EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Predicciones del evangelio
Nadie es profeta en su tierra • Muerte y pasión de Jesús • Persecución de los apóstoles • Ciudades impenitentes • Ruina del Templo y de Jerusalén • Maldición contra los fariseos • Mis palabras no pasarán • La piedra angular • Parábola de los viñadores homicidas • Un solo rebaño y un solo pastor • Advenimiento de Elías • Anuncio del Consolador • Segundo advenimiento de Cristo • Señales precursoras • Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán • El juicio final.

Nadie es profeta en su tierra

1. “Y habiendo llegado a su tierra, les enseñaba en sus sinagogas, de tal manera que decían maravillados: ‘¿De dónde le viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?’ Y se escandalizaban a causa de él. Pero Jesús les dijo: ‘Un profeta sólo carece de honor en su tierra y en su casa’. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.” (San Mateo, 13:54 a 58.)

2. Con estas palabras, Jesús enunció una verdad que se convirtió en proverbial, vigente para todos los tiempos, y a la cual se podría dar mayor alcance diciendo que nadie es profeta en vida.

En el lenguaje usual, esta máxima se aplica al crédito de que goza un hombre entre los suyos y entre aquellos en cuyo seno vive, a la confianza que él les inspira por la superioridad de su saber y su inteligencia. Si tiene algunas excepciones, estas son raras y en ningún caso absolutas. El principio de esa verdad proviene de una consecuencia natural de la debilidad humana, y se puede explicar de este modo:

El hábito de encontrarse desde la infancia en las circunstancias ordinarias de la vida, establece entre los hombres una especie de igualdad material, que a menudo lleva a que la mayoría de ellos se niegue a reconocer la superioridad moral de alguien que ha sido su compañero o su comensal, que salió del mismo medio que ellos, y de cuyas debilidades iniciales todos han sido testigos. Se resiente su orgullo porque se ven obligados a reconocer el ascendiente del otro. Quienquiera que se eleve por encima del nivel común siempre es el blanco de los celos y la envidia. Quienes se sienten incapaces de llegar a la altura en que aquel se encuentra, se esfuerzan por rebajarlo mediante la difamación, la maledicencia y la calumnia; tanto más fuerte gritan, cuanto más inferiores son, y suponen que se enaltecen y lo eclipsan con el ruido que promueven. Esa ha sido y será la historia de la humanidad, hasta tanto los hombres no hayan comprendido su naturaleza espiritual, y ampliado su horizonte moral. Semejante prejuicio es, por lo tanto, propio de los espíritus mezquinos y vulgares, que toman a su propia personalidad como modelo.

Por otro lado, las personas que sólo conocen a los hombres por su espíritu, suelen hacer de ellos una idealización, que crece a medida que pasa el tiempo y que sus respectivas posiciones se van distanciando. Se los despoja de todo rasgo de humanidad; pareciera que no deben hablar ni sentir como los demás; que tanto sus pensamientos como el lenguaje que emplean deben vibrar constantemente en el tono de la sublimidad, sin tomar en cuenta que el espíritu no podría permanecer constantemente en estado de tensión, de perpetua sobreexcitación. A través del contacto diario de la vida privada, se percibe en todo momento que el hombre material en nada se diferencia del común. El hombre corporal, el que impresiona a los sentidos, casi sofoca al hombre espiritual, que sólo impresiona al espíritu. A la distancia, sólo se ven los destellos del genio; de cerca, se ven las limitaciones del espíritu.

Después de la muerte ya no se puede hacer ninguna comparación; sólo subsiste el hombre espiritual, y este parece tanto más grande cuanto más lejano se torna el recuerdo del hombre corporal. A eso se debe que aquellos cuyo paso por la Tierra ha quedado señalado por obras de verdadero valor, sean más apreciados después de la muerte que cuando estaban vivos. Se los juzga con mayor imparcialidad porque, como ya han desaparecido los envidiosos y los celosos, se han acabado los antagonismos personales. La posteridad es un juez desinteresado que aprecia la obra del espíritu y la acepta sin entusiasmo ciego cuando es buena, y la rechaza sin rencor cuando es mala, prescindiendo de la individualidad que la produjo.

Jesús no podía escapar a las consecuencias de este principio, inherente a la naturaleza humana, si se considera que él vivía en un medio de escasa ilustración y entre hombres dedicados por entero a la vida material. Sus compatriotas sólo veían en Él al hijo del carpintero, al hermano de hombres tan ignorantes como ellos mismos, y por eso no percibían aquello que le daba superioridad y lo investía del derecho de censurarlos. Así, cuando Jesús comprobó que su palabra tenía menos autoridad sobre los suyos, porque lo despreciaban, que sobre los extranjeros, prefirió ir a predicar entre quienes lo escuchaban y a quienes inspiraba simpatía.

Es posible hacerse una idea de los sentimientos que alimentaban sus compatriotas, en relación con Él, por el hecho de que sus propios hermanos, acompañados por su madre, fueron a una reunión donde Él se encontraba, para prenderlo, diciendo que había perdido el juicio. (Véase San Marcos, 3:20 y 21, 31 a 35; y El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XIV.)

De ese modo, por un lado, los sacerdotes y los fariseos acusaban a Jesús de obrar en nombre del demonio; por otro, era tildado de loco por sus parientes más cercanos. ¿No es eso lo que sucede actualmente en relación con los espíritas? ¿Deberán estos quejarse de que sus conciudadanos no los traten mejor que como fue tratado Jesús? Lo que causa extrañeza es que en el siglo diecinueve, y en el seno de naciones civilizadas, ocurra eso mismo que hace dos mil años no tenía nada de sorprendente para un pueblo ignorante.

Muerte y pasión de Jesús

3. (Después de la cura del endemoniado). “Todos quedaron asombrados ante el gran poder de Dios. Y cuando todos estaban maravillados por las cosas que Jesús hacía, él dijo a sus discípulos: ‘Poned en vuestro corazón lo que os voy a decir. El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres’. Pero ellos no entendían esas palabras; les estaban veladas de modo que no las comprendían, y temían preguntarle acerca de ese asunto.” (San Lucas, 9:43 a 45.)

4. “Desde entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos que era preciso que él fuera a Jerusalén; que sufriera mucho de parte de los ancianos, los escribas y los principales sacerdotes; que fuera muerto y que resucitara al tercer día.” (San Mateo, 16:21.)

5. “Cuando ellos estaban en Galilea, Jesús les dijo: ‘El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; y ellos lo matarán, y al tercer día resucitará’. Y se entristecieron mucho.” (San Mateo, 17:22 y 23.)

6. “Cuando iba a Jerusalén, Jesús tomó aparte a los doce discípulos, y les dijo: ‘Mirad que vamos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará.” (San Mateo, 20:17 a 19.)

7. “Tomando aparte a los doce apóstoles, Jesús les dijo: ‘Mirad que vamos a Jerusalén, y todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre se cumplirá; pues será entregado a los gentiles; se burlarán de él, lo azotarán y escupirán en el rostro. Y después de azotarlo lo matarán, y él resucitará al tercer día’.

”Pero ellos no comprendieron nada de esto; esas palabras les quedaban veladas, y no entendían lo que les decía.” (San Lucas, 18:31 a 34.)

8. “Cuando Jesús acabó todos esos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Sabéis que la Pascua será dentro de dos días, y que el Hijo del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen.

”En ese momento, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote, llamado Caifás, y formaron consejo para hallar el modo de prender a Jesús con engaño, y darle muerte. Y decían: ‘Que no sea durante la fiesta, para que no haya alboroto en el pueblo’.” (San Mateo, 26:1 a 5.)

9. “Ese mismo día, algunos fariseos se acercaron, y le dijeron: ‘Sal y vete de aquí, pues Herodes quiere matarte’. Él les respondió: ‘Id a decir a ese zorro: Yo expulso a los demonios y curo a los enfermos hoy y mañana, y al tercer día seré consumado con mi muerte’.” (San Lucas, 13:31 y 32.)

Persecución de los apóstoles

10. “Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles.” (San Mateo, 10:17 y 18.)

11. “Os expulsarán de las sinagogas; y llegará la hora en que todo el que os mate crea que hace algo agradable a Dios. Os tratarán así porque no conocen ni a mi Padre ni a mí. Ahora bien, os he dicho estas cosas para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.” (San Juan, 16:2 a 4.)

12. “Seréis traicionados y entregados a los jueces por vuestros padres, vuestras madres, vuestros hermanos, parientes y amigos, y matarán a muchos de vosotros; y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no se perderá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.” (San Lucas, 21:16 a 19.)

13. (Martirio de san Pedro). “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras’. Esto lo decía para indicar la clase de muerte con que debía glorificar a Dios.” (San Juan, 21:18 y 19.)

Ciudades impenitentes

14. “Entonces se puso a criticar a las ciudades en las que había realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían arrepentido.

”¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en vosotras, hace tiempo que se habrían arrepentido en sayal y en ceniza. Por eso os digo que el día del juicio, Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras.

”Y tú, Cafarnaúm, ¿te encumbrarás siempre hasta el cielo? ¡Te hundirás hasta el fondo del Infierno! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se hicieron en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del juicio, la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tú.” (San Mateo, 11:20 a 24.)

Ruina del Templo y de Jerusalén

15. “Cuando Jesús salió del Templo para irse, sus discípulos se le acercaron para mostrarle la grandeza del edificio. Pero él les dijo: ‘¿Veis todas esas construcciones? En verdad os digo que serán destruidas de tal modo que no quedará piedra sobre piedra’.” (San Mateo, 24:1 y 2.)

16. “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ‘¡Ah! ¡Si reconocieras al menos este día lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo eso ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días desgraciados para ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, en que te cercarán y te apretarán por todas partes; y te estrellarán contra el suelo, a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo en que Dios te ha visitado’.” (San Lucas, 19:41 a 44.)

17. “Pero es preciso que yo continúe hoy, mañana y pasado, porque no corresponde que un profeta sufra la muerte fuera de Jerusalén.

”¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pequeños bajo las alas, y tú no has querido! Se aproxima el tiempo en que tu casa quedará desierta. En verdad os digo que no me volveréis a ver, hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.” (San Lucas, 13:33 a 35.)

18. “Cuando veáis a Jerusalén cercada por un ejército, sabed que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a las montañas; y los que estén en los alrededores, no entren en ella. Porque esos serán los días de la venganza, a fin de que se cumpla todo lo que está en la Escritura. Desdichadas las que estén encintas o criando en esos días, porque habrá una gran calamidad en esa tierra, y la cólera del cielo caerá sobre ese pueblo. Pasarán por el filo de la espada, y serán llevados en cautiverio a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de las naciones.” (San Lucas, 21:20 a 24.)

19. (Jesús camino del suplicio) “Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lloraban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras y por vuestros hijos; porque llegará el tiempo en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y las entrañas que no engendraron y los pechos que no alimentaron! Entonces se pondrán a decir a las montañas: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si tratan así al leño verde, ¿cómo tratarán al leño seco?’.” (San Lucas, 23:27 a 31.)

20. La facultad de presentir los hechos futuros es uno de los atributos del alma que se explica por la teoría de la presciencia. Jesús la poseía, al igual que todas las demás, en un grado sobresaliente. Podía, por lo tanto, prever los acontecimientos que sobrevendrían a su muerte, sin que en ese hecho hubiera nada sobrenatural, pues vemos cómo se repite, delante de nuestros ojos, en las condiciones más comunes. No es raro que las personas anuncien con precisión el instante en que habrán de morir; eso se debe a que sus almas, en estado de desprendimiento, se encuentran como el hombre en la cima de una montaña (Véase el Capítulo XVI, § 1): abarca el camino que habrá de recorrer y ve la meta.

21. Es probable que en Jesús ese hecho se diera en un grado muy superior, si se considera que Él tenía conocimiento de la misión que había venido a cumplir, y sabía que la muerte mediante el suplicio sería necesariamente su consecuencia. La visión espiritual, que en Él era permanente, así como la penetración del pensamiento, debían de mostrarle las circunstancias y el momento fatal. Por la misma razón, podía prever la destrucción del Templo y de Jerusalén, al igual que las calamidades que habrían de abatirse sobre sus habitantes y la dispersión de los judíos.

Maldición contra los fariseos

22. (Juan Bautista) “Al ver que muchos de los fariseos y los saduceos acudían para recibir el bautismo, Él les dijo: ‘Raza de ví- boras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que habrá de caer sobre vosotros? Producid, entonces, frutos dignos de contrición, y no penséis en decir en vuestro interior: Tenemos a Abraham como padre, porque yo os declaro que Dios puede hacer que de estas piedras nazcan hijos de Abraham. El hacha ya está puesta en la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buenos frutos será cortado y arrojado al fuego.” (San Mateo, 3:7 a 10.)

23. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que impedís a los hombres el acceso al reino de los Cielos! Allá no entráis, y además os oponéis a que otros entren!

”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que con el pretexto de extensas oraciones devoráis las casas de las viudas; recibiréis por eso un juicio más riguroso!

”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y que después de haberlo conseguido lo volvéis dos veces más digno del infierno que vosotros mismos!

”¡Ay de vosotros, guías de ciegos, que decís: ‘Si un hombre jura por el Templo, eso no es nada; pero aquel que jure por el oro del Templo, queda obligado a cumplir su juramento’! ¡Insensatos y ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, al oro o al Templo que santifica el oro? También decís: ‘Si un hombre jura por el altar, no es nada; pero aquel que jure por la ofrenda que está sobre el altar, queda obligado a cumplir su juramento’. ¡Ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, a la ofrenda o al altar que santifica la ofrenda? Aquel, pues, que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; y aquel que jura por el Templo, jura por él y por Aquel que habita en él; y aquel que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que ahí está sentado.

”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y que habéis abandonado lo más importante que hay en la ley, a saber: la justicia, la misericordia y la fe! Esas son las cosas que había que practicar, sin omitir las demás. ¡Guías ciegos, que ponéis gran cuidado en colar lo que bebéis por miedo a engullir un mosquito, y que sin embargo engullís un camello!

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, y que por dentro estáis llenos de rapiña e impureza! ¡Fariseos ciegos! Limpiad primero el interior de la copa y del plato, a fin de que también el exterior quede limpio.

”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen agradables a los ojos de los hombres, pero que por dentro tenéis en abundancia huesos de muertos y toda clase de podredumbre! Así también vosotros, por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.

”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si hubiésemos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos asociado con ellos para derramar la sangre de los profetas’! Acabáis, pues, de ese modo, de colmar la medida de vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo podréis evitar la condena al infierno? Por eso, he aquí que voy a enviaros profetas, sabios y escribas, y mataréis a algunos, crucificaréis a otros, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad, a fin de que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre de Abel, el justo, hasta la de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. Os digo, en verdad, que todo eso recaerá sobre esta raza que existe hoy.” (San Mateo, 23:13 a 36.)

Mis palabras no pasarán

24. “Entonces se aproximaron sus discípulos y le dijeron: ‘¿Sabes que los fariseos, al oír lo que acabaste de decir, se escandalizaron?’ Él respondió: ‘Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada. Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el hoyo’.” (San Mateo, 15:12 a 14.)

25. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (San Mateo, 24: 35.)

26. Las palabras de Jesús no pasarán, porque tendrán vigencia en todas las épocas. Su código moral será eterno, porque consagra las características del bien que conduce al hombre a su destino eterno. No obstante, ¿habrán sus palabras llegado hasta nosotros perfectamente puras y exentas de falsas interpretaciones? ¿Habrán captado su espíritu la totalidad de las sectas cristianas? ¿Habrá alguna de ellas desvirtuado su verdadero sentido a consecuencia de los prejuicios, o de la ignorancia de las leyes de la naturaleza? ¿Se habrá alguna convertido en un instrumento de dominación para servir a sus ambiciones y a sus intereses materiales, de modo de usarlos como trampolín para elevarse en la Tierra, y no para subir en dirección al Cielo? ¿Habrán adoptado, todas ellas, como regla de conducta, la práctica de las virtudes que Jesús presentó como condición expresa para la salvación? ¿Estarán todas exentas de las reprensiones que Él dirigió a los fariseos de su tiempo? Por último, ¿serán todas, tanto en la teoría como en la práctica, la expresión pura de su doctrina?

Por ser única, la verdad no puede estar contenida en manifestaciones contradictorias, y no existe razón para que Jesús haya querido dar un doble sentido a sus palabras. Si, pues, las diferentes sectas se contradicen; si las hay que consideran verdadero lo que otras condenan como herejías, es imposible que todas estén con la verdad. Si todas hubiesen aprendido el verdadero sentido de la enseñanza evangélica, todas se habrían encontrado en el mismo terreno y no existirían las sectas.

Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de Jesús; lo que pasará es aquello que los hombres construyeron sobre el sentido falso que dieron a esas mismas palabras.

Puesto que la misión de Jesús era transmitir a los hombres el pensamiento de Dios, solamente su doctrina en toda su pureza puede expresar ese pensamiento. A eso se debe que Él dijera: Toda planta que no ha sido plantada por mi Padre celestial será arrancada.

La piedra angular

27. “Jesús les dijo: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en la piedra angular? Fue lo que el Señor ha hecho y nuestros ojos lo ven con admiración. Por eso os declaro que el reino de Dios os será quitado, y se le otorgará a un pueblo que de él extraerá frutos. Aquel que se dejare caer sobre esa piedra se despedazará, y esta aplastará a aquel sobre quien caiga.

”Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, al oír esas palabras de Jesús, reconocieron que él hablaba de ellos. Y querían apoderarse de Él, pero tuvieron miedo del pueblo, porque lo consideraba un profeta.” (San Mateo, 21:42 a 46.)

28. La palabra de Jesús se convirtió en piedra angular, es decir, en la piedra de la consolidación del nuevo edificio de la fe, erigido sobre las ruinas del antiguo. Puesto que los judíos, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían rechazado esa palabra, ella los destrozó, del mismo modo que destrozará a quienes, a partir de entonces, la desconocieron o desfiguraron su sentido a favor de sus ambiciones.

Parábola de los viñadores homicidas

29. “Había un padre de familia que plantó una viña, la rodeó con un cerco y cavó la tierra para construir una torre. La arrendó luego a unos viñadores y partió en dirección a un país lejano.

”Cuando se aproximó el tiempo de los frutos, envió sus servidores a los viñadores, para que recogieran los frutos de la viña. Pero los viñadores capturaron a los siervos, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. De nuevo les envió él otros servidores en mayor cantidad que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, diciéndose a sí mismo: ‘A mi hijo le tendrán algún respeto’. Pero los viñadores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Aquí está el heredero; venid, matémoslo y seremos dueños de su herencia’. Y con ese propósito lo capturaron, lo expulsaron de la viña y lo mataron.

”Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿cómo tratará a esos viñadores? Le respondieron: ‘Hará que esos malvados perezcan miserablemente, y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos en la debida época.” (San Mateo, 21:33 a 41.)

30. El padre de familia es Dios; la viña que Él plantó es la ley que ha establecido; los viñadores a quienes arrendó la viña son los hombres que deben enseñar y practicar esa ley; los siervos que envió a los viñadores son los profetas que estos masacraron; su hijo enviado en último término es Jesús, a quien ellos también mataron. Así pues, ¿cómo tratará el Señor a sus mandatarios prevaricadores de la ley? Los tratará como ellos trataron a quienes Él envió, y llamará a otros viñadores que le rindan mejor las cuentas de su propiedad y del comportamiento de su rebaño.

Así ocurrió con los escribas, con los príncipes de los sacerdotes y con los fariseos; así será cuando Él venga para pedir cuentas a cada uno acerca de lo que ha hecho de su doctrina; y quitará autoridad a quien haya abusado de ella, pues Él desea que su campo sea administrado de acuerdo con su voluntad.

Transcurridos dieciocho siglos, llegada a la edad viril, la humanidad está madura para comprender lo que Cristo apenas esbozó, porque en esa época, como Él mismo lo dijo, no lo habrían comprendido. Ahora bien, ¿a qué resultado llegaron quienes, durante este prolongado período, estuvieron a cargo de la educación religiosa de la humanidad? A la constatación de que la indiferencia ha sucedido a la fe, y que la incredulidad se ha erigido en doctrina. En efecto, en ninguna otra época el escepticismo y el espíritu de negación estuvieron tan difundidos, en todas las clases de la sociedad.

No obstante, si bien algunas de las palabras de Cristo se presentan cubiertas por el velo de la alegoría, en lo que respecta a la regla de conducta, a las relaciones entre los individuos, a los principios morales que Él estableció como condición expresa para la salvación, sus enseñanzas son claras, explícitas y sin ambigüedad. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)

¿Qué han hecho de sus máximas de caridad, de amor y de tolerancia, así como de las recomendaciones que hizo a sus apóstoles para que convirtiesen a los hombres mediante la persuasión y la mansedumbre? ¿Qué han hecho de la sencillez, de la humildad, del desinterés y de todas las virtudes que Él ejemplificó? En su nombre, los hombres se anatematizaron y se maldijeron recíprocamente; se estrangularon en nombre de Aquel que dijo: Todos los hombres son hermanos. Del Dios infinitamente justo, bueno y misericordioso al que Él reveló, hicieron un Dios celoso, cruel, vengativo y parcial; en nombre de aquel Dios de paz y verdad se realizaron sacrificios de miles de víctimas en las hogueras, con torturas y persecuciones en una cantidad mucho mayor a la que en todas las épocas sacrificaron los paganos a sus falsos dioses; se vendieron las oraciones y las gracias del Cielo en nombre de Aquel que expulsó a los mercaderes del Templo y dijo a sus discípulos: Dad de gracia lo que de gracia recibisteis.

¿Qué diría Cristo si viviese actualmente entre nosotros? ¿Si viese a sus representantes ambicionando honores, riquezas, poder, y el fausto de los príncipes del mundo, en tanto que Él, rey más legítimo que todos los reyes de la Tierra, hizo su entrada en Jerusalén montado en un asno? Sin duda tendría derecho a decirles: “¿Qué habéis hecho de mis enseñanzas, vosotros que incensáis al becerro de oro, que pronunciáis la mayor parte de vuestras plegarias a favor de los ricos, y reserváis una parte insignificante para los pobres, a pesar de que yo os he dicho: Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros en el reino de los Cielos?” No obstante, si Él no se encuentra entre nosotros carnalmente, está en Espíritu y, como el señor de la parábola, vendrá a pedir cuentas a sus viñadores cuando llegue el momento de la cosecha.

Un solo rebaño y un solo pastor

31. “También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir; ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.” (San Juan, 10:16).

32. Con esas palabras, Jesús anuncia claramente que los hombres se unirán un día mediante una única creencia; pero ¿cómo se podrá llevar a cabo esa unión? La tarea parece difícil, si se toman en cuenta las diferencias que existen entre las religiones, los antagonismos que estas alimentan entre sus respectivos adeptos, así como la obstinación que manifiestan en considerarse con la exclusiva posesión de la verdad. Todas aspiran a la unidad, pero cada una se vanagloria de que esa unidad se concretará para su beneficio, y ninguna admite la posibilidad de hacer alguna concesión a sus creencias.

Sin embargo, la unidad en cuanto a la religión se logrará, así como ya tiende a realizarse en lo social, lo político y lo comercial, mediante la desaparición de las barreras que separan a los pueblos, a través de la asimilación de las costumbres, de los hábitos, del lenguaje. Los pueblos del mundo entero confraternizan ahora del mismo modo que los de las provincias de un mismo país. Se presiente esa unidad, y todos la anhelan. Se logrará por la fuerza de las circunstancias, porque llegará a ser una necesidad para que se estrechen los lazos fraternales entre las naciones; se logrará a través del desarrollo de la razón humana, que estará apta para comprender la puerilidad de las disidencias; por el progreso de las ciencias, que demostrará día a día los errores materiales sobre los cuales esas disidencias se apoyan, y que reemplazarán las piedras carcomidas que hay en sus cimientos. Así como es cierto que, en las religiones, la ciencia echa por tierra aquello que es obra de los hombres, y fruto de su ignorancia respecto de las leyes de la naturaleza, también es cierto que, pese a la opinión de algunos, no puede destruir la verdad eterna que es obra de Dios. Al apartar lo secundario, prepara los caminos que conducen a la unidad.

A fin de llegar a la unidad, las religiones tendrán que congregarse en un terreno neutral, aunque común a todas. En ese sentido, todas deberán realizar concesiones y sacrificios, de mayor o menor importancia, de acuerdo con sus múltiples dogmas particulares. No obstante, en virtud del principio de inmutabilidad que todas profesan, la iniciativa de las concesiones no podrá partir del campo oficial; en vez de que el punto de partida se tome desde lo alto, lo tomará desde abajo la iniciativa individual. De un tiempo a esta parte se está gestando un movimiento de descentralización que tiende a adquirir una fuerza irresistible. El principio de la inmutabilidad, que ha servido como escudo a las religiones conservadoras, habrá de transformarse en un elemento destructor, pues si los cultos religiosos permanecen en la inmovilidad, mientras la sociedad avanza, se verán superados y posteriormente absorbidos por la corriente de las ideas progresivas.

La inmovilidad, en vez de ser una fuerza, se convierte en una causa de debilidad y de ruina para quien no acompaña el movimiento general. Además, destruye la unidad, pues quienes desean avanzar se apartan de los que se obstinan en quedarse rezagados.

En el estado actual de la opinión y de los conocimientos, la religión llamada a congregar un día a todos los hombres bajo un mismo estandarte, será la que mejor satisfaga a la razón y a las legítimas aspiraciones del corazón y del espíritu; la que no sea en ningún punto desmentida por la ciencia positiva; la que en vez de inmovilizarse acompañe a la humanidad en su marcha progresiva, sin dejarse aventajar; la que no sea exclusiva ni intolerante, sino emancipadora de la inteligencia, admitiendo sólo la fe racional; aquella cuyo código de moral sea el más puro, el más racional, el que esté más en armonía con las necesidades sociales, el más apropiado, en fin, para fundar en la Tierra el reinado del bien, con la práctica de la caridad y la fraternidad universales.

Lo que alimenta el antagonismo entre las religiones es la idea de que cada una tiene su dios particular, y la pretensión de que ese dios es el único verdadero y el más poderoso, en constante lucha con los dioses de los demás cultos, y ocupado en combatir su influencia. Cuando se hayan convencido de que sólo existe un Dios en el universo y que, en definitiva, Él es el mismo que ellas adoran con los nombres de Jehová, Alá o Dios; cuando se pongan de acuerdo sobre los atributos esenciales de la divinidad, comprenderán que un ser único no puede tener más que una sola voluntad; entonces se tenderán las manos unas con otras, como los servidores de un mismo Maestro y los hijos de un mismo Padre, con lo cual habrán dado un gran paso hacia la unidad.

Advenimiento de Elías

33. “Entonces sus discípulos le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, los escribas dicen que es necesario que Elías venga primero?’ Jesús les respondió: ‘Es cierto que Elías ha de venir y que restablecerá todas las cosas.

”Pero yo os digo que Elías ya vino, y ellos no lo conocieron; sino que lo trataron como quisieron. Así también harán morir al Hijo del hombre’.

”Entonces sus discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.” (San Mateo, 17:10 a 13.)

34. Elías ya había vuelto en la persona de Juan el Bautista. Su nueva llegada es anunciada de manera explícita. Ahora bien, como él no puede volver más que tomando un nuevo cuerpo, ahí tenemos la consagración formal del principio de la pluralidad de las existencias. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo IV, § 10.)

Anuncio del Consolador

35. “Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré a mi Padre, y Él os enviará otro Consolador, a fin de que quede eternamente con vosotros; el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve. Pero vosotros lo conocéis, porque permanecerá con vosotros, y estará en vosotros. Pero el Consolador, que es el Santo Espíritu, al que mi Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo lo que yo os he dicho.” (San Juan, 14:15 a 17; 26). – El Evangelio según el espiritismo, Capítulo VI.)

36. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá hasta vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no han creído en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy hacia mi Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.

”Tengo aún muchas otras cosas para deciros, pero por el momento no las podéis soportar.

”Cuando venga ese Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que haya escuchado, y os anunciará lo que ha de venir.

”Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.” (San Juan, 16:7 a 14.)

37. Esta predicción es, sin discusiones, una de las más importantes desde el punto de vista religioso, porque demuestra sin ningún equívoco que Jesús no dijo todo lo que tenía para decir, puesto que no lo habrían comprendido ni siquiera sus apóstoles, ya que era a ellos a quienes Él se dirigía. Si les hubiese dado instrucciones secretas, los Evangelios harían alguna mención al respecto. Ahora bien, dado que Jesús no dijo todo a sus apóstoles, los sucesores de estos no pudieron saber más que ellos en relación con lo que Él dijo. Es posible, pues, que se hayan confundido en cuanto al sentido de sus palabras, o que hayan interpretado falsamente sus pensamientos, en muchas ocasiones velados bajo la forma de parábolas. Por consiguiente, las religiones que se basaron en el Evangelio no pueden considerarse en posesión de toda la verdad, visto que Jesús reservó para sí la tarea de completar posteriormente sus enseñanzas. El principio de la inmutabilidad de esas enseñanzas constituye un desmentido de las palabras mismas de Cristo.

Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús anunció la venida de aquel que habría de enseñar todas las cosas y de recordar lo que Él había dicho. Por consiguiente, su enseñanza no estaba completa. Además prevé que su mensaje sería olvidado, y que sus palabras serían desvirtuadas, ya que el Espíritu de Verdad vendría a recordar todo lo que Él dijo y, de común acuerdo con Elías, a restablecer todas las cosas, es decir, a ponerlas de acuerdo con el verdadero pensamiento de Jesús.

38. ¿Cuándo vendrá ese nuevo revelador? Es evidente que, si en la época en que Jesús hablaba, los hombres no se encontraban en estado de comprender las cosas que a Él le quedaban por decir, no sería en unos pocos años que podrían adquirir los conocimientos necesarios para ello. A fin de que se comprendieran ciertas partes del Evangelio, con excepción de los preceptos de moral, se necesitaban conocimientos que sólo el progreso de las ciencias podía otorgar, y que debían ser obra del tiempo y de muchas generaciones. Por consiguiente, si el nuevo Mesías hubiese venido poco tiempo después de Cristo, habría encontrado el terreno en las mismas condiciones, es decir, poco propicio, y no hubiera podido hacer más de lo que hizo Jesús. Ahora bien, desde aquella época hasta nuestros días, no se ha producido ninguna revelación importante que haya completado el Evangelio y elucidado sus partes ininteligibles, indicio seguro de que el Enviado aún no ha aparecido.

39. ¿Quién habrá de ser ese enviado? Al decir: “Rogaré a mi Padre y Él os enviará otro Consolador”, Jesús indicó claramente que ese Consolador no sería Él mismo, pues de lo contrario hubiese dicho: “Volveré para completar lo que les he enseñado”. Sólo agrega: A fin de que permanezca eternamente con vosotros, y él estará en vosotros. Sería imposible que esta expresión se refiriera a una individualidad encarnada, puesto que no podría permanecer eternamente con nosotros, ni menos aún estar en nosotros; pero se comprende a la perfección si se refiere a una doctrina que, en efecto, cuando la hayamos asimilado podrá estar eternamente en nosotros. El Consolador es, pues, según el pensamiento de Jesús, la personificación de una doctrina soberanamente consoladora, inspirada por el Espíritu de Verdad.

40. El espiritismo reúne, como ha quedado demostrado (Véase el Capítulo I, § 30), todas las características del Consolador que Jesús prometió. No es una doctrina individual, una concepción humana; nadie puede considerarse su creador. Es el fruto de la enseñanza colectiva de los Espíritus, enseñanza que conduce el Espíritu de Verdad. No suprime nada del Evangelio, sino que lo completa y lo explica. Con la ayuda de las nuevas leyes que revela, conjugadas con las que la ciencia ya ha descubierto, conduce a la comprensión de lo que era ininteligible y hace que se admita la posibilidad de aquello que la incredulidad consideraba inadmisible. Tuvo sus precursores y profetas, que presagiaron su llegada. Por su poder moralizador, el espiritismo prepara el reinado del bien sobre la Tierra.

La doctrina de Moisés, incompleta, quedó circunscripta al pueblo judío; la de Jesús, más completa, se extendió a toda la Tierra mediante el cristianismo, pero no convirtió a todos; el espiritismo, más completo aún, con raíces en todas las creencias, convertirá a toda la humanidad. *


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* 8 Todas las doctrinas filosóficas y religiosas llevan el nombre de su fundador. Se dice: el mosaísmo, el cristianismo, el mahometismo, el budismo, el cartesianismo, el furierismo, el sansimonismo, etc. La palabra espiritismo, por el contrario, no alude a ninguna personalidad; implica una idea general que al mismo tiempo indica el carácter y la fuente múltiple de la doctrina. (N. de Allan Kardec.)

41. Al decir a sus apóstoles: “Otro vendrá más tarde para enseñaros lo que yo ahora no os puedo enseñar”, Jesús proclamaba la necesidad de la reencarnación. ¿Cómo podrían aquellos hombres aprovechar la enseñanza más completa que sería impartida más tarde? ¿Cómo llegarían a ser más aptos para comprenderla si no hubiesen de vivir nuevamente? Jesús habría dicho algo ilógico si, de acuerdo con la doctrina vulgar, los hombres futuros debieran ser hombres nuevos, almas salidas de la nada en la ocasión de su nacimiento. Admítase, por el contrario, que los apóstoles y los hombres de su tiempo vivieron después; que aún hoy vuelven a vivir, y entonces la promesa de Jesús estará plenamente justificada. Su inteligencia, desarrollada al contacto con el progreso social, puede admitir ahora lo que antes no podía. Sin la reencarnación, la promesa de Jesús hubiese sido una quimera.

42. Si se alegara que esa promesa se cumplió el día de Pentecostés, por medio del descenso del Espíritu Santo, se podrá responder que el Espíritu Santo los inspiró, que abrió sus inteligencias, que desarrolló en ellos las aptitudes mediúmnicas destinadas a facilitarles su misión, pero no les enseñó nada aparte de lo que Jesús ya les había enseñado, porque en lo que dejaron no se encuentra ningún vestigio de una enseñanza especial. El Espíritu Santo, pues, no realizó lo que Jesús había anunciado en relación con el Consolador; de lo contrario, los apóstoles habrían elucidado, mientras todavía estaban vivos, todo lo que quedó ininteligible en el Evangelio hasta el día de hoy, y cuya interpretación contradictoria dio origen a numerosas sectas que dividieron el cristianismo a partir de los primeros siglos.

Segundo advenimiento de Cristo

43. “Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por amor a mí, la encontrará.

”¿De qué le serviría a un hombre ganar el mundo entero, si perdiera su alma? ¿O a qué precio podrá el hombre comprar su alma, después de que la haya perdido? Porque el Hijo del hombre habrá de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces le dará a cada uno según sus obras.

”En verdad os digo, que algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino.” (San Mateo, 16:24 a 28.)

44. “Entonces, el sumo sacerdote se levantó en medio de la asamblea, e interrogó a Jesús: ‘¿No respondes nada a lo que estos denuncian contra ti?’ Pero Jesús se mantenía en silencio y no respondió. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: ‘¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios para siempre bendito?’ Jesús le respondió: ‘Sí, yo soy, y veréis un día al Hijo del hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios, viniendo sobre las nubes del cielo’.

”A continuación, el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, le dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?’” (San Marcos, 14:60 a 63.)

45. Jesús anuncia su segundo advenimiento, pero no dice que regresará a la Tierra con un cuerpo carnal, ni que personificará al Consolador. Afirma que habrá de venir en Espíritu, en la gloria de su Padre, para juzgar el mérito y la falta de mérito, así como para dar a cada uno según sus obras, cuando los tiempos hayan llegado.

Estas palabras: “Algunos de aquellos que aquí se encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre en su reino”, aparentemente encierran una contradicción, pues es indudable que Él no vino durante la vida de ninguno de aquellos que estaban presentes. Sin embargo, Jesús no podía engañarse en una previsión de esa naturaleza, principalmente con respecto a algo contemporáneo que le concernía de modo personal. Se debe averiguar, en primer lugar, si sus palabras han sido siempre reproducidas con fidelidad. Es para dudarlo, si consideramos que Él no escribió nada; que esas palabras recién fueron registradas después de su muerte, y que cada evangelista redactó el mismo discurso casi siempre en términos diferentes, lo que constituye una prueba evidente de que esas no son las expresiones textuales de Jesús. Además, es probable que el sentido haya sufrido alteraciones al pasar por las sucesivas traducciones.

Por otro lado, está fuera de toda duda que, si Jesús hubiese dicho todo lo que tenía para decir, se habría expresado sobre todas las cosas de un modo claro y preciso, como lo hizo en relación con los principios morales, sin que diese lugar a ningún equívoco; mientras que se vio obligado a velar su pensamiento sobre los asuntos que consideró que no era conveniente profundizar. Los apóstoles, convencidos de que la generación de la cual formaban parte debía dar testimonio de lo que Él anunciaba, interpretaron el pensamiento de Jesús de acuerdo con esa suposición. Por consiguiente, redactaron desde el punto de vista del presente lo que el Maestro había dicho, y lo hicieron de una manera más absoluta que aquella en que Él mismo lo hizo. Sea como fuere, el hecho es que los acontecimientos no ocurrieron como ellos supusieron.

46. Un concepto fundamental que Jesús no pudo desarrollar, porque los hombres de su tiempo no estaban suficientemente preparados, tanto para ideas de esa índole como para sus consecuencias, fue la grandiosa ley de la reencarnación. No obstante, asentó el principio de la mencionada ley, así como lo hizo en relación con todo lo demás. Estudiada y puesta en evidencia en nuestros días por el espiritismo, la ley de la reencarnación constituye la clave para la comprensión de muchos de los pasajes del Evangelio, que sin ella parecerían verdaderos despropósitos.

Por medio de esa ley se encuentra la explicación racional de las palabras citadas más arriba, aunque las admitamos como textuales. Dado que esas palabras no pueden aplicarse a la persona de los apóstoles, es evidente que se refieren al futuro reino de Cristo, es decir, a la época en que su doctrina, mejor comprendida, será ley universal. Al expresar que algunos de los allí presentes verían su advenimiento, Él se refería a los que volverían a vivir en esa época. No obstante, los judíos imaginaban que verían todo lo que Jesús anunciaba, y tomaban al pie de la letra sus alegorías.

Por otra parte, algunas de sus profecías se cumplieron en el debido tiempo, tales como la ruina de Jerusalén, las calamidades que ocurrieron a continuación, y la dispersión de los judíos. Pero la visión de Jesús se proyectaba mucho más lejos, de modo que, cuando hablaba del presente, en todos los casos aludía al porvenir.

Señales precursoras

47. “También oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras; pero tratad de que no os perturbéis, porque es necesario que esas cosas sucedan; pero todavía no será el fin, pues se verá a un pueblo levantarse contra otro, y un reino contra otro reino; y habrá pestes, hambre y temblores de tierra en diversos lugares, y todas esas cosas serán apenas el comienzo de los dolores.” (San Mateo, 24:6 a 8.)

48. “Entonces el hermano entregará a su hermano para que sea muerto, y el padre a los hijos; los hijos se levantarán contra sus padres y sus madres, y los harán morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero aquel que persevere hasta el fin será salvo.” (San Marcos, 13:12 y 13.)

49. “Cuando veáis que la abominación de la desolación, que fue predicha por el profeta Daniel, está en el lugar sagrado (que aquel que lee entienda bien lo que lee); entonces, los que estén en Judea, huyan hacia las montañas *; el que esté en el tejado, no descienda para llevar alguna cosa de su casa; y el que esté en el campo no vuelva para tomar sus ropas. ¡Ay de las que estén encintas o amamantando en esos días! Pedid a Dios que vuestra fuga no se dé durante el invierno ni en día sábado, porque la aflicción de ese tiempo será tan grande como no la hubo igual desde el comienzo del mundo hasta el presente, y como nunca más la habrá. Y si esos días no fuesen abreviados, ningún hombre se salvaría; pero esos días serán abreviados en atención a los elegidos.” (San Mateo, 24:15 a 22.)


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* Esta expresión: abominación de la desolación, no sólo carece de sentido, sino que se presta al ridículo. La traducción de Osterwald dice: “La abominación que causa la desolación”, lo que es muy diferente. En ese caso, el sentido se vuelve perfectamente claro, porque se comprende que las abominaciones habrían de acarrear desolación como castigo. Cuando la abominación, dice Jesús, se instale en el lugar sagrado, también la desolación confluirá hacia ahí, y eso constituirá una señal de que los tiempos están próximos. (N. de Allan Kardec.)


50. “Inmediatamente después de esos días de aflicción, el Sol se oscurecerá, y la Luna dejará de dar su luz; las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.

“Entonces, la señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y todos los pueblos de la tierra entrarán en llanto y en gemidos, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo con gran majestuosidad.

“Él enviará a sus ángeles, que harán oír el sonido retumbante de sus trompetas, y reunirán a sus elegidos de las cuatro regiones del mundo, de un extremo al otro del cielo.

“Aprended una comparación tomada de la higuera: Cuando sus ramas ya están tiernas y dan hojas, sabéis que se acerca el verano. Del mismo modo, cuando veáis todas esas cosas, sabed que el Hijo del hombre está cerca, que se encuentra a las puertas.

“Os digo, en verdad, que esta raza no pasará sin que todas esas cosas se hayan cumplido.” (San Mateo, 24:29 a 34.)

“Y sucederá con el advenimiento del Hijo del hombre lo que sucedió en los tiempos de Noé, porque como en los tiempos que precedieron al diluvio los hombres comían y bebían, se casaban y daban en casamiento a sus hijos, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y arrebató a todos, así también será en el advenimiento del Hijo del hombre.” (San Mateo, 24:37 a 39.)

51. “En cuanto a ese día y esa hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre.” (San Marcos, 13:32.)

52. “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y gemiréis, y el mundo se regocijará; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se transformará en dicha. Una mujer, cuando da a luz, tiene dolor porque ha llegado su hora; pero después de que ha dado a luz al hijo, ya no se acuerda de los malestares que sufrió, por la dicha de haber traído un hombre al mundo. Ahora vosotros también estáis tristes; pero os veré de nuevo y vuestro corazón se regocijará, y nadie os quitará vuestra dicha.” (San Juan, 16:20 a 22.)

53. “Se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán a muchas personas; y porque abundará la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará; pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo. Y este Evangelio del reino se predicará en toda la Tierra, para dar testimonio a todas las naciones. Entonces vendrá el fin.” (San Mateo, 24:11 a 14.)

54. No cabe duda de que este panorama del final de los tiempos es alegórico, como la mayoría de los que Jesús componía. Por su fuerza, las imágenes que encierra impresionan a las inteligencias todavía incultas. Para conmover esas imaginaciones de escasa sutileza hacían falta descripciones vigorosas, de tonos contrastantes. Jesús se dirigía especialmente al pueblo, a los hombres menos ilustrados, incapaces de comprender las abstracciones metafísicas y de captar la delicadeza de las formas. Para acceder al corazón, era necesario que hablase a los ojos con la ayuda de signos materiales, y a los oídos a través del vigor del lenguaje.

Como consecuencia natural de esa disposición de espíritu, y según la creencia generalizada, el poder supremo debía manifestarse por medio de hechos extraordinarios, sobrenaturales. Cuanto mayor era la imposibilidad de los hechos, tanto más se aceptaba su probabilidad.

Que el Hijo del hombre viniera sobre las nubes del cielo, con gran majestuosidad, rodeado por sus ángeles y al son de trompetas, les parecía mucho más imponente que la simple llegada de un ser investido solamente de poder moral. Por eso mismo los judíos, que aguardaban como Mesías a un rey terrenal más poderoso que los demás reyes, a fin de que colocara a su nación al frente de todas las otras y volviera a erigir el trono de David y de Salomón, no quisieron reconocerlo en el humilde hijo del carpintero, que carecía de autoridad material.

No obstante, aquel pobre obrero de la Judea se convirtió en el más grande entre los grandes; conquistó para su soberanía mayor cantidad de reinos que los jerarcas más poderosos; sólo con su palabra y con el concurso de algunos míseros pescadores revolucionó al mundo, y a Él los judíos le deberán su rehabilitación. Entonces, Jesús dijo una gran verdad cuando, en respuesta a esta pregunta de Pilatos: “¿Eres rey?”, respondió: “Tú lo dices”.

55. Es para destacar que, entre los antiguos, los temblores de tierra y el oscurecimiento del sol eran accesorios obligatorios de todos los acontecimientos y presagios siniestros. Los encontramos en ocasión de las muertes de Jesús y de César, y en una infinidad de circunstancias de la historia del paganismo. Si esos fenómenos se hubiesen producido tantas veces como las que se los menciona, sería imposible que los hombres no hubiesen conservado su recuerdo en las tradiciones. En este caso se agrega la caída de las estrellas del cielo, como para dar testimonio a las generaciones futuras, más ilustradas, de que sólo se trata de una ficción, puesto que se sabe que las estrellas no pueden caer.

56. No obstante, hay grandes verdades ocultas bajo esas alegorías. Está, en primer término, el anuncio de las calamidades de todo tipo que asolarán y diezmarán a la humanidad, a consecuencia de la lucha suprema entre el bien y el mal, entre la fe y la incredulidad, entre las ideas progresivas y las ideas retrógradas. En segundo lugar, la difusión en toda la Tierra del Evangelio restaurado en su pureza primitiva; después, el reino del bien, que será el de la paz y la fraternidad universales, y que será la consecuencia de la puesta en práctica, por parte de todos los pueblos, del código de moral evangélica. Ese será verdaderamente el reino de Jesús, pues Él presidirá su implantación, y porque los hombres vivirán bajo la égida de su ley. Será el reino de la felicidad, dado que Él dice que “después de los días de aflicción vendrán los de dicha”.

57. ¿Cuándo se producirán esos acontecimientos? “Nadie lo sabe –dice Jesús–, ni siquiera el Hijo”. No obstante, cuando llegue el momento, los hombres recibirán avisos por medio de señales precursoras. Esos indicios no estarán ni en el sol ni en las estrellas, sino en el estado social y en los fenómenos de orden moral antes que físico, que en parte se pueden deducir de sus alusiones.

Es indudable que ese cambio no podía producirse en vida de los apóstoles, pues de lo contrario Jesús no habría ignorado el momento preciso. Por otra parte, una transformación semejante no podía llevarse a cabo en el lapso de unos pocos años. Sin embargo, Jesús les habla de ella como si fuesen a presenciarla; de hecho, ellos podrán volver a vivir cuando esa transformación tenga lugar, así como trabajar para que se concrete. En cierto momento, Jesús alude a la suerte próxima de Jerusalén; en otro, toma ese hecho como punto de referencia acerca de lo que habría de ocurrir en el porvenir.

58. ¿Será el fin del mundo lo que Jesús anuncia con su segunda venida, así como cuando dice que “el Evangelio será predicado por toda la Tierra, y entonces vendrá el fin”?

No es lógico suponer que Dios habrá de destruir el mundo justamente en el momento en que éste ingrese en el camino del progreso moral a través de la práctica de las enseñanzas evangélicas. Por otra parte, en las palabras de Cristo no hay nada que indique una destrucción universal, que en esas condiciones no se justificaría.

Dado que la práctica generalizada del Evangelio determinará una mejora en el estado moral de los hombres, por eso mismo introducirá el reino del bien y provocará la caída del mal. Se trata, por consiguiente, del fin del mundo viejo, del mundo gobernado por los prejuicios, el orgullo, el egoísmo, el fanatismo, la incredulidad, la codicia y todas las malas pasiones, a las que Cristo hacía alusión al decir: “Cuando el Evangelio sea predicado en toda la Tierra, entonces vendrá el fin”. No obstante, para llegar, ese fin ocasionará una lucha, y de esa lucha sobrevendrán los males que Él había previsto.

Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán

59. “En los últimos tiempos, dice el Señor, derramaré de mi espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos soñarán. En esos días, derramaré de mi espíritu sobre mis servidores y mis servidoras, y ellos profetizarán.” (Hechos de los Apóstoles, 2:17 y 18; Joel, 2:28 y 29.)

60. Si consideramos el estado actual del mundo físico y del mundo moral, las tendencias, las aspiraciones y los presentimientos de las masas, la decadencia de las viejas ideas que se debaten en vano desde hace un siglo contra las ideas nuevas, no podremos dudar de que un nuevo orden de cosas se prepara, y que el viejo mundo llega a su fin.

Ahora bien, si tomamos en cuenta la forma alegórica de algunas escenas y escrutamos el sentido profundo de las palabras de Jesús, al comparar la situación actual con los tiempos que el Maestro describió como indicadores de la era de la renovación, no podremos dejar de estar de acuerdo en que muchas de sus predicciones se están cumpliendo en la actualidad. De ahí es preciso concluir que estamos llegando a los tiempos anunciados, lo cual es confirmado en todos los puntos del globo por los Espíritus que se manifiestan.

61. Como hemos visto (Capítulo I, § 32), en coincidencia con otras circunstancias, el advenimiento del espiritismo constituye la realización de una de las más importantes predicciones de Jesús, por la influencia que esta doctrina debe ejercer forzosamente sobre las ideas. Por otra parte, el espiritismo se encuentra claramente anunciado en los Hechos de los Apóstoles: “En los últimos tiempos, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”.

Se trata del anuncio inequívoco de la vulgarización de la mediumnidad, que se revela actualmente en individuos de todas las edades, de ambos sexos y de todas las condiciones; se trata, por consiguiente, del anuncio de la manifestación universal de los Espíritus, puesto que sin los Espíritus no habría médiums. Eso, de conformidad con lo dicho, sucederá en los últimos tiempos. Ahora bien, visto que no hemos llegado al término del mundo, sino, por el contrario, a la época de su regeneración, debemos entender que esas palabras se refieren a los últimos tiempos del mundo moral que llega a su fin. (Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XXI.)

El juicio final

62. “Ahora bien, cuando el Hijo del hombre venga en su majestad acompañado de todos los ángeles, se sentará en su trono de gloria; y reunidas delante de él todas las naciones, Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de los cabritos, y colocará a su derecha las ovejas, y a su izquierda los cabritos. Entonces, dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Venid a mí, benditos de mi Padre (…)’.” (San Mateo, 25:31 a 46. El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)

63. Puesto que el bien habrá de reinar en la Tierra, es preciso que sean excluidos de ella los Espíritus obstinados en el mal, y que podrían ocasionar disturbios. Dios ha permitido que ellos permanecieran aquí el tiempo necesario para que mejoraran; pero visto que ha llegado el momento en que, mediante el progreso moral de sus habitantes, la Tierra debe ascender en la jerarquía de los mundos, ya no podrá ser la morada de los Espíritus, tanto encarnados como desencarnados, que no hayan aprovechado las enseñanzas que estaban en condiciones de recibir en ella. Serán exiliados en mundos inferiores, como antes lo fueron en la Tierra los componentes de la raza adámica, al tiempo que Espíritus mejores vendrán a sustituirlos. Esta separación, que será presidida por Jesús, es la que se encuentra descripta en las siguientes palabras acerca del juicio final: “Los buenos pasarán a mi derecha, y los malos a mi izquierda”. (Véase el Capítulo XI, § 31 y siguientes.)

64. La doctrina de un juicio final, único y universal, que pone un término definitivo a la humanidad, provoca el rechazo de la razón, porque implica la inactividad de Dios durante la eternidad que precedió a la creación de la Tierra, así como durante la eternidad que seguirá a su destrucción. En ese caso, ¿qué utilidad tendrían el Sol, la Luna y las estrellas, que según el Génesis fueron creados para iluminar al mundo? Es motivo de consternación que una obra tan inmensa se haya producido para tan poco tiempo y en beneficio de seres predestinados, en su mayoría, a los suplicios eternos.

65. Materialmente, la idea de un juicio único era hasta cierto punto admisible para quienes no buscaban la razón de las cosas, cuando se creía que toda la humanidad se hallaba concentrada en la Tierra, y que todo en el universo había sido hecho para sus habitantes. Pero es inadmisible desde que se sabe que hay miles y miles de mundos semejantes, que perpetúan las humanidades durante toda la eternidad, y entre los cuales la Tierra es uno de los menos considerables, un simple punto imperceptible.

Sólo por este hecho se comprende que Jesús tenía razón cuando decía a sus discípulos: “Hay muchas cosas que no os puedo decir, porque no las comprenderíais”, visto que el progreso de las ciencias era indispensable para una interpretación cabal de algunas de sus palabras. Por cierto, los apóstoles, san Pablo y los primeros discípulos, habrían establecido de un modo muy diferente algunos dogmas si hubieran tenido los conocimientos astronómicos, geológicos, físicos, químicos, fisiológicos y psicológicos que poseemos en la actualidad. Por esa razón Jesús postergó el complemento de sus enseñanzas y anunció que todas las cosas habrían de ser restablecidas.

66. Moralmente, un juicio definitivo y sin apelación es inconciliable con la bondad infinita del Creador. Jesús nos lo presenta invariablemente como a un buen Padre, que deja siempre abier ta una puerta al arrepentimiento, y que está siempre dispuesto a recibir en sus brazos al hijo pródigo. Si Jesús hubiera entendido el juicio en ese sentido, habría desmentido sus propias palabras.

Además, si el juicio final debiera tomar por sorpresa a los hombres, en medio de sus actividades habituales, así como a las mujeres encintas, cabría preguntarse con qué fin Dios, que no hace nada inútil o injusto, haría que naciesen niños y crearía almas nuevas en ese momento supremo, al término fatal de la humanidad. ¿Sería para someterlas al juicio inmediatamente después de que hubieran salido del vientre materno, antes de que tuvieran conciencia de sí mismas, mientras que a otros se les concedieron miles de años para que llegaran a reconocerse? ¿Hacia qué lado, el derecho o el izquierdo, irían esas almas que no pudieron ser ni buenas ni malas, y para las cuales, sin embargo, se encontrarían cerrados todos los caminos para un ulterior progreso, visto que la humanidad dejaría de existir? (Véase el Capítulo II, § 19.)

Que conserven semejantes creencias aquellos cuya razón se conforma con ellas, pues están en su derecho. Nadie tiene por qué criticarlos; pero que no se disgusten si no todo el mundo está de acuerdo con ellos.

67. Por su parte, según ha quedado explicado aquí (véase el § 63), el juicio por la vía de la emigración es racional. Se basa en la más rigurosa justicia, dado que de ese modo el Espíritu conserva por toda la eternidad su libre albedrío; no constituye un privilegio para nadie: Dios concede a todas las criaturas, sin excepciones, la misma libertad de acción para que progresen; e incluso el aniquilamiento de un mundo, que acarrea la destrucción del cuerpo, no ocasionará ninguna interrupción a la marcha progresiva del Espíritu. Tales son las consecuencias de la pluralidad de los mundos y de la pluralidad de las existencias.

De acuerdo con esa interpretación, la calificación de juicio final no es exacta, puesto que los Espíritus pasan por un tribunal cada vez que se renuevan los mundos en que habitan, hasta que alcancen un cierto grado de perfección. No hay, por lo tanto, un juicio final propiamente dicho, sino juicios generales en todas las épocas de renovación parcial o total de la población de los mundos, a consecuencia de las cuales se producen las grandes emigraciones e inmigraciones de Espíritus.