EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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31. “Cuando Él llegó al lugar donde estaban los otros discí- pulos, vio una gran multitud de personas que los rodeaba, y muchos escribas que discutían con ellos. Todo el pueblo, al verlo, se llenó de asombro y temor, y corrieron a saludarlo.


”Entonces Él dijo: ‘¿Acerca de qué discutís con ellos?’ Un hombre de entre el pueblo, tomó la palabra y dijo: ‘Maestro, te traje a mi hijo, que está poseído por un Espíritu mudo; en cada lugar donde se apodera de él, lo echa por tierra, y el niño echa espuma, rechina los dientes y se vuelve todo rígido. Pedí a tus discípulos que lo expulsasen, pero no pudieron’.


”Jesús les respondió: ‘¡Oh, gente incrédula! ¿Hasta cuándo habré de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os soportaré? Traédmelo’. Y se lo trajeron. Todavía no había él puesto los ojos en Jesús, que el Espíritu comenzó a agitarlo con violencia; y él cayó al suelo y se puso a rodar soltando espuma.


”Jesús le preguntó al padre del niño: ‘¿Desde cuándo le sucede esto?’ Respondió el padre: ‘Desde pequeño. Y el Espíritu lo ha lanzado muchas veces, ya al agua, ya al fuego, para hacer que perezca; pero si pudieras hacer alguna cosa, ten compasión de nosotros y ayúdanos’.


”Le respondió Jesús: ‘Si pudieras creer, todo es posible para quien cree’. Al instante exclamó el padre del niño, bañado en lágrimas: ‘¡Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad!’.


”Jesús, al ver que el pueblo acudía en multitud, increpó al Espíritu impuro, diciéndole: ‘Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de ese niño y no entres más en él’. Entonces el Espíritu salió soltando un fuerte grito y sacudiendo al niño con violentas convulsiones, y quedó el niño como muerto, de modo que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, lo sostuvo y él se levantó.


”Cuando Jesús entró en la casa, sus discípulos le preguntaron en privado: ‘¿Por qué no pudimos nosotros expulsar ese demonio?’ Él respondió: ‘Esta clase de demonios no pueden ser expulsados sino mediante plegaria y ayuno’.” (San Marcos, 9:14 a 29.)