EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Los seis días

1. CAPÍTULO 1:1. En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra. – 2. La tierra era uniforme y estaba completamente vacía; las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. – 3. Dijo Dios: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. – 4. Dios vio que la luz estaba bien, y separó la luz de las tinieblas. – 5. Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche, y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día.


6. Dijo Dios también: “Hágase el firmamento en medio de las aguas y que él separe las aguas de las aguas”. – 7. Y Dios hizo el firmamento; y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento. Y así se hizo. – 8. Y Dios dio al firmamento el nombre de cielo; y de la tarde y de la mañana se hizo el segundo día.


9. Dijo Dios además: “Reúnanse en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y aparezca el elemento árido”. Y así se hizo. – 10. Dios dio al elemento árido el nombre de tierra, y llamó mar a todas las aguas reunidas. Y vio que eso estaba bien. – 11. Dijo Dios también: “Produzca la tierra la hierba verde que dé semilla, y árboles frutales que den fruto, cada uno de su especie, y que contengan en sí mismas sus semillas, para que se reproduzcan en la tierra”. Y así se hizo. – 12. La tierra entonces produjo la hierba verde que era portadora de la semilla, según su especie, y árboles frutales que contenían en sí mismos sus semillas, según su especie. Y Dios vio que eso era bueno. – 13. Y de la tarde y de la mañana se hizo el tercer día.


14. Dijo Dios también: “Háganse cuerpos de luz en el firmamento del cielo, a fin de que se separen el día de la noche, y sirvan de señales para marcar el tiempo y las estaciones, los días y los años. – 15. Brillen ellos en el firmamento del cielo e iluminen la Tierra”. Y así se hizo. – 16. Entonces Dios hizo dos grandes cuerpos luminosos, uno mayor para presidir el día, y otro menor para presidir la noche; hizo también las estrellas. – 17. Y los puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la tierra. – 18. Para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que era bueno. 19. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día.


20. Dijo Dios además: “Produzcan las aguas animales vivos que naden en las aguas, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo”. – 21. Entonces Dios creó los grandes peces y todos los animales que tienen vida y movimiento, que las aguas han producido, cada uno de una especie, y creó también todas las aves, cada una de su especie. Y vio que era bueno. – 22. Y los bendijo, diciendo: “Creced y multiplicaos, y llenad las aguas del mar; y que los pájaros se multipliquen sobre la tierra”. – 23. Y de la tarde y de la mañana se hizo el quinto día.


24. Dijo Dios también: “Produzca la Tierra animales vivos, cada uno de su especie, los animales domésticos y las bestias salvajes de la tierra, según sus diferentes especies”. Y así se hizo. – 25. Dios hizo, pues, las bestias salvajes de la tierra según sus especies, los animales domésticos y todos los reptiles, cada uno de su especie. Y Dios vio que era bueno.


26. Dijo luego: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que él mande sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias, sobre toda la tierra y sobre todos los reptiles que se mueven en la tierra”. – 27. Dios entonces creó al hombre a su imagen, y lo creó a imagen de Dios, macho y hembra los creó. – 28. Dios los bendijo y les dijo: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; mandad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven en la tierra”. – 29. Dijo Dios además: “Os he dado todas las hierbas que traen su semilla a la tierra, y todos los árboles que encierran en sí mismos sus semillas, cada uno de una especie, a fin de que os sirvan de alimento. – 30. Y os di a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve en la tierra y que está vivo y animado, a fin de que tengan con qué alimentarse”. Y así se hizo. – 31. Dios vio todas las cosas que había hecho, y eran todas muy buenas. – 32. Y de la tarde y de la mañana se hizo el sexto día.


CAPÍTULO 2:1. El cielo y la tierra quedaron, pues, acabados de ese modo con todos sus ornamentos. – 2. Dios terminó en el séptimo día toda la obra que hizo, y reposó en ese séptimo día, luego de haber acabado todas sus obras. – 3. Bendijo el séptimo día y lo santificó, porque había cesado en ese día de producir todas las obras que había creado.


4. Ese fue el origen del cielo y de la tierra, y así fueron creados el día que el Señor hizo uno y otro. – 5. Y que creó todas las plantas de los campos antes de que hubiesen salido de la tierra, y todas las hierbas de las planicies antes de que hubiesen germinado. Porque el Señor Dios aún no había hecho que lloviese sobre la tierra, y no había hombre para labrarla. – 6. Pero de la tierra se elevaba una fuente que regaba toda su superficie.


7. El Señor Dios formó, pues, al hombre del lodo de la tierra, y le esparció sobre el rostro un soplo de vida, y el hombre se volvió viviente y animado.



2. Después de las explicaciones contenidas en los capítulos precedentes sobre el origen y la constitución del universo, de acuerdo con los datos suministrados por la ciencia, en cuanto a la parte material, y por el espiritismo, en cuanto a la parte espiritual, es conveniente confrontar todo eso con el texto del Génesis de Moisés, a fin de que cada uno pueda establecer comparaciones y juzgar con conocimiento de causa. Serán suficientes algunas explicaciones complementarias para hacer comprensibles las partes que necesitan esclarecimientos especiales.


3. En lo que respecta a algunos puntos, sin duda existe una notable concordancia entre el Génesis de Moisés y la doctrina científica; pero sería un error suponer que basta con que se sustituyan los seis días de veinticuatro horas de la creación bíblica por seis períodos indeterminados, para que esté completa la analogía. Otro error no menos importante sería que se creyera que, salvo el sentido alegórico de ciertas palabras, el Génesis y la ciencia marchan a la par y no son más que una paráfrasis uno de la otra.


4. En primer lugar observemos, según hemos visto (Capítulo VII, § 14), que el número de seis períodos geológicos es arbitrario, visto que se elevan a más de veinticinco las formaciones perfectamente caracterizadas. Ese número apenas determina las grandes fases generales, y sólo fue adoptado al comienzo para ordenar las cosas tanto como se pudiera de acuerdo con el texto bíblico, en una época –que por otra parte no está muy lejana– en la que se consideraba que la ciencia debía ser controlada por la Biblia. A eso se debió que los autores de la mayor parte de las teorías cosmogó- nicas, con el propósito de facilitar su aceptación, se esforzaron por conservar la concordancia con el texto sagrado. Tan pronto como la ciencia se apoyó en el método experimental, se sintió fortalecida y se emancipó. Hoy es ella la que controla a la Biblia.


Por otro lado, la geología, que toma como único punto de partida la formación de los terrenos graníticos, no incluye en el cómputo de los períodos el estado primitivo de la Tierra. Tampoco se ocupa del Sol, de la Luna y las estrellas, ni del conjunto del universo, que pertenecen a la astronomía. Por consiguiente, para encuadrar todo en el Génesis, corresponde que se agregue un primer período que abarque ese orden de fenómenos, el cual se podría denominar período astronómico.


Además, no todos los geólogos consideran el período diluviano como un período aparte, sino como un acontecimiento transitorio, pasajero, que no varió en forma considerable el estado climático del globo, como tampoco marcó una nueva fase para las especies vegetales y animales, ya que, salvo pocas excepciones, se encuentran las mismas especies antes y después del diluvio. Por lo tanto, podemos abstenernos de considerar ese período, sin que por eso nos apartemos de la verdad.


5. El siguiente cuadro comparativo, en el que se encuentran resumidos los fenómenos que caracterizan cada uno de los seis períodos, permite abarcar el conjunto y considerar las relaciones y las diferencias que existen entre los referidos períodos y la génesis bíblica:





CIENCIA
GÉNESIS
I. PERÍODO ASTRONÓMICO. Aglomeración de la materia cósmica universal en un punto del espacio, en una nebulosa que dio origen, por la condensación de la materia en diversos puntos, a las estrellas, al Sol, a la Tierra, a la Luna y a todos los planetas. Estado primitivo fluídico e incandescente de la Tierra. – Atmósfera inmensa cargada de toda el agua en forma de vapor, y de todas las materias volatilizables.
PRIMER DÍA. El Cielo y la Tierra. – La luz.
II. PERÍODO PRIMARIO. Endurecimiento de la superficie de la Tierra por el enfriamiento; formación de las capas graníticas. – Atmósfera espesa y ardiente, impenetrable a los rayos solares. – Precipitación gradual del agua y de las materias sólidas volatilizadas en el aire. – Ausencia absoluta de vida orgánica.
SEGUNDO DÍA. El firmamento. – Separación de las aguas que están por encima del firmamento de las que están por debajo de él.
III. PERÍODO DE TRANSICIÓN. Las aguas cubren toda la superficie del globo. Primeros depósitos de sedimentos formados por las aguas. – Calor húmedo. – El Sol comienza a atravesar la atmósfera brumosa. – Primeros seres organizados de la más rudimentaria constitución. – Líquenes, musgos, helechos, licopodios, plantas herbáceas. Vegetación colosal. – Primeros animales marinos: zoófitos, poliperos, crustáceos. – Depó- sitos de hulla.
TERCER DÍA. Las aguas que están debajo del firmamento se reúnen; aparece el elemento árido. – La tierra y los mares. – Las plantas.

IV. PERÍODO SECUNDARIO. Superficie de la Tierra poco accidentada; aguas poco profundas y pantanosas. Temperatura menos cálida; atmósfera más purificada. Considerables depósitos de calcáreos por las aguas. – Vegetación menos colosal; nuevas especies; plantas leñosas; primeros árboles. – Peces; cetáceos; moluscos, grandes reptiles acuáticos y anfibios.
CUARTO DÍA. El Sol, la Luna y las estrellas.
V. PERÍODO TERCIARIO. Grandes levantamientos de la corteza sólida; formación de los continentes. Retiro de las aguas hacia los lugares bajos; formación de los mares. Atmósfera purificada; temperatura actual producida por el calor solar. Animales terrestres gigantescos. Vegetales y animales de la actualidad. Aves.
DILUVIO UNIVERSAL.
QUINTO DÍA. Los peces y los pájaros.
VI. PERÍODO CUATERNARIO O POSDILUVIANO. Terrenos aluviales. Animales terrestres. Vegetales y animales de la actualidad. – El hombre
SEXTO DÍA. Los animales terrestres. – El hombre


6. El primer aspecto sobresaliente de este cuadro comparativo es que la obra de cada uno de los seis días no se corresponde de manera rigurosa, como muchos suponen, con cada uno de los seis períodos geológicos. La concordancia más notable es la de la sucesión de los seres orgánicos, que es casi la misma, así como la de la aparición del hombre en último término. Ese es un hecho importante.


Hay también coincidencia, no en cuanto al orden numérico de los períodos, sino en cuanto al hecho citado en el pasaje en que se lee que, al tercer día, “las aguas que están debajo del cielo se reunieron en un solo lugar y apareció el elemento árido”. Es la expresión de lo que ocurrió en el período terciario, cuando los levantamientos de la corteza sólida dejaron al descubierto los continentes y expulsaron las aguas que formaron los mares. Sólo entonces aparecieron los animales terrestres, según la geología y según Moisés.


7. Cuando Moisés dice que la Creación fue realizada en seis días, ¿habrá querido aludir a días de veinticuatro horas, o habrá empleado esa palabra en el sentido de período, de duración? La primera hipótesis es la más probable, si nos atenemos al texto mismo; en primer término, porque ese es el sentido preciso de la palabra hebrea iom, traducida por día; a continuación, la referencia a la tarde y a la mañana, como limitaciones de cada uno de los seis días, da lugar a que se suponga que Moisés ha querido referirse a días comunes. No se puede concebir ninguna duda al respecto, cuando consta, en el versículo 5: “Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche; y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día”. Esto, evidentemente, sólo se puede aplicar al día de veinticuatro horas, constituido por períodos de luz y de tinieblas. El sentido resulta aún más preciso cuando dice, en el versículo 17, al hablar del Sol, de la Luna y de las estrellas: “Las puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la Tierra; para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día”.


Por otra parte, en la Creación todo era milagroso y, desde que se toma la senda de los milagros, se puede perfectamente creer que la Tierra fue hecha en seis veces veinticuatro horas, sobre todo cuando se ignoran las leyes naturales elementales. Todos los pueblos civilizados compartieron esa creencia, hasta el momento en que la geología proporcionó las pruebas que demostraban su imposibilidad.


8. Uno de los puntos más criticados del Génesis es el de la creación del Sol después de la luz. Trataron de explicarlo con el auxilio de los datos proporcionados por la geología, alegando que en los primeros tiempos de su formación, como se hallaba cargada de vapores densos y opacos, la atmósfera terrestre no permitía la visión del Sol, que por ese motivo no existía para la Tierra. Esta explicación podría llegar a ser admisible si en esa época ya hubiese habido habitantes que verificaran la presencia o la ausencia del Sol. Ahora bien, según el propio Moisés, en esa época no había más que plantas que, pese a todo, no habrían podido crecer y multiplicarse sin la acción del calor solar.



Existe, pues, un evidente anacronismo en el orden que estableció Moisés para la creación del Sol. Sin embargo, involuntariamente o no, él no cometió un error al decir que la luz precedió al Sol.


El Sol no es el principio de la luz universal, sino una concentración del elemento luminoso en un punto o, dicho de otro modo, del fluido que en determinadas circunstancias adquiere propiedades luminosas. Ese fluido, que es la causa, debió forzosamente preceder al Sol, que es sólo un efecto. El Sol es causa en relación con la luz que irradia, pero es efecto en relación con la luz que recibió.


En una habitación a oscuras, una vela encendida es un pequeño sol. ¿Qué es lo que se hizo para encender la vela? Se desarrolló la propiedad lumínica del fluido luminoso, y se concentró ese fluido en un punto. La vela es la causa de la luz que se difunde en la habitación; pero si el principio luminoso no hubiera existido antes de la vela, esta no habría podido ser encendida.


Lo mismo ocurre con el Sol. El error proviene de la falsa idea, alimentada durante largo tiempo, de que el universo entero comenzó con la Tierra y, por consiguiente, no se comprende que el Sol pudiera haber sido creado después de la luz. Sabemos actualmente que antes de que nuestro Sol y nuestra Tierra fuesen creados, ya existían millones de soles y de tierras que, por lo tanto, gozaban de la luz. En principio, entonces, la aseveración de Moisés es absolutamente exacta; es falsa cuando lleva a creer que la Tierra fue creada antes que el Sol. Al estar sujeta al Sol por su movimiento de traslación, la Tierra debió de ser creada después de este. Eso es lo que Moisés no podía saber, ya que ignoraba la ley de gravitación.


Esa misma idea se encuentra en la génesis según los antiguos persas. En el primer capítulo del Vendidad, al describir el origen del mundo, expresa Ormuz: “He creado la luz que fue a iluminar al Sol, la Luna y las estrellas”. (Diccionario de mitología universal). La forma aquí es, sin duda, más clara y más científica que en el Génesis de Moisés, y no requiere comentarios.



9. Evidentemente, Moisés compartía las creencias más primitivas sobre la cosmogonía. Como los hombres de su época, creía en la solidez de la bóveda celeste, así como en los reservorios superiores de las aguas. Esa idea está expresada sin alegorías ni ambigüedades en el siguiente pasaje (versículo 6 y siguientes): “Dijo Dios: Hágase el firmamento en medio de las aguas, y que él separe las aguas de las aguas. Dios hizo el firmamento, y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento”. (Véase el Capítulo V, “Antiguos y modernos sistemas del mundo”, §§ 3, 4 y 5.)


Según una antigua creencia, el agua era considerada como el principio, el elemento generador primitivo, de modo que Moisés no habla de la creación de las aguas, que aparentemente ya existían. “Las tinieblas cubrían el abismo”, es decir, la profundidad del espacio, a la cual la imaginación se representaba, de modo vago, ocupada por las aguas y en medio de tinieblas, antes de la creación de la luz. Por esa razón Moisés expresa: “El Espíritu de Dios era llevado (o se cernía) sobre las aguas”. Dado que se consideraba a la Tierra como formada en medio de las aguas, era necesario aislarla. Se supuso entonces que Dios había hecho el firmamento –una bóveda sólida– para separar las aguas de arriba de las que estaban en la Tierra.


A fin de que comprendamos ciertas partes del Génesis, es indispensable que nos coloquemos en el punto de vista de las ideas cosmogónicas de la época que este refleja.


10. A partir de los progresos de la física y la astronomía, una doctrina como esa es insostenible. * No obstante, Moisés atribuye esas palabras al propio Dios. Ahora bien, ya que estas expresan un hecho notoriamente falso, tenemos dos opciones: o Dios se equivocó en el relato que hizo de su obra, o ese relato no es una revelación divina. Como la primera suposición no es admisible, se debe concluir que Moisés se limitó a expresar sus propias ideas. (Véase el Capítulo I, § 3.)





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* Por más grosero que sea el error de esa creencia, todavía despierta el entusiasmo de los ni- ños de nuestro tiempo, como si se tratase de una verdad sagrada. Tiemblan los educadores cuando osan aventurarse a una tímida interpretación. ¿Cómo habríamos de pretender que eso no fuera más tarde a generar incrédulos? (N. de Allan Kardec.)




11. Moisés se aproxima un poco más a la verdad cuando dice que Dios hizo al hombre con el lodo de la tierra. * De hecho, la ciencia demuestra (Véase el Capítulo X) que el cuerpo del hombre está compuesto por elementos tomados de la materia inorgánica o, dicho de otra manera, del lodo de la tierra.


La mujer formada de una costilla de Adán es una alegoría, aparentemente pueril si se la toma al pie de la letra, aunque profunda en cuanto al sentido. Tiene por finalidad mostrar que la mujer es de la misma naturaleza que el hombre y, por consiguiente, es igual a este ante Dios, y no una criatura aparte, hecha para ser sojuzgada y tratada como un ilota. Al considerarla salida de la propia carne del hombre, la imagen de igualdad es más significativa que si hubiera sido formada por separado del mismo lodo. Equivale a decirle al hombre que ella es su igual y no su esclava, que él debe amarla como a una parte de sí mismo.




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* El término hebreo haadam, el hombre, del cual derivó Adán, y el término haadama, la tierra, tienen la misma raíz. (N. de Allan Kardec.)


12. Para los espíritus incultos, sin ninguna noción de las leyes generales, incapaces de abarcar el conjunto y de concebir lo infinito, esta creación milagrosa e instantánea presentaba algo de fantástico que ofuscaba su imaginación. El cuadro del universo extraído de la nada en unos pocos días, por un solo acto de la voluntad creadora, era para ellos la señal más evidente del poder de Dios. Qué mejor descripción, en efecto, más sublime y más poética de ese poder, que estas palabras: “Dios dijo: ¡Hágase la luz, y la luz se hizo!” Dios, al crear al universo mediante la acción lenta y gradual de las leyes de la naturaleza, les hubiera parecido de menor importancia, menos poderoso. Necesitaban algo maravilloso, que saliera del esquema común, porque de lo contrario supondrían que Dios no era más hábil que los hombres. Una teoría científica y racional de la Creación los hubiese dejado fríos e indiferentes. No rechacemos, pues, la génesis bíblica; por el contrario, estudiémosla de la misma manera que se estudia la historia de la infancia de los pueblos. Se trata de una epopeya rica en alegorías, cuyo sentido oculto debemos encontrar; alegorías que es preciso analizar y explicar con la ayuda de las luces de la razón y la ciencia. Al mismo tiempo que resaltamos su belleza poética y sus enseñanzas veladas por la forma llena de imágenes, es preciso que expongamos decididamente sus errores, a favor del interés mismo de la religión. Esta será mucho más respetada cuando esos errores dejen de ser impuestos a la fe como verdades, y Dios parecerá más grande y más poderoso cuando no se asocie su nombre con hechos controvertidos.