Los cometas
28. Astros errantes, en mayor medida aún que los planetas que han conservado su
denominación etimológica, los cometas serían los guías que nos ayudan a atravesar los límites del
sistema solar para conducirnos a las lejanas regiones de la extensión sideral.
Pero antes de explotar los dominios celestes con la ayuda de estos viajeros universales, sería
mejor conocer, en la medida de nuestras posibilidades, su naturaleza y su papel en la organización
planetaria.
29. Hubo quienes pensaron que esos astros de larga cabellera son mundos nacientes que
elaboran, en medio de su caos primitivo, las condiciones de vida y existencia que son patrimonio de
los planetas habitados. Otros creyeron ver en estos cuerpos extraordinarios mundos próximos a su
destrucción. Su apariencia singular fue para muchos motivos de equivocadas apreciaciones sobre su
naturaleza, razón por la cual hasta la época de la astrología judiciaria se suponía que presagiaban
desgracias, enviadas por decreto providencial, a la Tierra sorprendida y temerosa.
30. La ley de variedad que impera en tal amplia escala en la Naturaleza nos lleva a
preguntarnos cómo los naturalistas, astrónomos y filósofos erigieron tantos sistemas con el fin de
encontrar semejanzas entre los cometas y los demás astros planetarios y no vieron en ellos más que
astros con un grado mayor o menor de desarrollo o caducidad. Sin embargo, los cuadros de la
Naturaleza deberían bastar al observador para que deje de buscar parecidos inexistentes y reconozca a los cometas su modesto pero útil papel de astros errantes, cuyo oficio es el de exploradores de los
imperios solares. Estos cuerpos celestes se diferencian de los cuerpos planetario porque no sirven de
morada a seres humanos. Viajan, de sol a sol, enriqueciéndose a veces en su ruta con fragmentos
planetarios reducidos al estado de vapor, y sacando de ellos los principios vivificantes y
renovadores que verterán sobre los mundos terrestres (cap. IX:12).
31. Si cuando uno de esos astros se aproxima a nuestro mundo para atravesar la órbita y
volver a su apogeo, situado a una distancia inconmensurable del Sol, lo siguiésemos con el
pensamiento, para visitar con él las comarcas siderales, atravesaríamos la prodigiosa extensión de
materia etérea que separa al Sol de las estrellas más próximas y observaríamos los movimientos
combinados de este astro que se creería perdido en el desierto del infinito, encontrando otra prueba
más de la universalidad de las leyes de la Naturaleza, las cuales se ejercen a distancias que la
imaginación más audaz es incapaz de concebir.
Allí la forma elíptica se convierte en parabólica y aminora la marcha, al punto de recorrer
sólo algunos metros en el mismo tiempo que en su perigeo recorría muchos millares de kilómetros.
Tal vez un sol más poderoso y más importante que el que acaba de dejar, dueño de una atracción
mayor, lo acogerá como a uno de sus propios súbditos, y es entonces cuando las sorprendidas
criaturas de vuestra pequeña Tierra esperarán en vano su regreso, el que había sido pronosticado
valiéndose de observaciones incompletas. En ese caso, nosotros, que hemos seguido con el
pensamiento al cometa errante en su viaje por regiones desconocidas, tal vez encontremos un
mundo invisible a las miradas terrestres, inimaginable para los espíritus que habitan la Tierra,
inconcebibles aún para sus pensamientos, puesto que será el escenario de maravillas inexploradas.
Hemos llegado al mundo estelar, a ese mundo deslumbrante de grandes soles que
resplandecen en el espacio infinito y que son las brillantes flores que componen el jardín magnífico
de la Creación. Sólo cuando hayamos llegado a ese sitio sabremos el lugar que ocupa la Tierra.