EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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¿Dios hace milagros?

15. En cuanto a los milagros propiamente dichos, sin duda Dios puede hacerlos, visto que nada es imposible para Él. Pero ¿los hace? En otras palabras, ¿deroga las leyes que Él mismo ha establecido? No le incumbe al hombre prejuzgar los actos de la Divinidad ni subordinarlos a la debilidad de su entendimiento. No obstante, en lo atinente a las cosas divinas, utilizamos como criterio los atributos mismos de Dios. Al poder soberano Él une la soberana sabiduría, razón por la cual debemos concluir que no hace nada inútil.


Entonces, ¿por qué haría milagros? Se dice que los hace para dar testimonio de su poder. Pero el poder de Dios, ¿no se manifiesta de una manera mucho más elocuente a través del conjunto grandioso de las obras de la Creación, por la sabia previsión que preside desde lo más gigantesco hasta lo más insignificante, y por la armonía de las leyes que rigen el universo, antes que por algunas pequeñas y pueriles derogaciones que los prestidigitadores saben imitar? ¿Qué se diría de un ingeniero mecánico que, para dar muestra de su habilidad, desmontara un reloj construido por sus propias manos, obra maestra de la ciencia, a fin de mostrar que puede deshacer lo que ha hecho? Por el contrario, ¿su saber no se destaca mucho más mediante la regularidad y la precisión del funcionamiento de su obra?


La cuestión de los milagros propiamente dichos no incumbe, pues, al espiritismo. Con todo, si se considera que Dios no hace nada inútilmente, la doctrina espírita emite la siguiente opinión: Dado que los milagros no son necesarios para la glorificación de Dios, nada en el universo sucede fuera del ámbito de las leyes generales. Dios no hace milagros, porque como sus leyes son perfectas, no necesita derogarlas. Si hay hechos que no comprendemos, eso se debe a que aún nos faltan los conocimientos necesarios.


16. En la suposición de que Dios, por razones que no podemos precisar, haya derogado accidentalmente las leyes que Él mismo estableció, esas leyes ya no serían inmutables. Con todo, al menos sería racional pensar que sólo Él tiene el poder de hacer semejante cosa. No sería posible admitir, salvo que se negara la omnipotencia de Dios, que el Espíritu del mal pudiera desorganizar a su antojo la obra divina para hacer prodigios capaces de seducir incluso a los elegidos, pues eso implicaría la idea de un poder similar al de Dios. Sin embargo, eso es lo que se enseña. Si Satanás tiene el poder de detener, sin que Dios lo haya autorizado, el curso de las leyes naturales, que son obra divina, significa que es más poderoso que Dios. Por consiguiente, la divinidad no sería todopoderosa; y si, como algunos pretenden, Dios delega ese poder a Satanás para inducir más fácilmente a los hombres al mal, la divinidad carecería de la soberana bondad. En ambos casos, se trata de la negación de uno de los atributos sin los cuales Dios no sería Dios.


Por eso la Iglesia distingue los buenos milagros, que provienen de Dios, de los malos milagros, que proceden de Satanás. Pero ¿cómo se distingue uno de otro? Sea satánico o divino, no por eso un milagro deja de ser una derogación de las leyes que emanan exclusivamente de Dios. Si un individuo recibe una cura supuestamente milagrosa, ya sea que la produzca Dios o Satanás, no por eso dejará de haber una cura. Hay que tener una idea muy limitada de la inteligencia humana para pretender que esas doctrinas sean aceptadas en la actualidad.


Una vez reconocida la posibilidad de ciertos hechos que se consideran milagrosos, es preciso deducir que, sea cual fuere el origen que se les atribuya, son efectos naturales de los que se pueden valer los Espíritus encarnados o desencarnados como de cualquier otra cosa, incluso de su propia inteligencia y de los conocimientos científicos de que disponen, para el bien o para el mal, según predomine en ellos la bondad o la perversidad. Así pues, un ser perverso, apelando al saber que ha adquirido, puede hacer cosas que pasen por prodigios a la vista de los ignorantes; pero cuando esos efectos dan por resultado algo bueno, sería ilógico atribuirles un origen diabólico.


17. No obstante, se alega que la religión se apoya en hechos que no se han explicado ni pueden explicarse. Inexplicados, tal vez; inexplicables, es otra cuestión. ¿Qué sabe el hombre de los descubrimientos y de los conocimientos que el futuro le reserva? Sin aludir al milagro de la Creación, sin duda el más importante de todos, que ya pertenece al dominio de la ley universal, ¿no vemos reproducirse mediante la potencia del magnetismo, del sonambulismo, del espiritismo, los éxtasis, las visiones, las apariciones, la vista a distancia, las curaciones instantáneas, las suspensiones de objetos, las comunicaciones orales y de otras clases con los seres del mundo invisible, todos ellos fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antaño maravillosos, y que en la actualidad se demuestra que pertenecen al orden de las cosas naturales, de acuerdo con la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están llenos de hechos de ese género que fueron clasificados como sobrenaturales; no obstante, como se encuentran hechos análogos y más maravillosos aún en todas las religiones paganas de la antigüedad, si la veracidad de una religión dependiera del número y de la naturaleza de esos hechos, no se sabría decir cuál debería prevalecer.