EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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10. De todo lo expuesto resulta que, a consecuencia del movimiento de traslación que realizan en el espacio, los cuerpos celestes ejercen unos sobre otros una mayor o menor influencia, conforme con la proximidad que guarden entre sí y sus respectivas posiciones; que esa influencia puede ocasionar un trastorno momentáneo en sus elementos constitutivos y modificar las condiciones de vida de sus habitantes; que la regularidad de los movimientos determina el regreso periódico de las mismas causas y los mismos efectos; que así como la duración de ciertos períodos es demasiado corta para que los hombres los aprecien, otros ven pasar generaciones y razas que nada perciben, a las cuales les parece normal el estado de cosas que observan. Por el contrario, las generaciones contemporáneas de la transición sufren el contragolpe, y todo pareciera estar para ellas al margen de las leyes ordinarias. Esas generaciones ven una causa sobrenatural, maravillosa, milagrosa, en lo que en realidad no es más que el cumplimiento de las leyes de la naturaleza.


Si por la concatenación y la solidaridad de las causas y los efectos, los períodos de renovación moral de la humanidad coinciden –como todo lleva a creerlo– con las revoluciones físicas del planeta, los referidos períodos pueden estar acompañados o precedidos por fenómenos naturales, insólitos para quienes no están familiarizados con ellos, por meteoros que parecen extraños, por un recrudecimiento y una intensidad fuera de lo común de los flagelos destructores. Esos flagelos no son la causa ni el presagio de sucesos sobrenaturales, sino una consecuencia del movimiento general que se produce tanto en el mundo físico como en el mundo moral.


Al predecir la era de renovación que habría de iniciarse para la humanidad, y que determinaría el fin del viejo mundo, Jesús manifestó que vendría acompañada por fenómenos extraordinarios, temblores de tierra, flagelos diversos, señales en el cielo, que no son otra cosa que meteoros que no se apartan en absoluto de las leyes naturales. Con todo, el vulgo ignorante halló en esas palabras el anuncio de hechos milagrosos. *




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* La terrible epidemia que entre 1866 y 1868 diezmó a la población de la Isla Mauricio, estuvo precedida por una lluvia tan extraordinaria como abundante de estrellas fugaces, en noviembre de 1866, que aterrorizó a los habitantes de aquella isla. A partir de entonces, la enfermedad que reinaba desde algunos meses antes en forma muy benigna, se transformó en un verdadero flagelo devastador. Aquello bien pudo ser una señal en el cielo, y tal vez en ese sentido se debería interpretar la frase estrellas que caen del cielo, que figura en el Evangelio, como una de las señales de los tiempos. (Para mayores datos sobre la epidemia de la Isla Mauricio, véase la Revista Espírita, julio de 1867 y noviembre de 1868.) (N. de Allan Kardec.)