Los tiempos han llegado
Señales de los tiempos • La nueva generación.
Señales de los tiempos
1. Nos advierten desde todas partes que han llegado los tiempos
señalados por Dios, en que habrán de producirse importantes
acontecimientos para la regeneración de la humanidad. ¿En qué sentido
se deben entender esas palabras proféticas? Para los incrédulos,
no tienen la menor importancia; según su punto de vista no son más
que la enunciación de una creencia pueril, carente de fundamento.
Para la mayoría de los creyentes, sin embargo, indican algo místico
y sobrenatural, y las consideran precursoras de la derogación de las
leyes de la naturaleza. Ambas interpretaciones son igualmente erró-
neas: la primera, porque implica la negación de la Providencia; la
segunda, porque esas palabras no anuncian un trastorno de las leyes
de la naturaleza, sino el cumplimiento de esas leyes.
2. Todo es armonía en la Creación; todo revela una previsión
que no se desdice ni en las pequeñas ni en las grandes cosas.
Debemos, pues, apartar de inmediato toda idea de arbitrariedad,
porque es inconciliable con la sabiduría divina. En segundo lugar,
si nuestra época está señalada para la realización de ciertas cosas,
es porque estas tienen una razón de ser en la marcha del conjunto.
Sobre esta base, diremos que nuestro planeta, como todo
lo que existe, está sujeto a la ley del progreso. Progresa físicamente
por la transformación de los elementos que lo componen,
y moralmente por la purificación de los Espíritus encarnados
y desencarnados que viven en él. Esos dos progresos
se realizan en forma paralela, puesto que el perfeccionamiento
de la vivienda está relacionado con el de quien habita en ella.
Físicamente, el planeta ha sufrido transformaciones sucesivas,
comprobadas por la ciencia, que lo hicieron habitable por seres
cada vez más perfeccionados. Moralmente, la humanidad
progresa por el desarrollo de la inteligencia, del sentido moral
y de la moderación de las costumbres. Al mismo tiempo que el
mejoramiento del globo se produce por la actividad de las potencias
materiales, los hombres contribuyen a ese fin mediante
los esfuerzos que resultan de la aplicación de su inteligencia.
Sanean las regiones insalubres, facilitan las comunicaciones y
hacen más productiva la tierra.
Ese doble progreso se realiza de dos maneras: una de ellas,
lenta, gradual e imperceptible; la otra, mediante cambios bruscos,
a cada uno de los cuales corresponde un movimiento ascensional
más rápido, que señala con efectos muy notorios los períodos
progresivos de la humanidad. Esos movimientos, subordinados en
cuanto a los detalles al libre albedrío de los hombres, son en cierto
modo fatales en su conjunto, porque están sometidos a leyes, como
las que actúan en la germinación, el crecimiento y la madurez de
las plantas. Es por eso que el movimiento progresivo se cumple en
ocasiones de modo parcial, es decir, limitado a una raza o a una
nación; en otras ocasiones es general.
El progreso de la humanidad se lleva a cabo, por lo tanto,
en virtud de una ley. Ahora bien, como las leyes de la naturaleza
son obra de la eterna sabiduría y de la presciencia divina,
los efectos de esas leyes derivan de la voluntad de Dios; no de una voluntad ocasional y caprichosa, sino de una voluntad
inmutable. Cuando, por consiguiente, la humanidad está madura
para ascender un grado, se puede decir que los tiempos
señalados por Dios han llegado, como se puede decir también
que una determinada estación es el tiempo para la madurez y
la cosecha de los frutos.
3. Por el hecho de que el movimiento progresivo de la humanidad
sea inevitable, dado que está en la naturaleza, no se concluye
que Dios permanezca indiferente a él y que, después de haber
establecido leyes, se haya retirado a la inactividad dejando que
las cosas sigan su curso por sí solas. No cabe duda de que sus leyes
son eternas e inmutables, pero eso se debe a que su propia voluntad
es eterna y constante, y a que su pensamiento anima todas las
cosas sin intermitencias. Ese pensamiento, que todo lo penetra,
es la fuerza inteligente y permanente que mantiene la armonía en
todo. Si dejase de actuar un solo instante, el universo sería como
un reloj al que le falta el péndulo regulador. Dios vela, pues, sin
cesar por la ejecución de sus leyes, y los Espíritus que pueblan
el espacio son sus ministros, encargados de cuidar los detalles de
acuerdo con atribuciones que corresponden al grado de adelanto
que hayan alcanzado.
4. El universo es, al mismo tiempo, un mecanismo inconmensurable,
accionado por un número incontable de inteligencias,
y un inmenso gobierno en el que cada ser inteligente participa
de modo activo bajo la mirada del soberano Señor, cuya voluntad
única mantiene la unidad en todas partes. Bajo el dominio de esa
gran potencia reguladora, todo marcha, todo funciona en perfecto
orden. Donde nos parece que existen perturbaciones, sólo hay movimientos
parciales y aislados, que para nosotros tienen la apariencia
de irregulares porque nuestra visión es limitada. Si pudiésemos
abarcarlos en conjunto, veríamos que esas irregularidades sólo son
aparentes, y que están en armonía con el todo.
5. Hasta el presente, la humanidad ha realizado incuestionables
progresos. Los hombres, con su inteligencia, han llegado a
resultados que jamás habían alcanzado, desde el punto de vista de
las ciencias, las artes y el bienestar material. Aún les queda por realizar
un inmenso progreso: hacer que reinen entre ellos la caridad, la
fraternidad y la solidaridad, que habrán de garantizarles el bienestar
moral. No habrían de conseguirlo con sus creencias ni con sus instituciones
anticuadas, vestigios de otra etapa y adecuadas para una
cierta época, suficientes para un momento de transición; pero que
habiendo dado todo lo que tenían, hoy representarían una traba.
El hombre no sólo necesita el desarrollo de la inteligencia, sino la
elevación de los sentimientos, y para lograrlo es imprescindible
que aniquile todo lo que en él sobreexcite el egoísmo y el orgullo.
Ese es el período en el que va a entrar a partir de ahora, y que
señalará una de las principales fases de la humanidad. Esa fase, que
en este momento se encuentra en elaboración, constituye el complemento
indispensable del estado precedente, del mismo modo
que la edad viril es el complemento de la juventud. Podía, pues,
ser prevista y predicha con anticipación, y a eso se debe que se diga
que los tiempos marcados por Dios han llegado.
6. No obstante, en esta oportunidad no se trata de un cambio
parcial, de una renovación circunscripta a una determinada
región, a un pueblo o a una raza. Se trata de un movimiento universal
que se realiza en el sentido del progreso moral. Tiende a establecerse
un nuevo orden de cosas, y hasta los hombres que más se
oponen al cambio, contribuyen a él sin saberlo. La generación futura,
desembarazada de las escorias del viejo mundo y formada por
elementos más depurados, estará animada por ideas y sentimientos
muy diferentes de los de la generación actual, que se retira a pasos
agigantados. El viejo mundo habrá muerto, y sólo perdurará en la
Historia, del mismo modo que lo está hoy el período de la Edad
Media, con sus costumbres bárbaras y sus creencias supersticiosas.
Por otra parte, todos saben cuánto deja que desear el presente
orden de cosas. Después de que, en cierto modo, se haya agotado
el bienestar material que la inteligencia es capaz de producir,
se llegará a comprender que el complemento de ese bienestar sólo
puede hallarse en el desarrollo moral. Cuanto más se avanza, más
se percibe lo que falta, sin que, no obstante, se pueda aún definirlo
claramente: se trata de la consecuencia del trabajo interno con que
se elabora la regeneración. Brotan deseos, aspiraciones, que son
como el presentimiento de un estado mejor.
7. Con todo, un cambio tan radical como el que se realiza
en la actualidad no puede llevarse a cabo sin conmociones. Existe
una lucha inevitable de ideas. De ese conflicto forzosamente se
originarán perturbaciones temporarias, hasta que el terreno haya
sido allanado y el equilibrio restablecido. Así pues, de la confrontación
de ideas surgirán los trascendentes acontecimientos anunciados,
y no de cataclismos o catástrofes puramente materiales.
Los cataclismos generalizados fueron consecuencia del proceso
de formación de la Tierra. Hoy no se agitan las entrañas del planeta,
sino las de la humanidad.
8. Si bien la Tierra ya no debe temer a los cataclismos generales,
no por eso deja de estar sometida a revoluciones periódicas,
cuyas causas, desde el punto de vista científico, están explicadas en
las siguientes instrucciones, dictadas por dos eminentes Espíritus. *
“Cada cuerpo celeste, más allá de las leyes simples que presiden
la división de los días y las noches, de las estaciones, etc.,
sufre revoluciones que demandan miles de siglos para su completo
cumplimiento, pero que, del mismo modo que las revoluciones
de menor repercusión, pasan por todos los períodos, desde el
nacimiento hasta el apogeo del efecto, después del cual hay un decrecimiento hasta el último límite, y a continuación empieza
otra vez a recorrer las mismas fases.
”El hombre sólo abarca las fases de duración relativamente
corta, cuya periodicidad puede constatar; no obstante, hay algunas
que incluyen a muchas generaciones de seres y hasta sucesiones
de razas, cuyos efectos tienen para él, por consiguiente, las
apariencias de lo novedoso y lo espontáneo, mientras que si su
mirada pudiese englobar algunos miles de siglos hacia atrás vería,
entre esos mismos efectos y sus causas, una correlación que ni
siquiera sospecha. Esos períodos, que confunden la imaginación
de los humanos por su duración relativa, no son sin embargo más
que instantes en el lapso de la eternidad.
”En un mismo sistema planetario, todos los cuerpos que dependen
de él reaccionan unos sobre otros; todas las influencias
físicas son solidarias entre sí, y no hay un solo efecto, de esos que
denomináis grandes perturbaciones, que no sea consecuencia del
conjunto de las influencias de todo ese sistema.
”Voy más lejos, pues afirmo que los sistemas planetarios reaccionan
unos sobre otros en razón de la proximidad o el alejamiento
que resulta de sus movimientos de traslación a través de
las miríadas de sistemas que componen nuestra nebulosa. Voy más
lejos aún, pues manifiesto que nuestra nebulosa, que es como un
archipiélago en la inmensidad, dado que tiene también su propio
movimiento de traslación a través de miríadas de nebulosas, sufre
la influencia de aquellas a las que se aproxima.
”De ese modo, las nebulosas reaccionan sobre las nebulosas,
los sistemas reaccionan sobre los sistemas, como los planetas reaccionan
sobre los planetas, los elementos de cada planeta reaccionan
unos sobre otros, y así sucesivamente hasta llegar al átomo. De
ahí derivan, en cada mundo, las revoluciones locales tanto como
las generales, que sólo parecen trastornos porque la brevedad de la
vida apenas permite que se vean sus efectos parciales.
”La materia orgánica no podría escapar a esas influencias;
los trastornos que esta sufre pueden, por lo tanto, alterar el estado
físico de los seres vivos y determinar algunas de esas enfermedades
que atacan en general a las plantas, los animales y los
hombres. Como todos los flagelos, esas enfermedades son un estímulo
para la inteligencia humana, a la que lleva por necesidad a
que busque los medios para combatirlas, así como a que descubra
las leyes de la naturaleza.
”No obstante, la materia orgánica reacciona, por su parte,
sobre el Espíritu; y éste, debido a su contacto y su íntima vinculación
con los elementos materiales, sufre también influencias que
modifican sus disposiciones –sin que por eso le quiten su libre
albedrío–, que sobreexcitan o retardan su actividad y, por eso mismo,
contribuyen a su desarrollo. Esa efervescencia, que en ocasiones
se manifiesta en toda una población, entre los hombres de una
misma raza, no es algo fortuito ni el resultado de una arbitrariedad;
su causa reside en las leyes de la naturaleza. Esa efervescencia,
al principio inconsciente, que no es más que un deseo vago, una
aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio,
se traduce por una agitación sorda, más tarde por hechos que conducen
a las revoluciones sociales, las cuales, creedlo, tienen también
su periodicidad, así como ocurre con las revoluciones físicas,
puesto que todo está concatenado. Si la visión espiritual no estuviese
circunscripta por el velo de la materia, veríais esas corrientes
fluídicas que, semejantes a miles de hilos conductores, enlazan las
cosas del mundo espiritual con las del mundo material.
”Cuando se os dice que la humanidad ha llegado a un período
de transformación, y que la Tierra debe elevarse en la jerarquía de los
mundos, no veáis en estas palabras nada místico, sino, por el contrario,
el cumplimiento de una de las más importantes leyes fatales del
universo, contra las cuales cede la mala voluntad humana”.
ARAGO.
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* Extracto de dos comunicaciones dadas en la Sociedad de París y publicadas en la Revista
Espírita de octubre de 1868. Son corolarios de las de Galileo, reproducidas en el capítulo
VI, y complementarias del capítulo IX, que trata acerca de las revoluciones del globo. (N.
de Allan Kardec.)
9. “Así es, no cabe duda de que la humanidad se transforma,
como ya se transformó en otras épocas, y cada transformación está
señalada por una crisis que es, para el género humano, lo que son
para los individuos las crisis de crecimiento; crisis que a menudo
son penosas, dolorosas, que arrastran consigo a las generaciones y a
las instituciones, pero a las que siempre sigue una fase de progreso
material y moral.
”La humanidad terrestre, llegada a uno de esos períodos de
crecimiento, hace casi un siglo que se encuentra en pleno trabajo
de transformación. A eso se debe que por todas partes haya agitaciones,
como si estuviera presa de una especie de fiebre y como si
la impulsara una fuerza invisible, hasta que recupere el equilibrio
sobre nuevas bases. Quien la analice, entonces, la encontrará muy
cambiada en sus costumbres, en su carácter, en sus leyes, en sus
creencias; en una palabra, en todos sus estamentos sociales.
”Algo que os parecerá extraño, pero que no deja de ser rigurosa
verdad, es que el mundo de los Espíritus que os rodea sufre el
contragolpe de todas las conmociones que agitan al mundo de los
encarnados; digo incluso que aquel participa activamente en ellas.
Esto nada tiene de sorprendente para quien sabe que los Espíritus
componen un todo con la humanidad; que de ella salen y a ella
deben volver. Por consiguiente, es natural que se interesen por los
movimientos que se producen entre los hombres. Tened la certeza de
que, cuando se lleva a cabo una revolución social en la Tierra, dicha
revolución afecta también al mundo invisible; todas las pasiones,
buenas y malas, son allí tan sobreexcitadas como entre vosotros; una
intraducible efervescencia reina entre los Espíritus que aún forman
parte de vuestro mundo y que esperan el momento de regresar a él.
”A la agitación de los encarnados y los desencarnados se suman
en ocasiones, e incluso la mayoría de las veces, ya que en la
naturaleza todo se complementa, los trastornos de los elementos
físicos; es entonces que durante un tiempo se produce una verdadera confusión general, pero que pasa como un huracán, después
del cual el cielo se despeja, y entonces la humanidad, reconstituida
sobre nuevas bases e imbuida de nuevas ideas, transita una nueva
etapa de progreso.
”En el período que está comenzando, el espiritismo florecerá
y dará frutos. Por lo tanto, vosotros estáis trabajando más para el
futuro que para el presente. Pero era necesario que esos trabajos
fuesen elaborados previamente, porque preparan los caminos de
la regeneración a través de la unificación y la racionalidad de las
creencias. Felices los que los aprovechan desde ahora; serán para
ellos de gran utilidad y se evitarán muchas penas”.
DR. BARRY.
10. De todo lo expuesto resulta que, a consecuencia del
movimiento de traslación que realizan en el espacio, los cuerpos
celestes ejercen unos sobre otros una mayor o menor influencia,
conforme con la proximidad que guarden entre sí y sus respectivas
posiciones; que esa influencia puede ocasionar un trastorno
momentáneo en sus elementos constitutivos y modificar las condiciones
de vida de sus habitantes; que la regularidad de los movimientos
determina el regreso periódico de las mismas causas y
los mismos efectos; que así como la duración de ciertos períodos
es demasiado corta para que los hombres los aprecien, otros ven
pasar generaciones y razas que nada perciben, a las cuales les parece
normal el estado de cosas que observan. Por el contrario, las generaciones
contemporáneas de la transición sufren el contragolpe,
y todo pareciera estar para ellas al margen de las leyes ordinarias.
Esas generaciones ven una causa sobrenatural, maravillosa, milagrosa,
en lo que en realidad no es más que el cumplimiento de las
leyes de la naturaleza.
Si por la concatenación y la solidaridad de las causas y los
efectos, los períodos de renovación moral de la humanidad coinciden –como todo lleva a creerlo– con las revoluciones físicas del
planeta, los referidos períodos pueden estar acompañados o precedidos
por fenómenos naturales, insólitos para quienes no están familiarizados
con ellos, por meteoros que parecen extraños, por un
recrudecimiento y una intensidad fuera de lo común de los flagelos
destructores. Esos flagelos no son la causa ni el presagio de sucesos
sobrenaturales, sino una consecuencia del movimiento general que
se produce tanto en el mundo físico como en el mundo moral.
Al predecir la era de renovación que habría de iniciarse para
la humanidad, y que determinaría el fin del viejo mundo, Jesús
manifestó que vendría acompañada por fenómenos extraordinarios,
temblores de tierra, flagelos diversos, señales en el cielo, que
no son otra cosa que meteoros que no se apartan en absoluto de las
leyes naturales. Con todo, el vulgo ignorante halló en esas palabras
el anuncio de hechos milagrosos. *
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* La terrible epidemia que entre 1866 y 1868 diezmó a la población de la Isla Mauricio, estuvo
precedida por una lluvia tan extraordinaria como abundante de estrellas fugaces, en
noviembre de 1866, que aterrorizó a los habitantes de aquella isla. A partir de entonces, la
enfermedad que reinaba desde algunos meses antes en forma muy benigna, se transformó
en un verdadero flagelo devastador. Aquello bien pudo ser una señal en el cielo, y tal vez en
ese sentido se debería interpretar la frase estrellas que caen del cielo, que figura en el Evangelio,
como una de las señales de los tiempos. (Para mayores datos sobre la epidemia de la Isla
Mauricio, véase la Revista Espírita, julio de 1867 y noviembre de 1868.) (N. de Allan Kardec.)
11. La previsión de los movimientos progresivos de la humanidad
no tiene nada de sorprendente cuando la realizan seres
desmaterializados, que ven el objetivo hacia el cual tienden todas
las cosas, y algunos de los cuales poseen, incluso, el conocimiento
directo del pensamiento de Dios. Por los movimientos
parciales, esos seres vislumbran en qué época se producirá un
movimiento general, del mismo modo que el hombre puede calcular
con anticipación el tiempo que le tomará a un árbol dar
frutos, y como los astrónomos calculan la época de un fenómeno
astronómico mediante el tiempo que emplea un astro para
efectuar su revolución.
12. La humanidad es un ser colectivo en el que se producen
revoluciones morales similares a las de todo ser individual,
con la diferencia de que las unas se cumplen de año en año y las
otras de siglo en siglo. Si se acompañara a la humanidad en sus
evoluciones a través de los tiempos, se vería la vida de las diferentes
razas marcada por períodos que confieren a cada época
una fisonomía especial.
13. Como hemos dicho, la marcha progresiva de la humanidad
se opera de dos maneras: una gradual, lenta, imperceptible –si
se consideran las épocas consecutivas–, que se nota en las sucesivas
mejoras en las costumbres, en las leyes, en los hábitos, mejoras que
sólo se perciben con el transcurso del tiempo, como las transformaciones
que las corrientes de agua ocasionan en la superficie del
globo; la otra, por movimientos relativamente bruscos, rápidos,
semejantes a los de un torrente que, al romper los diques que lo
contenían, traspone en pocos años el terreno que le hubiese tomado
siglos recorrer. Se trata, en ese caso, de un cataclismo moral que
devora en algunos instantes las instituciones del pasado, y al que
sucede un nuevo orden de cosas que se establece poco a poco, a
medida que la calma se restablece y se torna definitiva.
A aquel que viva lo suficiente como para abarcar con la vista
ambas vertientes de la nueva fase, le parecerá que un mundo nuevo
surgió de las ruinas del antiguo. El carácter, las costumbres, los
hábitos, todo ha cambiado. Eso se debe a que, en efecto, han surgido
hombres nuevos o, mejor dicho, regenerados. Las ideas que
la generación extinguida se llevó consigo, cedieron lugar a las ideas
nuevas de la generación naciente.
14. La humanidad, llegada a la adultez, tiene nuevas necesidades,
aspiraciones más amplias y más elevadas; comprende el vacío
con que la acunaron, las deficiencias de sus instituciones para brindarle
felicidad; ya no encuentra, en ese estado de cosas, las satisfacciones
legítimas a que se siente con derecho. Por eso se quita los pañales y se lanza empujada por una fuerza irresistible hacia terrenos
desconocidos, en busca de nuevos horizontes menos limitados.
Actualmente, la humanidad accede a uno de esos períodos
de transformación o, si se prefiere, de crecimiento moral. De la adolescencia
pasa a la edad viril. El pasado ya no satisface sus nuevas
aspiraciones, sus nuevas necesidades. Ya no puede ser gobernada
por los mismos métodos; ya no se deja engañar por las quimeras
ni por los sortilegios. Su razón ha madurado y reclama alimentos
más sustanciales. Ante un presente demasiado efímero, siente que
su destino es más vasto y que la vida corporal es demasiado restringida
para abarcarlo por completo. Por eso, sumerge la mirada tanto
en el pasado como en el porvenir, a fin de descubrir el misterio de
su existencia y adquirir una certeza que le depare consuelo.
¡Y en el preciso momento en que se encuentra excesivamente
oprimida por la esfera material, en que se vuelca a la vida intelectual,
en que brota el sentimiento de espiritualidad, aparecen hombres
que se dicen filósofos con la pretensión de llenar el vacío interior
con las doctrinas del nadaísmo y el materialismo! ¡Singular
aberración! Esos mismos hombres, que pretenden impulsar hacia
adelante a la humanidad, se esfuerzan por ceñirla al estrecho círculo
de la materia, del cual ansía escapar. Le ocultan la perspectiva de
la vida infinita y le dicen, señalándole la tumba: ¡Nec plus ultra!
15. La persona que haya reflexionado acerca del espiritismo
y sus consecuencias, sin circunscribirlo a la producción de algunos
fenómenos, habrá comprendido que esa doctrina abre para
la humanidad un nuevo camino, pues le devela los horizontes del
infinito. Al iniciarla en los misterios del mundo invisible, el espiritismo
le muestra su verdadero rol en la Creación, rol perpetuamente
activo, tanto en el estado espiritual como en el estado corporal. El hombre ya no camina a ciegas: sabe de dónde viene, hacia dónde
va y por qué está en la Tierra. El porvenir se le muestra en su realidad,
exento de los prejuicios de la ignorancia y la superstición. Ya
no se trata de una vaga esperanza, sino de una verdad palpable, tan
cierta para él como la sucesión del día y la noche. Sabe que su ser
no se encuentra limitado a los escasos instantes de una existencia
efímera; sabe que la vida espiritual no se interrumpe con la muerte;
que ya ha vivido, que volverá a vivir, y que nada se pierde de lo que
ha conquistado en perfección mediante el trabajo; encuentra en
las existencias anteriores la causa de lo que es hoy, y reconoce que,
a partir de lo que es hoy, habrá de deducir lo que llegará a ser un día.
16. Con la idea de que la actividad y la cooperación individuales,
en la obra general de la civilización, están limitadas a
la vida presente, que antes no fue nada y que nada será después,
¿qué le interesa al hombre el progreso posterior de la humanidad?
¿Qué le importa que en el futuro los pueblos sean mejor gobernados,
más felices, más ilustrados, más buenos los unos para con
los otros? Visto que de todo eso no extraerá ningún provecho, ¿no
queda invalidado el progreso para él? ¿De qué le vale trabajar para
los que vendrán después de él, si nunca los conocerá, si son seres
nuevos que gradualmente también habrán de regresar a la nada?
Bajo el dominio de la negación del porvenir individual, todo se ve
reducido forzosamente a las mezquinas proporciones del ahora y
de la personalidad.
Por el contrario, ¡qué amplitud le otorga al pensamiento del
hombre la certeza de la perpetuidad de su ser espiritual! ¡Qué puede
ser más racional, más grandioso y más digno del Creador, que esa
ley según la cual la vida espiritual y la vida corporal son apenas dos
aspectos de la existencia, que se alternan a fin de que se lleve a cabo
el progreso! ¡Qué puede ser más justo y consolador, que la idea de
que los mismos seres progresan sin cesar, primero a través de las
generaciones de un mismo mundo; y después, de un mundo a otro hasta la perfección, sin solución de continuidad! En ese caso, todas las
acciones tienen una finalidad, puesto que al trabajar para todos, cada
uno trabaja para sí mismo, y a la recíproca; de ese modo, nunca son
estériles el progreso individual ni el general. Se trata de un progreso
del que sacarán provecho las generaciones y las individualidades futuras,
que no serán otras que las generaciones y las individualidades
pasadas, pero con un grado más elevado de adelanto.
17. La fraternidad debe ser la piedra angular del nuevo orden
social. No obstante, no existe verdadera fraternidad, sólida
y efectiva, si no se apoya en una base inquebrantable. Esa base
es la fe, pero no la fe en tales o cuales dogmas particulares, que
cambian con los tiempos y según los pueblos, y cuyos partidarios
se agreden mutuamente, visto que al anatematizarse unos a otros
fomentan el antagonismo. Se trata, por el contrario, de la fe en los
principios fundamentales que todos pueden aceptar: Dios, el alma,
el porvenir, EL PROGRESO INDIVIDUAL INDEFINIDO, LA
PERPETUIDAD DE LAS RELACIONES ENTRE LOS SERES.
Cuando los hombres estén convencidos de que Dios es el mismo
para todos; de que ese Dios, soberanamente justo y bueno, no
puede querer nada que sea injusto; de que el mal proviene de ellos
y no de Él, entonces todos se considerarán hijos del mismo Padre
y se tenderán las manos unos a otros.
Esa es la fe que concede el espiritismo, y en lo sucesivo será
el eje alrededor del cual se moverá el género humano, sean cuales
fueren los cultos y las creencias individuales.
18. El progreso intelectual llevado a cabo hasta el presente
en las más vastas proporciones, constituye un gran paso, y señala
una primera fase del adelanto de la humanidad; pero por sí solo
no tiene posibilidades de regenerarla. Mientras el hombre esté
dominado por el orgullo y el egoísmo, se servirá de su inteligencia
y de sus conocimientos para satisfacer sus pasiones y sus intereses
personales; por ese motivo, los aplica al perfeccionamiento de los medios que le sirven para perjudicar a sus semejantes, y
para destruirlos.
19. Sólo el progreso moral puede garantizar a los hombres la
felicidad sobre la Tierra, porque pone un freno a las pasiones malas;
solamente él podrá hacer que reinen entre ellos la concordia, la
paz y la fraternidad.
El progreso moral derribará las barreras que separan a los
pueblos, hará que caigan los prejuicios de castas, y acallará los antagonismos
entre las sectas, enseñando a los hombres a considerarse
hermanos que han sido llamados a auxiliarse mutuamente, en
lugar de vivir los unos a costa de los otros.
El progreso moral, secundado por el progreso de la inteligencia,
unirá a los hombres en una misma creencia, fundada en las
verdades eternas, que no admiten controversias y por eso mismo
son aceptadas por todos.
La unidad de creencia será el lazo más fuerte, el fundamento
más firme de la fraternidad universal, quebrantado desde siempre
por los antagonismos religiosos, que dividen a los pueblos y a las
familias, que hacen que los disidentes sean considerados por los
otros como enemigos, a quienes se debe evitar, combatir, exterminar,
en vez de hermanos a quienes se debe amar.
20. Semejante estado de cosas supone un cambio radical en
el sentimiento de las masas, un progreso general que no podía llevarse
a cabo sin que saliera del círculo de las ideas mezquinas y triviales,
que fomentan el egoísmo. En diversas épocas, los hombres
selectos han intentado impulsar a la humanidad en esa dirección,
pero la humanidad, demasiado joven aún, permaneció sorda, y las
enseñanzas que ellos suministraron fueron como la buena simiente
que cayó sobre el pedregullo.
Ahora la humanidad está madura para dirigir su mirada hacia
alturas nunca antes vislumbradas, a fin de nutrirse de ideas más
amplias, y comprender lo que no había entendido antes.
La generación que desaparece, se llevará consigo sus prejuicios
y sus errores; la generación que está surgiendo, bañada
en una fuente más pura, imbuida de ideas más saludables,
imprimirá al mundo un movimiento ascendente, en el sentido
del progreso moral, que caracterizará la nueva fase de desarrollo
de la humanidad.
21. Esa fase ya se revela por signos inequívocos, por tentativas
de reformas útiles, por ideas grandes y generosas, que se concretan
y comienzan a hallar eco. En ese sentido, vemos que se funda
una inmensa cantidad de instituciones protectoras, civilizadoras
y emancipadoras, bajo el influjo y por la iniciativa de hombres,
evidentemente predestinados a la obra de la regeneración; vemos
que las leyes penales se impregnan, día a día, de sentimientos más
humanitarios. Los prejuicios de raza se debilitan, los pueblos comienzan
a considerarse miembros de una gran familia; a través de
la uniformidad, y la facilidad de los medios con que llevan a cabo
sus negocios, suprimen las barreras que los separaban; y en todos
los puntos del mundo se organizan reuniones universales, para realizar
torneos pacíficos de inteligencia.
Sin embargo, a esas reformas les falta una base que les permita
desarrollarse, completarse y consolidarse; les falta una predisposición
moral más generalizada para que prosperen y sean aceptadas
por las masas. Con todo, eso no deja de ser una señal característica
de la época; el preludio de lo que se cumplirá en mayor escala a
medida que el terreno sea más favorable.
22. Una señal no menos característica del período en que ingresamos
es la reacción evidente que se produce en el sentido de las ideas
espiritualistas, y en la repulsión instintiva que se pone de manifiesto
contra las ideas materialistas. El espíritu de incredulidad que se había
apoderado de las masas, fueran estas ignorantes o instruidas, y que
las llevaba a rechazar, junto con la forma, la sustancia misma de toda
creencia, parece que ha sido un sueño, y al despertar sienten la necesidad de respirar un aire más vivificante. Involuntariamente, donde
había un vacío se busca algo, un punto de apoyo, una esperanza.
23. Si suponemos a la mayoría de los hombres imbuida de
esos sentimientos, podremos fácilmente imaginar las modificaciones
que de ahí resultarán para las relaciones sociales: todos tendrán
por divisa la caridad, la fraternidad, la benevolencia para con todos,
la tolerancia para todas las creencias. Esa es la meta hacia la
cual tiende, evidentemente, la humanidad, y ese es el objeto de sus
aspiraciones y deseos, sin que por el momento perciba con claridad
cuáles serán los medios para llevarla a cabo. Ensaya, anda a tientas,
pero la retienen diversas resistencias activas, o la fuerza inercial de
los prejuicios, de las creencias estancadas y refractarias al progreso.
Es necesario vencer esas resistencias, y esa será la obra de la nueva
generación. Quien acompañe el curso actual de los acontecimientos,
reconocerá que todo parece predestinado a abrirle paso. Esa
generación será portadora de una fuerza doble, por la cantidad y
por las ideas, además de la experiencia del pasado.
24. La nueva generación marchará, pues, hacia la realización
de todos los ideales humanitarios, compatibles con el grado
de adelanto al que haya llegado. El espiritismo, al avanzar en
dirección a los mismos objetivos, y al realizar sus propósitos, se
encontrará con ella en el mismo terreno. Los partidarios del progreso
descubrirán en las ideas espíritas un poderoso recurso, y el
espiritismo hallará, en los hombres nuevos, espíritus plenamente
dispuestos a admitirlo. Ante ese estado de cosas, ¿qué podrán hacer
aquellos que pretendan oponérsele?
25. El espiritismo no crea la renovación social, pues la madurez
de la humanidad hace de esa renovación una necesidad. Por
su poder moralizador, por sus tendencias al progreso, por la amplitud
de sus miras, por la generalidad de las cuestiones que abarca, el
espiritismo, más que ninguna otra doctrina, es apto para secundar
al movimiento regenerador. Por eso es contemporáneo de ese movimiento. Surgió en el momento en que podía ser útil, puesto que
también para él los tiempos han llegado. Si hubiese llegado antes,
habría encontrado obstáculos insuperables; habría sucumbido inevitablemente,
porque los hombres, satisfechos con lo que tenían,
aún no sentirían la carencia de lo que él les trae. Hoy, nacido con
las ideas que fermentan, encuentra el terreno preparado para recibirlo.
Los Espíritus, hastiados de la duda y la incertidumbre, y
horrorizados por el vacío que se abre ante ellos, lo reciben como un
áncora de salvación, y supremo consuelo.
26. Por cierto, el número de los retardadores es grande aún;
pero ¿qué pueden hacer contra la marea que asciende, aparte de
arrojarle piedras? Esa marea es la generación que surge, mientras
ellos desaparecen junto con la generación que se marcha a grandes
pasos cada día. Hasta entonces, sin embargo, defenderán el terreno
palmo a palmo. Hay, pues, una lucha inevitable pero desigual,
porque se trata de la lucha entre el pasado decrépito, que caduca
cubierto de harapos, y el futuro joven. Es la lucha del estancamiento
contra el progreso; de la criatura humana contra la voluntad de
Dios, pues los tiempos que Él ha señalado ya llegaron.
La nueva generación
27. Para que los hombres sean felices en la Tierra, es preciso
que ella esté poblada por Espíritus buenos, tanto encarnados como
desencarnados, que sólo quieran el bien. Dado que esos tiempos
han llegado, en la actualidad se lleva a cabo una gran emigración
entre sus habitantes. Quienes hacen el mal por el mal mismo, y
que no han sido tocados por el sentimiento del bien, no son dignos
de la Tierra transformada, de modo que serán excluidos de ella,
pues si así no fuese volverían a causar perturbación y desconcierto,
y constituirían un obstáculo para el progreso. Algunos irán a expiar
su obstinación en mundos inferiores, otros en las razas terrestres más atrasadas, equivalentes a las de los mundos inferiores, a donde
llevarán los conocimientos que han adquirido, con la misión de
contribuir al progreso. Los reemplazarán Espíritus mejores, que
harán reinar entre ellos la justicia, la paz y la fraternidad.
Según afirman los Espíritus, la Tierra no será transformada
por un cataclismo que aniquile súbitamente a una generación. La
generación actual desaparecerá gradualmente, y la nueva la sucederá
del mismo modo, sin que haya ninguna modificación en el
orden natural de las cosas.
Todo, pues, sucederá exteriormente como de costumbre,
pero con esta única y primordial diferencia: una parte de los Espí-
ritus que encarnaban en la Tierra ya no volverán a encarnar en ella.
En cada niño que nazca, en vez de un Espíritu atrasado e inclinado
al mal, que antes habría encarnado en este planeta, vendrá un Espíritu
más adelantado y propenso al bien.
No se trata, pues, de una nueva generación corporal, sino
de una nueva generación de Espíritus. No cabe duda de que Jesús
entendía las cosas en ese sentido cuando manifestaba: “En verdad
os digo, que esta generación no pasará sin que estos hechos hayan
ocurrido”. Por consiguiente, aquellos que esperan ver que la transformación
se produzca a través de efectos sobrenaturales y maravillosos,
quedarán decepcionados.
28. La época actual es de transición: los elementos de las dos
generaciones se confunden. Ubicados en un punto intermedio,
asistimos a la partida de una y a la llegada de la otra, mientras cada
una muestra en el mundo sus características peculiares.
Las dos generaciones que se suceden tienen ideas y puntos
de vista opuestos. Por la naturaleza de las disposiciones morales,
pero sobre todo por las disposiciones intuitivas e innatas, resulta
fácil determinar a cuál de las dos pertenece cada individuo.
Dado que la nueva generación habrá de fundar la era del
progreso moral, se distingue por una comprensión y una inteligencia, que generalmente son precoces, sumadas al sentimiento innato
del bien y a las creencias espiritualistas, lo que constituye una señal
indudable de cierto grado de progreso anterior. Dicha generación
no se compondrá tan sólo de Espíritus eminentemente superiores,
sino también de los que, como ya tienen un cierto grado de progreso,
se encuentran predispuestos a asimilar todas las ideas progresivas,
y son aptos para secundar el movimiento de regeneración.
Por el contrario, lo que distingue a los Espíritus atrasados
es, en primer lugar, su rebeldía contra Dios, pues se niegan a
reconocer un poder superior al de la humanidad; también los
distingue su propensión instintiva a las pasiones degradantes, a
los sentimientos antifraternos, como el egoísmo, el orgullo, la
envidia y los celos, además de su apego a todo lo material: la
sensualidad, la ambición y la avaricia.
Esos son los vicios de los que la Tierra debe ser expurgada,
mediante el alejamiento de quienes se obstinan en no enmendarse,
porque son incompatibles con el reino de la fraternidad, y porque
el contacto con ellos siempre habrá de constituir un sufrimiento
para los hombres de bien. Cuando la Tierra se encuentre liberada
de ellos, los hombres avanzarán sin obstáculos hacia el porvenir
venturoso que les está reservado, incluso en este mundo, como
recompensa a sus esfuerzos y a su perseverancia, mientras aguardan
que una depuración aún más completa les franquee el acceso a los
mundos superiores.
29. No se debe entender que por medio de esa emigración
de Espíritus serán expulsados de la Tierra, y relegados a mundos
inferiores todos los Espíritus que pongan trabas al progreso. Por
el contrario, muchos habrán de volver, pues se quedaron retrasados
debido a que se dejaron llevar por las circunstancias y el mal
ejemplo. En ellos, es peor la apariencia que la esencia. Una vez
libres de la influencia de la materia y de los prejuicios del mundo
corporal, la mayor parte de esos Espíritus verán las cosas de manera por completo diferente a como la veían cuando estaban
vivos, de conformidad con los numerosos ejemplos que conocemos.
En ese sentido, reciben el auxilio de Espíritus benévolos que
se interesan por ellos, y se apresuran a ilustrarlos y a mostrarles el
camino equivocado que han elegido. Nosotros mismos, a través
de nuestras plegarias y exhortaciones, podemos contribuir a su
mejoramiento, dado que existe una solidaridad permanente entre
los muertos y los vivos.
La manera por medio de la cual se opera la transformación
es muy simple y, como se ve, su carácter es por completo moral,
sin que se aparte en lo más mínimo de las leyes de la naturaleza.
30. Ya sea que los Espíritus de la nueva generación sean Espíritus
mejores, que llegan por primera vez, o Espíritus que ya
estuvieron en la Tierra, y que han mejorado, el resultado es el mismo.
Dado que son portadores de mejores disposiciones, siempre
existe una renovación. Por consiguiente, los Espíritus encarnados
forman dos categorías, según sus disposiciones naturales: por un
lado los Espíritus que ponen trabas al progreso, que parten; por el
otro los partidarios del progreso, que llegan. Así pues, el estado de
las costumbres y de la sociedad, ya sea en el seno de un pueblo, de
una raza o en el mundo entero, dependerá de la categoría de Espí-
ritus que prevalezca sobre la otra.
31. Una comparación vulgar permitirá que se comprenda
todavía mejor lo que ocurre en esa circunstancia. Supongamos un
regimiento compuesto en su mayoría por hombres turbulentos e
indisciplinados, los cuales ocasionarán constantes desórdenes, que
la severidad de la ley penal muchas veces tendrá dificultad para reprimir.
Esos hombres son los más poderosos, porque son mayoría.
Se amparan, se dan ánimo y se estimulan mediante el ejemplo. En
cambio, los que son buenos carecen de influencia; sus consejos son
despreciados; sufren con la compañía de los otros, que los ridiculizan
y maltratan. ¿No es esa una imagen de la sociedad actual?
Supongamos que esos hombres sean retirados del regimiento
de a uno, de a diez, de a cientos, y que se los sustituya gradualmente
por una cantidad similar de soldados buenos, incluso por algunos
de los que, después de que fueron expulsados, se enmendaron.
Al cabo de un cierto tiempo, el regimiento seguirá existiendo, pero
se habrá transformado. El orden basado en el bien ha reemplazado
al desorden. Así será también con la humanidad regenerada.
32. Las grandes emigraciones colectivas no tienen como único
objetivo activar los traslados; también transforman, con mayor
rapidez, el espíritu de las masas, liberándolas de las malas influencias,
y conceden más ascendiente a las ideas nuevas.
En virtud de que muchos están maduros para esa transformación,
a pesar de todas sus imperfecciones, parten a fortalecerse
en una fuente más pura. Si permanecieran en el mismo medio, y
bajo las mismas influencias, persistirían en sus opiniones y en su
forma de apreciar las cosas. Una estada en el mundo de los Espíritus
basta para abrirles los ojos, porque allí ven lo que no podían ver
en la Tierra. El incrédulo, el fanático y el autoritario podrán, por
consiguiente, volver con ideas innatas de fe, tolerancia y libertad.
A su regreso encontrarán que las cosas han cambiado, y experimentarán
la influencia del nuevo medio en que han nacido. En vez
de oponerse a las nuevas ideas, serán sus promotores.
33. La regeneración de la humanidad, por consiguiente, no
requiere en absoluto la renovación integral de los Espíritus: basta
con una modificación en sus disposiciones morales. Esa modificación
se verifica en todos aquellos que están predispuestos, toda vez
que sean sustraídos de la influencia perniciosa del mundo. Por lo
tanto, no siempre son otros los Espíritus que regresan; a menudo
son los mismos Espíritus, pero que piensan y sienten de otra manera.
Cuando ese mejoramiento es aislado e individual, pasa
desapercibido, y no ejerce ninguna influencia ostensible para
el mundo. Pero el efecto es completamente diferente cuando el mejoramiento se produce simultáneamente sobre grandes
masas, porque entonces, de acuerdo con las proporciones que
adopte en una generación, puede modificar profundamente las
ideas de un pueblo o de una raza.
Eso es lo que se nota casi siempre, después de las grandes
conmociones que diezman a los pueblos. Los flagelos destructores
sólo destruyen los cuerpos, pero no alcanzan al Espíritu; activan
el movimiento de ingreso y salida entre el mundo corporal y el
mundo espiritual y, por consiguiente, el movimiento progresivo
de los Espíritus encarnados y desencarnados. Hay que hacer notar
que, en todas las épocas de la Historia, a las grandes crisis sociales
les siguió una etapa de progreso.
34. En la actualidad, se produce uno de esos movimientos
generales, destinados a promover una reorganización de la humanidad.
La multiplicidad de las causas de destrucción constituye
una señal característica de los tiempos, pues apresura la eclosión
de los nuevos gérmenes. Son como las hojas que caen en el otoño,
reemplazadas por otras hojas plenas de vida, puesto que la humanidad
tiene sus estaciones, al igual que los individuos tienen sus diversas
edades. Las hojas muertas de la humanidad caen impulsadas
por las ráfagas violentas y por las sacudidas del viento, pero con el
fin de que renazcan más vigorosas, por obra del mismo aliento de
vida, que no se extingue, sino que se purifica.
35. Para el materialista, los flagelos destructores son calamidades
sin compensación, sin resultados útiles, puesto que, según
su opinión, esos flagelos aniquilan a los seres definitivamente. En
cambio, para aquel que sabe que la muerte sólo destruye la envoltura,
esos flagelos no tienen las mismas consecuencias, ni le causan
el mínimo temor; comprende su objetivo, y sabe también que los
hombres no pierden más por el hecho de que mueran en masa que
por morir aislados, pues de una manera o de otra todos habrán de
llegar a lo mismo.
Los incrédulos se burlarán de estas cosas, y las calificarán de
quimeras. No obstante, digan lo que digan, no escaparán a la ley
general; en su momento caerán, como los demás, y entonces, ¿qué
les sucederá? Ellos dicen: ¡nada! Pero vivirán, a pesar de sí mismos,
y un día se verán obligados a abrir los ojos.