EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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22. Entre los romanos, se denominaba piscina (de la palabra latina piscis, pez), a los estanques o viveros donde se criaban peces. Más tarde, el término se hizo extensivo a los tanques destinados a los baños en común.


La piscina de Betesda, en Jerusalén, era una cisterna próxima al Templo, alimentada por una fuente natural, cuyas aguas parecían haber tenido propiedades curativas. Se trataba, sin duda, de una fuente intermitente que, en ciertos momentos, brotaba con fuerza y agitaba el agua. Según la creencia vulgar, ese era el momento más favorable para las curaciones. En realidad, es probable que, cuando el agua brotaba de la fuente, sus propiedades fuesen más activas; o que la agitación producida por el agua, al brotar hiciese salir a la superficie el lodo saludable para algunas molestias. Esos efectos son muy naturales y perfectamente conocidos en la actualidad; pero en ese entonces, las ciencias estaban poco adelantadas y a la mayoría de los fenómenos inexplicables se le atribuía una causa sobrenatural. Los judíos, por consiguiente, creían que la agitación del agua se debía a la presencia de un ángel, y esa creencia les parecía aún más fundamentada por el hecho de que en esas ocasiones el agua era más saludable.


Después de haber curado a aquel hombre, Jesús le dijo: “No vuelvas a pecar en el futuro, a fin de que no te suceda una cosa peor”. Mediante esas palabras, le dio a entender que su enfermedad era un castigo, y que si no se enmendaba podría llegar a ser nuevamente castigado, y con más rigor aún. Esa doctrina concuerda por completo con la que enseña el espiritismo.