CAPÍTULO XIII
Características de
los milagros
Los milagros en el sentido teológico • El espiritismo no hace
milagros • Dios, ¿hace milagros? • Lo sobrenatural y las religiones.
Los milagros en el sentido teológico
1. En su acepción etimológica, la palabra milagro (de mirari,
admirar) significa: admirable, cosa extraordinaria, sorprendente. La
Academia la definió así: Un acto del poder divino contrario a las leyes
conocidas de la naturaleza.
En su acepción usual, dicha palabra ha perdido, como tantas
otras, su significado primitivo, que en un principio era general
y más tarde quedó restringido a un orden específico de hechos.
Según el concepto del vulgo, un milagro implica la idea de un
hecho sobrenatural. En el sentido teológico, consiste en una derogación
de las leyes de la naturaleza, por medio de la cual Dios
pone de manifiesto su poder. Esa es, en efecto, la acepción vulgar,
que se convirtió en el significado aceptado, de modo que sólo por
comparación y en sentido metafórico se aplica a las circunstancias
ordinarias de la vida.
Una de las características de los milagros propiamente dichos
es el hecho de que son inexplicables, y que se realizan, por eso
mismo, con exclusión de las leyes naturales. Tan firme es esa idea
que se le asocia, que si un hecho milagroso llega a tener una explicación,
se dice que ya no constituye un milagro, por más sorprendente
que sea. Para la Iglesia, lo que confiere valor a los milagros
es justamente su origen sobrenatural, así como la imposibilidad de
que sean explicados; y se afirmó de tal modo sobre ese concepto,
que toda asimilación de los milagros a los fenómenos de la naturaleza
constituye, para ella, una herejía, un atentado contra la fe; a tal
punto que ha excomulgado e incluso quemado a muchas personas
porque no quisieron creer en ciertos milagros.
Otra característica del milagro es el hecho de que sea insó-
lito, aislado, excepcional. Tan pronto como un fenómeno se reproduce,
ya sea espontáneamente o por un acto de la voluntad,
significa que está sujeto a una ley, sea esta conocida o no, de modo
que ya no puede ser un milagro.
2. Desde el punto de vista de los ignorantes, la ciencia realiza
milagros a diario. Si un hombre realmente muerto fuese devuelto a
la vida mediante una intervención divina, habría un verdadero milagro,
porque ese es un hecho contrario a las leyes de la naturaleza.
Pero si en ese hombre hubiera apenas la apariencia de la muerte, si
le quedara algo de vitalidad latente, y la ciencia o una acción magnética
consiguiera reanimarlo, para las personas ilustradas se habría
producido un fenómeno natural, aunque para el vulgo ignorante
el hecho pasara por milagroso. Si un físico lanzase en medio de un
descampado una cometa eléctrica e hiciera que cayese un rayo sobre
un árbol, seguramente ese nuevo Prometeo sería considerado como
provisto de un poder diabólico. En cambio, si Josué hubiese detenido
el movimiento del Sol, o aun el de la Tierra, ahí sí tendríamos un
verdadero milagro, porque no existe ningún magnetizador dotado
de suficiente poder como para que produzca semejante prodigio.
Los siglos de ignorancia fueron fecundos en milagros, pues
todo aquello cuya causa se desconocía era considerado sobrenatural.
A medida que la ciencia reveló nuevas leyes, el círculo de
lo maravilloso se fue restringiendo. No obstante, como la ciencia
todavía no había explorado todo el campo de la naturaleza, una
gran parte de él quedó reservada para lo maravilloso.
3. Expulsado por la ciencia del dominio de lo material, lo
maravilloso se abroqueló en el dominio de la espiritualidad, donde
halló su último refugio. El espiritismo, al demostrar que el elemento
espiritual es una de las fuerzas vivas de la naturaleza, fuerza que incesantemente
actúa en conjunción con la fuerza material, hace que
regresen al ámbito de los efectos naturales los fenómenos que de él
habían salido, porque como los otros, esos fenómenos se encuentran
sujetos a leyes. Si lo maravilloso es expulsado de la espiritualidad, ya
no tendrá razón de ser, y sólo entonces se podrá decir que la época
de los milagros ha concluido. (Véase el Capítulo I, §18.)
El espiritismo no hace milagros
4. El espiritismo ha venido por su parte a hacer lo que cada
ciencia hizo en su advenimiento: revelar nuevas leyes y explicar, en
consecuencia, los fenómenos que competen a esas leyes.
Es cierto que esos fenómenos se relacionan con la existencia
de los Espíritus y con su intervención en el mundo material, y precisamente
en eso –dicen algunos– consiste lo sobrenatural. Pero en
ese caso sería necesario probar que los Espíritus y sus manifestaciones
son contrarios a las leyes de la naturaleza, y que allí no existe ni
puede existir la acción de ninguna de esas leyes.
El Espíritu no es más que el alma que sobrevive al cuerpo;
es el ser principal, puesto que no muere, mientras que el cuerpo
no es otra cosa que un accesorio perecedero. Su existencia, por lo
tanto, es tan natural después como durante la encarnación; está sometida a las leyes que rigen el principio espiritual, del mismo
modo que el cuerpo está sometido a las leyes que rigen el principio
material. No obstante, como ambos principios tienen una afinidad
necesaria, como reaccionan sin cesar el uno sobre el otro, como de
la acción simultánea de ellos resultan el movimiento y la armonía
del conjunto, se sigue de ahí que la espiritualidad y la materialidad
son dos aspectos de un mismo todo, tan natural la una como la
otra, y que la primera no es una excepción ni una anomalía en el
orden de las cosas.
5. Durante la encarnación, el Espíritu actúa sobre la materia
por intermedio de su cuerpo fluídico o periespíritu, y lo mismo
ocurre cuando no está encarnado. Como Espíritu, y en la medida
de sus capacidades, hace lo que hacía como hombre, salvo que,
como ya no puede servirse del cuerpo carnal como instrumento,
se vale, cuando le es necesario, de los órganos materiales de un
encarnado, que es lo que se denomina médium. Actúa entonces
como una persona que, al no poder escribir por sí misma, recurre a
un secretario, o como alguien que no conoce una lengua y busca la
ayuda de un intérprete. Tanto el secretario como el intérprete son
los médiums del encarnado, del mismo modo que el médium es el
secretario o el intérprete de un Espíritu.
6. Como en el estado de encarnación el ambiente en que los
Espíritus actúan, así como los medios de ejecución, ya no son los
mismos, los efectos también son diferentes. Esos efectos sólo parecen
sobrenaturales porque se producen con el auxilio de agentes
que no son aquellos de los que nos servimos. No obstante, dado
que esos agentes están en la naturaleza, y que las manifestaciones se
producen en virtud de ciertas leyes, en eso no hay nada de sobrenatural
o maravilloso. Antes de que se conocieran las propiedades de
la electricidad, los fenómenos eléctricos eran considerados prodigios
desde el punto de vista de ciertas personas; y a partir del momento
en que se conoció su causa, lo maravilloso desapareció. Lo mismo sucede con los fenómenos espíritas, que no se apartan de
las leyes naturales más de lo que se apartan los fenómenos eléctricos,
acústicos, luminosos y otros, que han servido de fundamento
a una enorme cantidad de creencias supersticiosas.
7. Sin embargo, se nos dirá: “Vosotros admitís que un Espí-
ritu puede levantar una mesa y mantenerla en el aire sin un punto
de apoyo; ¿no es eso una derogación de la ley de la gravedad?” Así
es, pero de la ley conocida. ¿Acaso se conocen todas las leyes? Antes
de que se hubiese experimentado con la fuerza ascensional de
ciertos gases, ¿quién hubiera dicho que una máquina pesada, que
transporta a varios hombres, pudiera vencer la fuerza de atracción?
A los ojos del vulgo, ¿no parecería eso algo maravilloso, diabólico?
Aquel que un siglo atrás se hubiese propuesto transmitir un
telegrama a quinientas leguas, para recibir la respuesta al cabo de
pocos minutos, habría sido tomado por loco; y si lo hubiera logrado,
muchos habrían creído que tenía al diablo a sus órdenes,
porque en ese entonces el diablo era el único capaz de andar tan
deprisa. Sin embargo, hoy no sólo se reconoce ese hecho como
posible, sino que también parece muy natural. ¿Por qué, pues, un
fluido desconocido no tendría la propiedad de contrabalancear, en
determinadas circunstancias, el efecto de la gravedad, así como el
hidrógeno contrabalancea el peso del globo? Eso es, en efecto, lo
que sucede en el caso que nos ocupa. (Véase El Libro de los Mé-
diums, Segunda Parte, Capítulo IV.)
8. Como están en la naturaleza, los fenómenos espíritas se
han producido en todos los tiempos. Sin embargo, precisamente
porque su estudio no podía realizarse con los medios materiales de
que dispone la ciencia vulgar, han permanecido durante mucho
más tiempo que otros en el dominio de lo sobrenatural, de donde
ahora el espiritismo los saca.
Basado en apariencias inexplicables, lo sobrenatural deja libre
curso a la imaginación que, al vagar en lo desconocido, genera las creencias supersticiosas. Una explicación racional basada en las
leyes de la naturaleza, por el hecho de que conduce nuevamente
al hombre al terreno de la realidad, pone un límite a los extravíos
de la imaginación y destruye las supersticiones. Lejos de ampliar
el dominio de lo sobrenatural, el espiritismo lo restringe hasta sus
límites extremos y derriba su último refugio. Si bien induce a creer
en la posibilidad de ciertos hechos, no es menos cierto que impide
la creencia en muchos otros, porque demuestra, en el ámbito de la
espiritualidad, a ejemplo de lo que hace la ciencia en el ámbito de
la materialidad, lo que es posible y lo que no lo es. No obstante,
como no alimenta la pretensión de haber dicho la última palabra
acerca de todo, ni siquiera sobre lo que es de su competencia, no se
presenta como regulador absoluto de lo posible, y deja de lado los
conocimientos reservados al porvenir.
9. Los fenómenos espíritas consisten en los diferentes modos
de manifestación del alma o Espíritu, ya sea durante la encarnación
o en el estado de erraticidad. Mediante esas manifestaciones,
el alma revela su existencia, su supervivencia y su individualidad.
Se la juzga por sus efectos; al ser natural la causa, el efecto también
lo es. Esos efectos son los que constituyen el objeto especial de las
investigaciones y estudios del espiritismo, a fin de que se llegue a
un conocimiento tan completo como sea posible de la naturaleza
y los atributos del alma, como también de las leyes que rigen el
principio espiritual.
10. Para aquellos que niegan la existencia del principio espiritual
independiente y, por lo tanto, la existencia del alma individual
y sobreviviente, toda la naturaleza está en la materia tangible.
Para esos negadores, todos los fenómenos que se refieren a la espiritualidad
son sobrenaturales y, por consiguiente, quiméricos. Como
no admiten la causa, no pueden admitir los efectos; y cuando esos
efectos son patentes, los atribuyen a la imaginación, a la ilusión, a
la alucinación, y se niegan a investigarlos. De ahí la opinión preconcebida que los vuelve ineptos para apreciar razonablemente el
espiritismo, porque parten del principio de la negación de todo lo
que no es material.
11. Si bien el espiritismo admite los efectos que son la consecuencia
de la existencia del alma, eso no significa que acepte todos
los efectos calificados de maravillosos, ni que se proponga justificarlos
o darles crédito; como tampoco que se convierta en el defensor
de todos los devaneos, de todas las utopías y excentricidades sistemáticas,
o de todas las leyendas milagrosas. Habría que conocerlo
muy poco para pensar de ese modo. Sus adversarios consideran que
le oponen un argumento irrebatible cuando, después de que han llevado
a cabo documentadas investigaciones sobre los convulsionarios
de Saint-Médard, sobre los camisardos de Cévennes, o sobre las religiosas
de Loudun, llegaron a descubrir hechos patentes de superchería
que nadie discute. Pero esas historias, ¿son acaso el evangelio del
espiritismo? ¿Acaso sus adeptos negaron en algún momento que el
charlatanismo haya explotado para su provecho ciertos fenómenos,
que la imaginación haya creado otros, y que algunos fueran exagerados
por el fanatismo? La doctrina espírita no es más solidaria con las
extravagancias cometidas en su nombre que la ciencia verdadera con
los abusos de la ignorancia, o la verdadera religión con los abusos del
fanatismo. Muchos críticos apenas juzgan al espiritismo a través de
los cuentos de hadas y las leyendas populares, que son ficciones de
aquellos cuentos. Lo mismo sería opinar sobre la Historia mediante
las novelas históricas o las tragedias.
12. La mayoría de las veces, los fenómenos espíritas son espontáneos
y se producen por intermedio de personas que no tiene
al respecto ninguna idea preconcebida y que ni siquiera piensan
en ello. No obstante, en ciertas circunstancias, algunos fenómenos
pueden ser provocados por los agentes denominados médiums. En
el primer caso, el médium es inconsciente de lo que ocurre por su
intermedio; en el segundo, obra con conocimiento de causa, de donde resulta la clasificación de médiums conscientes y médiums inconscientes.
Estos últimos son los más numerosos y se encuentran
con frecuencia entre los más obstinados incrédulos, que por ese
motivo practican el espiritismo sin saberlo ni proponérselo. Los
fenómenos espontáneos tienen, por eso mismo, una importancia
fundamental, dado que no se puede dudar de la buena fe de quienes
los obtienen. Sucede aquí lo mismo que con el sonambulismo,
que en ciertos individuos es natural e involuntario, mientras que
en otros es provocado por la acción magnética. *
Aunque esos fenómenos sean o no el resultado de un acto de
la voluntad, la causa primera es exactamente la misma y en nada
se aparta de las leyes naturales. Los médiums, pues, no producen
nada sobrenatural; por consiguiente, no hacen ningún milagro.
Las curas instantáneas no son más milagrosas que los demás efectos,
puesto que son el resultado de la acción de un agente fluídico
que desempeña el rol de agente terapéutico, cuyas propiedades no
dejan de ser naturales por haber sido ignoradas hasta ahora. El
epíteto de taumaturgos, atribuido a ciertos médiums por la crítica
ignorante de los principios del espiritismo, es totalmente impropio.
La calificación de milagros, atribuida por comparación a esa
especie de fenómenos, solamente puede inducir a un error sobre
su verdadero carácter.
______________________________________________
* Véanse El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo V; y ejemplos en la Revista Espírita,
agosto y diciembre de 1865. (N. de Allan Kardec.)
13. La intervención de inteligencias ocultas en los fenómenos
espíritas no hace que estos sean más milagrosos que todos los
otros fenómenos cuya causa es un agente invisible, porque esos seres
ocultos que pueblan el espacio constituyen una de las fuerzas de
la naturaleza, fuerza cuya acción es incesante tanto sobre el mundo
material como sobre el mundo moral.
Al ilustrarnos acerca de esa fuerza, el espiritismo nos da
la solución de una infinidad de hechos inexplicados e inexplicables por cualquier otro medio, y que en tiempos remotos eran
tomados por prodigios. Del mismo modo que el magnetismo,
el espiritismo revela una ley que, si bien no es desconocida, es la
menos mal comprendida; o mejor dicho, se conocían sus efectos,
porque han tenido lugar en todos los tiempos, pero no se conocía
la ley, y fue el desconocimiento de esa ley lo que generó la
superstición. Una vez conocida la ley, lo maravilloso desaparece y
los fenómenos ingresan en el orden de los hechos naturales. Por
eso los espíritas no producen milagros cuando hacen que una
mesa se mueva sola, o que escriban los muertos, del mismo modo
que el médico no produce un milagro cuando hace revivir a un
moribundo, ni el físico cuando hace que caiga un rayo. Quien
pretendiese hacer milagros con la ayuda de esta ciencia sería un
ignorante de la materia, o bien un embaucador.
14. Dado que el espiritismo repudia toda pretensión relativa
a hechos milagrosos, ¿habrá milagros fuera de su ámbito, en la
acepción corriente de la palabra?
Digamos, en principio, que entre los hechos considerados
milagrosos que ocurrieron antes del advenimiento del espiritismo
y que ocurren aún en el presente, la mayor parte, si no todos,
encuentran una explicación en las nuevas leyes que este ha venido
a revelar. Por lo tanto, esos hechos se incluyen, aunque bajo
otro nombre, en el orden de los fenómenos espíritas, y como
tales no tienen nada de sobrenatural. Compréndase bien, pues,
que sólo nos referimos a los fenómenos auténticos, y no a aquellos
que, con la denominación de milagros, son el producto de
una charlatanería indigna que pretende la explotación de la credulidad.
Tampoco nos referimos a ciertos hechos legendarios que
pueden haber tenido en su origen un fondo de verdad, pero que
la superstición ha ampliado hasta el absurdo. Sobre esos hechos
viene el espiritismo a arrojar luz, pues proporciona los medios
para separar lo verdadero de lo falso.
Dios, ¿hace milagros?
15. En cuanto a los milagros propiamente dichos, sin duda
Dios puede hacerlos, visto que nada es imposible para Él. Pero ¿los
hace? En otras palabras, ¿deroga las leyes que Él mismo ha establecido?
No le incumbe al hombre prejuzgar los actos de la Divinidad
ni subordinarlos a la debilidad de su entendimiento. No obstante,
en lo atinente a las cosas divinas, utilizamos como criterio los atributos
mismos de Dios. Al poder soberano Él une la soberana sabiduría,
razón por la cual debemos concluir que no hace nada inútil.
Entonces, ¿por qué haría milagros? Se dice que los hace para
dar testimonio de su poder. Pero el poder de Dios, ¿no se manifiesta
de una manera mucho más elocuente a través del conjunto grandioso
de las obras de la Creación, por la sabia previsión que preside
desde lo más gigantesco hasta lo más insignificante, y por la armonía
de las leyes que rigen el universo, antes que por algunas pequeñas y
pueriles derogaciones que los prestidigitadores saben imitar? ¿Qué
se diría de un ingeniero mecánico que, para dar muestra de su habilidad,
desmontara un reloj construido por sus propias manos, obra
maestra de la ciencia, a fin de mostrar que puede deshacer lo que ha
hecho? Por el contrario, ¿su saber no se destaca mucho más mediante
la regularidad y la precisión del funcionamiento de su obra?
La cuestión de los milagros propiamente dichos no incumbe,
pues, al espiritismo. Con todo, si se considera que Dios no
hace nada inútilmente, la doctrina espírita emite la siguiente opinión:
Dado que los milagros no son necesarios para la glorificación de
Dios, nada en el universo sucede fuera del ámbito de las leyes generales.
Dios no hace milagros, porque como sus leyes son perfectas, no necesita
derogarlas. Si hay hechos que no comprendemos, eso se debe a que
aún nos faltan los conocimientos necesarios.
16. En la suposición de que Dios, por razones que no podemos
precisar, haya derogado accidentalmente las leyes que Él mismo estableció, esas leyes ya no serían inmutables. Con todo, al
menos sería racional pensar que sólo Él tiene el poder de hacer semejante
cosa. No sería posible admitir, salvo que se negara la omnipotencia
de Dios, que el Espíritu del mal pudiera desorganizar a
su antojo la obra divina para hacer prodigios capaces de seducir incluso
a los elegidos, pues eso implicaría la idea de un poder similar
al de Dios. Sin embargo, eso es lo que se enseña. Si Satanás tiene el
poder de detener, sin que Dios lo haya autorizado, el curso de las
leyes naturales, que son obra divina, significa que es más poderoso
que Dios. Por consiguiente, la divinidad no sería todopoderosa; y
si, como algunos pretenden, Dios delega ese poder a Satanás para
inducir más fácilmente a los hombres al mal, la divinidad carecería
de la soberana bondad. En ambos casos, se trata de la negación de
uno de los atributos sin los cuales Dios no sería Dios.
Por eso la Iglesia distingue los buenos milagros, que provienen
de Dios, de los malos milagros, que proceden de Satanás. Pero
¿cómo se distingue uno de otro? Sea satánico o divino, no por eso
un milagro deja de ser una derogación de las leyes que emanan
exclusivamente de Dios. Si un individuo recibe una cura supuestamente
milagrosa, ya sea que la produzca Dios o Satanás, no por
eso dejará de haber una cura. Hay que tener una idea muy limitada
de la inteligencia humana para pretender que esas doctrinas sean
aceptadas en la actualidad.
Una vez reconocida la posibilidad de ciertos hechos que se
consideran milagrosos, es preciso deducir que, sea cual fuere el origen
que se les atribuya, son efectos naturales de los que se pueden
valer los Espíritus encarnados o desencarnados como de cualquier
otra cosa, incluso de su propia inteligencia y de los conocimientos
científicos de que disponen, para el bien o para el mal, según
predomine en ellos la bondad o la perversidad. Así pues, un ser
perverso, apelando al saber que ha adquirido, puede hacer cosas
que pasen por prodigios a la vista de los ignorantes; pero cuando esos efectos dan por resultado algo bueno, sería ilógico atribuirles
un origen diabólico.
17. No obstante, se alega que la religión se apoya en hechos
que no se han explicado ni pueden explicarse. Inexplicados, tal
vez; inexplicables, es otra cuestión. ¿Qué sabe el hombre de los
descubrimientos y de los conocimientos que el futuro le reserva?
Sin aludir al milagro de la Creación, sin duda el más importante de
todos, que ya pertenece al dominio de la ley universal, ¿no vemos
reproducirse mediante la potencia del magnetismo, del sonambulismo,
del espiritismo, los éxtasis, las visiones, las apariciones, la
vista a distancia, las curaciones instantáneas, las suspensiones de
objetos, las comunicaciones orales y de otras clases con los seres
del mundo invisible, todos ellos fenómenos conocidos desde tiempos
inmemoriales, considerados antaño maravillosos, y que en la
actualidad se demuestra que pertenecen al orden de las cosas naturales,
de acuerdo con la ley constitutiva de los seres? Los libros
sagrados están llenos de hechos de ese género que fueron clasificados
como sobrenaturales; no obstante, como se encuentran hechos
análogos y más maravillosos aún en todas las religiones paganas
de la antigüedad, si la veracidad de una religión dependiera del
número y de la naturaleza de esos hechos, no se sabría decir cuál
debería prevalecer.
Lo sobrenatural y las religiones
18. Pretender que lo sobrenatural sea el fundamento indispensable
de toda religión, y que constituya la piedra angular del edificio
cristiano, implica respaldar una tesis peligrosa. Si las verdades del
cristianismo se asentaran sobre la base exclusiva de lo maravilloso,
sus cimientos serían débiles y sus piedras se desprenderían con el pasar
de los días. Esa tesis, defendida por eminentes teólogos, conduce
directamente a la conclusión de que en un determinado momento ya no habrá religión posible –ni aun la cristiana– en caso de que se
llegue a demostrar que lo que se considera sobrenatural es natural.
Por más que se acumulen argumentos, no se conseguirá mantener la
creencia de que un hecho es milagroso después de que se ha demostrado
que no lo es. Ahora bien, la prueba de que un hecho no es una
excepción en las leyes naturales existe cuando ese hecho puede ser
explicado mediante esas mismas leyes, y cuando, al poder reproducirse
por intermedio de un individuo cualquiera, deja de ser privilegio
de los santos. Las religiones no necesitan de lo sobrenatural, sino
del principio espiritual, al que confunden sin ningún motivo con lo
maravilloso, y sin el cual no hay religión posible.
El espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto
de vista más elevado; le atribuye una base más sólida que la
de los milagros: las leyes inmutables de Dios, que rigen tanto al
principio espiritual como al principio material. Esa base desafía
al tiempo y a la ciencia, porque tanto el tiempo como la ciencia
habrán de sancionarla.
Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro
reconocimiento y respeto, porque no haya derogado sus leyes, grandiosas
sobre todo por la inmutabilidad que las caracteriza. No hay
necesidad de lo sobrenatural para que se tribute a Dios el culto que
le corresponde. ¿Acaso no es la naturaleza lo bastante imponente de
por sí, como para prescindir de lo que fuere para demostrar el poder
supremo? La religión encontraría menos incrédulos si estuviera sancionada
por la razón en todos los aspectos. El cristianismo no tiene
nada que perder con esa sanción; por el contrario, sólo puede ganar.
Si algo lo ha perjudicado, según la opinión de ciertas personas, ha
sido precisamente el abuso de lo maravilloso y lo sobrenatural.
19. Si tomamos la palabra milagro en su acepción etimoló-
gica, en el sentido de cosa admirable, se producen milagros permanentemente
alrededor nuestro. Los aspiramos en el aire y los
encontramos a cada paso, porque todo es milagro en la naturaleza
¿Queréis dar al pueblo, a los ignorantes, a los pobres de espí-
ritu, una idea del poder de Dios? Mostrádselo en la sabiduría infinita
que rige todas las cosas, en el sorprendente organismo de todo
lo que vive, en la fructificación de las plantas, en la adaptación de
todas las partes de cada ser a sus necesidades, de acuerdo con el
medio donde le ha tocado vivir. Mostradles la acción de Dios en
una brizna de hierba, en el pimpollo que se convierte en flor, en el
Sol que a todo vivifica. Mostradles su bondad en la solicitud que
dispensa a todas las criaturas, por ínfimas que sean; su previsión
en la razón de ser de cada cosa, ninguna de las cuales es inútil, y
en el bien que siempre proviene de un mal aparente y transitorio.
Hacedles comprender, sobre todo, que el mal verdadero es obra del
hombre y no de Dios; no tratéis de amedrentarlos con el cuadro
de las penas eternas, en las que acaban por dejar de creer, y que
los llevan a dudar de la bondad de Dios. En lugar de eso, dadles
valor mediante la certeza de que un día podrán redimirse y reparar
el mal que hayan cometido. Señaladles los descubrimientos de la
ciencia como revelaciones de las leyes divinas, y no como obra de
Satanás. Enseñadles, por último, a leer el libro de la naturaleza,
siempre abierto ante sus ojos; ese libro inagotable en cuyas páginas
están inscriptas la bondad y la sabiduría del Creador. Entonces
ellos comprenderán que un Ser tan grande, que se ocupa de todo,
que todo lo cuida, que todo lo prevé, forzosamente dispone del
poder supremo. El labrador lo verá cuando are su campo, y el desdichado
lo bendecirá en sus aflicciones, diciendo: “Si soy desdichado,
es por culpa mía”. Entonces, los hombres serán auténticamente
religiosos, racionalmente religiosos sobre todo, mucho más que si
creyeran en piedras que rezuman sangre, o en estatuas que pesta-
ñean y derraman lágrimas.