Predicciones del evangelio
Nadie es profeta en su tierra • Muerte y pasión de Jesús
• Persecución de los apóstoles • Ciudades impenitentes
• Ruina del Templo y de Jerusalén • Maldición contra
los fariseos • Mis palabras no pasarán • La piedra
angular • Parábola de los viñadores homicidas • Un
solo rebaño y un solo pastor • Advenimiento de Elías
• Anuncio del Consolador • Segundo advenimiento
de Cristo • Señales precursoras • Vuestros hijos
y vuestras hijas profetizarán • El juicio final.
Nadie es profeta en su tierra
1. “Y habiendo llegado a su tierra, les enseñaba en sus sinagogas,
de tal manera que decían maravillados: ‘¿De dónde le
viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del
carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago,
José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre
nosotros?’ Y se escandalizaban a causa de él. Pero Jesús les dijo:
‘Un profeta sólo carece de honor en su tierra y en su casa’. Y no hizo
allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.” (San
Mateo, 13:54 a 58.)
2. Con estas palabras, Jesús enunció una verdad que se convirtió
en proverbial, vigente para todos los tiempos, y a la cual se
podría dar mayor alcance diciendo que nadie es profeta en vida.
En el lenguaje usual, esta máxima se aplica al crédito de
que goza un hombre entre los suyos y entre aquellos en cuyo seno
vive, a la confianza que él les inspira por la superioridad de su saber
y su inteligencia. Si tiene algunas excepciones, estas son raras
y en ningún caso absolutas. El principio de esa verdad proviene
de una consecuencia natural de la debilidad humana, y se puede
explicar de este modo:
El hábito de encontrarse desde la infancia en las circunstancias
ordinarias de la vida, establece entre los hombres una especie de
igualdad material, que a menudo lleva a que la mayoría de ellos se
niegue a reconocer la superioridad moral de alguien que ha sido su
compañero o su comensal, que salió del mismo medio que ellos, y
de cuyas debilidades iniciales todos han sido testigos. Se resiente su
orgullo porque se ven obligados a reconocer el ascendiente del otro.
Quienquiera que se eleve por encima del nivel común siempre es
el blanco de los celos y la envidia. Quienes se sienten incapaces de
llegar a la altura en que aquel se encuentra, se esfuerzan por rebajarlo
mediante la difamación, la maledicencia y la calumnia; tanto más
fuerte gritan, cuanto más inferiores son, y suponen que se enaltecen
y lo eclipsan con el ruido que promueven. Esa ha sido y será la historia
de la humanidad, hasta tanto los hombres no hayan comprendido
su naturaleza espiritual, y ampliado su horizonte moral. Semejante
prejuicio es, por lo tanto, propio de los espíritus mezquinos y
vulgares, que toman a su propia personalidad como modelo.
Por otro lado, las personas que sólo conocen a los hombres
por su espíritu, suelen hacer de ellos una idealización, que crece
a medida que pasa el tiempo y que sus respectivas posiciones
se van distanciando. Se los despoja de todo rasgo de humanidad;
pareciera que no deben hablar ni sentir como los demás; que tanto sus pensamientos como el lenguaje que emplean deben vibrar
constantemente en el tono de la sublimidad, sin tomar en cuenta
que el espíritu no podría permanecer constantemente en estado de
tensión, de perpetua sobreexcitación. A través del contacto diario
de la vida privada, se percibe en todo momento que el hombre
material en nada se diferencia del común. El hombre corporal, el
que impresiona a los sentidos, casi sofoca al hombre espiritual, que
sólo impresiona al espíritu. A la distancia, sólo se ven los destellos del
genio; de cerca, se ven las limitaciones del espíritu.
Después de la muerte ya no se puede hacer ninguna comparación;
sólo subsiste el hombre espiritual, y este parece tanto más
grande cuanto más lejano se torna el recuerdo del hombre corporal.
A eso se debe que aquellos cuyo paso por la Tierra ha quedado señalado
por obras de verdadero valor, sean más apreciados después de la
muerte que cuando estaban vivos. Se los juzga con mayor imparcialidad
porque, como ya han desaparecido los envidiosos y los celosos,
se han acabado los antagonismos personales. La posteridad es un
juez desinteresado que aprecia la obra del espíritu y la acepta sin
entusiasmo ciego cuando es buena, y la rechaza sin rencor cuando es
mala, prescindiendo de la individualidad que la produjo.
Jesús no podía escapar a las consecuencias de este principio,
inherente a la naturaleza humana, si se considera que él vivía en
un medio de escasa ilustración y entre hombres dedicados por entero
a la vida material. Sus compatriotas sólo veían en Él al hijo
del carpintero, al hermano de hombres tan ignorantes como ellos
mismos, y por eso no percibían aquello que le daba superioridad y
lo investía del derecho de censurarlos. Así, cuando Jesús comprobó
que su palabra tenía menos autoridad sobre los suyos, porque lo
despreciaban, que sobre los extranjeros, prefirió ir a predicar entre
quienes lo escuchaban y a quienes inspiraba simpatía.
Es posible hacerse una idea de los sentimientos que alimentaban
sus compatriotas, en relación con Él, por el hecho de que sus propios hermanos, acompañados por su madre, fueron a una
reunión donde Él se encontraba, para prenderlo, diciendo que había
perdido el juicio. (Véase San Marcos, 3:20 y 21, 31 a 35; y El
Evangelio según el espiritismo, Capítulo XIV.)
De ese modo, por un lado, los sacerdotes y los fariseos acusaban
a Jesús de obrar en nombre del demonio; por otro, era tildado
de loco por sus parientes más cercanos. ¿No es eso lo que sucede
actualmente en relación con los espíritas? ¿Deberán estos quejarse
de que sus conciudadanos no los traten mejor que como fue tratado
Jesús? Lo que causa extrañeza es que en el siglo diecinueve, y
en el seno de naciones civilizadas, ocurra eso mismo que hace dos
mil años no tenía nada de sorprendente para un pueblo ignorante.
Muerte y pasión de Jesús
3. (Después de la cura del endemoniado). “Todos quedaron
asombrados ante el gran poder de Dios. Y cuando todos estaban
maravillados por las cosas que Jesús hacía, él dijo a sus discípulos:
‘Poned en vuestro corazón lo que os voy a decir. El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres’. Pero ellos
no entendían esas palabras; les estaban veladas de modo que no
las comprendían, y temían preguntarle acerca de ese asunto.” (San
Lucas, 9:43 a 45.)
4. “Desde entonces, Jesús comenzó a manifestar a sus discípulos
que era preciso que él fuera a Jerusalén; que sufriera
mucho de parte de los ancianos, los escribas y los principales
sacerdotes; que fuera muerto y que resucitara al tercer día.”
(San Mateo, 16:21.)
5. “Cuando ellos estaban en Galilea, Jesús les dijo: ‘El Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; y ellos
lo matarán, y al tercer día resucitará’. Y se entristecieron mucho.”
(San Mateo, 17:22 y 23.)
6. “Cuando iba a Jerusalén, Jesús tomó aparte a los doce
discípulos, y les dijo: ‘Mirad que vamos a Jerusalén, y el Hijo del
hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas,
que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que
se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará.”
(San Mateo, 20:17 a 19.)
7. “Tomando aparte a los doce apóstoles, Jesús les dijo: ‘Mirad
que vamos a Jerusalén, y todo lo que los profetas escribieron
acerca del Hijo del hombre se cumplirá; pues será entregado a los
gentiles; se burlarán de él, lo azotarán y escupirán en el rostro. Y
después de azotarlo lo matarán, y él resucitará al tercer día’.
”Pero ellos no comprendieron nada de esto; esas palabras
les quedaban veladas, y no entendían lo que les decía.” (San
Lucas, 18:31 a 34.)
8. “Cuando Jesús acabó todos esos discursos, dijo a sus discípulos:
‘Sabéis que la Pascua será dentro de dos días, y que el Hijo
del hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen.
”En ese momento, los principales sacerdotes y los ancianos
del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote, llamado
Caifás, y formaron consejo para hallar el modo de prender a Jesús
con engaño, y darle muerte. Y decían: ‘Que no sea durante la fiesta,
para que no haya alboroto en el pueblo’.” (San Mateo, 26:1 a 5.)
9. “Ese mismo día, algunos fariseos se acercaron, y le dijeron:
‘Sal y vete de aquí, pues Herodes quiere matarte’. Él les respondió:
‘Id a decir a ese zorro: Yo expulso a los demonios y curo a
los enfermos hoy y mañana, y al tercer día seré consumado con mi
muerte’.” (San Lucas, 13:31 y 32.)
Persecución de los apóstoles
10. “Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los
tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante
ellos y ante los gentiles.” (San Mateo, 10:17 y 18.)
11. “Os expulsarán de las sinagogas; y llegará la hora en que
todo el que os mate crea que hace algo agradable a Dios. Os tratarán
así porque no conocen ni a mi Padre ni a mí. Ahora bien, os
he dicho estas cosas para que, cuando llegue la hora, os acordéis de
que ya os lo había dicho.” (San Juan, 16:2 a 4.)
12. “Seréis traicionados y entregados a los jueces por vuestros
padres, vuestras madres, vuestros hermanos, parientes y amigos,
y matarán a muchos de vosotros; y seréis odiados de todos por
causa de mi nombre. Pero no se perderá ni un cabello de vuestra
cabeza. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.” (San Lucas,
21:16 a 19.)
13. (Martirio de san Pedro). “En verdad, en verdad te digo:
cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te
llevará a donde tú no quieras’. Esto lo decía para indicar la clase de
muerte con que debía glorificar a Dios.” (San Juan, 21:18 y 19.)
Ciudades impenitentes
14. “Entonces se puso a criticar a las ciudades en las que
había realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían
arrepentido.
”¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y
en Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en vosotras,
hace tiempo que se habrían arrepentido en sayal y en ceniza.
Por eso os digo que el día del juicio, Tiro y Sidón serán tratadas
con menos rigor que vosotras.
”Y tú, Cafarnaúm, ¿te encumbrarás siempre hasta el cielo?
¡Te hundirás hasta el fondo del Infierno! Porque si en Sodoma se
hubieran hecho los milagros que se hicieron en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del juicio, la tierra de Sodoma
será tratada con menos rigor que tú.” (San Mateo, 11:20 a 24.)
Ruina del Templo y de Jerusalén
15. “Cuando Jesús salió del Templo para irse, sus discípulos
se le acercaron para mostrarle la grandeza del edificio. Pero él les
dijo: ‘¿Veis todas esas construcciones? En verdad os digo que serán
destruidas de tal modo que no quedará piedra sobre piedra’.” (San
Mateo, 24:1 y 2.)
16. “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo:
‘¡Ah! ¡Si reconocieras al menos este día lo que puede traerte
la paz! Pero ahora todo eso ha quedado oculto a tus ojos. Porque
vendrán días desgraciados para ti, en que tus enemigos te rodearán
de empalizadas, en que te cercarán y te apretarán por todas partes;
y te estrellarán contra el suelo, a ti y a tus hijos que estén dentro de
ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el
tiempo en que Dios te ha visitado’.” (San Lucas, 19:41 a 44.)
17. “Pero es preciso que yo continúe hoy, mañana y pasado,
porque no corresponde que un profeta sufra la muerte fuera
de Jerusalén.
”¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a
los que son enviados a ti. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus
hijos, como una gallina reúne a sus pequeños bajo las alas, y tú no
has querido! Se aproxima el tiempo en que tu casa quedará desierta.
En verdad os digo que no me volveréis a ver, hasta que digáis:
Bendito el que viene en nombre del Señor.” (San Lucas, 13:33 a 35.)
18. “Cuando veáis a Jerusalén cercada por un ejército, sabed
que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan
a las montañas; y los que estén en los alrededores, no entren
en ella. Porque esos serán los días de la venganza, a fin de que se
cumpla todo lo que está en la Escritura. Desdichadas las que estén encintas o criando en esos días, porque habrá una gran calamidad
en esa tierra, y la cólera del cielo caerá sobre ese pueblo. Pasarán
por el filo de la espada, y serán llevados en cautiverio a todas las
naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se
cumpla el tiempo de las naciones.” (San Lucas, 21:20 a 24.)
19. (Jesús camino del suplicio) “Lo seguía una gran multitud
del pueblo y mujeres que se dolían y lloraban por él. Pero Jesús,
volviéndose a ellas, les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí, sino llorad por vosotras y por vuestros hijos; porque llegará el
tiempo en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y las entrañas que no
engendraron y los pechos que no alimentaron! Entonces se pondrán
a decir a las montañas: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas:
¡Cubridnos! Porque si tratan así al leño verde, ¿cómo tratarán al
leño seco?’.” (San Lucas, 23:27 a 31.)
20. La facultad de presentir los hechos futuros es uno de los
atributos del alma que se explica por la teoría de la presciencia.
Jesús la poseía, al igual que todas las demás, en un grado sobresaliente.
Podía, por lo tanto, prever los acontecimientos que sobrevendrían
a su muerte, sin que en ese hecho hubiera nada sobrenatural,
pues vemos cómo se repite, delante de nuestros ojos, en las
condiciones más comunes. No es raro que las personas anuncien
con precisión el instante en que habrán de morir; eso se debe a que
sus almas, en estado de desprendimiento, se encuentran como el
hombre en la cima de una montaña (Véase el Capítulo XVI, § 1):
abarca el camino que habrá de recorrer y ve la meta.
21. Es probable que en Jesús ese hecho se diera en un grado
muy superior, si se considera que Él tenía conocimiento de la misión
que había venido a cumplir, y sabía que la muerte mediante el
suplicio sería necesariamente su consecuencia. La visión espiritual,
que en Él era permanente, así como la penetración del pensamiento,
debían de mostrarle las circunstancias y el momento fatal. Por
la misma razón, podía prever la destrucción del Templo y de Jerusalén, al igual que las calamidades que habrían de abatirse sobre sus
habitantes y la dispersión de los judíos.
Maldición contra los fariseos
22. (Juan Bautista) “Al ver que muchos de los fariseos y los
saduceos acudían para recibir el bautismo, Él les dijo: ‘Raza de ví-
boras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que habrá de caer
sobre vosotros? Producid, entonces, frutos dignos de contrición, y
no penséis en decir en vuestro interior: Tenemos a Abraham como
padre, porque yo os declaro que Dios puede hacer que de estas
piedras nazcan hijos de Abraham. El hacha ya está puesta en la raíz
de los árboles, y todo árbol que no dé buenos frutos será cortado y
arrojado al fuego.” (San Mateo, 3:7 a 10.)
23. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que impedís
a los hombres el acceso al reino de los Cielos! Allá no entráis,
y además os oponéis a que otros entren!
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que con el
pretexto de extensas oraciones devoráis las casas de las viudas; recibiréis
por eso un juicio más riguroso!
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar
y tierra para hacer un prosélito, y que después de haberlo conseguido
lo volvéis dos veces más digno del infierno que vosotros mismos!
”¡Ay de vosotros, guías de ciegos, que decís: ‘Si un hombre
jura por el Templo, eso no es nada; pero aquel que jure por el oro
del Templo, queda obligado a cumplir su juramento’! ¡Insensatos
y ciegos! ¿A qué se debe mayor estima, al oro o al Templo que
santifica el oro? También decís: ‘Si un hombre jura por el altar,
no es nada; pero aquel que jure por la ofrenda que está sobre el
altar, queda obligado a cumplir su juramento’. ¡Ciegos! ¿A qué se
debe mayor estima, a la ofrenda o al altar que santifica la ofrenda?
Aquel, pues, que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; y aquel que jura por el Templo, jura por él y por Aquel
que habita en él; y aquel que jura por el cielo, jura por el trono de
Dios y por Aquel que ahí está sentado.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el
diezmo de la menta, del aneto y del comino, y que habéis abandonado
lo más importante que hay en la ley, a saber: la justicia, la
misericordia y la fe! Esas son las cosas que había que practicar, sin
omitir las demás. ¡Guías ciegos, que ponéis gran cuidado en colar
lo que bebéis por miedo a engullir un mosquito, y que sin embargo
engullís un camello!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis
por fuera la copa y el plato, y que por dentro estáis llenos de rapiña
e impureza! ¡Fariseos ciegos! Limpiad primero el interior de la copa
y del plato, a fin de que también el exterior quede limpio.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes
a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen agradables
a los ojos de los hombres, pero que por dentro tenéis en
abundancia huesos de muertos y toda clase de podredumbre! Así
también vosotros, por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis
llenos de hipocresía e iniquidad.
”¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís sepulcros
a los profetas y adornáis los monumentos de los justos,
y decís: ‘Si hubiésemos vivido en el tiempo de nuestros padres,
no nos hubiéramos asociado con ellos para derramar la sangre de
los profetas’! Acabáis, pues, de ese modo, de colmar la medida de
vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo podréis evitar
la condena al infierno? Por eso, he aquí que voy a enviaros profetas,
sabios y escribas, y mataréis a algunos, crucificaréis a otros, y a
otros los azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad
en ciudad, a fin de que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente
que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre de Abel,
el justo, hasta la de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. Os digo, en verdad, que todo eso recaerá
sobre esta raza que existe hoy.” (San Mateo, 23:13 a 36.)
Mis palabras no pasarán
24. “Entonces se aproximaron sus discípulos y le dijeron:
‘¿Sabes que los fariseos, al oír lo que acabaste de decir, se escandalizaron?’
Él respondió: ‘Toda planta que no haya plantado mi Padre
celestial será arrancada. Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos.
Y si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el hoyo’.” (San
Mateo, 15:12 a 14.)
25. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
(San Mateo, 24: 35.)
26. Las palabras de Jesús no pasarán, porque tendrán vigencia
en todas las épocas. Su código moral será eterno, porque consagra
las características del bien que conduce al hombre a su destino
eterno. No obstante, ¿habrán sus palabras llegado hasta nosotros
perfectamente puras y exentas de falsas interpretaciones? ¿Habrán
captado su espíritu la totalidad de las sectas cristianas? ¿Habrá alguna
de ellas desvirtuado su verdadero sentido a consecuencia de
los prejuicios, o de la ignorancia de las leyes de la naturaleza? ¿Se
habrá alguna convertido en un instrumento de dominación para
servir a sus ambiciones y a sus intereses materiales, de modo de
usarlos como trampolín para elevarse en la Tierra, y no para subir
en dirección al Cielo? ¿Habrán adoptado, todas ellas, como regla
de conducta, la práctica de las virtudes que Jesús presentó como
condición expresa para la salvación? ¿Estarán todas exentas de las
reprensiones que Él dirigió a los fariseos de su tiempo? Por último,
¿serán todas, tanto en la teoría como en la práctica, la expresión
pura de su doctrina?
Por ser única, la verdad no puede estar contenida en manifestaciones
contradictorias, y no existe razón para que Jesús haya querido dar un doble sentido a sus palabras. Si, pues, las diferentes
sectas se contradicen; si las hay que consideran verdadero lo que
otras condenan como herejías, es imposible que todas estén con
la verdad. Si todas hubiesen aprendido el verdadero sentido de la
enseñanza evangélica, todas se habrían encontrado en el mismo
terreno y no existirían las sectas.
Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de
Jesús; lo que pasará es aquello que los hombres construyeron sobre
el sentido falso que dieron a esas mismas palabras.
Puesto que la misión de Jesús era transmitir a los hombres
el pensamiento de Dios, solamente su doctrina en toda su pureza
puede expresar ese pensamiento. A eso se debe que Él dijera: Toda
planta que no ha sido plantada por mi Padre celestial será arrancada.
La piedra angular
27. “Jesús les dijo: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras:
La piedra que los constructores desecharon se ha convertido en la piedra
angular? Fue lo que el Señor ha hecho y nuestros ojos lo ven con
admiración. Por eso os declaro que el reino de Dios os será quitado,
y se le otorgará a un pueblo que de él extraerá frutos. Aquel que se
dejare caer sobre esa piedra se despedazará, y esta aplastará a aquel
sobre quien caiga.
”Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, al oír esas palabras
de Jesús, reconocieron que él hablaba de ellos. Y querían
apoderarse de Él, pero tuvieron miedo del pueblo, porque lo consideraba
un profeta.” (San Mateo, 21:42 a 46.)
28. La palabra de Jesús se convirtió en piedra angular, es
decir, en la piedra de la consolidación del nuevo edificio de la
fe, erigido sobre las ruinas del antiguo. Puesto que los judíos, los
príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían rechazado esa palabra,
ella los destrozó, del mismo modo que destrozará a quienes, a partir de entonces, la desconocieron o desfiguraron su sentido a
favor de sus ambiciones.
Parábola de los viñadores homicidas
29. “Había un padre de familia que plantó una viña, la rodeó
con un cerco y cavó la tierra para construir una torre. La arrendó
luego a unos viñadores y partió en dirección a un país lejano.
”Cuando se aproximó el tiempo de los frutos, envió sus
servidores a los viñadores, para que recogieran los frutos de la
viña. Pero los viñadores capturaron a los siervos, golpearon a
uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. De nuevo les envió
él otros servidores en mayor cantidad que los primeros, pero los
trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio
hijo, diciéndose a sí mismo: ‘A mi hijo le tendrán algún respeto’.
Pero los viñadores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Aquí
está el heredero; venid, matémoslo y seremos dueños de su herencia’.
Y con ese propósito lo capturaron, lo expulsaron de la
viña y lo mataron.
”Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿cómo tratará a
esos viñadores? Le respondieron: ‘Hará que esos malvados perezcan
miserablemente, y arrendará la viña a otros viñadores, que le
entreguen los frutos en la debida época.” (San Mateo, 21:33 a 41.)
30. El padre de familia es Dios; la viña que Él plantó es la
ley que ha establecido; los viñadores a quienes arrendó la viña son
los hombres que deben enseñar y practicar esa ley; los siervos que
envió a los viñadores son los profetas que estos masacraron; su hijo
enviado en último término es Jesús, a quien ellos también mataron.
Así pues, ¿cómo tratará el Señor a sus mandatarios prevaricadores
de la ley? Los tratará como ellos trataron a quienes Él envió,
y llamará a otros viñadores que le rindan mejor las cuentas de su
propiedad y del comportamiento de su rebaño.
Así ocurrió con los escribas, con los príncipes de los sacerdotes
y con los fariseos; así será cuando Él venga para pedir cuentas
a cada uno acerca de lo que ha hecho de su doctrina; y quitará autoridad
a quien haya abusado de ella, pues Él desea que su campo
sea administrado de acuerdo con su voluntad.
Transcurridos dieciocho siglos, llegada a la edad viril, la humanidad
está madura para comprender lo que Cristo apenas esbozó,
porque en esa época, como Él mismo lo dijo, no lo habrían comprendido.
Ahora bien, ¿a qué resultado llegaron quienes, durante
este prolongado período, estuvieron a cargo de la educación religiosa
de la humanidad? A la constatación de que la indiferencia ha sucedido
a la fe, y que la incredulidad se ha erigido en doctrina. En efecto,
en ninguna otra época el escepticismo y el espíritu de negación estuvieron
tan difundidos, en todas las clases de la sociedad.
No obstante, si bien algunas de las palabras de Cristo se presentan
cubiertas por el velo de la alegoría, en lo que respecta a la
regla de conducta, a las relaciones entre los individuos, a los principios
morales que Él estableció como condición expresa para la
salvación, sus enseñanzas son claras, explícitas y sin ambigüedad.
(Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XV.)
¿Qué han hecho de sus máximas de caridad, de amor y de
tolerancia, así como de las recomendaciones que hizo a sus apóstoles
para que convirtiesen a los hombres mediante la persuasión y
la mansedumbre? ¿Qué han hecho de la sencillez, de la humildad,
del desinterés y de todas las virtudes que Él ejemplificó? En su
nombre, los hombres se anatematizaron y se maldijeron recíprocamente;
se estrangularon en nombre de Aquel que dijo: Todos
los hombres son hermanos. Del Dios infinitamente justo, bueno y
misericordioso al que Él reveló, hicieron un Dios celoso, cruel,
vengativo y parcial; en nombre de aquel Dios de paz y verdad se
realizaron sacrificios de miles de víctimas en las hogueras, con
torturas y persecuciones en una cantidad mucho mayor a la que en todas las épocas sacrificaron los paganos a sus falsos dioses; se
vendieron las oraciones y las gracias del Cielo en nombre de Aquel
que expulsó a los mercaderes del Templo y dijo a sus discípulos:
Dad de gracia lo que de gracia recibisteis.
¿Qué diría Cristo si viviese actualmente entre nosotros? ¿Si
viese a sus representantes ambicionando honores, riquezas, poder,
y el fausto de los príncipes del mundo, en tanto que Él, rey más legítimo
que todos los reyes de la Tierra, hizo su entrada en Jerusalén
montado en un asno? Sin duda tendría derecho a decirles: “¿Qué
habéis hecho de mis enseñanzas, vosotros que incensáis al becerro
de oro, que pronunciáis la mayor parte de vuestras plegarias a favor
de los ricos, y reserváis una parte insignificante para los pobres,
a pesar de que yo os he dicho: Los primeros serán los últimos y los
últimos serán los primeros en el reino de los Cielos?” No obstante, si
Él no se encuentra entre nosotros carnalmente, está en Espíritu y,
como el señor de la parábola, vendrá a pedir cuentas a sus viñadores
cuando llegue el momento de la cosecha.
Un solo rebaño y un solo pastor
31. “También tengo otras ovejas, que no son de este redil;
también a esas las tengo que conducir; ellas escucharán mi voz, y
habrá un solo rebaño y un solo pastor.” (San Juan, 10:16).
32. Con esas palabras, Jesús anuncia claramente que los hombres
se unirán un día mediante una única creencia; pero ¿cómo se
podrá llevar a cabo esa unión? La tarea parece difícil, si se toman en
cuenta las diferencias que existen entre las religiones, los antagonismos
que estas alimentan entre sus respectivos adeptos, así como la
obstinación que manifiestan en considerarse con la exclusiva posesión
de la verdad. Todas aspiran a la unidad, pero cada una se vanagloria
de que esa unidad se concretará para su beneficio, y ninguna
admite la posibilidad de hacer alguna concesión a sus creencias.
Sin embargo, la unidad en cuanto a la religión se logrará, así
como ya tiende a realizarse en lo social, lo político y lo comercial,
mediante la desaparición de las barreras que separan a los pueblos, a
través de la asimilación de las costumbres, de los hábitos, del lenguaje.
Los pueblos del mundo entero confraternizan ahora del mismo modo
que los de las provincias de un mismo país. Se presiente esa unidad, y
todos la anhelan. Se logrará por la fuerza de las circunstancias, porque
llegará a ser una necesidad para que se estrechen los lazos fraternales
entre las naciones; se logrará a través del desarrollo de la razón humana,
que estará apta para comprender la puerilidad de las disidencias;
por el progreso de las ciencias, que demostrará día a día los errores materiales
sobre los cuales esas disidencias se apoyan, y que reemplazarán
las piedras carcomidas que hay en sus cimientos. Así como es cierto
que, en las religiones, la ciencia echa por tierra aquello que es obra de
los hombres, y fruto de su ignorancia respecto de las leyes de la naturaleza,
también es cierto que, pese a la opinión de algunos, no puede
destruir la verdad eterna que es obra de Dios. Al apartar lo secundario,
prepara los caminos que conducen a la unidad.
A fin de llegar a la unidad, las religiones tendrán que congregarse
en un terreno neutral, aunque común a todas. En ese sentido,
todas deberán realizar concesiones y sacrificios, de mayor o menor
importancia, de acuerdo con sus múltiples dogmas particulares. No
obstante, en virtud del principio de inmutabilidad que todas profesan,
la iniciativa de las concesiones no podrá partir del campo oficial; en
vez de que el punto de partida se tome desde lo alto, lo tomará desde
abajo la iniciativa individual. De un tiempo a esta parte se está gestando
un movimiento de descentralización que tiende a adquirir una
fuerza irresistible. El principio de la inmutabilidad, que ha servido
como escudo a las religiones conservadoras, habrá de transformarse
en un elemento destructor, pues si los cultos religiosos permanecen
en la inmovilidad, mientras la sociedad avanza, se verán superados y
posteriormente absorbidos por la corriente de las ideas progresivas.
La inmovilidad, en vez de ser una fuerza, se convierte en una
causa de debilidad y de ruina para quien no acompaña el movimiento
general. Además, destruye la unidad, pues quienes desean
avanzar se apartan de los que se obstinan en quedarse rezagados.
En el estado actual de la opinión y de los conocimientos,
la religión llamada a congregar un día a todos los hombres bajo
un mismo estandarte, será la que mejor satisfaga a la razón y a las
legítimas aspiraciones del corazón y del espíritu; la que no sea en
ningún punto desmentida por la ciencia positiva; la que en vez de
inmovilizarse acompañe a la humanidad en su marcha progresiva,
sin dejarse aventajar; la que no sea exclusiva ni intolerante, sino
emancipadora de la inteligencia, admitiendo sólo la fe racional;
aquella cuyo código de moral sea el más puro, el más racional, el
que esté más en armonía con las necesidades sociales, el más apropiado,
en fin, para fundar en la Tierra el reinado del bien, con la
práctica de la caridad y la fraternidad universales.
Lo que alimenta el antagonismo entre las religiones es la idea de
que cada una tiene su dios particular, y la pretensión de que ese dios es
el único verdadero y el más poderoso, en constante lucha con los dioses
de los demás cultos, y ocupado en combatir su influencia. Cuando
se hayan convencido de que sólo existe un Dios en el universo y que,
en definitiva, Él es el mismo que ellas adoran con los nombres de
Jehová, Alá o Dios; cuando se pongan de acuerdo sobre los atributos
esenciales de la divinidad, comprenderán que un ser único no puede
tener más que una sola voluntad; entonces se tenderán las manos unas
con otras, como los servidores de un mismo Maestro y los hijos de un
mismo Padre, con lo cual habrán dado un gran paso hacia la unidad.
Advenimiento de Elías
33. “Entonces sus discípulos le preguntaron: ‘¿Por qué,
pues, los escribas dicen que es necesario que Elías venga primero?’ Jesús les respondió: ‘Es cierto que Elías ha de venir y que restablecerá
todas las cosas.
”Pero yo os digo que Elías ya vino, y ellos no lo conocieron;
sino que lo trataron como quisieron. Así también harán morir al
Hijo del hombre’.
”Entonces sus discípulos comprendieron que les había hablado
de Juan el Bautista.” (San Mateo, 17:10 a 13.)
34. Elías ya había vuelto en la persona de Juan el Bautista. Su
nueva llegada es anunciada de manera explícita. Ahora bien, como él
no puede volver más que tomando un nuevo cuerpo, ahí tenemos la
consagración formal del principio de la pluralidad de las existencias.
(Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo IV, § 10.)
Anuncio del Consolador
35. “Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré
a mi Padre, y Él os enviará otro Consolador, a fin de que quede
eternamente con vosotros; el Espíritu de Verdad, al cual el mundo
no puede recibir, porque no lo ve. Pero vosotros lo conocéis,
porque permanecerá con vosotros, y estará en vosotros. Pero el
Consolador, que es el Santo Espíritu, al que mi Padre enviará en
mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo lo que
yo os he dicho.” (San Juan, 14:15 a 17; 26). – El Evangelio según el
espiritismo, Capítulo VI.)
36. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, el Consolador no vendrá hasta vosotros; pero
si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo
en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente
al juicio; en lo referente al pecado, porque no han creído en
mí; en lo referente a la justicia, porque me voy hacia mi Padre, y
ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este
mundo ya está juzgado.
”Tengo aún muchas otras cosas para deciros, pero por el momento
no las podéis soportar.
”Cuando venga ese Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la
verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que
haya escuchado, y os anunciará lo que ha de venir.
”Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.”
(San Juan, 16:7 a 14.)
37. Esta predicción es, sin discusiones, una de las más
importantes desde el punto de vista religioso, porque demuestra
sin ningún equívoco que Jesús no dijo todo lo que tenía para
decir, puesto que no lo habrían comprendido ni siquiera sus
apóstoles, ya que era a ellos a quienes Él se dirigía. Si les hubiese
dado instrucciones secretas, los Evangelios harían alguna
mención al respecto. Ahora bien, dado que Jesús no dijo todo
a sus apóstoles, los sucesores de estos no pudieron saber más
que ellos en relación con lo que Él dijo. Es posible, pues, que se
hayan confundido en cuanto al sentido de sus palabras, o que
hayan interpretado falsamente sus pensamientos, en muchas
ocasiones velados bajo la forma de parábolas. Por consiguiente,
las religiones que se basaron en el Evangelio no pueden considerarse
en posesión de toda la verdad, visto que Jesús reservó
para sí la tarea de completar posteriormente sus enseñanzas. El
principio de la inmutabilidad de esas enseñanzas constituye un
desmentido de las palabras mismas de Cristo.
Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús
anunció la venida de aquel que habría de enseñar todas las cosas y
de recordar lo que Él había dicho. Por consiguiente, su enseñanza
no estaba completa. Además prevé que su mensaje sería olvidado,
y que sus palabras serían desvirtuadas, ya que el Espíritu de Verdad
vendría a recordar todo lo que Él dijo y, de común acuerdo con
Elías, a restablecer todas las cosas, es decir, a ponerlas de acuerdo con
el verdadero pensamiento de Jesús.
38. ¿Cuándo vendrá ese nuevo revelador? Es evidente que,
si en la época en que Jesús hablaba, los hombres no se encontraban
en estado de comprender las cosas que a Él le quedaban por
decir, no sería en unos pocos años que podrían adquirir los conocimientos
necesarios para ello. A fin de que se comprendieran ciertas
partes del Evangelio, con excepción de los preceptos de moral,
se necesitaban conocimientos que sólo el progreso de las ciencias
podía otorgar, y que debían ser obra del tiempo y de muchas generaciones.
Por consiguiente, si el nuevo Mesías hubiese venido poco
tiempo después de Cristo, habría encontrado el terreno en las mismas
condiciones, es decir, poco propicio, y no hubiera podido hacer
más de lo que hizo Jesús. Ahora bien, desde aquella época hasta
nuestros días, no se ha producido ninguna revelación importante
que haya completado el Evangelio y elucidado sus partes ininteligibles,
indicio seguro de que el Enviado aún no ha aparecido.
39. ¿Quién habrá de ser ese enviado? Al decir: “Rogaré a mi
Padre y Él os enviará otro Consolador”, Jesús indicó claramente
que ese Consolador no sería Él mismo, pues de lo contrario
hubiese dicho: “Volveré para completar lo que les he enseñado”.
Sólo agrega: A fin de que permanezca eternamente con vosotros, y él
estará en vosotros. Sería imposible que esta expresión se refiriera a
una individualidad encarnada, puesto que no podría permanecer
eternamente con nosotros, ni menos aún estar en nosotros; pero
se comprende a la perfección si se refiere a una doctrina que, en
efecto, cuando la hayamos asimilado podrá estar eternamente en
nosotros. El Consolador es, pues, según el pensamiento de Jesús, la
personificación de una doctrina soberanamente consoladora, inspirada
por el Espíritu de Verdad.
40. El espiritismo reúne, como ha quedado demostrado
(Véase el Capítulo I, § 30), todas las características del Consolador
que Jesús prometió. No es una doctrina individual, una
concepción humana; nadie puede considerarse su creador. Es el fruto de la enseñanza colectiva de los Espíritus, enseñanza que
conduce el Espíritu de Verdad. No suprime nada del Evangelio,
sino que lo completa y lo explica. Con la ayuda de las nuevas
leyes que revela, conjugadas con las que la ciencia ya ha descubierto,
conduce a la comprensión de lo que era ininteligible y
hace que se admita la posibilidad de aquello que la incredulidad
consideraba inadmisible. Tuvo sus precursores y profetas, que
presagiaron su llegada. Por su poder moralizador, el espiritismo
prepara el reinado del bien sobre la Tierra.
La doctrina de Moisés, incompleta, quedó circunscripta al
pueblo judío; la de Jesús, más completa, se extendió a toda la Tierra
mediante el cristianismo, pero no convirtió a todos; el espiritismo,
más completo aún, con raíces en todas las creencias, convertirá
a toda la humanidad. *
________________________________________
* 8 Todas las doctrinas filosóficas y religiosas llevan el nombre de su fundador. Se dice: el
mosaísmo, el cristianismo, el mahometismo, el budismo, el cartesianismo, el furierismo, el
sansimonismo, etc. La palabra espiritismo, por el contrario, no alude a ninguna personalidad;
implica una idea general que al mismo tiempo indica el carácter y la fuente múltiple
de la doctrina. (N. de Allan Kardec.)
41. Al decir a sus apóstoles: “Otro vendrá más tarde para
enseñaros lo que yo ahora no os puedo enseñar”, Jesús proclamaba
la necesidad de la reencarnación. ¿Cómo podrían aquellos hombres
aprovechar la enseñanza más completa que sería impartida
más tarde? ¿Cómo llegarían a ser más aptos para comprenderla si
no hubiesen de vivir nuevamente? Jesús habría dicho algo ilógico
si, de acuerdo con la doctrina vulgar, los hombres futuros debieran
ser hombres nuevos, almas salidas de la nada en la ocasión de
su nacimiento. Admítase, por el contrario, que los apóstoles y los
hombres de su tiempo vivieron después; que aún hoy vuelven a
vivir, y entonces la promesa de Jesús estará plenamente justificada.
Su inteligencia, desarrollada al contacto con el progreso social,
puede admitir ahora lo que antes no podía. Sin la reencarnación,
la promesa de Jesús hubiese sido una quimera.
42. Si se alegara que esa promesa se cumplió el día de Pentecostés,
por medio del descenso del Espíritu Santo, se podrá responder
que el Espíritu Santo los inspiró, que abrió sus inteligencias,
que desarrolló en ellos las aptitudes mediúmnicas destinadas a facilitarles
su misión, pero no les enseñó nada aparte de lo que Jesús
ya les había enseñado, porque en lo que dejaron no se encuentra
ningún vestigio de una enseñanza especial. El Espíritu Santo, pues,
no realizó lo que Jesús había anunciado en relación con el Consolador;
de lo contrario, los apóstoles habrían elucidado, mientras
todavía estaban vivos, todo lo que quedó ininteligible en el Evangelio
hasta el día de hoy, y cuya interpretación contradictoria dio
origen a numerosas sectas que dividieron el cristianismo a partir
de los primeros siglos.
Segundo advenimiento de Cristo
43. “Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame;
pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida
por amor a mí, la encontrará.
”¿De qué le serviría a un hombre ganar el mundo entero,
si perdiera su alma? ¿O a qué precio podrá el hombre comprar su
alma, después de que la haya perdido? Porque el Hijo del hombre
habrá de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces
le dará a cada uno según sus obras.
”En verdad os digo, que algunos de aquellos que aquí se
encuentran no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo
del hombre en su reino.” (San Mateo, 16:24 a 28.)
44. “Entonces, el sumo sacerdote se levantó en medio de la
asamblea, e interrogó a Jesús: ‘¿No respondes nada a lo que estos
denuncian contra ti?’ Pero Jesús se mantenía en silencio y no respondió.
El sumo sacerdote le volvió a preguntar: ‘¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios para siempre bendito?’ Jesús le respondió: ‘Sí,
yo soy, y veréis un día al Hijo del hombre sentado a la diestra de la
majestad de Dios, viniendo sobre las nubes del cielo’.
”A continuación, el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras,
le dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?’” (San Marcos,
14:60 a 63.)
45. Jesús anuncia su segundo advenimiento, pero no dice que
regresará a la Tierra con un cuerpo carnal, ni que personificará al
Consolador. Afirma que habrá de venir en Espíritu, en la gloria de su
Padre, para juzgar el mérito y la falta de mérito, así como para dar a
cada uno según sus obras, cuando los tiempos hayan llegado.
Estas palabras: “Algunos de aquellos que aquí se encuentran
no sufrirán la muerte sin que hayan visto venir al Hijo del hombre
en su reino”, aparentemente encierran una contradicción, pues es
indudable que Él no vino durante la vida de ninguno de aquellos
que estaban presentes. Sin embargo, Jesús no podía engañarse
en una previsión de esa naturaleza, principalmente con respecto a
algo contemporáneo que le concernía de modo personal. Se debe
averiguar, en primer lugar, si sus palabras han sido siempre reproducidas
con fidelidad. Es para dudarlo, si consideramos que Él no
escribió nada; que esas palabras recién fueron registradas después
de su muerte, y que cada evangelista redactó el mismo discurso
casi siempre en términos diferentes, lo que constituye una prueba
evidente de que esas no son las expresiones textuales de Jesús. Además,
es probable que el sentido haya sufrido alteraciones al pasar
por las sucesivas traducciones.
Por otro lado, está fuera de toda duda que, si Jesús hubiese
dicho todo lo que tenía para decir, se habría expresado sobre
todas las cosas de un modo claro y preciso, como lo hizo en relación
con los principios morales, sin que diese lugar a ningún
equívoco; mientras que se vio obligado a velar su pensamiento
sobre los asuntos que consideró que no era conveniente profundizar. Los apóstoles, convencidos de que la generación de la cual
formaban parte debía dar testimonio de lo que Él anunciaba,
interpretaron el pensamiento de Jesús de acuerdo con esa suposición.
Por consiguiente, redactaron desde el punto de vista
del presente lo que el Maestro había dicho, y lo hicieron de una
manera más absoluta que aquella en que Él mismo lo hizo. Sea
como fuere, el hecho es que los acontecimientos no ocurrieron
como ellos supusieron.
46. Un concepto fundamental que Jesús no pudo desarrollar,
porque los hombres de su tiempo no estaban suficientemente
preparados, tanto para ideas de esa índole como para sus consecuencias,
fue la grandiosa ley de la reencarnación. No obstante,
asentó el principio de la mencionada ley, así como lo hizo en relación
con todo lo demás. Estudiada y puesta en evidencia en nuestros
días por el espiritismo, la ley de la reencarnación constituye la
clave para la comprensión de muchos de los pasajes del Evangelio,
que sin ella parecerían verdaderos despropósitos.
Por medio de esa ley se encuentra la explicación racional de
las palabras citadas más arriba, aunque las admitamos como textuales.
Dado que esas palabras no pueden aplicarse a la persona de
los apóstoles, es evidente que se refieren al futuro reino de Cristo,
es decir, a la época en que su doctrina, mejor comprendida, será
ley universal. Al expresar que algunos de los allí presentes verían su
advenimiento, Él se refería a los que volverían a vivir en esa época.
No obstante, los judíos imaginaban que verían todo lo que Jesús
anunciaba, y tomaban al pie de la letra sus alegorías.
Por otra parte, algunas de sus profecías se cumplieron en
el debido tiempo, tales como la ruina de Jerusalén, las calamidades
que ocurrieron a continuación, y la dispersión de los
judíos. Pero la visión de Jesús se proyectaba mucho más lejos,
de modo que, cuando hablaba del presente, en todos los casos
aludía al porvenir.
Señales precursoras
47. “También oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras;
pero tratad de que no os perturbéis, porque es necesario que
esas cosas sucedan; pero todavía no será el fin, pues se verá a un
pueblo levantarse contra otro, y un reino contra otro reino; y
habrá pestes, hambre y temblores de tierra en diversos lugares, y
todas esas cosas serán apenas el comienzo de los dolores.” (San
Mateo, 24:6 a 8.)
48. “Entonces el hermano entregará a su hermano para que
sea muerto, y el padre a los hijos; los hijos se levantarán contra sus
padres y sus madres, y los harán morir. Y seréis odiados de todos
por causa de mi nombre; pero aquel que persevere hasta el fin será
salvo.” (San Marcos, 13:12 y 13.)
49. “Cuando veáis que la abominación de la desolación,
que fue predicha por el profeta Daniel, está en el lugar sagrado
(que aquel que lee entienda bien lo que lee); entonces, los que
estén en Judea, huyan hacia las montañas *; el que esté en el tejado,
no descienda para llevar alguna cosa de su casa; y el que esté
en el campo no vuelva para tomar sus ropas. ¡Ay de las que estén
encintas o amamantando en esos días! Pedid a Dios que vuestra
fuga no se dé durante el invierno ni en día sábado, porque la
aflicción de ese tiempo será tan grande como no la hubo igual
desde el comienzo del mundo hasta el presente, y como nunca
más la habrá. Y si esos días no fuesen abreviados, ningún hombre
se salvaría; pero esos días serán abreviados en atención a los elegidos.”
(San Mateo, 24:15 a 22.)
__________________________________________
* Esta expresión: abominación de la desolación, no sólo carece de sentido, sino que se presta
al ridículo. La traducción de Osterwald dice: “La abominación que causa la desolación”,
lo que es muy diferente. En ese caso, el sentido se vuelve perfectamente claro, porque se
comprende que las abominaciones habrían de acarrear desolación como castigo. Cuando la
abominación, dice Jesús, se instale en el lugar sagrado, también la desolación confluirá hacia
ahí, y eso constituirá una señal de que los tiempos están próximos. (N. de Allan Kardec.)
50. “Inmediatamente después de esos días de aflicción, el
Sol se oscurecerá, y la Luna dejará de dar su luz; las estrellas caerán
del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.
“Entonces, la señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo,
y todos los pueblos de la tierra entrarán en llanto y en gemidos,
y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo
con gran majestuosidad.
“Él enviará a sus ángeles, que harán oír el sonido retumbante
de sus trompetas, y reunirán a sus elegidos de las cuatro regiones
del mundo, de un extremo al otro del cielo.
“Aprended una comparación tomada de la higuera: Cuando
sus ramas ya están tiernas y dan hojas, sabéis que se acerca el verano.
Del mismo modo, cuando veáis todas esas cosas, sabed que el
Hijo del hombre está cerca, que se encuentra a las puertas.
“Os digo, en verdad, que esta raza no pasará sin que todas
esas cosas se hayan cumplido.” (San Mateo, 24:29 a 34.)
“Y sucederá con el advenimiento del Hijo del hombre lo que
sucedió en los tiempos de Noé, porque como en los tiempos que
precedieron al diluvio los hombres comían y bebían, se casaban y
daban en casamiento a sus hijos, hasta el día en que Noé entró en
el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y arrebató a
todos, así también será en el advenimiento del Hijo del hombre.”
(San Mateo, 24:37 a 39.)
51. “En cuanto a ese día y esa hora, nadie lo sabe, ni aun los
ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre.”
(San Marcos, 13:32.)
52. “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y gemiréis,
y el mundo se regocijará; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se
transformará en dicha. Una mujer, cuando da a luz, tiene dolor
porque ha llegado su hora; pero después de que ha dado a luz al
hijo, ya no se acuerda de los malestares que sufrió, por la dicha de
haber traído un hombre al mundo. Ahora vosotros también estáis tristes; pero os veré de nuevo y vuestro corazón se regocijará, y
nadie os quitará vuestra dicha.” (San Juan, 16:20 a 22.)
53. “Se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán
a muchas personas; y porque abundará la iniquidad, la caridad
de muchos se enfriará; pero el que persevere hasta el fin, ese será
salvo. Y este Evangelio del reino se predicará en toda la Tierra, para
dar testimonio a todas las naciones. Entonces vendrá el fin.” (San
Mateo, 24:11 a 14.)
54. No cabe duda de que este panorama del final de los tiempos
es alegórico, como la mayoría de los que Jesús componía. Por
su fuerza, las imágenes que encierra impresionan a las inteligencias
todavía incultas. Para conmover esas imaginaciones de escasa
sutileza hacían falta descripciones vigorosas, de tonos contrastantes.
Jesús se dirigía especialmente al pueblo, a los hombres menos
ilustrados, incapaces de comprender las abstracciones metafísicas y
de captar la delicadeza de las formas. Para acceder al corazón, era
necesario que hablase a los ojos con la ayuda de signos materiales,
y a los oídos a través del vigor del lenguaje.
Como consecuencia natural de esa disposición de espíritu,
y según la creencia generalizada, el poder supremo debía manifestarse
por medio de hechos extraordinarios, sobrenaturales.
Cuanto mayor era la imposibilidad de los hechos, tanto más se
aceptaba su probabilidad.
Que el Hijo del hombre viniera sobre las nubes del cielo,
con gran majestuosidad, rodeado por sus ángeles y al son de trompetas,
les parecía mucho más imponente que la simple llegada de
un ser investido solamente de poder moral. Por eso mismo los judíos,
que aguardaban como Mesías a un rey terrenal más poderoso
que los demás reyes, a fin de que colocara a su nación al frente de
todas las otras y volviera a erigir el trono de David y de Salomón,
no quisieron reconocerlo en el humilde hijo del carpintero, que
carecía de autoridad material.
No obstante, aquel pobre obrero de la Judea se convirtió
en el más grande entre los grandes; conquistó para su soberanía
mayor cantidad de reinos que los jerarcas más poderosos; sólo con
su palabra y con el concurso de algunos míseros pescadores revolucionó
al mundo, y a Él los judíos le deberán su rehabilitación.
Entonces, Jesús dijo una gran verdad cuando, en respuesta a esta
pregunta de Pilatos: “¿Eres rey?”, respondió: “Tú lo dices”.
55. Es para destacar que, entre los antiguos, los temblores
de tierra y el oscurecimiento del sol eran accesorios obligatorios de
todos los acontecimientos y presagios siniestros. Los encontramos
en ocasión de las muertes de Jesús y de César, y en una infinidad de
circunstancias de la historia del paganismo. Si esos fenómenos se
hubiesen producido tantas veces como las que se los menciona, sería
imposible que los hombres no hubiesen conservado su recuerdo
en las tradiciones. En este caso se agrega la caída de las estrellas del
cielo, como para dar testimonio a las generaciones futuras, más
ilustradas, de que sólo se trata de una ficción, puesto que se sabe
que las estrellas no pueden caer.
56. No obstante, hay grandes verdades ocultas bajo esas
alegorías. Está, en primer término, el anuncio de las calamidades
de todo tipo que asolarán y diezmarán a la humanidad, a
consecuencia de la lucha suprema entre el bien y el mal, entre
la fe y la incredulidad, entre las ideas progresivas y las ideas
retrógradas. En segundo lugar, la difusión en toda la Tierra del
Evangelio restaurado en su pureza primitiva; después, el reino
del bien, que será el de la paz y la fraternidad universales, y que
será la consecuencia de la puesta en práctica, por parte de todos
los pueblos, del código de moral evangélica. Ese será verdaderamente
el reino de Jesús, pues Él presidirá su implantación, y
porque los hombres vivirán bajo la égida de su ley. Será el reino
de la felicidad, dado que Él dice que “después de los días de
aflicción vendrán los de dicha”.
57. ¿Cuándo se producirán esos acontecimientos? “Nadie lo
sabe –dice Jesús–, ni siquiera el Hijo”. No obstante, cuando llegue
el momento, los hombres recibirán avisos por medio de señales
precursoras. Esos indicios no estarán ni en el sol ni en las estrellas,
sino en el estado social y en los fenómenos de orden moral antes
que físico, que en parte se pueden deducir de sus alusiones.
Es indudable que ese cambio no podía producirse en vida de
los apóstoles, pues de lo contrario Jesús no habría ignorado el momento
preciso. Por otra parte, una transformación semejante no podía
llevarse a cabo en el lapso de unos pocos años. Sin embargo, Jesús
les habla de ella como si fuesen a presenciarla; de hecho, ellos podrán
volver a vivir cuando esa transformación tenga lugar, así como trabajar
para que se concrete. En cierto momento, Jesús alude a la suerte
próxima de Jerusalén; en otro, toma ese hecho como punto de referencia
acerca de lo que habría de ocurrir en el porvenir.
58. ¿Será el fin del mundo lo que Jesús anuncia con su segunda
venida, así como cuando dice que “el Evangelio será predicado
por toda la Tierra, y entonces vendrá el fin”?
No es lógico suponer que Dios habrá de destruir el mundo
justamente en el momento en que éste ingrese en el camino del progreso
moral a través de la práctica de las enseñanzas evangélicas. Por
otra parte, en las palabras de Cristo no hay nada que indique una
destrucción universal, que en esas condiciones no se justificaría.
Dado que la práctica generalizada del Evangelio determinará
una mejora en el estado moral de los hombres, por eso mismo introducirá
el reino del bien y provocará la caída del mal. Se trata, por
consiguiente, del fin del mundo viejo, del mundo gobernado por los
prejuicios, el orgullo, el egoísmo, el fanatismo, la incredulidad, la
codicia y todas las malas pasiones, a las que Cristo hacía alusión al
decir: “Cuando el Evangelio sea predicado en toda la Tierra, entonces
vendrá el fin”. No obstante, para llegar, ese fin ocasionará una
lucha, y de esa lucha sobrevendrán los males que Él había previsto.
Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán
59. “En los últimos tiempos, dice el Señor, derramaré de mi
espíritu sobre toda carne; vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
vuestros jóvenes tendrán visiones, y vuestros ancianos soñarán.
En esos días, derramaré de mi espíritu sobre mis servidores y
mis servidoras, y ellos profetizarán.” (Hechos de los Apóstoles, 2:17
y 18; Joel, 2:28 y 29.)
60. Si consideramos el estado actual del mundo físico y del
mundo moral, las tendencias, las aspiraciones y los presentimientos
de las masas, la decadencia de las viejas ideas que se debaten
en vano desde hace un siglo contra las ideas nuevas, no podremos
dudar de que un nuevo orden de cosas se prepara, y que el viejo
mundo llega a su fin.
Ahora bien, si tomamos en cuenta la forma alegórica de algunas
escenas y escrutamos el sentido profundo de las palabras de
Jesús, al comparar la situación actual con los tiempos que el Maestro
describió como indicadores de la era de la renovación, no podremos
dejar de estar de acuerdo en que muchas de sus predicciones se están
cumpliendo en la actualidad. De ahí es preciso concluir que estamos
llegando a los tiempos anunciados, lo cual es confirmado en todos
los puntos del globo por los Espíritus que se manifiestan.
61. Como hemos visto (Capítulo I, § 32), en coincidencia
con otras circunstancias, el advenimiento del espiritismo constituye
la realización de una de las más importantes predicciones de
Jesús, por la influencia que esta doctrina debe ejercer forzosamente
sobre las ideas. Por otra parte, el espiritismo se encuentra claramente
anunciado en los Hechos de los Apóstoles: “En los últimos
tiempos, dice el Señor, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne;
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”.
Se trata del anuncio inequívoco de la vulgarización de la mediumnidad,
que se revela actualmente en individuos de todas las edades, de ambos sexos y de todas las condiciones; se trata, por consiguiente,
del anuncio de la manifestación universal de los Espíritus,
puesto que sin los Espíritus no habría médiums. Eso, de conformidad
con lo dicho, sucederá en los últimos tiempos. Ahora bien, visto
que no hemos llegado al término del mundo, sino, por el contrario,
a la época de su regeneración, debemos entender que esas palabras
se refieren a los últimos tiempos del mundo moral que llega a su fin.
(Véase El Evangelio según el espiritismo, Capítulo XXI.)
El juicio final
62. “Ahora bien, cuando el Hijo del hombre venga en su
majestad acompañado de todos los ángeles, se sentará en su trono
de gloria; y reunidas delante de él todas las naciones, Él separará a
unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de los cabritos,
y colocará a su derecha las ovejas, y a su izquierda los cabritos.
Entonces, dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Venid a mí,
benditos de mi Padre (…)’.” (San Mateo, 25:31 a 46. El Evangelio
según el espiritismo, Capítulo XV.)
63. Puesto que el bien habrá de reinar en la Tierra, es preciso
que sean excluidos de ella los Espíritus obstinados en el mal, y que
podrían ocasionar disturbios. Dios ha permitido que ellos permanecieran
aquí el tiempo necesario para que mejoraran; pero visto
que ha llegado el momento en que, mediante el progreso moral de
sus habitantes, la Tierra debe ascender en la jerarquía de los mundos,
ya no podrá ser la morada de los Espíritus, tanto encarnados
como desencarnados, que no hayan aprovechado las enseñanzas
que estaban en condiciones de recibir en ella. Serán exiliados en
mundos inferiores, como antes lo fueron en la Tierra los componentes
de la raza adámica, al tiempo que Espíritus mejores vendrán
a sustituirlos. Esta separación, que será presidida por Jesús, es
la que se encuentra descripta en las siguientes palabras acerca del juicio final: “Los buenos pasarán a mi derecha, y los malos a mi
izquierda”. (Véase el Capítulo XI, § 31 y siguientes.)
64. La doctrina de un juicio final, único y universal, que pone
un término definitivo a la humanidad, provoca el rechazo de la razón,
porque implica la inactividad de Dios durante la eternidad que
precedió a la creación de la Tierra, así como durante la eternidad
que seguirá a su destrucción. En ese caso, ¿qué utilidad tendrían el
Sol, la Luna y las estrellas, que según el Génesis fueron creados para
iluminar al mundo? Es motivo de consternación que una obra tan
inmensa se haya producido para tan poco tiempo y en beneficio de
seres predestinados, en su mayoría, a los suplicios eternos.
65. Materialmente, la idea de un juicio único era hasta cierto
punto admisible para quienes no buscaban la razón de las cosas,
cuando se creía que toda la humanidad se hallaba concentrada en
la Tierra, y que todo en el universo había sido hecho para sus habitantes.
Pero es inadmisible desde que se sabe que hay miles y miles
de mundos semejantes, que perpetúan las humanidades durante
toda la eternidad, y entre los cuales la Tierra es uno de los menos
considerables, un simple punto imperceptible.
Sólo por este hecho se comprende que Jesús tenía razón cuando
decía a sus discípulos: “Hay muchas cosas que no os puedo decir,
porque no las comprenderíais”, visto que el progreso de las ciencias
era indispensable para una interpretación cabal de algunas de sus palabras.
Por cierto, los apóstoles, san Pablo y los primeros discípulos,
habrían establecido de un modo muy diferente algunos dogmas si
hubieran tenido los conocimientos astronómicos, geológicos, físicos,
químicos, fisiológicos y psicológicos que poseemos en la actualidad.
Por esa razón Jesús postergó el complemento de sus enseñanzas
y anunció que todas las cosas habrían de ser restablecidas.
66. Moralmente, un juicio definitivo y sin apelación es inconciliable
con la bondad infinita del Creador. Jesús nos lo presenta
invariablemente como a un buen Padre, que deja siempre abier ta una puerta al arrepentimiento, y que está siempre dispuesto a
recibir en sus brazos al hijo pródigo. Si Jesús hubiera entendido el
juicio en ese sentido, habría desmentido sus propias palabras.
Además, si el juicio final debiera tomar por sorpresa a los
hombres, en medio de sus actividades habituales, así como a las
mujeres encintas, cabría preguntarse con qué fin Dios, que no hace
nada inútil o injusto, haría que naciesen niños y crearía almas nuevas
en ese momento supremo, al término fatal de la humanidad.
¿Sería para someterlas al juicio inmediatamente después de que
hubieran salido del vientre materno, antes de que tuvieran conciencia
de sí mismas, mientras que a otros se les concedieron miles
de años para que llegaran a reconocerse? ¿Hacia qué lado, el derecho
o el izquierdo, irían esas almas que no pudieron ser ni buenas
ni malas, y para las cuales, sin embargo, se encontrarían cerrados
todos los caminos para un ulterior progreso, visto que la humanidad
dejaría de existir? (Véase el Capítulo II, § 19.)
Que conserven semejantes creencias aquellos cuya razón se
conforma con ellas, pues están en su derecho. Nadie tiene por qué
criticarlos; pero que no se disgusten si no todo el mundo está de
acuerdo con ellos.
67. Por su parte, según ha quedado explicado aquí (véase el
§ 63), el juicio por la vía de la emigración es racional. Se basa en
la más rigurosa justicia, dado que de ese modo el Espíritu conserva
por toda la eternidad su libre albedrío; no constituye un privilegio
para nadie: Dios concede a todas las criaturas, sin excepciones, la
misma libertad de acción para que progresen; e incluso el aniquilamiento
de un mundo, que acarrea la destrucción del cuerpo, no
ocasionará ninguna interrupción a la marcha progresiva del Espíritu.
Tales son las consecuencias de la pluralidad de los mundos y de
la pluralidad de las existencias.
De acuerdo con esa interpretación, la calificación de juicio
final no es exacta, puesto que los Espíritus pasan por un tribunal cada vez que se renuevan los mundos en que habitan, hasta que
alcancen un cierto grado de perfección. No hay, por lo tanto, un
juicio final propiamente dicho, sino juicios generales en todas las
épocas de renovación parcial o total de la población de los mundos,
a consecuencia de las cuales se producen las grandes emigraciones
e inmigraciones de Espíritus.