EL GÉNESIS LOS MILAGROS Y LAS PROFECÍAS SEGÚN EL ESPIRITISMO

Allan Kardec

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Señales precursoras

47. “También oiréis hablar de guerras y de rumores de guerras; pero tratad de que no os perturbéis, porque es necesario que esas cosas sucedan; pero todavía no será el fin, pues se verá a un pueblo levantarse contra otro, y un reino contra otro reino; y habrá pestes, hambre y temblores de tierra en diversos lugares, y todas esas cosas serán apenas el comienzo de los dolores.” (San Mateo, 24:6 a 8.)


48. “Entonces el hermano entregará a su hermano para que sea muerto, y el padre a los hijos; los hijos se levantarán contra sus padres y sus madres, y los harán morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero aquel que persevere hasta el fin será salvo.” (San Marcos, 13:12 y 13.)


49. “Cuando veáis que la abominación de la desolación, que fue predicha por el profeta Daniel, está en el lugar sagrado (que aquel que lee entienda bien lo que lee); entonces, los que estén en Judea, huyan hacia las montañas *; el que esté en el tejado, no descienda para llevar alguna cosa de su casa; y el que esté en el campo no vuelva para tomar sus ropas. ¡Ay de las que estén encintas o amamantando en esos días! Pedid a Dios que vuestra fuga no se dé durante el invierno ni en día sábado, porque la aflicción de ese tiempo será tan grande como no la hubo igual desde el comienzo del mundo hasta el presente, y como nunca más la habrá. Y si esos días no fuesen abreviados, ningún hombre se salvaría; pero esos días serán abreviados en atención a los elegidos.” (San Mateo, 24:15 a 22.)





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* Esta expresión: abominación de la desolación, no sólo carece de sentido, sino que se presta al ridículo. La traducción de Osterwald dice: “La abominación que causa la desolación”, lo que es muy diferente. En ese caso, el sentido se vuelve perfectamente claro, porque se comprende que las abominaciones habrían de acarrear desolación como castigo. Cuando la abominación, dice Jesús, se instale en el lugar sagrado, también la desolación confluirá hacia ahí, y eso constituirá una señal de que los tiempos están próximos. (N. de Allan Kardec.)




50. “Inmediatamente después de esos días de aflicción, el Sol se oscurecerá, y la Luna dejará de dar su luz; las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas.


“Entonces, la señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y todos los pueblos de la tierra entrarán en llanto y en gemidos, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo con gran majestuosidad.


“Él enviará a sus ángeles, que harán oír el sonido retumbante de sus trompetas, y reunirán a sus elegidos de las cuatro regiones del mundo, de un extremo al otro del cielo.


“Aprended una comparación tomada de la higuera: Cuando sus ramas ya están tiernas y dan hojas, sabéis que se acerca el verano. Del mismo modo, cuando veáis todas esas cosas, sabed que el Hijo del hombre está cerca, que se encuentra a las puertas.


“Os digo, en verdad, que esta raza no pasará sin que todas esas cosas se hayan cumplido.” (San Mateo, 24:29 a 34.)


“Y sucederá con el advenimiento del Hijo del hombre lo que sucedió en los tiempos de Noé, porque como en los tiempos que precedieron al diluvio los hombres comían y bebían, se casaban y daban en casamiento a sus hijos, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y arrebató a todos, así también será en el advenimiento del Hijo del hombre.” (San Mateo, 24:37 a 39.)


51. “En cuanto a ese día y esa hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre.” (San Marcos, 13:32.)


52. “En verdad, en verdad os digo, que lloraréis y gemiréis, y el mundo se regocijará; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se transformará en dicha. Una mujer, cuando da a luz, tiene dolor porque ha llegado su hora; pero después de que ha dado a luz al hijo, ya no se acuerda de los malestares que sufrió, por la dicha de haber traído un hombre al mundo. Ahora vosotros también estáis tristes; pero os veré de nuevo y vuestro corazón se regocijará, y nadie os quitará vuestra dicha.” (San Juan, 16:20 a 22.)


53. “Se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán a muchas personas; y porque abundará la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará; pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo. Y este Evangelio del reino se predicará en toda la Tierra, para dar testimonio a todas las naciones. Entonces vendrá el fin.” (San Mateo, 24:11 a 14.)


54. No cabe duda de que este panorama del final de los tiempos es alegórico, como la mayoría de los que Jesús componía. Por su fuerza, las imágenes que encierra impresionan a las inteligencias todavía incultas. Para conmover esas imaginaciones de escasa sutileza hacían falta descripciones vigorosas, de tonos contrastantes. Jesús se dirigía especialmente al pueblo, a los hombres menos ilustrados, incapaces de comprender las abstracciones metafísicas y de captar la delicadeza de las formas. Para acceder al corazón, era necesario que hablase a los ojos con la ayuda de signos materiales, y a los oídos a través del vigor del lenguaje.


Como consecuencia natural de esa disposición de espíritu, y según la creencia generalizada, el poder supremo debía manifestarse por medio de hechos extraordinarios, sobrenaturales. Cuanto mayor era la imposibilidad de los hechos, tanto más se aceptaba su probabilidad.


Que el Hijo del hombre viniera sobre las nubes del cielo, con gran majestuosidad, rodeado por sus ángeles y al son de trompetas, les parecía mucho más imponente que la simple llegada de un ser investido solamente de poder moral. Por eso mismo los judíos, que aguardaban como Mesías a un rey terrenal más poderoso que los demás reyes, a fin de que colocara a su nación al frente de todas las otras y volviera a erigir el trono de David y de Salomón, no quisieron reconocerlo en el humilde hijo del carpintero, que carecía de autoridad material.



No obstante, aquel pobre obrero de la Judea se convirtió en el más grande entre los grandes; conquistó para su soberanía mayor cantidad de reinos que los jerarcas más poderosos; sólo con su palabra y con el concurso de algunos míseros pescadores revolucionó al mundo, y a Él los judíos le deberán su rehabilitación. Entonces, Jesús dijo una gran verdad cuando, en respuesta a esta pregunta de Pilatos: “¿Eres rey?”, respondió: “Tú lo dices”.


55. Es para destacar que, entre los antiguos, los temblores de tierra y el oscurecimiento del sol eran accesorios obligatorios de todos los acontecimientos y presagios siniestros. Los encontramos en ocasión de las muertes de Jesús y de César, y en una infinidad de circunstancias de la historia del paganismo. Si esos fenómenos se hubiesen producido tantas veces como las que se los menciona, sería imposible que los hombres no hubiesen conservado su recuerdo en las tradiciones. En este caso se agrega la caída de las estrellas del cielo, como para dar testimonio a las generaciones futuras, más ilustradas, de que sólo se trata de una ficción, puesto que se sabe que las estrellas no pueden caer.


56. No obstante, hay grandes verdades ocultas bajo esas alegorías. Está, en primer término, el anuncio de las calamidades de todo tipo que asolarán y diezmarán a la humanidad, a consecuencia de la lucha suprema entre el bien y el mal, entre la fe y la incredulidad, entre las ideas progresivas y las ideas retrógradas. En segundo lugar, la difusión en toda la Tierra del Evangelio restaurado en su pureza primitiva; después, el reino del bien, que será el de la paz y la fraternidad universales, y que será la consecuencia de la puesta en práctica, por parte de todos los pueblos, del código de moral evangélica. Ese será verdaderamente el reino de Jesús, pues Él presidirá su implantación, y porque los hombres vivirán bajo la égida de su ley. Será el reino de la felicidad, dado que Él dice que “después de los días de aflicción vendrán los de dicha”.



57. ¿Cuándo se producirán esos acontecimientos? “Nadie lo sabe –dice Jesús–, ni siquiera el Hijo”. No obstante, cuando llegue el momento, los hombres recibirán avisos por medio de señales precursoras. Esos indicios no estarán ni en el sol ni en las estrellas, sino en el estado social y en los fenómenos de orden moral antes que físico, que en parte se pueden deducir de sus alusiones.


Es indudable que ese cambio no podía producirse en vida de los apóstoles, pues de lo contrario Jesús no habría ignorado el momento preciso. Por otra parte, una transformación semejante no podía llevarse a cabo en el lapso de unos pocos años. Sin embargo, Jesús les habla de ella como si fuesen a presenciarla; de hecho, ellos podrán volver a vivir cuando esa transformación tenga lugar, así como trabajar para que se concrete. En cierto momento, Jesús alude a la suerte próxima de Jerusalén; en otro, toma ese hecho como punto de referencia acerca de lo que habría de ocurrir en el porvenir.


58. ¿Será el fin del mundo lo que Jesús anuncia con su segunda venida, así como cuando dice que “el Evangelio será predicado por toda la Tierra, y entonces vendrá el fin”?


No es lógico suponer que Dios habrá de destruir el mundo justamente en el momento en que éste ingrese en el camino del progreso moral a través de la práctica de las enseñanzas evangélicas. Por otra parte, en las palabras de Cristo no hay nada que indique una destrucción universal, que en esas condiciones no se justificaría.


Dado que la práctica generalizada del Evangelio determinará una mejora en el estado moral de los hombres, por eso mismo introducirá el reino del bien y provocará la caída del mal. Se trata, por consiguiente, del fin del mundo viejo, del mundo gobernado por los prejuicios, el orgullo, el egoísmo, el fanatismo, la incredulidad, la codicia y todas las malas pasiones, a las que Cristo hacía alusión al decir: “Cuando el Evangelio sea predicado en toda la Tierra, entonces vendrá el fin”. No obstante, para llegar, ese fin ocasionará una lucha, y de esa lucha sobrevendrán los males que Él había previsto.