EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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10. En los cielos puros de Caldea, la India y Egipto, cunas de las más antiguas civilizaciones, se podía observar el movimiento de los astros con tanta precisión como lo permitía la ausencia de instrumentos especiales. Se notó primero que ciertas estrellas poseían un movimiento propio independiente de la masa, lo que llevaba a suponer que no estaban fijas en la bóveda. Se las llamó estrellas errantes o planetas para distinguirlas de las estrellas fijas. Se calcularon sus movimientos y sus regresos periódicos. Al observar el movimiento diurno de la esfera estrellada se notó la inmovilidad de la estrella polar, alrededor de la cual las otras describían, en veinticuatro horas, círculos oblicuos paralelos, más o menos extensos, según su alejamiento de la estrella central. Éste fue el primer paso hacia el conocimiento de la oblicuidad del eje del mundo. Cuando comenzaron a realizarse viajes más largos pudo observarse el cielo bajo diferentes aspectos, según las latitudes y las estrellas. La elevación de la estrella polar, variable según la latitud, colocó a los observadores en la vía de suponer a la Tierra redonda. Así, poco a poco, se fundamentó una idea más justa del sistema del mundo. Hacia el año 600 a. C., Tales de Mileto (Asia Menor), conocía la esfericidad de la Tierra, la oblicuicidad de la eclíptica y la causa de los eclipses. Un siglo más tarde, Pitágoras de Samos descubrió el movimiento diurno de la Tierra sobre su eje, su órbita anual alrededor del Sol y relacionó a los planetas y cometas con el sistema solar. Ciento sesenta años a. C, Hiparco de Alejandría (Egipto), inventa el astrolabio, calcula y predice los eclipses, observa las manchas del Sol, determina el año y la duración de las revoluciones de la Luna. Aunque estos descubrimientos fueron importantísimos para el progreso de la ciencia, se popularizaron sólo al cabo de dos mil años. Sólo ciertos manuscritos conservaban las nuevas ideas, y éstas permanecían en las manos de unos pocos filósofos que las enseñaban a su vez a sus discípulos: nadie soñaba con educar a las masas. Éstas no aprovechaban en ninguna manera los descubrimientos y continuaban nutriéndose de viejas creencias.