". ¿No sería feliz el deudor, aun cuando sufriese toda clase de privaciones para
librarse, pagando solamente la centésima parte de lo que debe? En vez de quejarse de su
acreedor, ¿no le daria las gracias?
Tal es el sentido de estas palabras: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos
serán consolados"; son felices porque pagan la deuda, y después de pagar, quedaron
libres. Pero si pagando por un lado, se contraen nuevas deudas por el otro, nunca se
llegará al saldo. Cada nueva falta aumenta la deuda, porque no hay una
sola, cualquiera que sea, que no lleve consigo su castigo forzoso, inevitable; si no es
hoy, será mañana, y si no en esta vida, será en otra. Entre estas faltas debería ponerse en
primer lugar el defecto de sumisión a la voluntad de Dios; pues si en las aflicciones se
murmura si no se aceptan con resignación y como cosa que ha debido merecerse, si se
acusa a Dios de injusto, se contrae una deuda nueva que hace perder el beneficio que
podría esperarse del sufrimiento; por esto será preciso empezar de nuevo, absolutamente
como si a un acreedor que os atormenta, le dais cantidades a cuenta, y cada vez le pedís
prestado de nuevo.
A su entrada en el mundo de los espíritus, el hombre es semejante también al
obrero que se presenta el día de la paga. A los unos les dice el amo: "Aquí tenéis el
precio de vuestros jornales"; a los otros, a los felices de la tierra, a los que hayan vivido
en la ociosidad, a los que hayan cifrado su felicidad en la satisfacción del amor propio y
los goces mundanos, dirá:
"Nada hay para vosotros, porque habéis recibido vuestro salario en la tierra. Idos y
empezad de nuevo vuestra tarea".
13. El hombre puede aliviar o aumentar las amarguras de sus pruebas según el
modo como considere la vida terrestre. Sufre tanto más cuanto más larga ve la duración
del sufrimiento; así, pues, el que se coloca en el punto de vista de la vida espiritual,
abraza de una sola ojeada la vida corporal; la ve como un punto en el infinito,
comprende su corta duración, y dice que ese momento penoso pasa muy pronto; la
certeza de un porvenir próximo más feliz le sostiene y le anima, y en lugar de quejarse,
da gracias al cielo por los dolores que le hacen adelantar. Para el que sólo ve la vida
corporal, por el contrario, ésta le parece interminable, y el dolor pesa sobre él con toda
su fuerza. Es resultado de ese modo de considerar la vida el disminuir la importancia de
las cosas de este mundo, conducir al hombre a moderar sus deseos y a contentarse con su posición sin envidiar la de los otros; atenuando la impresión moral de los reveses
y de los desengaños que experimenta, adquiere una calma y una resignación tan útiles a
la salud del cuerpo como a la del alma; mientras que con la envidia, los celos y la ambición,
él mismo se pone voluntariamente en el tormento y aumenta de este modo las
miserias y las angustias de su corta existencia.
El suicidio y la locura
14. La calma y la resignación resultantes de la manera de considerar la vida
terrestre y de la fe del porvenir, dan al espíritu una serenidad que es el mejor
preservativo contra "la locura y el suicidio".
En efecto, es cierto que la mayor parte de los casos de locura son debidos a la
conmoción producida por las vicisitudes que el hombre no tiene fuerza para soportar; si,
pues, por la manera como el Espiritismo le hace ver las cosas de este mundo, toma con
indiferencia, y aun con alegría, los reveses y los desengaños que le hubieran desesperado
en otras circunstancias, es evidente que esa fuerza que le coloca por encima de los
acontecimientos, preserva su razón de las sacudidas, que sin esto le hubieran
quebrantado.
15. Lo mismo sucede con el suicidio; si se exceptúan aquellos que tienen lugar
por la embriaguez y por la locura y que pueden llamarse inconvenientes, es cierto que,
cualesquiera que sean los motivos particulares, siempre hay por causa el descontento;
así, pues, aquél que está cierto de que sólo es desgraciado un día y estará mejor los días
siguientes, y los toma con gusto y paciencia; no se desespera sino cuando no ve término
a sus sufrimientos. ¿Qué es, pues, la vida humana con respecto a la eternidad, sino
mucho menos que un día? Pero para el que no cree en la eternidad, que cree que todo
acaba en él con la vida, si se abandona a la
melancolía por el infortunio, no ve otro término que la muerte; no esperando nada,
encuentra muy natural y aun muy lógico el abreviar sus miserias con el suicidio.
16. La incredulidad, la simple duda acerca del porvenir, las ideas materialistas, en
una palabra, son los más grandes excitantes para el suicidio: engendran la "cobardia
moral". Y cuando se ven hombres de ciencia apoyarse en la autoridad de su saber para
esforzarse en probar a sus oyentes o a sus lectores que nada tienen que esperar después
de la muerte, ¿no equivale a conducirles a esta consecuencia, es a saber: que si son
desgraciados, nada pueden hacer mejor que matarse? ¿Qué podrían decirles que les
desviara de esa idea? ¿Qué compensación pueden ofrecerles? ¿Qué esperanza pueden
darles? Nada absolutamente, sino la nada. De donde se sigue, que si la nada es el solo
remedio heroico, la sola perspectiva, más vale caer en ella en seguida que más tarde y
sufrir de este modo menos tiempo. La propagación de las ideas materialistas es, pues, el
veneno que inocula en un gran numero el pensamiento del suicidio, y aquellos que se
proclaman sus apóstoles, asumen una grande responsabilidad. No siendo permitida la
duda con el Espiritismo, el aspecto de la vida cambia, el creyente sabe que la vida se
prolonga indefinidamente más allá de la tumba, pero en diferentes condiciones; de aquí
nace la paciencia y la resignación, que naturalmente desvían el pensamiento del suicidio;
en una palabra, de aquí viene el "valor moral".
17. El Espiritismo produce aún, bajo este concepto, otro resultado también muy
positivo y quizá más concluyente. Nos presenta a los mismos suicidas que vienen a
decirnos su desgraciada posición, y a probarnos que nadie viola impunemente la ley de
Dios que prohibe al hombre el abreviar su vida. Entre los suicidas los hay cuyos
sufrimientos, aunque temporales y no eternos, no son menos terribles, y de tal naturaleza, que hacen reflexionar a
cualquiera que intentara irse de la tierra antes que Dios lo disponga. El Espiritismo
neutraliza, pues, el pensamiento del suicida, por muchos motivos; por la "certeza" de
una vida futura en la que "sabe" que será tanto más feliz cuanto más desgraciado y más
resignado haya sido en la tierra por la "certeza" de que abreviando su vida justamente
obtiene un resultado enteramente diferente del que esperaba; que ha salido de un mal,
para caer en otro peor, más largo y más terrible; que se engaña si se cree que matándose
irá más pronto al Cielo; que el suicidio es un obstáculo para reunirse en el otro mundo
con los seres de su afecto a quienes esperaba encontrar allí; de donde se sigue la
consecuencia de que el suicidio, no prometiendo otra cosa que desengaños, es contra
sus propios intereses. Así es que el número de los suicidios evitados por el Espiritismo,
es considerable, y se puede asegurar que cuando todos los hombres sean espiritistas no
habrá suicidas conscientes. Comparando, pues, los resultados de las doctrinas
materialista y espiritista bajo el solo punto de vista del suicídio, hallaremos que la lógica
de la una conduce a él, mientras que la lógica de la otra lo evita; lo que es confirmado
por la experiencia.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
Sufrir bien y sufrir mal
18. Cuando Cristo dijo: "Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán
consolados", no entendía decirlo por los que sufren en general, porque todos los que
están en la tierra sufren, ya habiten el palacio, ya la cabaña; pero ¡ah! pocos sufren bien,
pocos comprenden que sólo las pruebas que se sobrellevan bien son las que conducen al
reino de Dios. No tener valor es una falta; Dios os niega los consuelos porque no tenéis
ánimo. La oración es un sostén para el alma, pero no basta; es menester que esté
apoyada en una fe viva en la bondad de Dios. Se os ha dicho a menudo que no impone
una pesada carga sobre espaldas débiles, sino que la carga es proporcionada a las
fuerzas, así como la recompensa será proporcionada a la résignación y al valor; la
recompensa será más preciosa cuan to mayor haya sido la aflicción, pero esta
recompensa es necesario merecerla, y por esto la vida está llena de tribulaciones. El
militar que no entra en fuego, no está contento, porque el descanso del campamento no
le procura el ascenso; sed, pues, como el militar, y no deseéis un descanso que
debilitaría vuestro cuerpo y embotaría vuestra alma. Cuando Dios os envíe la lucha,
quedad satisfechos. Esta lucha no es el fuego de la batalla, sino las amarguras de la vida
en la que muchas veces se necesita más valor que en un combate sangriento, porque
habrá quien se mantenga firme en frente del enemigo y se dejará vencer por una pena
moral. El hombre no tiene recompensa para esta clase de valor, pero Dios le reserva
coronas y un lugar glorioso. Cuando tengáis un motivo de pena o de contrariedad,
procurad haceros superiores a él, y cuando lleguéis a dominar los impulsos de la
impaciencia, de la cólera o de la desesperación, podréis decir con justa satisfacción: "He
sido el más fuerte".
"Bienaventurados los afligidos", puede, pues, traducirse de este modo:
Bienaventurados aquellos que tienen ocasión de probar su fe, su firmeza, su perseverancia
y su sumisión, a la voluntad de Dios, porque tendrán centuplicados los goces que les
faltan en la tierra, y después del trabajo vendrá el descanso. (Lacordaire, Havre, 1863).
El mal y el remedio
19. Vuestra tierra, ¿es acaso un lugar de alegría o un paraíso de delicias? ¿No
resuena aún en vuestros oídos la voz del profeta? ¿No exclamó diciendo, que habria lágrimas y crujimiento
de dientes, para los que nacieran en este valle de dolores? Vosotros que venís a vivir en
ella, esperad lágrimas ardientes y penas amargas, y cuanto más agudos y profundos sean
vuestros dolores, levantad los ojos al cielo y bendecid al Señor por haber querido
probaros. ¡Oh hombres! vosotros no reconoceréis el poder de vuestro maestro, sino
cuando haya curado las llagas de vuestro cuerpo y coronado vuestros días de beatitud y
de alegria! ¡No conoceréis su amor sino cuando hayá adornado vuestro cuerpo con
todas las glorias y le haya dado todo su resplandor y su blancura! Imitad, pues, al que se
os dió como ejemplo: llegado al último grado de la abyección y de la miseria, tendido en
un estercolero, dijo a Dios: "¡Señor, he conocido todos los goces de la opulencia, y me
habéis reducido a la miseria más profunda; gracias, gracias, Dios mío, por haber querido
probar a vuestro servidor!" ¿Hasta cuándo vuestras miradas se pararán en los horizontes
marcados por la muerte? ¿Cuándo querrá vuestra alma, en fin, lanzarse más allá de los
límites de una tumba? Pero si hubiéseis de llorar y sufrir toda una vida, ¿qué es eso al
lado de la eternidad de la gloria reservada al que haya sufrido la prueba con fe, amor y
resignación? Buscad, pues, consuelos a vuestros males en el porvenir que Dios os
depare y la causa de ellos en vuestro pasado; y vosotros los que más sufrís, consideráos
como los felices de la tierra.
En el estado de desencarnados, cuando estábais en el espacio, elegísteis vuestra
prueba, porque os creísteis bastante fuertes para soportarla; ¿por qué murmuráis ahora?
Los que habéis pedido la fortuna y la gloria, fué para sostener la lucha de la tentación y
vencerla. Los que habéis pedido luchar con el espíritu y ti cuerpo contra el mal y el
físico, fué porque sabíais que cuanto más fuerte sería la prueba, más gloriosa sería la
victoria, y que si salíais de ella triunfantes,
aun cuando vuestra carne se hubiese echado en un muladar, a su muerte dejaría escapar
un alma resplandeciente de blancura, y purificada por el bautismo de la expiación y del
sufrimiento.
¿Qué remedios podremos dar a los que son acosados por crueles obsesiones y
males graves? Sólo uno hay infalible: la fe, levantar los ojos al cielo. Sí en el acceso de
vuestros más crueles sufrimientos, vuestra voz canta al Señor, el ángel a vuestra
cabecera os enseñará con su mano la señal de salvación y el lugar que debéis ocupar un
día. . . La fe es el remedio cierto del sufrimiento; ella enseña siempre los horizontes del
infinito, ante los cuales se borran esos pocos días del presente. No preguntéis, pues, qué
remedio es menester emplear para curar tal úlcera o tal llaga, tal tentación o tal prueba;
acordáos que el que cree, es fuerte como el remedio de la fe, y el que duda un segundo
de su eficacia, es castigado al mismo tiempo, porque en el mismo instante siente las
punzantes agonías de la aflicción.
El Señor ha marcado con su sello a todos los que creen en El. Cristo os dijo que
con la fe se trasportan las montañas, y por mi parte os digo que al que sufre y tenga la fe
por sostén, se le colocará bajo su égida y no sufrirá más; los momentos de más fuertes
dolores serán para él las primeras notas de alegría en la eternidad. Su alma se
desprenderá de tal modo del cuerpo, que mientras éste se retorcerá entre convulsiones,
aquélla se cernirá en las celestes regiones cantando con los ángeles himnos de
reconocimiento y de gloria al Señor.
¡Felices los que sufren y los que lloran! que sus almas estén alegres, porque
serán premiados por Dios. (San Agustín. París, 1863).
La felicidad no es de este mundo
20. ¡Yo no soy feliz! ¡La felicidad no se ha hecho para mí! exclama generalmente
el hombre en todas las posicíones sociales. Esto, hijos míos, prueba mejor que todos los razonamientos
posibles, la verdad de esta máxima del Eclesiastés: "La felicidad no es de este mundo".
En efecto; ni la fortuna, ni el poder, ni tan siquiera la florida juventud, son condiciones
esenciales de la dicha; diré más, tampoco lo es la reunión de esas tres condiciones tan
envidiadas porque se oye sin cesar en medio de las clases más privilegladas y a las
personas de todas edades quejarse amargamente de su condición de ser. Ante tal
resultado, es inconcebible que las clases laboriosas y militantes envidien con tanta
codicia, la posición de aquellos que la fórtuna parece haber favorecido. Allí, por más
que se haga, cada uno tiene su parte de trabajo y de miseria, su parte de sufrimientos y
de desengaños, por lo que nos será fácil sacar en consecuencia, que la tierra es un lugar
de pruebas y de expiaciones. Así, pues, aquellos que predican que la tierra es la única
morada del hombre, y que sólo en ella y en una sola existencia les será permitido
alcanzar el más alto grado de félicidades que su naturaleza admite, aquéllos se engañan y
engañan a los que les escuchan, atendido que está demostrado por una experiencia
archisecular, que ese globo no encierra más que excepcionalmente las condiciones
necesarias para la felicidad completa del individuo. En tesis general se puede afirmar que
la felicidad es una utopía; en busca de la cual las generaciones se lanzan sucesivamente
sin poder alcanzarla jamás, porque si el hombre sabio es una rareza en la tierra, tampoco
se encuentra con mucha facilidad al hombre completamente feliz. Lo que constituye la
dicha en la tierra es una cosa de tal modo efímera para aquél a quien la prudencia no
guía, que por un año, un mes, una semana de completa satisfacción, todo el resto de su
vida lo pasa entre amarguras y desengaños, y notad, queridos hijos, que hablo aquí de
los felices de la tierra, de aquellos que son envidiados por la multitud.
Consecuentemente, sí la morada terrestre está afecta a las pruebas y a la
expiación, es preciso admitir que hay en otra parte moradas más favorecidas, en las que
el espíritu del hombre, aprisionado aun en la materia, posee en su plenitud los goces
anexos a la vida humana. Por esto Dios ha sembrado en vuestros torbellinos esos
hermosos planetas superiores, hacia los cuales vuestros esfuerzos y vuestras tendencias
os harán subir un día, cuando estéis bastante purificados y perfeccionados. Con todo, no
deduzcáis de mis palabras que la tierra esté destinada para siempre a ser un lugar
penitenciario; no, ciertamente, porque por los progresos realizados, podéis deducir los
progresos futuros, y por las mejoras sociales adquiridas, las nuevas y más fecundas
mejoras. Tal es la inmensa tarea que debe realizar la nueva doctrina que los espíritus han
revelado.
Así, pues, queridos míos, que os anime una santa emulación, y que cada uno de
vosotros se despoje enérgicamente del hombre viejo. Os debéis todos a la vulgarización
de este Espiritismo, que ha empezado ya vuestra propia regeneración. Es un debe el
hacer participar a vuestros hermanos de los rayos de la luz sagrada. ¡A la obra, pues, mis
queridos hijos! Que en esta reunión solemne todos vuestros corazones aspiren al objeto
grandioso de preparar a las generaciones futuras un mundo en el que la felicidad no será
una palabra vana. (Francisco-Nicolás-Madaleine, cardenal Marlot. París, 1863).
Pérdida de las personas queridas. - Muertes prematuras
21. Cuando la muerte viene a segar en vuestras familias llevándose sin
contemplación a los jóvenes antes que a los viejos, decís muchas veces: "Dios no es
justo, puesto que sacrifica al fuerte y lleno de esperanza, para conservar a los que han
vivido muchos años llenos de desengaños; puesto que se lleva a los que son útiles y deja
a los que no sirven para nada;
puesto que destroza el corazón de una madre, privándole de la inocente criatura que
constituye toda su alegría".
Humanos, en este caso es cuando debéis elevaros por encima de las pequeñeces
de la vida terrestre para comprender que el bien está muchas veces en donde vosotros
creéis ver la ciega fatalidad del destino. ¿Por qué medís la justicia divina por el valor de
la vuestra? ¿Podéis pensar que el Señor de los mundos quiera por un simple capricho,
imponeros penas crueles? Nada se hace sin un fin inteligible, y cualquier cosa que
suceda, todas tienen su razón de ser. Si escudriñáseis mejor todos los dolores que os
atormentan, encontraríais siempre la razón divina, razón regeneradora, y vuestros
miserables intereses serían una consideración secundaria que dejaríais para el último
proyecto.
Creedme; la muerte a los veinte años es preferible a esos desarreglos
vergonzosos que desolan familias honradas, rompen el corazón de una madre, y, antes
de tiempo, hacen encanecer a los padres. La muerte prematura es muchas veces un gran
beneficio que Dios concede al que se va, y que de este modo queda preservado de las
miserias de la vida, o de las seducciones que pudiera haberle arrastrado a sú pérdida; el
que muere en la flor de la edad, no es víctima de la fatalidad, sino que Dios juzga que le
es útil el que no esté más tiempo en la tierra.
Es una terrible desgracia, decís vosotros, que una vida tan llena de esperanza,
haya sido interrumpida. ¿De qué esperanza queréis hablar? ¿De las de la tierra, la que de
él que se va hubiera podido brillar, hacer su carrera y su fortuna? ¡Siempre esas miras
mezquinas que no pueden elevaros sobre la materia! ¿Sabéis vosotros cuál hubiera sido
la suerte de esa vida tan llena de esperanza, según vosotros? ¿Quién os ha dicho que no
hubiera sido llena de amargura? Entonces, para nada contáis las esperanzas de la vida
futura, cuando preferís las de la vida efímera que arrastráis en la tierra? ¿Pensáis, según esto, que vale más tener un rango entre los hombres, que entre los
espíritus bienaventurados?
Regocijáos, en vez de quejaros, cuando Dios quiere llevarse a uno de sus hijos
de ese valle de miserias. ¿Acaso no es egoísmo el desear que se quede sufriendo con
vosotros? ¡Ah! este dolor se concibe en el que no tiene fe y que ve en la muerte una
separación eterna. Pero vosotros, espiritistas, vosotros sabéis que el alma vive mejor
desembarazada de su envoltura corporal; madres, vosotras sabéis que vuestros hijos
muy queridos, están cerca de vosotras, sí, están muy cerca, sus cuerpos fluídicos os
rodean, sus pensamientos os protegen, vuestro recuerdo los embriaga de alegría, pero
también vuestros dolores infundados les afligen, porque denotan falta de fe y son contra
la voluntad de Dios.
Vosotros que comprendéis la vida espiritual, escuchad los latidos de vuestro
corazón llamando a esos seres queridos y estimados, y si rogáis a Dios para bendecirles,
sentiréis en vosotros esos consuelos poderosos que secan las lágrimas, y esas
aspiraciones prestigiosas que os enseñarán el porvenir prometido por el Soberano Señor.
(Sansón, antiguo miembro de la Sociedad Espiritista de Paris. 1863).
Si hubiese sido un hombre de bien, hubiera muerto
22. Decís muchas veces, cuando habláis de un hombre malvado que escapa de un
peligro: "Si hubiese sido un hombre de bien, hubiera muerto". ¡Pues bien! cuando decís
esto, decís la verdad, porque, efectivamente, muchas veces sucede que Dios da a un
espíritu, joven aun en el camino del progreso, una prueba más larga que a uno bueno,
logrando éste como una recompensa debida a su mérito que su prueba sea todo lo corta
posible. Así, pues, cuando os servís de ese axioma, no sospecháis que estás diciendo una
blasfemia.
Si muere un hombre de bien que tiene por vecino a un perverso, os apresuráis a
decir: "Mucho mejor hubiera sido que se hubiese muerto éste". Os engañáis mucho,
porque el que se va, concluyó su tarea, y el que queda, puede muy bien ser que aun no
la haya empezado. ¿Por qué quisiérais, pues, que el malo no tuviese tiempo de acabarla,
y que el otro quedase estacionado en la tierra? ¿Qué diríais del preso que hubiese
concluído su condena y se le retuviera en la cárcel mientras se diese libertad al que no la
hubiere concluído? Sabed, pues, que la verdadera libertad consiste en desprender-se de
los lazos del cuerpo, y que tanto tiempo como estéis en la tierra estáis en el cautiverio.
Acostumbráos a no vituperar lo que vosotros no podéis comprender, y creed que
Dios es justo en todas las cosas; muchas veces lo que os parece un mal, es un bien; pero
vuestras facultades son tan limitadas, que el conjunto de lo grande se substrae a vuestros
sentidos obtusos. Esforzáos en salir con el pensamiento de vuestra estrecha esfera, y a
medida que os elevéis, la importancia de la vida material disminuirá a vuestros ojos,
porque sólo os parecerá un incidente de la duración infinita de vuestra existencia
espiritual, la sola verdadera existencia. (Fenelón. Sens, 1861).
Los tormentos voluntarios
23. El hombre va incesantemente en busca de la felicidad que se le escapa,
porque la felicidad perfecta no existe en la tierra. Sin embargo, en las vicisitudes que
forman el cortejo inevitable de su vida, podría gozar, por lo menos, de una felicidad
relativa; pero él la busca en las cosas perecederas y sujetas a las mismas vicisitudes, es
decir, en los goces materiales, en vez de buscarla en los goces del alma, que son un goce
anticipado de los placeres celestes imperecederos; en lugar de buscar la "paz del
corazón", única felicidad real en la tierra, está ávido de todo lo que puede agitarle y
turbarle, y, ¡cosa singular!, parece que se crea de intento tormentos que estaría en su mano evitar. ¿Los hay, acaso, más grandes que los que
causan la envidia y los celos? Para el envidioso y celoso, no hay reposo; ambos tienen
una fiebre continua; lo que ellos no tienen y lo que poseen los demás, les causa
insomnios; la prosperidad de sus rivales les da vértigos; su emulación sólo se ejerce para
eclipsar a sus vecinos; todo su placer consiste en excitar en los insensatos como ellos, la
rabia de los celos de que están poseídos. Pobres obcecados, que no piensan que mañana
les será preciso dejar todos estos juguetes, cuya codicia envenena su vida. A éstos no se
aplican estas palabras: "Bienaventurados los afligidos porque ellos serán consolados",
porque sus cuidados no son de aquellos que tienen compensación en el Cielo. Por el
contrario, !cuántos tormentos se ahorra el que sabe contentarse con lo que tiene, que ve
sin envidia lo que no tiene, que no pretende parecer más de lo que es! Siempre es rico,
porque si mira hacia abajo en vez de mirar hacia arriba, siempre verá gentes que aun
tienen menos; vive tranquilo, porque no se crea necesidades quiméricas, y la calma en
medio de los huracanes de la vida ¿no es acaso una felicidad? (Fenelón. Lyon, 1860).
La desgracia real
24. Todos hablan de la desgracia, todo el mundo la ha experimentado y cree
conocer su carácter múltiple. Yo vengo a deciros que casi todos se engañaban, y la
desgracia real de ninguna manera es lo que los hombres, es decir, los desgraciados,
suponen. Ellos la ven en la miseria, en el hogar sin fuego, en el acreedor que apremia, en
la cuna sin el ángel que sonreía en ella, en las lágrimas, en el féretro que se sigue con la
frente descubierta y el corazón destrozado, en la angustia de la traición, en el orgullo del
menesteroso que quisiera revestirse con la púrpura y que apenas oculta su desnudez bajo
los harapos de la vanidad; todo esto, y aun muchas otras cosas, se llama desgracia en el
lenguaje humano. Si, ésa es la desgracia para los que no ven más que el presente; pero la
verdadera desgracia consiste antes en las consecuencias de una cosa, que en la cosa
misma.
Decidme si el acontecimiento más feliz por el momento, pero que tiene
consecuencias funestas, no es, en realidad, más desgraciado que aquél que en un principio
causa una viva contrariedad y acaba por producir un bien.
Decidme si el huracán
que destroza vuestros árboles, pero que purifica el aire disipando los miasmas insalubres
que hubiesen causado la muerte, no es más bien una felicidad que una desgracia.
Para juzgar una cosa, es menester ver sus consecuencias; así es que para apreciar
lo que es realmente feliz o desgraciado para el hombre, es preciso transportarse más allá
de esta vida, porque allí es donde se hacen sentir las consecuencias; pues todo lo que
llama desgracia según su corta vista, cesa con la vida y encuentra su compensación en la
vida futura.
Voy a revelaros la desgracia bajo una nueva forma, bajo la forma bella y florida
que acogéis y deseáis con todas las fuerzas de vuestras almas engañadas. La desgracia es
la alegría, es el placer, el ruido, la vana agitación, la loca satisfacción de la vanidad, que
acallan la conciencia, que comprimen la acción del pensamiento y que aturden al hombre
sobre el porvenir; la desgracia es el opio del olvido que vosotros llamáis con todos
vuestros deseos.
¡Esperad, vosotros los que lloráis! ¡Temblad, vosotros los que reis, porque
vuestro cuerpo está satisfecho! No se engaña a Dios, no se esquiva el destino; y las
pruebas más temibles que la jauría desencadenada por el hambre, acechan vuestro
reposo engañador para sumergiros de repente en la agonía de la verdadera desgracia, de
la que sorprende el alma debilitada por la indiferencia y el egoísmo.
Que el Espiritismo os aclare, pues, y coloque en su verdadero puesto la verdad y
el error tan extrañamente desfigurados por vuestra ceguera. Entonces obraréis como los
bravos soldados, que lejos de huir del peligro, prefieren las luchas de los combates
comprometidos a la paz que no puede darles ni gloria ni ascensos. ¿Qué le importa al
soldado perder su armas en la reyerta, sus bagajes y sus vestidos, con tal que salga
vencedor y con gloria? ¿Qué le importa al que tiene fe en el porvenir, dejar sobre el
campo de batalla de la vida su fortuna y su envoltura carnal, con tal que su alma entre
radiante en el reino celeste? (Delfina de Girardin. París, 1861).
La melancolía
25. ¿Sabéis por qué una vaga tristeza se apodera a veces de vuestros corazones y
os hace encontrar la vida tan amarga? Es vuestro espíritu que aspira a la felicidad y a la
libertad, y pegado al cuerpo que le sirve de prisión, hace vanos esfuerzos para salir de él.
Pero viendo que son inútiles, cae en el desaliento, e influyendo en el cuerpo, se apodera
de vosotros la languidez y el abatimiento y una especie de apatía, que hace que os
consideréis desgraciados.
Creedme, resistid con energía esas impresiones que debilitan en vosotros la
voluntad. Esas aspiraciones hacia una vida mejor, son innatas en el espíritu de todos los
hombres, pero no las busquéis en lá tierra, y ahora que Dios os envía a sus espiritus para
instruiros en la felicidad que os reserva, esperad con paciencia al angel de la libertad que
debe ayudaros a romper los lazos que tienen cautivo vuestro espíritu. Pensad que tenéis
que cumplir durante vuestra prueba en la tierra una misión que no sabéis, ya
consagrándoos a vuestra familia, ya llenando diversos deberes que Dios os ha confiado.
Y si en el curso de esta prueba y cumpliendo vuestra tarea, véis caer sobre vosotros los
cuidados, las inquietudes y los pesares, sed fuertes y valerosos para soportarlos. Arrastradlos denodadamente porque son de corta duración y
deben conduciros junto a los amigos que lloráis, que se alegrarán de vuestra llegada
entre ellos, extendiéndoos los brazos para conduciros a un lugar en el que no tienen
acceso los pesares de la tierra. (Francisco de Genève. Bordeaux).
Pruebas voluntarias. - El verdadero silicio
26. Preguntáis si os es permitido aligerar vuestras propias pruebas; esta pregunta
tiene relación con esta otra: Al que se ahoga, ¿le es permitido el que procure salvarse?
Al que se clave una espina, ¿sacársela? Al que está enfermo, ¿llamar al médico? Las
pruebas tienen por objeto ejercitar la inteligencia, del mismo modo que la paciencia y la
resignación; un hombre puede nacer en una posición penosa y embarazosa, precisamente
para obligarle a buscar los medios de vencer las dificultades. El mérito consiste en
soportar sin murmurar las consecuencias de los males que no se pueden evitar, en
perseverar en la lucha, en no desesperarse si no se sale bien del negocio; pero no en el
abandono, que sería más bien pereza que virtud.
Naturalmente esta pregunta conduce a esta otra. Puesto que Jesús dijo:
"Bienaventurados los afligidos", ¿hay mérito en proporcionarse aflicciones agravando
sus pruebas con sufrimientos voluntarios? A esto contestaré muy claro. Si hay un gran
mérito cuando los sufrimientos y las privaciones tienen por objeto el bien del prójimo,
porque es la caridad por el sacrificio; no, cuando no tienen otro objeto que uno mismo,
porque eso es un egoísmo fanático. Aquí debe hacerse una gran distinción; en cuanto a
vosotros, personalmente, contentáos con las pruebas que Dios os envía, y no aumentéis
la carga, ya de por sí muy pesada a veces: aceptadlas sin murmurar y con fe; es todo lo
que El os pide. No debilitéis vuestro cuerpo con privaciones inútiles y maceraciones sin
objeto porque tenéis
necesidad de todas vuestras fuerzas para cumplir vuestra misión de trabajo en la tierra.
Torturar y martirizar voluntariamente vuestro cuerpo, es contravenir a la ley de Dios,
que os da los medios de sostenerle y fortificarle; debilitarlo sin necesidad, es un
verdadero suicidio. Usad, pero no abuséis, tal es la ley; el abuso de las mejores cosas,
lleva consigo mismo el castigo en sus consecuencias inevitables.
Otra cosa es con respecto a los sufrimientos que uno se impone para el alivio del
prójimo. Si sufrís frío y hambre para calentar y alimentar al que tiene necesidad y por lo
cual vuestro cuerpo padece, este es un sacrificio que Dios bendice. Vosotros, los que
dejáis vuestros perfumados tocadores para ir a las infectadas bohardillas a llevar el
consuelo; vosotros, los que ensuciáis vuestras delicadas manos curando llagas; vosotros,
los que os priváis de lesueño para velar a la cabecera del enfermo que es vuestro
hermano en Dios; vosotros en fin, los que gastáis vuestra salud en la práctica de las
buenas obras, ya tenéis vuestro silicio, verdadero silicio de bendición, porque los goces
del mundo no han secado vuestro corazón, no os habéis dormido en el seno de las
voluptuosidades enervadoras de la fortuna, sino que os habéis hecho los ángeles
consoladores de los pobres desheredados.
Mas vosotros, los que os retiráis del mundo para evitar sus seducciones y vivir
en el aislamiento ¿para qué servís en la tierra? ¿En dónde está vuestro valor en las
pruebás, puesto que huís de la lucha y evitáis el combate? Si queréis un silicio, aplicadlo
a vuestra alma y no a vuestro cuerpo; mortificad vuestro espíritu y no vuestra carne;
azotad vuestro orgullo, recibid las humillaciones sin quejaros, martirizad vuestro amor
propio; sed fuertes contra el dolor de la injuria y de la calumnia, más punzante que el
dolor corporal. Ese es el verdadero silicio cuyas heridas os serán tomadas en cuenta,
porque atestiguarán vuestro valor y vuestra
sumisión a la voluntad de Dios. (Un Angel Guardián. París, 1863).
¿Debe ponerse término a las pruebas del prójimo?
27. "¿Debe ponerse término a las pruebas del prójimo cuando se puede, o por
respeto a la ley de Dios, se les ha de dejar seguir su curso?"
Os hemos dicho y repetido muchas veces que estáis en esa tierra de expiación
para acabar vuestras pruebas, y que todo lo que os sucede es consecuencia de vuestras
existencias anteriores y el interés de la deuda que debéis pagar. Pero este pensamiento
provoca en ciertas personas reflexiones que es necesario cortar, porque podrían tener
funestas consecuencias.
Algunas piensan que desde el momento en que se está en la tierra para expiar, es
menester que las pruebas sigan su curso. Los hay también que llegan a creer que no
solamente no debe hacerse nada para atenuarlas, sino que, por el contrario, es menester
contribuir a hacerlas más provechosas recrudeciéndolas; esto es un gran error. Sí,
vuestras pruebas deben seguir el curso que Dios les ha trazado; ¿pero conocéis acaso
ese curso? ¿Sabéis hasta qué punto debén llegar; y si vuestro Padre misericordioso ha
dicho al sufrimiento de tal o cual de vuestros hermanos "De aquí no pasarás?" ¿Sabéis si
su Providencia os ha elegido, no como un instrumento de suplicio para agravar los
sufrimientos del culpable, sino como el bálsamo de consuelo que debe cicatrizar las
llagas que su justicia había abierto? No digáis, pues, cuando veáis herido uno de
vuestros hermanos: es la justicia de Dios, y es preciso que siga su curso; sino decid lo
contrario: veamos qué medios nuestro Padre misericordioso ha puesto a mi alcance para
aliviar los sufrimientos de mi hermano: veamos si mis consuelos morales, mi apoyo
material y mis consejos podrán ayudarle a sobrellevar esta prueba con más fuerzas,
paciencia y resignación; veamos si quizá Dios ha puesto en mis manos los medios de
hacer cesar ese sufrimiento, o si me ha sido también a mí como a
prueba, y tal vez como expiación, cortar el mal y reemplazarlo por la tranquilidad.
Ayudáos, pues, siempre, en vuestras pruebas respectivas, y no os miréis jamás
como instrumentos de tormento; este pensamiento debe desagradar a todo hombre de
corazón, mayormente a todo espiritista; porque el espiritista debe comprender mejor que
los otros la extensión infinita de la bondad de Dios. El espiritista debe pensar que su
vida entera ha de ser un acto de amor y de abnegación, y que cualquier cosa que haga
para contrarrestar las decisiones del Señor, su justicia seguirá su curso. Puede, pues, sin
miedo hacer todos los esfuerzos para endulzar la amargura de la expiación; pero sólo
Dios es el que puede detenerla o prolongarla, según lo juzgue más conveniente.
¿No habría un orgullo muy grande en el hombre en creerse con derecho a
exasperar la herida? ¿En aumentar la dosis de veneno en el pecho del que sufre, so
pretexto de que tal es su expiación? ¡Oh! Contempláos siempre como un instrumento
elegido para hacerla cesar. Resumamos: Todos vosotros estáis en la tierra para expiar,
pero todos sin excepción debéis hacer todos vuestros esfuerzos para endulzar la
expiación de vuestros hermanos, según la ley de amor y de caridad. (Bernardino,
espíritu protector. Bordeaux, 1863).
¿Es permitido abreviar la vida de un enfermo que sufre sin esperanza de curación?
28. "Un hombre está en la agonía, presa de crueles tormentos; se sabe que no
hay esperanza de salvarle; ¿es permitido ahorrarle algunos instantes de agonía
precipitando su fin?"
¿Quién puede daros el derecho de prejuzgar los destinos de Dios? ¿Acaso no
puede conducir a un hombre al borde del sepulcro para sacarle de él, con el fin de
hacerle volver en si y conducirle a otras meditaciones? En cualquier estado en que se
encuentre un moribundo, nadie puede decir con certeza que haya llegado su última hora.
¿Acaso la ciencia no se ha engañado nunca en sus previsiones?
Sé muy bien que hay casos que con razón pueden llamarse desesperados; pero si
no queda esperanza de vida y salud, ¿no hay innumerables ejemplos de que en el
momento del último suspiro, el enfermo se reanima y recobra sus facultades por algunos
instantes? Pues bien. Esa hora de gracia que se le concede, puede tener para él la mayor
importancia, porque ignoráis las reflexiones que ha podido hacer su espíritu, en las
convulsiones de la agonía y los tormentos que puede ahorrarle un rayo de
arrepentimiento.
El materialista que sólo ve el cuerpo y nada le importa el alma, no puede
comprender estas cosas; pero el espiritista que sabe lo que pasa más allá de la tumba
conoce el precio del ultimo pensamiento. Mitigad los últimos sufrimientos tanto como
podáis, pero guardáos de abreviar la vida, aun cuando no sea sino por un minuto,
porque este minuto puede evitar muchas lágrimas en el porvenir. (San Luis. París,
1860).
Sacrificio de la propia vida
29. "El que está hastiado de la vida, pero que no quiere quitársela, ¿es culpable si
busca la muerte en un campo de batalla, con la idea de hacer útil su muerte?"
Que el hombre se dé la muerte o que se la haga dar, el objeto es siempre abreviar
su vida y por consiguiente, hay suicidio de intención, si no de hecho. El pensamiento de
que su muerte servirá para algo, es ilusorio; no es más que un pretexto para dar un
colorido a su acción y excusarla a sus propios ojos. Si tuviera formalmente el deseo de
servir a su país, procuraría vivir defendiéndole y no muriendo, porque una vez muerto,
de nada le sirve. La verdadera abnegación consiste en no temer a la muerte cuando se
trata de ser útil, en desafiar el peligro, en hacer anticipadamente y sin pensar, el
sacrificio de la vida pero la "intención premeditada" de buscar la muerte exponiéndose al
peligro, aun cuando sea para hacer un servicio, anula el mérito de la acción. (San Luis.
París, 1860).
30. "Un hombre se expone a un peligro inminente para salvar la vida a uno de
sus semejantes, sabiendo de antemano que él mismo sucumbirá, ¿puede mirarse esto
como un suicidio?"
Desde el momento que no existe la intención de buscar la muerte, no hay
suicidio, sino sacrificio y abnegación, aun cuando se tenga certeza de perecer. ¿Pero
quién puede tener esta certeza? ¿Quién ha dicho que la Providencia no tenga un medio
inesperado de salvación en el momento más crítico? ¿Acaso no puede salvar al mismo
que esté a la boca de un cañón? Muchas veces se puede querer llevar la prueba de la
resignación hasta su último límite; entonces una circunstancia inesperada desvía el golpe
fatal. (San Luis. París, 1860).
Provecho de los sufrimientos por otro
31. "Aquellos que aceptan sus sufrimientos con resignación, por sumisión a la
voluntad de Dios y con la mira de alcanzar la felicidad futura, ¿no trabajan sólo para
ellos mismos y pueden hacer que sus sufrimientos sean provechosos a otros?"
Estos sufrimientos pueden ser provechosos a otro, material y moralmente.
Materialmente, si por el trabajo, las privaciones y los sacrificios que ellos se imponen,
han contribuído al bienestar material de su prójimo; moralmente, por el ejemplo que dan
de sumisión a la voluntad de Dios. Este ejemplo del poder de la fe espiritista puede
excitar a los desgraciados a la resignación, salvarles de la desesperación y de sus funestas
consecuencias para el porvenir. (San Luis. París, 1860).