EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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36. Es de destacarse que las apariciones tangibles sólo tienen la apariencia de la materia carnal, pero no sus cualidades. Debido a la naturaleza fluídica que las caracteriza, no pueden tener la misma cohesión de la materia, porque en realidad no poseen carne. Se forman instantáneamente y desaparecen del mismo modo, o se evaporan por la desagregación de las moléculas fluídicas. Los seres que se presentan en esas condiciones no nacen ni mueren, contrariamente a lo que sucede con los demás hombres. Se los ve y dejan de ser vistos sin que se sepa de dónde vienen, cómo vinieron, ni hacia dónde van. Nadie podría matarlos, ni apresarlos, ni encarcelarlos, puesto que no tienen un cuerpo carnal. Los golpes que acaso se les lanzaran, caerían en el vacío.


Ese es el carácter de los agéneres, con los cuales se puede conversar sin que se sospeche acerca de lo que son. Con todo, no permanecen largo tiempo entre los hombres ni pueden ser comensales frecuentes de una casa, ni figurar entre los miembros de una familia.


Además, los agéneres muestran siempre en su persona, en sus actitudes, algo de extraño e insólito que sugiere al mismo tiempo la materialidad y la espiritualidad; en ellos, la mirada es vaporosa y penetrante a la vez, y carece de la nitidez propia de la mirada a través de los ojos de la carne; su lenguaje, conciso y por lo general sentencioso, nada tiene del brillo y la volubilidad del lenguaje humano; su aproximación produce una sensación particular e indefinible de sorpresa, que inspira una especie de temor, y quien se pone en contacto con ellos, aunque los tome por individuos iguales a los demás, es inducido a pensar involuntariamente: Este es un ser extraño. *




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* Véanse ejemplos de apariciones vaporosas o tangibles y de agéneres en Revista Espírita, enero y octubre de 1858; enero, febrero, marzo, agosto y noviembre de 1859; abril y mayo de 1860; julio de 1861; abril de 1866; “El labrador Thomas Martin y Luis XVIII”, detalles completos, diciembre de 1866. (N. de Allan Kardec.)