EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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38. “Al día siguiente Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím; lo acompañaban sus discípulos y una gran multitud. Cuando estaba cerca de la puerta de la ciudad, sucedió que llevaban a sepultar a un muerto, hijo único de su madre; y esa mujer era viuda; estaba con ella una gran cantidad de personas de la ciudad. Cuando la vio, el Señor se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’. Después, aproximándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron, y entonces dijo Él: ‘Joven, levántate, te lo ordeno’. Al instante el joven se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús se lo devolvió a su madre.


”Todos los que estaban presentes quedaron sorprendidos, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha surgido entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. El rumor de ese milagro que Él había hecho se propagó por toda la Judea y por todas las regiones circunvecinas.” (San Lucas, 7:11 a 17.)


39. El hecho de devolver a la vida corporal a un individuo que se encontrara realmente muerto sería contrario a las leyes de la naturaleza y, por lo tanto, milagroso. Ahora bien, no es necesario que se recurra a ese orden de hechos para explicar las resurrecciones realizadas por Cristo.


Si las apariencias engañan a veces a los profesionales de la actualidad, los accidentes de esta clase debían de ser mucho más frecuentes en un país donde no se tomaba ninguna precaución en ese sentido, y donde el entierro era inmediato. * Así pues, es muy probable que en los dos casos mencionados más arriba, se tratara apenas de un síncope o una letargia. El propio Jesús afirma positivamente, con relación a la hija de Jairo: Esta niña no ha muerto, sólo está dormida.


Si se considera el poder fluídico que Jesús poseía, nada hay de sorprendente en el hecho de que ese fluido vivificante, dirigido por una voluntad poderosa, haya reanimado los sentidos entorpecidos; que incluso haya hecho volver el Espíritu al cuerpo cuando estaba listo para abandonarlo, mientras que el lazo periespiritual todavía no se había cortado definitivamente. Para los hombres de aquella época, que consideraban muerto al individuo tan pronto como dejaba de respirar, se trataba de una resurrección, de modo que lo manifestaban de muy buena fe; no obstante, lo que había en realidad era una curación y no una resurrección en la acepción legítima del término.




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* 9 Una prueba de esa costumbre se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, 5: 5 y siguientes; “Ananías, al oír esas palabras, cayó y entregó el Espíritu, y todos los que oyeron hablar de eso fueron tomados de gran temor. Seguidamente, algunos niños vinieron a buscar su cuerpo y, luego de llevarlo, lo enterraron. Pasadas unas tres horas, su mujer (Safira), que nada sabía de lo que había sucedido, entró. Y Pedro le dijo… etc. En el mismo instante, ella cayó a sus pies y entregó el Espíritu. Aquellos niños, al regresar la encontraron muerta, y llevándola, la enterraron junto al marido”. (N. de Allan Kardec.)


40. En cuanto a la resurrección de Lázaro, digan lo que dijeren en contrario, no desmiente de ningún modo ese principio. Alegan que él ya llevaba cuatro días en el sepulcro; con todo, se sabe que hay letargias que duran ocho días, y más aún. Agregan que ya despedía mal olor, lo que es señal de descomposición. Este argumento tampoco prueba nada, visto que en ciertos individuos el cuerpo se descompone parcialmente incluso antes de la muerte, y en ese caso también exhala mal olor. La muerte sólo se verifica cuando han sido atacados los órganos esenciales para la vida. Asimismo, ¿quién podía saber que Lázaro ya olía mal? Fue su hermana Marta quien lo dijo. Pero ¿cómo sabía eso? Ella sólo lo suponía, porque Lázaro había sido enterrado cuatro días antes; sin embargo, no podía tener ninguna certeza de ese hecho. (Véase el Capítulo XIV, § 29.) *




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* El hecho siguiente demuestra que la descomposición precede algunas veces a la muerte. En el convento del Buen Pastor, fundado en Toulon por el padre Marín, capellán de las cárceles, destinado a los reincidentes arrepentidos, se encontraba una joven que había soportado los más terribles sufrimientos con la calma y la impasibilidad de una víctima expiatoria. En medio de sus dolores parecía sonreírle a una visión celestial. Como santa Teresa, pedía sufrir más, aunque sus carnes ya parecían harapos y la gangrena había devastado sus miembros. Por sabia previsión, los médicos habían recomendado que enterrasen el cuerpo inmediatamente después del fallecimiento. Pero ¡cosa extraña! Apenas la enferma exhaló el último suspiro, cesó el proceso de descomposición; desaparecieron las exhalaciones cadavéricas, de modo que durante treinta y seis horas el cuerpo pudo permanecer expuesto a las plegarias y a la veneración de la comunidad. (N. de Allan Kardec.)