EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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2. Explicación de algunos fenómenos considerados sobrenaturales

Vista espiritual o psíquica. Doble vista. Sonambulismo. Sueños


22. El periespíritu es el lazo que une la vida corporal con la vida espiritual. Por intermedio de él, el Espíritu encarnado se encuentra en relación constante con los Espíritus desencarnados, y con su auxilio se producen en el hombre fenómenos especiales cuya causa primera no se encuentra en la materia tangible, razón por la cual parecen sobrenaturales.


En las propiedades y en las irradiaciones del fluido periespiritual debemos buscar la causa de la doble vista o vista espiritual, a la que también se puede llamar vista psíquica, de la cual muchas personas están dotadas, casi siempre sin que lo sepan, así como de la vista sonambúlica.


El periespíritu es el órgano sensitivo del Espíritu. Por intermedio de él, el Espíritu encarnado percibe las cosas espirituales que escapan a los sentidos carnales. A causa de los órganos del cuerpo, la visión, la audición y las diversas sensaciones están localizadas y limitadas a la percepción de las cosas materiales; a causa del sentido espiritual o psíquico, esas sensaciones son generalizadas: el Espíritu ve, oye y siente con todo su ser aquello que se encuentra en la esfera de irradiación de su fluido periespiritual.


Estos fenómenos constituyen en el hombre la manifestación de la vida espiritual; se trata del alma que actúa fuera del organismo. En la doble vista, o percepción mediante el sentido psíquico, el hombre no ve con los ojos del cuerpo, aunque a menudo por hábito dirija la mirada hacia el punto que atrae su atención. Ve con los ojos del alma, y la prueba de eso está en que ve perfectamente bien con los ojos cerrados, e incluso ve lo que está mucho más allá de su campo visual. Lee el pensamiento representado en el rayo fluídico. (Véase el § 15.) *






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* Véanse los hechos de doble vista y lucidez sonambúlica relatados en la Revista Espírita: enero y noviembre de 1858; julio de 1861; noviembre de 1865. (N. de Allan Kardec.)


23. Aunque durante la vida el Espíritu se encuentra sujeto al cuerpo por medio del periespíritu, su esclavitud no le impide extender la cadena que lo sujeta y transportarse a un punto distante, sea en la Tierra o en el espacio. Sólo a disgusto permanece el Espíritu ligado al cuerpo, porque su vida normal es la libertad, mientras que la vida corporal es semejante a la de un siervo cautivo a la gleba.


El Espíritu, por lo tanto, se siente feliz al abandonar el cuerpo, como un pájaro que abandona su jaula. Para liberarse de él aprovecha todas las ocasiones, todos los instantes en que su presencia no es necesaria para la vida de relación. Este fenómeno se denomina emancipación del alma, y se produce siempre durante el dormir. Cada vez que el cuerpo descansa y que los sentidos quedan inactivos, el Espíritu se desprende. (Véase El Libro de los Espíritus, Libro II, Capítulo VIII.)


En esos momentos, el Espíritu vive la vida espiritual, mientras que el cuerpo vive apenas la vida vegetativa; se halla, en parte, en el estado en que habrá de encontrarse después de la muerte; recorre el espacio, conversa con sus amigos y con otros Espíritus libres o encarnados como él.


El lazo fluídico que lo sujeta al cuerpo sólo se rompe definitivamente en ocasión de la muerte; la separación completa sólo se produce por efecto de la extinción absoluta de la actividad del principio vital. Mientras el cuerpo vive, el Espíritu regresa a él instantáneamente, sea cual fuere la distancia a que se encuentre, cada vez que su presencia allí sea necesaria. De ese modo, retoma el curso de la vida exterior de relación. A veces, al despertar, conserva un recuerdo de sus peregrinaciones, una imagen más o menos precisa que constituye los sueños; en todos los casos, es portador de las intuiciones que le sugieren ideas y pensamientos nuevos, lo cual justifica plenamente el proverbio: La noche es buena consejera.


Así se explican también ciertos fenómenos característicos del sonambulismo natural y magnético, de la catalepsia, de la letargia, del éxtasis, etc., que no son más que manifestaciones de la vida espiritual. *




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* Véanse ejemplos de letargia y de catalepsia en la Revista Espírita: “La señora Schwabenhaus”, septiembre de 1858; “La joven cataléptica de Suabia”, enero de 1866. (N. de Allan Kardec.)


24. Dado que la visión espiritual no se produce por medio de los ojos del cuerpo, la percepción de las cosas no se verifica mediante la luz ordinaria: de hecho, la luz material está hecha para el mundo material; para el mundo espiritual existe una luz especial cuya naturaleza ignoramos, pero que es sin duda una de las propiedades del fluido etéreo adecuada a las percepciones visuales del alma. Por consiguiente, existe la luz material y la luz espiritual. La primera emana de focos circunscriptos a los cuerpos luminosos; la segunda tiene su foco en todas partes. Por eso no existen obstáculos para la visión espiritual, que no está limitada por la distancia ni por la opacidad de la materia; para ella no existe la oscuridad. El mundo espiritual es iluminado por la luz espiritual, que tiene sus propios efectos, como el mundo material es iluminado por la luz solar.



25. De ese modo, envuelta en su periespíritu, el alma lleva consigo su principio luminoso. Como penetra la materia en virtud de su esencia etérea, no hay cuerpos opacos para su visión. Sin embargo, la vista espiritual no tiene el mismo alcance ni la misma penetración en todos los Espíritus. Sólo los Espíritus puros la poseen en toda su potencia.


En los Espíritus inferiores se encuentra debilitada por la densidad relativa del periespíritu, que se interpone como si fuera una especie de niebla. En los Espíritus encarnados, la vista espiritual se manifiesta en diferentes grados mediante el fenómeno de la doble vista, tanto en el sonambulismo natural o magnético, como en el estado de vigilia. De conformidad con el grado de poder de la facultad, se dice que la lucidez es mayor o menor. Con el auxilio de esa facultad, ciertas personas ven el interior del organismo y describen la causa de las enfermedades.


26. La vista espiritual, por consiguiente, da lugar a percepciones especiales que, como no tienen su sede en los órganos materiales, se producen en condiciones completamente diferentes de las que se registran en la vida corporal. Por esta razón no se pueden esperar efectos idénticos, ni experimentarla a través de los mismos procesos. Al realizarse fuera del organismo, esa vista tiene una movilidad que frustra todas las previsiones. Debe ser estudiada en sus efectos y en sus causas, y no por su semejanza con la vista común, a la que no está destinada a suplir, excepto en casos excepcionales que no se pueden tomar como regla.


27. En los Espíritus encarnados, la vista espiritual es necesariamente incompleta e imperfecta y, por consiguiente, está sujeta a aberraciones. Como tiene su sede en el alma misma, el estado de esta habrá de influir en sus percepciones. Según el grado de desarrollo, las circunstancias y el estado moral del individuo, la vista espiritual puede tener, ya sea durante el dormir o en el estado de vigilia, la percepción de: 1.º) ciertos hechos materiales y reales, como el conocimiento de algunos acontecimientos que tienen lugar a mucha distancia, los detalles descriptivos de una localidad, las causas de una enfermedad y los remedios adecuados para su tratamiento; 2.º) cosas igualmente reales del mundo espiritual, como la presencia de los Espíritus; 3.º) imágenes fantásticas creadas por la imaginación, análogas a las creaciones fluídicas del pensamiento. (Véase, más arriba, el § 14.) Esas creaciones se encuentran siempre en relación con las disposiciones morales del Espíritu que las genera. Es así como el pensamiento de personas intensamente imbuidas de ciertas creencias religiosas, y preocupadas en relación con ellas, presenta imágenes del infierno, sus hogueras, sus torturas y sus demonios, tal como esas personas los imaginan. En ocasiones se trata de toda una epopeya. Los paganos veían el Olimpo y el Tártaro, como los cristianos ven el Infierno y el Paraíso. Si al despertar o al salir del éxtasis, esas personas conservan un recuerdo exacto de sus visiones, las toman por realidades que confirman sus creencias, en tanto que no son otra cosa que el producto de sus propios pensamientos. * Es preciso, por consiguiente, que se haga una distinción muy rigurosa de las visiones extáticas antes de aceptarlas. En ese sentido, el remedio para la excesiva credulidad es el estudio de las leyes que rigen el mundo espiritual.




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* De este modo se pueden explicar las visiones de la hermana Elmerich que, al referirse a la época de la pasión de Cristo, manifiesta haber visto cosas materiales que nunca han existido, a no ser en los libros que ella leyó; así como las visiones de la Sra. Cantianille (Revista Espírita, agosto de 1866), y una parte de las de Swedenborg. (N. de Allan Kardec.)


28. Los sueños propiamente dichos presentan las tres características de las visiones arriba descriptas. A las dos primeras pertenecen los sueños de precognición, presentimientos y advertencias. * En la tercera, es decir, en las creaciones fluídicas del pensamiento, se puede encontrar la causa de ciertas imágenes fantásticas que nada tienen de real en relación con la vida material, pero que a veces tienen para el Espíritu una realidad tal, que el cuerpoexperimenta su impacto; hay casos en que los cabellos encanecen a causa de la impresión provocada por un sueño. Esas creaciones pueden ser provocadas por la exaltación de las convicciones; por recuerdos retrospectivos; por gustos, deseos, pasiones, temores y remordimientos; por las preocupaciones habituales; por las necesidades del cuerpo, o por algún malestar pasajero relativo a las funciones del organismo; y finalmente, por otros Espíritus, con un objetivo benévolo o maléfico, de conformidad con su naturaleza. **





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* Véase más adelante el Capítulo XVI, “Teoría de la Presciencia”, §§ 1, 2 y 3. (N. de Allan Kardec.)
** Véase la Revista Espírita, junio y septiembre de 1866; El Libro de los Espíritus, Libro II, Capí- tulo VIII, § 400. (N. de Allan Kardec.)






Catalepsia. Resurrecciones


29. La materia inerte es insensible; el fluido periespiritual también lo es, pero transmite la sensación al centro sensitivo que es el Espíritu. Las lesiones dolorosas del cuerpo repercuten, pues, en el Espíritu como un choque eléctrico, por intermedio del fluido periespiritual, cuyos hilos conductores parecen ser los nervios. Se trata del influjo nervioso de los fisiólogos, quienes, por desconocimiento de las relaciones de ese fluido con el principio espiritual, todavía no han podido hallar una explicación para todos sus efectos.


Esta interrupción puede ocurrir por la amputación de un miembro o por algún nervio seccionado, pero también en forma parcial o general, y sin que haya lesiones, en los momentos de emancipación, de gran sobreexcitación o preocupación del Espí- ritu. En ese estado el Espíritu no piensa en el cuerpo, y en su actividad febril atrae hacia sí, por decirlo de algún modo, al fluido periespiritual que, retirándose de la superficie, produce allí una insensibilidad momentánea. Se podría también admitir que en ciertas circunstancias se produce en el propio fluido periespiritual una modificación molecular, que le quita transitoriamente la propiedad de la transmisión. A eso se debe que, muchas veces, en el ardor del combate, un militar no perciba que está herido; que una persona, cuya atención está concentrada en un trabajo, no oiga el ruido que se hace alrededor suyo. Un efecto análogo, aunque más pronunciado, se produce en algunos sonámbulos, en la letargia y en la catalepsia. Finalmente, del mismo modo se puede explicar la insensibilidad de los convulsionarios y de ciertos mártires. (Véase la Revista Espírita, enero de 1868: “Los Aïssaouas, o los convulsionarios de la calle Le Peletier”.)


La parálisis no tiene en absoluto la misma causa, pues allí el efecto es puramente orgánico; los nervios mismos, los hilos conductores ya no son aptos para la circulación fluídica; se trata de las cuerdas del instrumento, que se han alterado.


30. En ciertos estados patológicos, en que el Espíritu ha abandonado el cuerpo y el periespíritu sólo está unido a él por medio de algunos puntos, el cuerpo presenta todas las apariencias de la muerte, de modo que se enuncia una gran verdad cuando se dice que en esos casos la vida pende de un hilo. Ese estado puede durar más o menos tiempo, e incluso ciertas partes del cuerpo pueden entrar en descomposición, a pesar de que la vida no se ha extinguido definitivamente. Mientras no se haya cortado el último hilo, el Espíritu puede, ya sea por una acción enérgica de su propia voluntad o por un influjo fluídico extraño, igualmente poderoso, ser llamado de vuelta al cuerpo. Así se explican ciertos casos en los que la vida se prolonga contra todas las probabilidades, así como también algunas supuestas resurrecciones. Es una planta que vuelve a brotar, como a veces sucede, de una única fibra de la raíz. Pero cuando las últimas moléculas del cuerpo fluídico ya se han separado del cuerpo carnal, o cuando este último llegó a un estado irreparable de degradación, el regreso a la vida es imposible. *





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*Véanse ejemplos en la Revista Espírita, “Sr. Cardon, médico”, agosto de 1863; “Una resurrección” (La mujer corsa), mayo de 1866. (N. de Allan Kardec.)




Curaciones


31. Como hemos visto, el fluido universal es el elemento primitivo del cuerpo carnal y del periespíritu, los cuales son simples transformaciones de aquel. Por la identidad de su naturaleza, ese fluido, condensado en el periespíritu, puede ofrecer principios reparadores al cuerpo; el Espíritu, encarnado o desencarnado, es el agente propulsor que infiltra en un cuerpo deteriorado una parte de la sustancia de su envoltura fluídica. La curación se opera mediante la sustitución de una molécula nociva por otra molécula sana. El poder curativo será proporcional a la pureza de la sustancia inoculada; pero depende también de la energía de la voluntad, que provoca una emisión fluídica más abundante y otorga al fluido mayor fuerza de penetración. Depende, además, de las intenciones de quien desee realizar la cura, sea hombre o Espíritu. Los fluidos que emanan de una fuente impura son como sustancias medicamentosas alteradas.


32. Los efectos de la acción fluídica sobre los enfermos son extremadamente variados, de acuerdo con las circunstancias. Algunas veces la acción es lenta y requiere un tratamiento prolongado, como en el magnetismo común; otras veces es rápida como una corriente eléctrica. Hay personas dotadas de tal poder que en algunos enfermos producen curaciones instantáneas por medio de la sola imposición de las manos, o incluso por un simple acto de la voluntad. Entre los dos polos extremos de esa facultad hay infinitas graduaciones. Todas las curaciones de ese tipo son variedades del magnetismo y sólo difieren por la potencia y la rapidez de la acción. El principio es siempre el mismo: el fluido desempeña el papel de agente terapéutico, y su efecto se encuentra subordinado a su calidad y a circunstancias especiales.


33. La acción magnética puede producirse de muchas maneras:


1.º) Por el fluido del magnetizador, en cuyo caso se trata del magnetismo propiamente dicho, o magnetismo humano, cuya acción se encuentra subordinada a la potencia y, sobre todo, a la calidad del fluido.


2.º) Por el fluido de los Espíritus, que actúan directamente y sin intermediarios sobre un encarnado, ya sea para curarlo o calmar un sufrimiento, sea para provocar el sueño sonambúlico espontá- neo o para ejercer sobre el individuo alguna influencia física o moral. Se trata del magnetismo espiritual, cuya calidad es proporcional a las cualidades del Espíritu. *


3.º) Por el fluido que los Espíritus derraman sobre el magnetizador, al cual este sirve de conductor. Se trata del magnetismo mixto, semiespiritual o, si se prefiere, humano-espiritual. Combinado con el fluido humano, el fluido espiritual le transmite a aquel las cualidades que le faltan. En esas circunstancias, algunas veces el concurso de los Espíritus es espontáneo, pero muy a menudo es provocado por la evocación del magnetizador.


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* Véanse ejemplos en la Revista Espírita, febrero de 1863; abril y septiembre de 1865. (N. de Allan Kardec.)




34. La facultad de curar mediante la influencia fluídica es muy común y puede desarrollarse con el ejercicio; pero la de curar instantáneamente con la imposición de las manos es más rara, y su apogeo puede ser considerado excepcional. No obstante, en épocas diferentes, en el seno de casi todos los pueblos han aparecido individuos que la poseyeron en grado sobresaliente. En estos últimos tiempos han aparecido muchos ejemplos notables, cuya autenticidad no puede ser cuestionada. Dado que las curaciones de esta clase se basan en un principio natural, y que el poder de producirlas no es un privilegio, se deduce que estas no ocurren al margen de la naturaleza y que sólo son milagrosas en apariencia. *


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* Véanse los ejemplos de curaciones instantáneas relatadas en la Revista Espírita: “El príncipe de Hohenlohe, médium curador”, diciembre de 1866; sobre las curas del Sr. Jacob, octubre y noviembre de 1866 y de 1867; “Simonet, médium curador de Bordeaux”, agosto de 1867; “El alcalde Hassan, o la bendición de la sangre”, octubre de 1867; “El cura Gassner, médium curador”, noviembre de 1867. (N. de Allan Kardec.)


Apariciones. Transfiguraciones


35. En su estado normal, el periespíritu es invisible para nosotros; pero como está formado por materia etérea, el Espíritu puede, en ciertos casos y por un acto de su voluntad, producir en él una modificación molecular que lo vuelva momentáneamente visible. Así es como se producen las apariciones que, del mismo modo que los otros fenómenos, no ocurren al margen de las leyes de la naturaleza. Eso no tiene nada que sea más extraordinario que el vapor, que es invisible cuando está muy enrarecido y se vuelve visible cuando se condensa.


Según el grado de condensación del fluido periespiritual, la aparición es algunas veces difusa y vaporosa; otras veces, más claramente definida; y otras, por último, tiene todas las apariencias de la materia tangible. Incluso puede llegar a ser realmente tangible, a tal punto que el observador se engañe sobre la naturaleza del ser que tiene delante de él.


Las apariciones vaporosas son frecuentes; ese es el aspecto con el que se presentan muchos individuos, después de que han muerto, a las personas por quienes sienten afecto. Las apariciones tangibles son más raras, aunque de ellas hay muchos ejemplos, perfectamente documentados. Si el Espíritu desea darse a conocer, imprimirá a su envoltura todas las señales exteriores que tenía cuando estaba vivo. *




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* Véase El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulos VI y VII. (N. de Allan Kardec.)


36. Es de destacarse que las apariciones tangibles sólo tienen la apariencia de la materia carnal, pero no sus cualidades. Debido a la naturaleza fluídica que las caracteriza, no pueden tener la misma cohesión de la materia, porque en realidad no poseen carne. Se forman instantáneamente y desaparecen del mismo modo, o se evaporan por la desagregación de las moléculas fluídicas. Los seres que se presentan en esas condiciones no nacen ni mueren, contrariamente a lo que sucede con los demás hombres. Se los ve y dejan de ser vistos sin que se sepa de dónde vienen, cómo vinieron, ni hacia dónde van. Nadie podría matarlos, ni apresarlos, ni encarcelarlos, puesto que no tienen un cuerpo carnal. Los golpes que acaso se les lanzaran, caerían en el vacío.


Ese es el carácter de los agéneres, con los cuales se puede conversar sin que se sospeche acerca de lo que son. Con todo, no permanecen largo tiempo entre los hombres ni pueden ser comensales frecuentes de una casa, ni figurar entre los miembros de una familia.


Además, los agéneres muestran siempre en su persona, en sus actitudes, algo de extraño e insólito que sugiere al mismo tiempo la materialidad y la espiritualidad; en ellos, la mirada es vaporosa y penetrante a la vez, y carece de la nitidez propia de la mirada a través de los ojos de la carne; su lenguaje, conciso y por lo general sentencioso, nada tiene del brillo y la volubilidad del lenguaje humano; su aproximación produce una sensación particular e indefinible de sorpresa, que inspira una especie de temor, y quien se pone en contacto con ellos, aunque los tome por individuos iguales a los demás, es inducido a pensar involuntariamente: Este es un ser extraño. *




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* Véanse ejemplos de apariciones vaporosas o tangibles y de agéneres en Revista Espírita, enero y octubre de 1858; enero, febrero, marzo, agosto y noviembre de 1859; abril y mayo de 1860; julio de 1861; abril de 1866; “El labrador Thomas Martin y Luis XVIII”, detalles completos, diciembre de 1866. (N. de Allan Kardec.)


37. Como el periespíritu es el mismo tanto en los encarnados como en los desencarnados, un Espíritu encarnado, por un efecto absolutamente idéntico, puede aparecer, en un momento en que se encuentre libre, en un punto distinto de aquel en que su cuerpo descansa, con su fisonomía habitual y con todos los signos característicos de su identidad. Ese fenómeno, del cual se conocen muchos casos auténticos, fue el que llevó a que se creyera en la existencia de los hombres dobles. *





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* Véanse ejemplos de apariciones de personas vivas en la Revista Espírita, diciembre de 1858; febrero y agosto de 1859; noviembre de 1860. (N. de Allan Kardec.)




38. Un efecto peculiar de los fenómenos de ese tipo consiste en el hecho de que las apariciones vaporosas, e incluso tangibles, no son percibidas por todas las personas indistintamente. Los Espíritus sólo se muestran cuando quieren y ante quienes quieren. Por consiguiente, un Espíritu podría aparecerse en una reunión ante uno solo o muchos de los presentes, y no ser visto por los demás. Eso ocurre porque las percepciones de ese tipo se producen por medio de la vista espiritual, y no por intermedio de la vista carnal. Además, la vista espiritual no le es dada a todas las personas; e incluso el Espíritu, por su sola voluntad y si fuera conveniente, puede retirarla de aquel a quien él no quiera mostrarse, así como puede conferirla momentáneamente si lo juzga necesario.


Así pues, la condensación del fluido periespiritual en las apariciones, incluso en los casos de tangibilidad, no tiene las propiedades de la materia ordinaria; de no ser así, las apariciones serían perceptibles mediante los ojos del cuerpo por parte de todas las personas presentes. *




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* Sólo con suma reserva se deben recibir las narraciones de apariciones puramente individuales que, en ciertos casos, podrían no pasar del efecto de una imaginación sumamente excitada y, tal vez, de una invención con fines interesados. Conviene, pues, tomar en cuenta muy escrupulosamente las circunstancias, la sinceridad de la persona, así como su probable intención de abusar de la credulidad de individuos excesivamente confiados. (N. de Allan Kardec.)


39. Dado que el Espíritu puede operar transformaciones en la configuración de su envoltura periespiritual, y puesto que esa envoltura se irradia en torno al cuerpo como una atmósfera fluídica, puede producirse en la superficie misma del cuerpo un fenómeno análogo al de las apariciones. La verdadera imagen del cuerpo puede desvanecerse más o menos completamente bajo una capa fluídica, y asumir otra apariencia; o bien, vistos a través de la capa fluídica modificada, como a través de un prisma, los rasgos primitivos pueden adoptar otra expresión. Si el Espíritu encarnado toma distancia de lo terrenal, y se identifica con las cosas del mundo espiritual, la expresión de un semblante desagradable puede volverse bella, radiante y hasta luminosa; si, por el contrario, el Espíritu es presa de bajas pasiones, un rostro hermoso puede tomar un aspecto horrible.


Así se producen las transfiguraciones, que reflejan siempre las cualidades y los sentimientos que predominan en el Espíritu. Ese fenómeno es, pues, el resultado de una transformación fluídica; es una especie de aparición periespiritual que se produce sobre el cuerpo mismo de una persona viva, y a veces en el momento de la muerte, en vez de producirse a la distancia como en el caso de las apariciones propiamente dichas. Lo que distingue a las apariciones de ese género es el hecho de que son, por lo general, perceptibles por todos los presentes mediante los ojos del cuerpo, precisamente porque se forman en torno a la materia carnal visible, mientras que en las apariciones puramente fluídicas no existe materia tangible. *




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* Véase un ejemplo y la teoría de la transfiguración en la Revista Espírita, marzo de 1859 (El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo VII). (N. de Allan Kardec.)


Manifestaciones físicas. Mediumnidad


40. Los fenómenos de las mesas móviles y parlantes, de la suspensión en el aire de los cuerpos pesados, de la escritura mediúmnica, tan antiguos como el mundo pero comunes en la actualidad, ofrecen la explicación de algunos fenómenos análogos espontáneos, a los cuales por ignorarse la ley que los rige se les había atribuido un carácter sobrenatural y milagroso. Esos fenó- menos se basan en las propiedades del fluido periespiritual, ya sea de los encarnados como de los Espíritus libres.


41. Cuando estaba encarnado, el Espíritu obraba sobre su cuerpo vivo con el auxilio de su periespíritu. Ahora, desde el mundo espiritual, se manifiesta por intermedio de ese mismo fluido: actúa sobre la materia inerte y produce ruidos, movimientos de mesas y de otros objetos, a los cuales levanta, derriba o transporta. Ese fenómeno no tiene nada de sorprendente, si consideramos que entre nosotros los motores más poderosos se encuentran en los fluidos más enrarecidos e incluso imponderables, como el aire, el vapor y la electricidad.


También con el auxilio de su periespíritu, el Espíritu hace que los médiums escriban, hablen o dibujen. Como ya no dispone de un cuerpo tangible para actuar ostensiblemente cuando desea manifestarse, se sirve del cuerpo de un médium, cuyos órganos toma en préstamo, y hace que obre como si fuera su propio cuerpo, mediante el efluvio fluídico que derrama sobre él.


42. Mediante ese mismo proceso, el Espíritu actúa sobre la mesa, ya sea para que esta se mueva, sin que su movimiento tenga un significado especial, o para que dé golpes inteligentes que indiquen las letras del alfabeto, a fin de que formen palabras y frases: fenómeno que se designa con el nombre de tiptología. La mesa no es más que un instrumento del que se vale el Espíritu, como se vale del lápiz para escribir, dándole una vitalidad momentánea por medio del fluido con que la impregna, aunque sin identificarse con ella. De ese modo, las personas que, embargadas por la emoción, abrazan la mesa cuando se manifiesta un ser querido, realizan un acto ridículo; es exactamente como si abrazasen el bastón de un amigo que se sirve de él para comunicarse por medio de golpes en el piso. Lo mismo hacen quienes dirigen la palabra a la mesa, como si el Espíritu estuviera encerrado en la madera, o como si la madera se hubiese convertido en Espíritu.


Cuando se transmiten comunicaciones por ese medio, hay que imaginarse que el Espíritu está, no en la mesa sino junto a ella, tal como se ubicaría si estuviese vivo, y tal como sería visto en ese momento si pudiera volverse visible. Lo mismo ocurre en las comunicaciones mediante la escritura: se vería al Espíritu al lado del médium, guiando su mano o trasmitiéndole su pensamiento por medio de una corriente fluídica.



43. Cuando la mesa se levanta del suelo y flota en el aire sin un punto de apoyo, el Espíritu no la levanta con la fuerza de su brazo, sino que la envuelve y penetra con una especie de atmósfera fluídica que neutraliza el efecto de la gravedad, como lo hace el aire con los globos y las cometas. El fluido que penetra en la mesa le confiere momentáneamente una mayor liviandad específica. Cuando queda pegada al suelo, esta se encuentra en una situación análoga a la de la campana neumática dentro de la que se produce el vacío. Estas son simples comparaciones destinadas a mostrar la analogía de los efectos, pero no la similitud absoluta de las causas. (Véase El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo IV.)


De acuerdo con lo que se acaba de decir, se comprende que para el Espíritu no es más difícil levantar una persona que levantar una mesa, transportar un objeto de un lugar a otro, o arrojarlo donde sea. Todos esos fenómenos se producen por obra de la misma ley. *


Cuando la mesa persigue a alguien, no significa que el Espíritu vaya en esa dirección, pues él puede permanecer tranquilamente en el mismo lugar. Lo que sucede en esos casos es que el Espíritu le da un impulso a la mesa por medio de una corriente fluídica, con cuyo auxilio esta se mueve según su deseo.


Cuando se escuchan golpes en la mesa, o en otro lugar, el Espíritu no golpea con la mano o con algún objeto, sino que se limita a dirigir sobre el punto de donde proviene el ruido un haz de fluido que produce el efecto de un choque eléctrico. El Espíritu modifica el ruido, así como cualquier persona es capaz de modificar los sonidos producidos por el aire. **





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* Ese es el principio del fenómeno de aportes, fenómeno muy real pero que no conviene admitir más que con suma reserva, puesto que es uno de los que más se prestan a la imitación y al fraude. La honradez indiscutible de la persona que los obtiene, su absoluto desinterés material y moral, así como la confluencia de las circunstancias accesorias deben ser considerados seriamente. Sobre todo, es preciso desconfiar de esos efectos principalmente cuando estos se producen con excesiva facilidad, y tener por dudosos los que se repiten con mucha frecuencia y, por así decirlo, a voluntad. Los prestidigitadores hacen cosas más extraordinarias aún. El levantamiento de una persona no es un hecho menos efectivo, pero sí mucho más raro, tal vez porque resulte mucho más difícil de ser imitado. Es notorio que el Sr. Home se elevó más de una vez hasta el techo y dio de ese modo la vuelta a la sala. Se dice que san Cupertino poseía la misma facultad, hecho que no es más milagroso con este que con aquel. (N. de Allan Kardec.)
** Véanse ejemplos, tanto de manifestaciones materiales como de perturbaciones producidas por los Espíritus, en la Revista Espírita: “Manifestaciones físicas: La joven del Pasaje de los Panoramas”, enero de 1858; “El fantasma de la señorita Clairon”, febrero de 1858; “El Espíritu golpeador de Bergzabern”, relato completo: mayo, junio y julio de 1858; “El Espíritu golpeador de Dibbelsdorf”, agosto de 1858; “El panadero de Dieppe”, marzo de 1860; “El fabricante de San Petersburgo”, abril de 1860; “El trapero de la calle Noyers”, agosto de 1860; “El Espíritu golpeador del Aube”, enero de 1861; “Un Espíritu golpeador en el siglo XVI”, enero de 1864; “Manifestaciones en Poitiers”, mayo de 1864 y mayo de 1865; “El Espíritu golpeador de la hermana María”, junio de 1864; “Manifestaciones espontáneas en Marsella”, abril de 1865; “Manifestaciones en Fives, cerca de Lille (Norte)”, agosto de 1865; “Los ratones de Équihen”, febrero de 1866. (N. de Allan Kardec.)




44. Un fenómeno muy frecuente en la mediumnidad es la aptitud de ciertos médiums para escribir en una lengua que les es extra- ña; y tratar, ya sea en forma oral o por escrito, temas que están fuera del alcance de la instrucción que recibieron. No es raro que se vean algunos que escriben de corrido sin que nunca hayan aprendido a escribir; otros componen poesías, sin que jamás en la vida hayan sabido hacer un verso; otros dibujan, pintan, esculpen, componen música y ejecutan un instrumento sin que conozcan dibujo, pintura, escultura o el arte musical. Es muy frecuente el hecho de que un médium escribiente reproduzca a la perfección la escritura y la firma que los Espíritus que se comunican por su intermedio tenían cuando estaban vivos, aunque jamás los haya conocido.


Con todo, ese fenómeno no es más maravilloso que el que consiste en hacer que un niño escriba cuando se le lleva la mano; de ese modo puede lograr que escriba todo lo que uno quiera. Si a una persona se le dictan las palabras letra por letra, escribirá en un idioma que ignora. Lo mismo sucede con la mediumnidad, si nos remitimos a la manera por medio de la cual se comunican los Espíritus a través de los médiums, pues estos no son más que instrumentos pasivos. No obstante, si el médium conoce el mecanismo, si ha vencido las dificultades prácticas, si las expresiones le resultan familiares y, por último, si posee en su cerebro los elementos de aquello que el Espíritu quiere hacerle ejecutar, entonces se encontrará en la posición del hombre que sabe leer y escribir de corrido; el trabajo resultará más fácil y más rápido; y el Espíritu no tendrá más que transmitir sus pensamientos al intérprete, para que este los reproduzca por los medios de que dispone.


La aptitud de un médium para cosas que le resultan extrañas proviene, la mayoría de las veces, de los conocimientos que poseyó en otra existencia, y de los cuales su Espíritu conservó la intuición. Si fue poeta o músico, por ejemplo, tendrá más facilidad para asimilar el pensamiento poético o musical que un Espíritu quiera hacerle expresar. La lengua que hoy ignora pudo haberle sido familiar en otra existencia, lo que explica la mayor aptitud de su parte para escribir mediúmnicamente en esa lengua. *




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* 4 La aptitud que algunas personas demuestran para las lenguas que dominan sin, por así decirlo, haberlas aprendido, no tiene otro origen más que el recuerdo intuitivo de lo que supieron en otra existencia. El caso del poeta Méry, relatado en la Revista Espírita de noviembre de 1864, es una prueba de lo que decimos. Es evidente que si en su juventud Méry hubiera sido médium, habría escrito en latín tan fácilmente como en francés, lo que para todos habría pasado como un prodigio. (N. de Allan Kardec.)




Obsesiones y posesiones


45. Los Espíritus malos pululan alrededor de la Tierra a consecuencia de la inferioridad moral de sus habitantes. La acción maléfica de esos Espíritus forma parte de los flagelos con los que la humanidad se debate en este mundo. La obsesión, que es uno de los efectos de esa acción, debe ser considerada, al igual que las enfermedades y las tribulaciones de la vida, como una prueba o una expiación, y aceptada como tal.


La obsesión es la acción persistente que un Espíritu malo ejerce sobre un individuo. Presenta características muy diversas, que van desde la simple influencia moral sin signos exteriores notables, hasta la perturbación completa del organismo y de las facultades mentales.



La obsesión anula las facultades mediúmnicas; en la mediumnidad auditiva y psicográfica, se pone de manifiesto por la obstinación de un Espíritu en querer manifestarse con exclusión de todos los demás.


46. Así como las enfermedades son el resultado de las imperfecciones físicas que hacen al cuerpo accesible a las influencias perniciosas exteriores, la obsesión proviene invariablemente de una imperfección moral que da lugar a un Espíritu malo. A una causa física, se opone una fuerza física; a una causa moral, es preciso que se anteponga una fuerza moral. Para preservarse de las enfermedades, se fortifica el cuerpo; para defenderse de la obsesión, es preciso fortificar el alma. De ahí que el obseso necesite trabajar para su propio mejoramiento, lo que la mayoría de las veces es suficiente para librarlo del obsesor sin el socorro de otras personas. Este socorro se vuelve necesario cuando la obsesión degenera en subyugación y en posesión, porque en esos casos no es raro que el paciente pierda la voluntad y el libre albedrío.


La obsesión pone de manifiesto casi siempre una venganza tomada por un Espíritu, cuyo origen muchas veces se encuentra en las relaciones que el obseso mantuvo con el obsesor en una existencia precedente.


En los casos de obsesión grave, el obseso queda como envuelto e impregnado de un fluido pernicioso que neutraliza la acción de los fluidos saludables y los rechaza. De ese fluido se lo debe liberar. Ahora bien, un fluido malo no puede ser eliminado por otro fluido malo. Por medio de una acción idéntica a la que lleva a cabo el médium curador en los casos de enfermedad, hay que expulsar el fluido malo con el auxilio de un fluido mejor.


Sin embargo, no siempre alcanza con esta acción mecánica; también es preciso, de manera especial, actuar sobre el ser inteligente, al cual hay que hablarle con autoridad. Ahora bien, sólo posee esa autoridad quien tiene superioridad moral. Cuanto mayor sea la superioridad moral, tanto mayor será también la autoridad.


Pero eso no es todo: para asegurar la liberación es necesario que el Espíritu perverso sea conducido a que renuncie a sus malos propósitos; que en él asome el arrepentimiento tanto como el deseo del bien, por medio de instrucciones hábilmente trasmitidas, en evocaciones hechas particularmente con vistas a su educación moral. Se podrá entonces tener la grata satisfacción de liberar a un encarnado, y de convertir a un Espíritu imperfecto.


La tarea resulta más fácil cuando el obseso comprende su situación y colabora con la voluntad y la plegaria. No sucede lo mismo cuando, seducido por el Espíritu que lo domina, se engaña acerca de las cualidades de este último y se complace en el error al que es conducido, porque entonces, en lugar de colaborar, el obseso rechaza la asistencia. Este es el caso de la fascinación, siempre muchísimo más rebelde que la más violenta subyugación. (Véase El Libro de los Médiums, Segunda Parte, Capítulo XXIII.)


En todos los casos de obsesión, la plegaria es el auxiliar más poderoso de que se dispone para oponerse a los propósitos maléficos del Espíritu obsesor.


47. En la obsesión, el Espíritu actúa externamente con la ayuda de su periespíritu, al cual identifica con el del encarnado; en ese caso, este último queda atrapado en una especie de trama y es obligado a comportarse en contra de su voluntad.


En la posesión, en vez de actuar externamente, el Espíritu libre sustituye al Espíritu encarnado: elige su cuerpo para instalarse en él, aunque este no haya sido abandonado definitivamente por su dueño, pues eso sólo ocurre con la muerte. Por consiguiente, la posesión es siempre transitoria e intermitente, porque un Espíritu desencarnado no puede ocupar definitivamente el lugar de un Espíritu encarnado, sobre la base de que la unión molecular entre el periespíritu y el cuerpo sólo se produce en el momento de la concepción. (Véase el Capítulo XI, § 18.)



Obtenida la posesión momentánea del cuerpo del encarnado, el Espíritu se sirve de él como si fuese su propio cuerpo; habla por su boca, ve por sus ojos y actúa con sus brazos, como lo haría si estuviese vivo. No es como en la mediumnidad parlante, en la que el Espíritu encarnado habla transmitiendo el pensamiento de un Espíritu desencarnado; en el caso de la posesión, el desencarnado es el que habla y actúa, de modo que quien lo haya conocido en vida, reconocerá su lenguaje, su voz, sus gestos y hasta la expresión de su fisonomía.


48. En la obsesión hay siempre un Espíritu maligno. En la posesión puede tratarse de un Espíritu bueno que quiere hablar y que, para causar mayor impresión a los oyentes, toma el cuerpo de un encarnado, que se lo presta voluntariamente como le prestaría su ropa a otra persona. Eso se lleva a cabo sin que haya perturbación ni malestar, y durante ese tiempo el Espíritu encarnado se encuentra en libertad, como sucede en el estado de emancipación. Además, la mayoría de las veces se mantiene al lado de su sustituto para escucharlo.


Cuando el Espíritu posesor es malo, las cosas ocurren de otro modo. No toma el cuerpo del encarnado, sino que se apodera de él en caso de que su titular no posea suficiente fuerza moral para resistirse. Y lo hace por maldad hacia él, a quien tortura y martiriza de todas las formas, incluso al extremo de intentar exterminarlo, sea por estrangulamiento, empujándolo al fuego o a otros lugares peligrosos. Valiéndose de los miembros y de los órganos del desdichado paciente, blasfema, injuria y maltrata a los que lo rodean, y se entrega a excentricidades y a actos que presentan todas las características de la locura furiosa.


Los hechos de este tipo, en diferentes grados de intensidad, son muy numerosos, y muchos casos de locura no tienen otra causa. Con frecuencia se suman a ellos desórdenes patológicos, que son meras consecuencias de ese proceso, y en oposición a los cuales de nada sirven los tratamientos médicos mientras subsista la causa que les ha dado origen. El espiritismo, así como da a conocer esa fuente de donde proviene una parte de las miserias humanas, también indica la manera de remediarlo: actuar sobre el autor del mal: un ser que, puesto que es inteligente, debe ser tratado con inteligencia. *


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* Véanse ejemplos de curas de obsesiones en la Revista Espírita, diciembre de 1863; enero y junio de 1864; enero y junio de 1865; febrero de 1866; junio de 1867. (N. de Allan Kardec.)


49. La mayoría de las veces la obsesión y la posesión son individuales, pero no es raro que también sean epidémicas. Cuando un aluvión de Espíritus malos se lanza sobre una localidad, es como si un ejército enemigo la invadiese. En ese caso, la cantidad de los individuos atacados puede llegar a ser considerable.*



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* Fue una epidemia de esa clase la que hace algunos años atacó la aldea de Morzine, en Saboya. (Véase el relato completo de esa epidemia en la Revista Espírita de diciembre de 1862; enero, febrero, abril y mayo de 1863.) (N. de Allan Kardec.)