EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

Volver al menú
Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido *


________________________________________
* Cuando en la Revista Espírita de 1862 publicamos un artículo sobre la interpretación de la doctrina de los ángeles caídos, presentamos esa teoría como una hipótesis, sin otra autoridad más que la de una opinión personal controvertida, porque entonces nos faltaban elementos suficientes para una afirmación categórica. La expusimos a título de ensayo, con la intención de provocar el análisis de la cuestión, y decididos a abandonarla o modificarla si fuese preciso. Hoy esa teoría ha pasado por la prueba del control universal; no sólo fue aceptada por la inmensa mayoría de los espíritas como la más racional y la más conforme con la soberana justicia de Dios, sino que ha sido confirmada también por la generalidad de las instrucciones que los Espíritus han dado sobre el asunto. Lo mismo se verificó en lo que respecta al origen de la raza adámica. (N. de Allan Kardec.)


43. Los mundos progresan físicamente mediante la elaboración de la materia, y moralmente por la purificación de los Espí- ritus que habitan en ellos. La felicidad que en esos mundos se disfruta está en relación directa con la preponderancia del bien sobre el mal, y esa preponderancia es el resultado del adelanto moral de los Espíritus. No basta con el progreso intelectual, visto que con la inteligencia ellos pueden hacer el mal.


Así pues, tan pronto como un mundo ha llegado a uno de sus períodos de transformación, que le permitirá ascender en la jerarquía de los mundos, se producen mutaciones en la población encarnada y desencarnada. Entonces ocurren las grandes emigraciones e inmigraciones (Véanse los §§ 34 y 35). Aquellos que a pesar de su inteligencia y su saber han perseverado en el mal, en su rebeldía contra Dios y contra sus leyes, se convertirían en adelante en un obstáculo al posterior progreso moral, en una causa permanente de perturbación para la tranquilidad y la dicha de los buenos, razón por la que son excluidos de ese mundo, y enviados a mundos menos adelantados, donde aplicarán la inteligencia y la intuición de los conocimientos que han adquirido al progreso de aquellos entre los cuales fueron llamados a vivir, al mismo tiempo que expiarán, a través de una serie de penosas existencias y por medio del trabajo arduo, sus faltas pasadas y su voluntaria obstinación.


¿Qué serán esos seres, en medio de esas otras poblaciones, nuevas para ellos y aún en la infancia de la barbarie, sino ángeles o Espíritus caídos, llegados para expiar? La tierra de donde fueron expulsados, ¿no es un paraíso perdido? Esa tierra, ¿no es un jardín de delicias, en comparación con el medio ingrato donde van a quedar relegados durante miles de siglos, hasta que hayan merecido liberarse de él? El vago recuerdo intuitivo que conservan de aquella tierra es para ellos como un espejismo lejano que les recuerda lo que han perdido por su propia culpa.