EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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18. Pretender que lo sobrenatural sea el fundamento indispensable de toda religión, y que constituya la piedra angular del edificio cristiano, implica respaldar una tesis peligrosa. Si las verdades del cristianismo se asentaran sobre la base exclusiva de lo maravilloso, sus cimientos serían débiles y sus piedras se desprenderían con el pasar de los días. Esa tesis, defendida por eminentes teólogos, conduce directamente a la conclusión de que en un determinado momento ya no habrá religión posible –ni aun la cristiana– en caso de que se llegue a demostrar que lo que se considera sobrenatural es natural. Por más que se acumulen argumentos, no se conseguirá mantener la creencia de que un hecho es milagroso después de que se ha demostrado que no lo es. Ahora bien, la prueba de que un hecho no es una excepción en las leyes naturales existe cuando ese hecho puede ser explicado mediante esas mismas leyes, y cuando, al poder reproducirse por intermedio de un individuo cualquiera, deja de ser privilegio de los santos. Las religiones no necesitan de lo sobrenatural, sino del principio espiritual, al que confunden sin ningún motivo con lo maravilloso, y sin el cual no hay religión posible.


El espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto de vista más elevado; le atribuye una base más sólida que la de los milagros: las leyes inmutables de Dios, que rigen tanto al principio espiritual como al principio material. Esa base desafía al tiempo y a la ciencia, porque tanto el tiempo como la ciencia habrán de sancionarla.


Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y respeto, porque no haya derogado sus leyes, grandiosas sobre todo por la inmutabilidad que las caracteriza. No hay necesidad de lo sobrenatural para que se tribute a Dios el culto que le corresponde. ¿Acaso no es la naturaleza lo bastante imponente de por sí, como para prescindir de lo que fuere para demostrar el poder supremo? La religión encontraría menos incrédulos si estuviera sancionada por la razón en todos los aspectos. El cristianismo no tiene nada que perder con esa sanción; por el contrario, sólo puede ganar. Si algo lo ha perjudicado, según la opinión de ciertas personas, ha sido precisamente el abuso de lo maravilloso y lo sobrenatural.